Parece que William Gibson, el creador del ciberpunk, uno de los nombres más influyentes de la ciencia ficción contemporánea, le ha cogido gusto al presente. Su País de espías (Plata), aunque no renuncie a jugar con los actuales avances tecnológicos, continúa ofreciéndonos una muy particular visión de la política norteamericana de aquí y ahora
En País de espías hay una cantante de un grupo musical alternativo, artistas de la realidad virtual, espías adolescentes cubanos, hackers de la tecnología GPS, un drogadicto que entiende el ruso secuestrado por alguna oscura agencia gubernamental y un empresario especializado en la publicidad viral. Todo un elenco de personajes que le sirven a William Gibson (Conway, Estados Unidos, 1948) para crear una trama desfragmentada sobre la paranoia que asoló al pueblo de Estados Unidos tras los atentados del 11-S. El padre del ciberpunk, un estilo que él nunca defendió y que “se ha convertido en un sabor para toda la familia, en parte de la cultura popular”, vuelve a sorprendernos con su segunda novela localizada en estos revoltosos tiempos presentes.
Atrás quedan los tiempos en los que Gibson nos regaló algunos de los mejores capítulos de la moderna ciencia ficción, como Neuromante (1984), Mona Lisa acelerada (1988), «Johnny Mnemonic» (1982) o La máquina diferencial (1990), relatos que lo convirtieron en una poderosa y renovadora voz dentro del género gracias a su estilo directo, repleto de slang, con una visión cruel y cínica de los avances tecnológicos (a él le debemos la popularización de la palabra ciberespacio). A esta nueva corriente se la llamo ciberpunk y, francamente, parece imposible que hubiera existido nunca una película como Matrix si Gibson no hubiera publicado antes Neuromante.
Aunque el autor de País de espías afirme rotundamente que ya no está “interesado en la reforma de la ciencia ficción”, continúa llenando sus novelas de alta tecnología y sigue estando enamorado de un género que cree “que es la mejor herramienta para el análisis de un presente desconcertante y misterioso”.
¿Pertenece País de espías a una trilogía iniciada con Mundo espejo?
Podía serlo aunque, como es habitual en mí, no pude estar seguro de ello hasta que comencé a hacer el tratamiento de lo que sería País de espías. Yo sospechaba que sería parte de lo que tú llamas una trilogía porque hasta ahora es verdad que sólo he escrito novelas en bloques de tres –aunque tengo que confesarte que no suelo pensar en estas historias como trilogías y, definitivamente, no las planteo de esa manera cuando comienzo con el, llamémoslo, primer libro–, pero estoy convencido de que mi siguiente novela es más una secuela de País de espías que un libro independiente de una trilogía.
En una entrevista con un medio español con motivo del lanzamiento de Mundo espejo, contó que estaba intentando recalibrar su maquinaria de escritor. Que para usted era importante basar sus libros en el presente para tener un punto de vista con el que trabajar. Tengo la sensación leyendo País de espías de que se siente muy cómodo en ese presente y tardaremos en verlo en otras aventuras futuristas.
En realidad quería decir que intentaba recalibrar la maquinaria de mi imaginario del futuro con la escritura de estos nuevos tres libros (los que se basan en este presente o pasado inmediato). La verdad es que nuestro presente es mucho más peculiar y complejo de lo que nunca hubiera imaginado cuando escribía libros sobre el futuro. Con el fin de encontrar un camino hacia un futuro imaginario convincente, necesitaba tomarle el pulso al presente y determinar el grado de extrañeza que vivimos ahora. Hoy, creo que ya tengo una cierta certeza de cómo se desarrollará ese futuro y sospecho que mi próximo libro se alejará de esta tendencia de escribir sobre el presente.
Mundo espejo fue escrita durante los atentados del 11-S y trabajó en esa novela sin saber muy bien cuáles serían las consecuencias finales de esta tragedia.
