¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

MÉXICO

 

Para Felipe Osornio (Leche de Virgen Trimegisto),

performer pánico y pornoalquimista.

 

 


Ilustración: Guillermo Vidal

El profesor le dice:

—¡A ver cómo le va a hacer para sustituir el corazón que destrozó! Quiero que me traiga uno nuevo el lunes.

A su espalda, un compañero se ríe y susurra:

—¡Ya, tú, rompe corazones!

—¡Fuera de la clase, los dos! —Antes de abrir la puerta, le echan una mirada a la estantería con frascos con formol donde flotan los órganos humanos. Luego salen. Cierran la puerta del salón de clases tras ellos.

—¡Vete al Chopo, güey, ya sabes que ahí encuentras de todo! Tengo un amigo que para a la salida del Buenavista todos los días. Anda a pie, lleva una maleta negra. Yo le compro órganos a él. Pero no se pone en el tianguis, ¿va? Anda en la acera de la Biblioteca Vasconcelos.

Por la mañana, sale de la estación del Metro Buenavista. Pasa la estación del tren suburbano sin dejar de buscar entre la muchedumbre de góticos y gente apresurada. Encuentra al hombre caminando sobre la acera de la malhadada Biblioteca Vasconcelos, tal como le ha dicho su amigo.

—Sí, tengo un corazón, aunque no parezca, hijo —el hombre sonríe. Parece un hombre común y corriente que esperara la hora de entrada a la oficina. Se sienta en la acera y él hace lo mismo. Sobre las rodillas, acomoda el maletín y lo abre. Mira adentro y, de entre varios frascos atados con correas al fondo, extrae uno y lo pone delante de sus ojos.

—Este es muy viejo. Te lo dejo en quinientos…

—No sabía que costara tanto… traigo doscientos…

—Dámelos.

Tiene un sueño intranquilo. Escucha una palabra que le suena a «silencio» pero al mismo tiempo a algo más que no comprende. Abre los ojos. El frasco con el corazón, flotando en un formol tan claro como el agua, está donde lo dejó, en su escritorio. Parpadea. Se incorpora sobre los codos. El corazón está latiendo. Late rígidamente, como el corazón viejo del que se trata. También lentamente, y lentamente se dibuja a lo ancho de los ventrículos un símbolo, como si fuera una cicatriz. En su cabeza escucha «escarificación» y luego «sigilo». Piensa que duerme. Que duerme y sueña. Se recuesta, cierra los ojos y vuelve a dormir.

Escribiendo en la laptop, mira de reojo el frasco. El corazón late pero ahora sus contracciones son más fuertes. Maravillado, no puede dejar de mirar.

Sigilum… —El corazón late y puede escuchar los latidos. La palabra aparece en su mente pero sabe que proviene del corazón. Hay algo fascinador y horrible en esto, pero el miedo cede el paso al asombro cuando un símbolo se dibuja en el músculo, entre las arterias, en los ventrículos. Brota. Mira como si una cordillera surgiera de la tierra, como si emergiera. Es una cicatriz, una escarificación que sale de debajo del músculo. Un símbolo rugoso pero también antiguo. Y, mientras el símbolo aparece en su superficie, el corazón no cesa de latir.

Luego viene la visión. Es un embajador en un país extraño, lo sabe con la certeza que sólo se da en los sueños. Desde un ventanal, mira a la gente pasar por la calle, envuelta en ropajes orientales. De golpe, se echa atrás en la silla. En el frasco, el corazón flota como en agua. Inmóvil. Un músculo cardíaco común y corriente.

—No he podido conseguir el corazón, profesor, discúlpeme.

—Mira, ayer trajeron un cadáver. Nos va a servir por un tiempo. Olvida el corazón, pero para la próxima…

Otra noche. Otro sueño. El corazón late en el frasco. Los invitados sonríen. Las damas de honor están radiantes. Aguarda a su novia al lado del sacerdote. Abre los ojos al día, pero en la Facultad no lo abandonarán las visiones que le trae la noche. Los compañeros le preguntan la causa de su abstracción. ¿Está enamorado, tiene a alguien enfermo en casa, problemas económicos?

