En este número retomamos nuestra antigua costumbre de publicar relatos breves en un ramillete. Pasen y vean, y si algún lector tiene algún texto propio de breve extensión, no dude en enviárnoslo para que lo evaluemos.
Apofis
Esteban Corio
Argentina |
Un estremecimiento involuntario recorrió su cuerpo, ocasionándole un temblor incontrolable, erizándole la piel y los cabellos. La pantalla del televisor mostraba una imagen captada a través de la cámara de largo alcance la estación espacial internacional y en ella, el motivo de ese súbito terror que le había invadido: Apofis, el maldito asteroide que durante décadas había sido rastreado por múltiples sistemas de seguimiento del planeta, finalmente daba a conocer su último propósito: impactar a la Tierra y ocasionar el caos global.
Arriba y a la derecha de la pantalla, el inevitable paso del tiempo goteaba los últimos instantes de vida para todos. 8 minutos y 32 segundos para el fin de los tiempos.
Desesperado, apabullado por la certeza de que todo acabaría, la parálisis que le ocasionaba ese dramático momento le impedía saltar en busca de sus seres queridos, abrazarlos fuertemente y morir con ellos en una sublime y mutua inmolación, una postrera invocación a la unión de las almas para emprender un camino desconocido al más allá. Sí, al más allá, porque él estaba seguro de que había un camino. Sólo que no estaba aún preparado para emprenderlo ¿alguien lo estuvo alguna vez?.
Se dijo que no, que era imposible, que esto no podía estar ocurriendo. Que algo —o alguien—, vendría a sacar a la humanidad de tal calamidad. Pero desechó de inmediato ese fugaz pensamiento. La realidad no era como las épicas de Hollywood.
Se le ocurrió que no quería que el instante final lo encontrara bajo un techo; quería mirar al cielo, por sobrecogedor que fuera el espectáculo. Que sus ojos y sus retinas capturaran la última visión de un Cosmos glorioso, impertérrito ante la tragedia de la vida que seguramente pululaba en las proximidades de millones de estrellas.
Intentó salir… pero no pudo. Inexplicablemente no podía moverse. Miró a la televisión: 30 segundos… y comenzó a oir el sonido. Insistente, ominoso, pertinaz. No, aun no. ¡¡NO, NO, NO por favor!!… estiró desesperadamente su brazo para apartar ese sonido lacerante… y lo pudo asir. Maldito despertador. Apagó la campanilla, se desperezó y pensó: otro condenado Lunes de cuarentena.
Este texto fue elegido entre los destacados en el concurso internacional convocado por la Biblioteca Popular y Centro Cultural El Talar (julio de 2021).
Esteban Corio nació en Buenos Aires, Argentina. Es un ávido lector de textos de astronomía, física, ficción y ciencia ficción. Su primera novela, Marte, la madre patria (2020), es la aventura de un joven arqueólogo conjurando una invasión alienígena a la Tierra. Travesía al pasado (2021) trata de múltiples viajes en el tiempo con propósitos revisionistas, que el héroe de turno debe arreglar luego. Su más reciente novela, El Futuro de la Humanidad, plantea un escenario distópico en el futuro lejano que sirve de marco a una interacción entre humanos y androides.
Aparte de la escritura, sus otras pasiones son el trail running y tocar guitarra española.
Las flores del tiempo de la lluvia
Daniel Frini
Argentina |
Kan Imix Che, hijo de hijos de la nobleza Tutul Xiu y sacerdote que escribe pintando; alisa el amate sobre la piedra, con el filo de la misma mano que sostiene el pincel, que moja en los cuencos con tintas negras como la noche, rojas de un rojo intenso, azules maravillosos, verdes y amarillos extraordinarios. Con una infinita dulzura dibuja los glifos que conforman la poesía que, hace días, escribe para la hermosa Yatziri, su flor de rocío, su doncella de luna, tocada de eternidad:
Aún cuando se marchitenno morirán mis flores.
Piensa en ella y se iluminan sus ojos, y agradece a la diosa luna y al dios del cielo, y le promete a la Mujer Arco Iris dejar el libro en el templo de Ticul, para que los Hombres Sabios lo guarden en secreto de los hombres pálidos que vinieron con el sol, caminando sobre las grandes aguas.
Irán a visitar la casadel ave de plumas de oro.
Kan Imix Che sabe que la mujer que ama y lo ama leerá su obra en el Templo Oculto y la sonrisa clara del rostro que lo deslumbra le llegará, llenándolo de alegría.
