Aves raras VI: Martín Brunás

José Altamirano

Como en el número anterior no me había decidido por cuál pajarraco presentar en la sección, dejé que esta vez el azar lo eligiera por mí. Así, un viernes cualquiera metí de mañana el grabador en el bolso y a las siete y media de la tarde llegué hasta el bar de San José 5, manantial donde abrevan los raros especímenes que colaboran en Axxón, algunos hasta la hora de concurrir al taller en lo de Aníbal, otros a charlar un rato antes de llegar al hogar y otros, en fin, a que alguna alma piadosa le aguante los desvaríos que suelen asentarse en el fondo de una botella de vino, como es el caso de Waquero, un bicho que estaría irremediablemente perdido para la sociedad de no ser por los buenos cuentos con que de tanto en tanto se descuelga.

Un rápido vistazo a las mesas que en el lugar de costumbre arraciman estos ejemplares, me mostró al susodicho Waquero sentado rindiendo culto a una ¾ de tinto junto a sus sufridas esposa e hija, quienes lo acompañan para poder arrastrarlo a casa cuando ya ni las muletas lo sostienen. Bebían un licuado de banana con leche en sumiso pero elocuente reproche.

Estaba también Andrés frente a una pila de cómics nuevecitos, a los que les quitaba la cubierta de plástico con la misma voluptuosidad que emplearía en desnudar a una adolescente virgen, y estaba Diego Molina todavía vestido con traje de goma, patas de rana y algas prendidas al cabello mojado. Alejandro Alonso, fiel a su dieta, asesinaba a dentelladas un tostado de jamón y doble queso sentado al lado de Martín Brunás, que bizqueaba detrás de sus anteojos escuchando con aire sufrido las pavadas de Waquero. Sin pensarlo dos veces, decidí allí mismo realizar mi buena acción anual y rescatar al pobre muchacho de tan nefasta compañía.

Además Martín —me dije para justificar mi decisión— es en sí un pichón de ave rara. O al menos es el más joven de la bandada. Y qué mejor para ti, pichón, que un retrato donde puedas verte reflejado al menos en parte.

Y es en el meandro de la relación entre un pichón que apunta emplumar y aquellos de plumas duras e hirsutas, que nos adentraremos en esta nota para que conozcas las vivencias, los puntos en común y los inevitables desencuentros que se suscitan cuando chocan dos generaciones.

Martín Brunás tiene 23 años y cursa Ciencia de la Comunicación. Es un estudioso del fenómeno del rock, tema sobre el que escribe en una revista "underground" editada por alumnos de la Universidad de Buenos Aires y en "Epopeya" una revista comercial. Hace notas sobre el rock "pesado" aunque confiesa que en este género no todo lo "pesado" es de su agrado. "No me gusta (en el rock) la voz impostada y gutural ni las actitudes tribales" —nos dice—. "Me gusta el rock donde se encuentre melodía, influencias del clásico y el barroco y cantantes de voces afinadas, cultivadas."

—En tu sección de Axxón (el Tour Macabro) no es raro encontrar letras rockeras inspiradas en maestros del terror, como Edgar Allan Poe y Lovecraft. ¿Las reproducís porque cuadran en la sección, o es debido a tu reconocido gusto literario por las historias de terror?

—Por ambas razones. Y también para desmistificar el sentido satánico que algunos le atribuyen a bandas como Iron Maiden que no hacen otra cosa que inspirarse en los maestros del terror. Aunque debo reconocer que hay otras que realmente creen ser satánicas, al punto de militar sus integrantes en iglesias anticristianas y practicar ritos demoníacos.

—El culto a Satán no puede menos que ser una figura atractiva para los amantes del terror. ¿Creés, o te gustaría creer, en su existencia?

—Yo soy cristiano. Y aunque no practique la fe en la forma de un verdadero creyente, creo en Dios y por consecuencia en la existencia de Satán. Pero no me gusta hablar demasiado sobre el tema, acá no va a faltar el turro que me endilgue el sambenito de satánico y después no me lo saco aunque me rasque diez años seguidos.

—¿Qué raíces sustentan tu gusto por el género?