Busca al hombre del maletín en la acera de la biblioteca. Lo localiza más adelante, en la confusión misma del tianguis. El hombre vende otro frasco, el cliente paga y se aleja.

—¡Oiga! Quiero saber qué es lo que me vendió.

—¿Yo te vendí…? ¿Qué te vendí, güey?

—No se haga, me vendió un corazón… Quiero saber qué es, de dónde lo sacó, por qué hace… lo que hace…

—¿Qué es lo que hace? A mí no me vengas con esas, ¿va? A mí me pasan la mercancía y yo la revendo. No me salgas con que quieres que te devuelva el dinero.

El hombre echa a andar entre los puestos. Él lo sigue.

—¿Por qué hace eso? ¿Por qué provoca sueños y visiones? —le grita, dejándose oír en medio del ruido, de la gente que vende y compra, del cuero, del color negro, de los metales, de los encajes, de los tatuajes, las escarificaciones, el calor. Entre los puestos, el hombre del maletín le dice algo a otro que lleva salvajes extensiones en las orejas. Se pierde al fondo. El de las extensiones le cierra el paso. Asustado, sólo mira sobre los hombros del que le impide pasar. El del maletín ha desaparecido. Derrotado, regresa al Metro. En su casa hace una llamada telefónica.

—Tío, usted sabe interpretar sueños, necesito verlo mañana.

—Te invito a desayunar antes de que entre al consultorio. ¿Te parece en el «Sanborns» de Reforma?

—Sí, ahí lo veo.

Su tío está sentado al lado de la ventana. Le hace una seña con la mano.

—¿Cómo están tus papás?

—Bien. —El tío lo mira. El chico tiene la vista baja. Entonces, el hombre cambia de tema.

—¿De qué se trata, son tan graves esos sueños? ¿Pesadillas de muerte? ¿Qué son?

Se lo cuenta, poco a poco y con detalles.

—Podría decirte muchas cosas. Incluso que estás perdiendo la noción de la realidad. Que ya no distingues el mundo onírico de la vigilia. Sería fácil diagnosticar un proceso esquizoide. Pero lo que me pone a pensar que no es algo de mi competencia es la palabra que escuchas cuando ese corazón que tienes en el frasco se pone a latir: «sigilo», «sigilum». Aquí te apunto el teléfono de un amigo parapsicólogo, le dices que vas de parte mía, le cuentas todo. Y le repites esa palabra. Va a interesarse en tu caso, mucho. Y, ¿sabes, sobrino? Yo creo que esto es algo muy bueno. Oscuro pero bueno, si resulta ser lo que creo que es.

—¿No me puede adelantar nada? Tengo esas visiones hasta cuando voy por la calle. De repente, ya no estoy aquí. Camino por Chapultepec, bajo los árboles. Frente a mí está el Tláloc del Museo de Antropología. Pero cuando llegan las visiones estoy caminando al mismo tiempo en algún país de Arabia o en Irán o… ¡No sé yo dónde! Me encuentro en dos sitios a la vez. Tengo que sentarme en el suelo y esperar a que se terminen las imágenes. Si estoy por atravesar una calle en México tengo miedo de que me atropellen porque al mismo tiempo estoy en una plaza soleada en una ciudad con mezquitas y palomas…

—¡Tranquilo, muchacho! Llama a mi amigo. Es más… le hablo ahora y le digo que lo vas a visitar… —El tío teclea en el teléfono celular.

El parapsicólogo extrae con cuidado un libro de las polvorientas y repletas estanterías. La biblioteca permanece a media luz. Pesadas cortinas cubren las ventanas. El sonido de la calle es apenas un rumor apagado. Hay gárgolas y estatuas. Atriles y mapas. Pinturas de dioses y de diosas.