Se embriagarány volverán a nuestras manos.
Sabe que debería escribir sobre la grandeza de los dioses del Ma’ya’ab; guardar, para los que vendrán, las relaciones de los hechos de los gobernates de su tiempo; registrar la malicia de los hombres claros, la muerte y el dolor de los suyos.
Las flores del tiempo de la lluvia,fragantes flores,
Pero, de manera clara, entiende que la mejor manera de hablar de su tiempo y de su gente; que la mejor forma de homenajear a los dioses; que el mejor testimonio de su época que puede dejar escrito es éste poema inspirado por Yatziri, la querida de Ix Chel, Señora del Amor; su flecha radiante, su princesa.
abrirán sus corolasdonde anida el ave que te nombra.
Hoy es doce de julio del año del Señor de mil quinientos sesenta y dos, y en Maní arde la hoguera en la que se quema todo registro de la cultura maya; en el Auto de Fe con el que concluye el proceso de inquisición que inició Fray Diego de Landa.
«Hallámosles gran número de libros de estas sus letras, y porque no tenían cosa en que no hubiese superstición y falsedades del demonio, se los quemamos todos, lo cual sentían a maravilla y les daba pena», dijo el franciscano; mientras los hombres del Alcalde Mayor escarmientan a los señores de Pencuyut, Tekit, Tikunché, Hunacté, Maní, Tekax y Oxkutzcab, por su reticencia a abrazar la nueva fe y a olvidar a sus dioses paganos.
Que te pongan los collaresde flores del tiempo de la lluvia.
Hoy es el mismo día que también es diez Etz’nab Tzolkin, dieciséis Kumk’u Haab y Kan Imix Che está sentado, inmóvil junto a quienes observan la hoguera. La expresión de su rostro es indefinible y es la última muralla de orgullo que puede imponer a los extranjeros. Aguanta, sin pestañear —ninguno de ellos lo hace― los lengüetazos de fuego que le acarician la cara a pesar de la distancia que lo separa del centro de la plaza y la pira en la que arden toneladas de libros, figuras de los Señores del cielo, altares, estelas y vasijas. No puede respirar y algo como un puñal le atraviesa la garganta y lucha por no estallar en llanto. Sabe que del otro lado, hoguera de por medio, está Yatziri. No se anima a buscarla con la mirada, de pura vergüenza.
Sólo con nuestras floresnos alegramos.
El poema está allí y se consume. Los pigmentos de las tintas colorean las llamas; y el humo se pierde en la dirección en que vinieron los hombres que ahora están borrando la memoria del Yucatán.
Sólo con nuestros cantosmuere nuestra tristeza.Mi esposa. Mi mujer amada
Kan Imix Che sabe que nadie nunca sabrá de ese amor que él creyó símbolo de su cultura y expresión de su historia y de sus dioses y que él morirá, que Yatziri morirá, que no habrá hijos e hijos de hijos que lo recuerden; que, de alguna manera, él y su esposa y su gente están muriendo en esa hoguera. Las llamas distorsionan el último y exquisito glifo del poema. Sus brillantes colores se confunden en un negro de humo que ahora es ceniza y ahora es nada.
Acacio, bibliotecario, inventor de la nada
Daniel Frini
El silencio domina la tarde calurosa en el monasterio eutiquiano de Deir Mar Takla, a orillas del Éufrates, en un día del año que siglos más tarde será conocido como setecientos cuarenta después del natalicio de Jesús el Cristo.
Acacio es un hombre inteligente y lector ávido de los textos griegos y árabes que enriquecen la biblioteca a su cargo, lo que le ha conferido un merecido prestigio de hombre sabio y santo.
Pasó los últimos meses abstraído en una idea apasionante, sugerida por los libros, que lo sobresalta y emociona. Hace semanas que duerme poco y nada, descuida las oraciones, apenas come y se muestra distraído y ausente. Sólo esta mañana compartió su razonamiento con los otros diez monjes, mientras comían unos mendrugos de pan ácimo, y agitó la atmósfera tranquila y centenaria de los claustros ganados a la roca. La respuesta, tal como lo esperaba, ha sido de duda, en el mejor de los casos, y de escándalo en la mayoría. Sólo el abad se mantuvo callado y meditando las palabras del bibliotecario.