—Tal vez las encuentre en mi infancia. Siempre fui miedoso y dado a las fantasías. Soñaba ser protagonista de una historia de terror sólo para experimentar el miedo que la ensoñación me producía. En mi infancia, solía aterrorizar a mis amigos con profecías satánicas y con historias tenebrosas que inventaba. Pero quiero aclarar que ese tipo de miedo no es el que me interesa como escritor de relatos de terror. De hecho, he publicado en Axxón dos cuentos de terror que, según la acepción que el mundo literario le da a la palabra, no encuadran precisamente en el género de terror.

—¿Te molestaría clarificar un poquito el concepto?

—Claro que no. En épocas de Edgar Allan Poe por ejemplo, el encuadre correcto para una historia de horror era el castillo tenebroso, viejas armaduras que se caían al paso de los protagonistas, ruidos de cadenas y alaridos escalofriantes. Eso sirvió por un tiempo. Por mucho tiempo, te diría. Pero al cabo, ese terror "clásico" dejó de provocar ese indescriptible estremecimiento que busca el amante del género. ¿Por qué? La respuesta habría que buscarla en la cada vez mayor racionalidad del lector.

—Sigo sin entender la relación...

—Esperá que hay más historia... después, Lovecraft le encontró una vuelta más de tuerca al género y escribió sobre de una lógica particular y hasta a veces apoyada por la ciencia. Reemplazó a los fantasmas, vampiros y hombres lobo con seres apenas entrevistos, misteriosos e indescriptibles. Con él, con sus relatos que van más allá de los arquetipos reconocidos, el amante del género aprendió a experimentar y a gozar con el terror a lo incomprensible -por lo extraño- en vez del terror a lo sobrenatural.

—¿Stephen King no marca otro hito?

—No me parece, salvo que sea un hito comercial. Stephen King escribe un terror más bien rural, utiliza un entorno donde lo sobrenatural es más creíble. Creo que King se encontraría en un problema si la acción de sus novelas transcurriera en una gran ciudad, donde el terror es cotidiano y lo ves en los noticiarios, a veces en vivo y en directo. Accidentes, masacres y todo tipo de hechos delictivos que te ponen los pelos de punta. A los personajes de King les costaría aterrorizarse por la aparición de un fantasma viviendo en semejante entorno.

—¿Entonces, lo que buscás, en tanto autor joven de historias de terror es una nueva vuelta de tuerca al género?

—¡Exacto! Pero una cosa es buscar y otra encontrar. Y otra, más difícil aún, es que le guste al lector.

—Definime al menos el objeto de tu búsqueda.

—Quiero hacer terror moderno, mezclar lo culto con lo bizarro, el grotesco con lo absurdo. Me gustaría escribir un terror que sea divertido y satírico a la vez. Desde el nacimiento, o mejor, desde que tenemos conciencia, los jóvenes vivimos y crecemos en una sociedad de terror. Entonces, qué querés que te diga; el terror clásico, el de Poe, el de Lovecraft y el de King, comienza a aburrir. Ningún vampiro o ningún hombre lobo trabajando a destajo, pueden superar en un día la cifra de muertes violentas que en el mismo lapso ocurren en una gran ciudad. Ni siquiera en calidad la pueden superar, ya que los lectores de la ciudad estamos encallecidos con relatos de violaciones, descuartizamientos o masivos asesinatos rituales.

—O sea, que para los jóvenes escritores como vos el género del terror está muriendo de puro aburrimiento.

—No, muriendo no. Más bien mutando hacia lo grotesco, hacia la exageración, un terror caricaturesco. Eso es, al menos, lo que intento hacer: exagerar una situación terrorífica hasta que ésta adquiera una cualidad grotesca, de caricatura. En mi último cuento publicado en Axxón lo intenté. Y a pesar de las muchas críticas que recibí, creo que tuve éxito en lo que me había propuesto: provocar la risa a través de una historia de terror. El género clásico está en decadencia, muy que le pese a la "gente mayor", digámoslo entre comillas, que todavía se aferra a la forma clásica de leer y/o relatar terror.

—Muy original lo tuyo. Tanto, que ni en pedo borro el casete donde está grabado, no sea que crean que semejante descalificación del género es cosa mía. Ahora, no sé si lo sabés, pero al otro lado de la pantalla, en el reverso de éste espejo donde anidamos, hay un pichón de ave rara que tal vez decida o ha decidido escribir como Martín Brunás.