—Así que diste con un sigilo, ¿eh? ¡Y muy poderoso! Ven aquí, a la mesa. Lee esto.

«Sigilo, del latín sigilum, sello. Se dice del símbolo en un anillo que se imprimía sobre laca para sellar una carta. El sigilo guardaba el secreto escrito en la carta hasta que se rompía el sello. Por extensión, la palabra sigilo llegó a significar «silencio». El silencio que se guarda como bajo un sello.

«Técnica del sigilo: según los principios de la Magia del Caos, desarrollados a partir de los trabajos pioneros de Aleister Crowley y Austin Osman Spare, una técnica probada consiste en formular un deseo y de inmediato llevarlo al subconsciente donde será olvidado, sepultado bajo las capas de pensamiento. En seguida, el deseo será sustituido por un símbolo cuyo significado no se expresa nunca. Dicho símbolo, físico o intangible (pensado) será cargado a diario valiéndose de dos tipos poderosos de energía: la sexual o la que emana de una muchedumbre.

«Forma de utilizar la energía sexual: durante el coito o durante el transcurso de una orgía, colóquese el sigilo, de ser material, en medio de la sala, o piénsese en el sigilo si este es intangible. Repítase tantas veces como sea necesario.

«Forma de utilizar la energía de una muchedumbre: durante una batalla en una guerra o durante una oración masiva, llévese el sigilo a resguardo cerca de su cuerpo si es material, o piénsese si es intangible.

«Técnica avanzada (sólo para iniciados en Altos Grados): el sigilo intangible es tatuado en el aura o en uno de los órganos vitales del mago. La manera de hacerlo se explica en el libro de Craspare, La piel del aura».

—Lo que tienes en tus manos, muchacho, es un sigilo de Alta Magia. Debió pertenecer a un iniciado que logró trasladar a su corazón sus propios deseos, tatuarlos en forma de sigilo. Ese es el símbolo que aparece en el corazón. De alguna manera posees el don de activar el sigilo. Tal vez por tu propio deseo de tener un corazón humano en formol para sustituir el dañado… ¡Y todo por ese hecho tan trivial de evitar un castigo escolar!

—Entonces lo que yo veo, las visiones, ¿son los deseos de ese iniciado?

—Los deseos de su corazón, ni más ni menos. Ese hombre debió morir antes de verlos realizados pero había alcanzado a grabarlos como sigilo en su órgano vital. El corazón se ha movido por ti. Sólo a ti te pertenece. ¡Cómo me gustaría verlo! Pero sé que no funcionaría en mi presencia. Eres un privilegiado. Ahora, acepta lo que se te da y fluye…

El hombre busca entre los estantes superiores, coge otro libro muy antiguo y sopla el polvo que se acumula en sus páginas.

— «La piel del aura» de Craspare. Lee este libro cuando lo necesites, tú sabrás cuándo será eso. Aquí se describe la manera de tatuar un sigilo en el aura o en los órganos vitales. No se trata de algo fácil y puede llevarte mucho tiempo aprenderlo. Con esta lectura estarás saltándote varios grados intermedios… Los evos me perdonen por esto, pero has sido escogido para vivir una vida ajena: necesitas ayuda y yo te la puedo proporcionar. No tengo a quién heredar mi conocimiento. No tengo un hijo. Ojalá algún día tú tengas hijos y puedas transmitirles el arte del sigilo. Recuerda una cosa siempre: cuando escribas tu testamento ordena que tu cuerpo sea sepultado sin embalsamar. Si algo sale mal y mueres antes de que los sigilos cumplan el destino para el que han sido cargados, debes asegurarte de que continúen intactos, como el corazón en el frasco. Es la única forma de que los sigilos lleguen a ser en el mundo y que otro pueda hacer uso de ellos si su primer detentador ha perecido.

 

 

El parapsicólogo corre las cortinas de la biblioteca. La luz entra y le lastima los ojos. La secretaria abre la puerta.

—Señor Senador, su prometida…

—Que pase —dice él, sonriendo.