Nunca sé muy bien cómo voy a terminar un libro cuando lo empiezo. Tengo que confesarte que la zona de mi cerebro que en realidad escribe suele tener mucha mejor imaginación que la zona que piensa sobre la escritura: para mí, las partes más interesantes de la narrativa suelen ser aquellas que se desarrollan durante el proceso de escribir, el resto me es superfluo… Mundo espejo fue un libro complicado porque se basaba en el presente, un presente que estaba impactado y aterrorizado por el que creo que es uno de los hechos históricos más importantes de los Estados Unidos. La protagonista, Casey Pollard, era una neoyorquina que vivía en Londres y el impacto de su experiencia pasada redirigió todo el libro en una dirección que nunca hubiera podido imaginar.
Aunque sus dos últimas novelas se basen en el presente, usted continúa describiendo avances tecnológicos. Parte de la trama de País de Espías tiene que ver con la tecnología del GPS. Esa sensación de estar controlado en todo momento por miles de satélites. No sé si su objetivo era que nos preocupásemos por eso, por la fijación de, por ejemplo, Bobby Chombo por dormir en una retícula diferente de su habitación cada día. Que una tecnología tan común como el GPS pueda provocar verdaderas fobias.
Aunque el GPS sea una tecnología moderna, para mí tiene mucho que ver con la idea del ciberespacio que desarrollaba en mis primeras novelas. Esa idea romántica de vivir en un universo diferente al tuyo, con todos los peligros que eso conlleva. Cuando comencé a escribir ficción, el ciberespacio estaba recluido en su propio espacio: era infinito pero estaba limitado dentro de las computadoras o dentro de Internet. Era un territorio separado de la realidad. Con la llegada del GPS, el mapa se confunde literalmente con la realidad. Creo que esto es más importante que la aparición inicial del ciberespacio. Ahora puedes apreciar el mundo físico como un subconjunto de ciberespacios. Actualmente, puedes vivir una realidad aumentada simplemente con descargarte una aplicación en tu iPhone.
¿Es País de espías una crítica al gobierno represivo del presidente Bush en la llamada Guerra contra el terror?
Por supuesto. País de espías es mi novela más política hasta la fecha. Mientras la escribía sentía la necesidad de dar mi opinión sobre la política de la administración Bush.
¿Y qué opina del presidente Obama y su nueva política internacional?
Me alegró mucho que fuera elegido. Es algo que me satisface enormemente. Obama es un centrista moderado y no corporativista –en lugar del rojo radical que quiere ver la derecha estadounidense, una visión muy extrema de gran parte del Partido Republicano durante los últimos treinta años–. Creo que habrá un cambio extremo, pero me temo que no veremos una política radicalmente diferente. Viviremos un retorno a los valores más típicos americanos, un cambio genuinamente conservador.
Encuentro muy inteligente el hecho de que País de espías sea un juego de espías casi sin resolución. Se centra más en el modo de actuar de Tito como espía o en lo que piensa Pilgrim que en revelar el trasfondo de la historia. Al final nunca llegas a comprender quién trabaja para quién ni por qué. ¿Era esa su intención desde un buen principio?
No estoy muy de acuerdo con que el juego no tenga solución. La solución está descrita como una gran broma política. El Viejo es como un artista del grafiti, pero dibuja con los secretos de Estado en lugar de con pintura en spray. Pero es cierto que actualmente estoy más interesado en los personajes y en cómo se refleja el mundo a través de ellos. Mis historias son cada vez menos lineales, aunque no ha sido un cambio deliberado.
En País de espías vuelve a aparecer Humbertus Bigend. Todavía no sé qué siente por ese personaje. En Mundo espejo era muy crítico con él, pero ahora lo trata un poco mejor.
Honestamente, nunca lo he visto como el malo de la película, aunque tampoco considero que sea el personaje más realista de estas dos novelas. Es un personaje muy útil para el autor, capaz de hacer cosas raras, sin apenas un motivo, pero sin destrozar la trama… ¿Por qué ha hecho eso? Porque es Bigend. Puede hacer cosas desagradables. Pero su análisis de cómo funciona el mundo es muy parecido al mío. Creo que Bigend es una fuerza de la naturaleza de todo lo inteligente que existe en el capitalismo moderno… aunque el capitalismo moderno sea una gran decepción.
Fuente: Qué Leer. Aportado por Eduardo J. Carletti