»Sos nuevito, pero alguna rutina que sirva para atraer a ese espíritu esquivo que algunos llamamos inspiración debés usar.

—Nada que ver. Si alguno pretende aprender a escribir a partir de mis consejos, va muerto. No observo ninguna rutina, simplemente me baso en algo que me ha sucedido a mí o a algún conocido, lo extrapolo, lo magnifico y lo llevo hasta el absurdo o al grotesco. Hechos triviales, miedos también triviales, algo que me cuentan... de todo eso me valgo. Los disfrazo poco o mucho (generalmente mucho) y hago un cuento. Si tengo que definir mi inspiración, te diría que soy un ladrón de hechos de la vida real. También a veces formo un esqueleto con palabras o frases y me obligo a seguir una secuencia y a cada frase o a cada palabra central intento rellenarla con la carnadura del relato.

—Imagino que tu forma de escribir, al igual que tu estilo, debe cosechar jugosas críticas en el taller de Axxón al que concurrís.

—Más que a mi forma de escribir, creo que le dan palos a mi forma de pensar la escritura. Pero es algo que me lo tomo con mucha filosofía porque lo veo muy lógico: soy el más joven del grupo, vivo un tipo de cultura más mediática, más alejada de las formas clásicas. Yo (y creo que la mayoría de la juventud), estoy muy metido en la cultura del vídeo clip, del color, de los efectos especiales y de las exageraciones. Simplemente soy el exponente de un recambio cultural y ejercito y experimento lo que creo llegará a ser natural a una nueva camada de escritores de terror, alejada de muchos conceptos llamados clásicos.

—Ya que mencionamos al taller de Axxón, en mis notas siempre pregunto la forma o el modo en que quienes intervienen de una u otra manera en la revista llegaron a conocerla y a integrarla. Lo hago en beneficio del pichón que todavía, a estas alturas, puede llegar a pensar que Axxón es un sitio donde impera la tiranía de un grupo de aficionados egoístas y poco dispuestos a abrirse ante el llamado de un principiante.

—Nada más alejado a lo que es la revista. Te cuento: conocí a Axxón el mismo día que me regalaron el módem. Después de husmear de todo un poco, Axxón fue lo primero que bajé. Me leí todos los números y descubrí que su contenido estaba emparentado con lo que a mí me gusta. Siempre fui una persona solitaria y poco dado a entablar nuevas relaciones, pero esa vez me decidí a comunicarme con Eduardo (Carletti), quién me invitó a una reunión de los viernes en el bar de San José 05 (tradicional nido de la bandada, por si lo olvidaste). Allí conocí, entre otros, a Alejandro (Alonso) y a Andrés (Urtubey), dos personas a quienes considero mis mejores amigos. Comencé de inmediato a asistir también al taller literario de Axxón.

—¿Cuáles parámetros —a favor o en contra— incorporaste en lo personal a partir de esa participación?

—Estar, pertenecer al grupo, me trajo aparejado muchos beneficios a nivel personal. Aparte de encontrar allí a quienes hoy considero mis mejores amigos, conocí a Eduardo, a Rodolfo (Contín), a Gladys (Canizzo), a Aníbal (de la Fuente), a Vázquez y a tantos otros que no nombro para no hacer la lista demasiado larga. Axxón está constituida por excelentes seres humanos en lo personal. Fijate si habrá cambiado mi vida que de ser una persona que pasaba gran parte de su tiempo libre angustiado por no encontrar con quienes compartir mis gustos literarios, pasé a descubrir un nuevo mundo con gente que me da bola, con quienes puedo hablar y con quienes puedo contar.

—¿Aún a pesar de sentirte discriminado por ser joven e intentar un estilo de escritura diferente en el género del terror? Sos demasiado buen chico, me parece.