—Querido, me gustaría que Estela me acompañe esta tarde a elegir el vestido. ¡Por favor!

—Estela, ¿quiere hacernos ese favor?

La secretaria contesta, emocionada:

—¡Claro que sí! Estaré encantada de acompañar a la señorita.

En un gabinete secreto esconde el frasco con el corazón en el fondo, detrás de unos libros antiguos y valiosos. Cierra las puertas y desliza encima la pintura original, enmarcada, de un pintor muy cotizado. El ruido que proviene de la sala le avisa que ella ha llegado. Deja la biblioteca y la recibe con un beso en los labios.

—¡Hola, amor! —dice ella—. Recuerda que hoy cenamos con papá.

—Sí, nena, no lo he olvidado.

—Creo que se te cumplirá tu deseo de ser embajador en lo que fue la antigua Persia.

Él la mira con sorpresa.

—¿Qué, acaso no lo deseabas?

—No es eso, es que… ¿Qué pensarías si te dijera que es cierto que alguien puede vivir para ver realizados los sueños de otro… pero siendo ese otro?

—Que no entiendo lo que quieres decirme. ¿Estás muy ocupado? Necesito que me ayudes con unas cosas.

La ayuda a cargar cajas con cosas recién compradas.

—¿Te conté que alguna vez yo estudiaba Medicina? ¿Te lo conté? ¿Que casi de la noche a la mañana aprendí a hablar varios idiomas, que pasaron años en un solo día, que llegaste tú, que me nombraron Senador, que nos casamos, que yo estoy durmiendo en la cama de mis padres, allá en México, y que aún guardo un corazón humano, muy especial, conservado en formol desde esos viejos tiempos que apenas sucedieron ayer?

—Varias veces me has hablado de tus tiempos de estudiante. Sí. Pero no concibo que el futuro Presidente de la República viva en el pasado.

—¿Presidente de la República?… Hace unos minutos era un senador, apenas. Ahora soy un candidato a la presidencia. Y tú no has envejecido. Es como saltarse años enteros en el calendario. Los días no necesariamente siguen a las noches.

En la noche, abre el gabinete. El corazón está latiendo aprisa y el sigilo se hace visible. Lo mira latir en el frasco que sostiene entre las manos. Flota en medio del líquido tan claro como el agua de un estanque en la mañana.

—¿Es cierto eso? Había dos deseos encerrados en el sigilo grabado en ti. Los deseos de tu dueño: ser un embajador y casarse con la hija del presidente del país. Ahora entiendo que, durante la consecución de los deseos, ocurran sucesos alternos, accidentes, como esos «daños colaterales» que manejan los militares. ¿Acaso hay un tercer deseo? ¿Y cuándo ocurrirá?

«Las felicitaciones de los dirigentes de varios países del mundo no se han hecho esperar. El flamante y joven presidente electo ha decidido retirarse esta tarde con la hermosa y futura primera dama a su casa de…»

Están abrazados ante la pantalla mural de televisión, sentados en un sofá.

—Canal 54 —ordena él. La pantalla cambia de canal automáticamente, al mando de la voz. Una conductora conversa con su compañero ante la fachada luminosa de una mansión.

«La futura Primera Dama me confesó algo maravilloso y me autorizó para comentarlo ante las cámaras: está esperando un bebé…»

—Te amo —susurra ella en su oído.

«Me ha dicho: es como si todo esto fuera un sueño…» En la pantalla, la conductora es toda sonrisas, como quien ha contado un chisme o un secreto.

—Es como si todo esto fuera un sueño —le dice ella, antes de besarlo en los labios.

«Sucesos alternos, como los daños colaterales…»

Asfixia perinatal. No comprende el término médico. No lo quiere comprender. El médico y el presidente se miran. El bebé se ha asfixiado dentro del cuerpo de la madre. El médico le explica una vez más, nervioso. Luego, él, como un sonámbulo, deja a su esposa en el hospital. Va a casa. Ordena furioso a la escolta que lo sigue que lo dejen solo. Que respeten su dolor. En casa, abre el gabinete secreto. Extrae el frasco.

—¿Puedes hacer algo más por mí? ¿Puedes hacerlo? ¡Por favor! ¡Me has dado un reino pero no tengo un príncipe!… ¡Por favor!… ¡Haz que viva! —Y siente que se desgarra por dentro. Llora. Babea sobre la ropa. Un sollozo se alarga en su interior y luego le surge lento y agónico. Está inmerso en un melodrama que no le correspondía vivir pero que está viviendo.

Espera una revelación proveniente del corazón pero el corazón permanece inmóvil. Hunde la mirada en el frasco pero el órgano flota en el líquido claro, muerto, descolorido. Cambiado. Lleva el frasco a la cocina. Aprisa. Abre la tapa de madera que está sellada con cera. Vacía el líquido en el fregadero. Un aroma a especias, a miel y agua fresca inunda la cocina. El corazón queda en el fondo del frasco. Coge un plato y lo vacía ahí.

—¡Un deseo solamente! ¡Uno! ¡Quiero a mi hijo de regreso! Lo quiero vivo…

El corazón está muerto. Coge un cuchillo. Corta con furia el músculo, pero dentro no está el sigilo. Hunde los dedos e intenta abrirlo. Lo taja a la mitad. Sabe que no sirve de nada. No sirve ya ese acto desesperado, ese corazón muerto que huele a especias. Sabe que los deseos han sido cumplidos. Que la carga se ha agotado. ¿Es hora de despertar? ¿Y por qué, si ni siquiera ha pedido soñar? Ahora no quiere abandonar el sueño. No quiere abrir los ojos.

Su esposa es un espectro que no duerme por las noches. Tampoco duerme él. Ocupa el tiempo que debería ocupar en dormir —tras las obligaciones de hombre de Estado—, en leer el libro que el parapsicólogo le entregara tiempo atrás, en una vida que parece que jamás ocurrió… ¿Atrás, cuántos años? ¿Y por qué los años parecen días en realidad? Porque son horas. Son días. Son sueños ajenos.

Lee. Practica. Aparece en televisión. Lee. Habla ante el Congreso. Practica. Viaja a otros países. Lee. Traiciona la confianza de los ciudadanos. Practica. Cambia las leyes de la Constitución. Lee. Vende un poco más el país a los extranjeros. Practica… Aprende cómo tatuar un sigilo en su propio corazón.

 

 

«El mago sentirá una descarga en el alma, similar a un torrente de luz. Entonces sabrá que el sigilo ha sido grabado en uno de sus órganos vitales. Aquel que ha escogido para tal fin».

Cierra el libro. Lo guarda en la bolsa de cuero. Se echa la bolsa al hombro.

—Estoy listo. Avisa al chofer —cuelga el teléfono y la observa ahí, ante la televisión—. Hoy tienes una visita a un asilo de ancianos, ¿no? Debes levantarte ya de ese sofá, querida, porque pronto pasará nuestro llanto.

—Hoy no. Ya dejé dicho a alguien que me sustituya en esa visita y las que vengan.

Ella no deja de mirar la pantalla, no cambia de posición. Es una estatua insensible, o tan sensible que ya no quiere sentir.

—Muy pronto tendremos lo que hemos deseado —susurra él, desde la puerta, antes de cerrarla de modo que ella no escuche—. No otro. Él, el hijo que hemos perdido, el que tú quieres que vuelva, el que yo deseo que vuelva. Si la magia sirve para algo es para encadenar almas…

Se dirige al auto. Tres oficiales lo alcanzan en el jardín y lo escoltan.

—Habrá cámaras de televisión ahí —les comunica a los militares—, manténganse cerca de manera discreta.

Mientras el chofer conduce, él continua leyendo en el asiento trasero. «Un torrente de luz en el alma, un torrente de luz… Un torrente… Un fluido más ligero que la sangre pero más espeso…»

—Este campo de tiro automatizado, Señor Presidente, cambiará el concepto que tenemos de la eficiencia al disparar un arma. Jamás el dicho «donde se pone el ojo se pone la bala» ha sido más certero.