—Vos decís esto en tono de joda, pero te recuerdo que en una nota anterior escribiste acerca de la importancia de recabar opiniones autorizadas y de cómo hay que saber bancarse las críticas. Si yo no me las hubiera sabido bancar cuando di a leer mi primer cuento, y también si les hubiera dado bola a todo lo que me dijeron, lo menos que tendría que haber hecho es suicidarme. En cambio, como tenía claro que lo que yo buscaba era justamente provocar una sensación de rechazo en lectores acostumbrados a lo clásico, eso me encantó. "Joya" —me dije—, "si a éstos les causó ese efecto, es que estoy en el camino correcto". No pido compasión cuando me critican lo que escribo; sólo pido que lo hagan dentro de mis propias leyes de juego y que tengan en cuenta que soy de una generación diferente. Debo reconocer que en eso encontré un muy buen eco. Además, son sinceros y eso es bueno también. Por ejemplo, Alejandro no quiso opinar sobre el cuento y fue franco al dar como razón que no lo entendió. Así como Eduardo, que dijo directamente que no le gustaba para nada.

»O sea, reconozco y reconocen que hay una suerte de incompatibilidad entre lo que escribo y sus gustos como lectores o como críticos, pero de ninguna manera veo este rechazo como un tipo de discriminación. Al contrario, en el taller se respeta la persona y al escrito más allá del estilo literario, siempre y cuando el cuento observe las condiciones primordiales: esto es, que esté correctamente escrito, que conserve una línea coherente y que no sea una reverenda pavada. La discusión es seria, no hay joda ni mala leche en la crítica. Está en uno darse cuenta de los errores y cambiar o seguir con lo de uno si está seguro de lo que hace.

—Eso es, justamente, lo que trato de reflejar en este tipo de notas realizados a los escritores aficionados que hacemos la revista; que en Axxón hay lugar para todos los estilos, siempre y cuando guarden las debidas pautas literarias.

—Hay lugar, claro que sí. Hay muchísimo lugar en Axxón y no te lo retacean ni te lo discriminan por ser moderno, por apartarte de lo clásico. Tomá mi ejemplo: yo publiqué un cuento que fue muy criticado por la parte ejecutiva de la revista. Te diría que sañudamente criticado en su contenido y sus formas, aunque no en su estilo, al que respetaron aunque no les gustó. Y sin embargo salió publicado tal cuál, sin cambiar un punto o una coma y sin asomo de censura alguna. Por eso digo, cualquier persona que quiera experimentar, en Axxón va a encontrar un lugar para hacerlo si es que lo que hizo tiene un determinado nivel de calidad. Si el cuento está bien escrito, aunque exista el riesgo cierto de polémica, ellos se la juegan y lo publican. Después, lógico, se tendrán que bancar las críticas de los lectores.

—Para terminar, Martín, seme franco: ¿no te sentís un poquito solo entre tanto vejestorio en el taller? ¿Qué pasa con los pichones de escritores? ¿No existen, tienen miedo de intentar el vuelo, vergüenza ante la crítica? ¿A qué atribuís tu soledad?

—¿Qué te puedo decir? La cultura está destruida; si a los jóvenes no les da por leer, menos por escribir. El nivel de escritura entre la juventud es horrorosa, aún a nivel de facultad. Pero hay escritores jóvenes, existen, están en algún lugar, esperando. No se la juegan, están quemados y no le podés reprochar nada, ni siquiera que no crean lo que digo acerca de lo que van a encontrar si se acercan a Axxón.

Vehemente, polémico, incomprendido... Martín Brunás es un exponente del faltante en la revista: la juventud; esa juventud vehemente, polémica e incomprendida. Esa juventud que luche contra viento y marea para imponer sus puntos de vista, que no se amilane ante los obstáculos que, seguramente, encontrará en los gustos de gente como Eduardo, Alejandro y yo mismo. Porque no todas serán rosas, pichón, si alguna vez te decides a lanzarte al vacío y probar de volar en la bandada. Y es justo que te lo aclare: no te haremos el camino liso, no obtendrás el "sí" fácil y no cosecharás una siembra abundante si junto con el trigo viene la mala hierba.

Tendrás que TRABAJAR, pichón. Y tendrás que sudar y tendrás que perseverar y muchas veces tendrás ganas de mandarnos a la mierda. Pero una cosa si es segura y tan sólo una: nadie te arrancará las alas por el mero espectáculo de ver tus ideales destrozarse contra las rocas del barranco.