«Un torrente de luz». La confusión. «Más ligero que la sangre». El correr de hombres armados. «Un fluido». Una sirena. Cuando cae de rodillas, empapado en sangre, manando rojo, ve un torrente de luz que lo envuelve. «Pero más espeso…». No hay dolor. «Pensar el deseo y de inmediato llevarlo al subconsciente donde será olvidado, sepultado bajo las capas de pensamiento». «Un torrente de luz». ¿Algo ha salido mal? Y ¿por qué? «Pero más ligero que la sangre…»

«Como Hombre de Estado, un funeral de Estado, el más vistoso de la historia del país». «Ayer, el Presidente fue herido de muerte en una práctica de tiro». «Primero había perdido a su hijo, ahora el Señor Presidente pierde la vida». «Uno de los presidentes más queridos». «Uno de los presidentes más controvertidos, de quien se rumoreaba que practicaba la Magia Negra». «La viuda ha ordenado que su cuerpo sea sepultado sin embalsamar, en una tumba sencilla, según un deseo que el Presidente había expresado…»

Una noche, cuando el mar agitado de la política se calma, el parapsicólogo trepa las rejas del más lujoso de los cementerios. Busca la tumba reciente y se pone a cavar. Se hunde hasta las rodillas en el ataúd abierto. Extrae el bisturí y abre el pecho del presidente muerto. Aparta las costillas con un retractor. Localiza el corazón. Con cuidado, corta las arterias, las venas, lo separa de la cavidad y lo coloca en un frasco con un líquido que huele a especias. Lo mira una vez más. Mira cómo late. Mira cómo se dibuja el sigilo en su superficie. Sonríe. Lo guarda en una bolsa de cuero que se echa al hombro. Y se dirige hacia la salida.

 

 

Pé de J. Pauner es un narrador, ensayista, crítico de cine y biólogo mexicano que ha hecho activismo y performance. Ha publicado novela erótica y ha sido antalogado en latinoamérica, Australia y España. En el género de la Ciencia Ficción ha publicado el ensayo “Las cinco grandes utopías del Siglo XX” en la web española Alfa Eridiani.

Hemos publicado en Axxón, además de varias ficciones breves: EL HOMBRE EQUIVOCADO, EL OTRO MESÍAS, NOCHES DE BANTIAN, LA NOCHE DE TEMPOAL, AHÍ FUERA, DESPOJOS, ASÍ PERMANECE HERMOSA LISA MARIE (ANTICUADA CANCIÓN PARA SONÁMBULOS), UNA MUERTE EN CASA, UNA PEQUEÑA MENTIRA, LAS ENSEÑANZAS DE GAN BAO y LA IMPRONTA.


Este cuento se vincula temáticamente con UNA PEQUEÑA MENTIRA, de Pé de J. Pauner; TOPACIO, de Graciela Lorenzo Tillard y Fabio Ferreras; y LA PATA DE MONO (Cuento clásico), de W. W. Jacobs.


Axxón 245 – agosto de 2013

Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Fantasía : Magia : Talismán : México : Mexicano).

Una Respuesta a “«El hombre del sigilo», Pé de J. Pauner”
  1. Teresa Mira dice:

    No es nuevo que diga esto de Pauner, pero: excelente (y ya no me asombra tener que hacerlo, tratándose de tamaño escritor).
    Lo ingenioso del cambio de ritmo constante y sin solución de continuidad: entre evocaciones, entre escenas, entre tiempos, entre realidades… Una vez más, un cuento escrito como un buen vitral: tanto por la historia que deja traslucir coloradamente, como por la propia factura del relato, es decir, por los dibujos y filigranas del propio cidrio, del propio medio. Forma y contenido a la par en importancia y en calidad.
    Mis felicitaciones.
    Teresa Mira de Echeverría

  2.  
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