Ahora, en el tiempo quieto que sigue al mediodía, Acacio decide que una buena manera de ordenar sus pensamientos es ponerlos por escrito.
Está en su kalbbia y, por el ventanuco abierto en la piedra, mira sin ver el horizonte árido, más allá del río. En un gesto mecánico, con su mano, limpia el palimpsesto sobre el que va a trabajar. Hunde el kálamos en el recipiente con tinta —hecha por el hermano especiero con leño de espino, nuez de agalla, piedra negra, miel, vino y vitriolo azul—, escurre el sobrante y lo dirige a la superficie, detiene su mano en el aire durante un segundo, dudando, y finalmente escribe:
«¿Por qué, mi Señor y Dios, me es dado hacerme esta pregunta? ¿Es el Gran Enemigo quien quiere hacerme pecar dudando de Tu Sabiduría? ¿Me he dejado ganar por la soberbia? Si has querido que algunos conocimientos permanezcan vedados a los hombres, ¿por qué encuentro que mi reflexión no es equivocada?
He conocido el ingenio sutilísimo que poseen los sabios de la India, con el que superan a los demás pueblos en aritmética y geometría, el mismo que heredaron los infieles muslimes: un valioso método de calcular, que sobrepasa toda imaginación, de manera tal que parece cosa de magos o demonios; y que manifiestan mediante nueve signos, con los que pueden indicar cualquier grado de magnitud, desde Tu Unicidad hasta la cantidad total de días de la Eternidad».
Un carraspeo lo detiene. Acacio gira la cabeza y se encuentra con la figura diminuta y encorvada del abad que se recorta en la puerta baja de la kalbbia.
―Bendiciones, hermano bibliotecario.
―Bendiciones, hermano abad
Acacio baja la cabeza en señal de sumisión y, aunque sabe por qué su superior está allí, pregunta con cortesía:
―¿A qué debo el honor de tu visita?
―Seré franco y directo, hermano. El Señor me ha dado la gracia inmerecida de una inteligencia que me permite apreciar el trabajo de hombres eruditos, como es el caso de los hombres del Panyab o de Bendosabora; o el tuyo propio, querido hermano. Me gratifico y sorprendo con la grandeza de Dios que ha negado Su Persona a los infieles, y sin embargo los ha iluminado para que con nueve trazos convenientemente ubicados resuelvan lo que ha sido un esfuerzo extraordinario para los latinos y nuestros padres griegos. Y está bien que así sea: nueve lunas necesita la madre para traer un niño a la vida, Parménides dice que el nueve es el número de las cosas absolutas, Porfirio dice, en sus Enneádes: «he tenido la alegría de hallar el producto del número perfecto, por el nueve»; nueve son las órdenes de los angeles, hay nueve clases de demonios y nueve piedras preciosas; nueve puertas permitían el acceso al kodesh ha-kodashim del Templo de Jerusalén; tres mundos hay―cielo, tierra e infierno— y en cada uno de ellos hay una tríada; por ello el nueve es el número que cierra el tercer ciclo a partir de la unidad, y con ello, la creación. Pero no entiendo, querido hermano, tu empecinamiento en decir que a los sabios que nos precedieron se les ha pasado algo por alto…
―Hermano abad, en mis meditaciones me he encontrado con cierta anomalía que es la raíz de mi desasosiego. Los Padres latinos enseñan que el Hijo de Dios volvió de entre los muertos al tercer día, y así lo aceptamos. Es nuestra fe que entregó su alma a la Misericordia del Hacedor el día viernes, que contamos como el primero; transcurrió el sábado, que es el segundo día, y resucitó para la Gloria del Padre y nuestra salvación eterna, el domingo, que contamos como el tercero. Sin embargo, tal forma de contar los días jamás me resultó clara y he dado con otra, que no hallo errónea: Jesús el Cristo murió a la hora nona del viernes. Y las horas transcurridas hasta la cuarta vigilia del domingo, cuando María de Magdala descubre el sepulcro vacío, hacen apenas un día y fracción; y no tres días como nos han enseñado nuestros Padres y profesamos en nuestro Símbolo de Fe, cuando decimos «Padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras». Ahora, hagamos el mismo razonamiento contando al revés: partiendo de la última vigilia del domingo hasta la última vigilia del sábado, contamos un día; pero la cantidad de horas desde la última vigilia del sábado a la hora nona del viernes, no hacen un día. Esto quiere decir —y esta es la clave de mi agonía― que hubo un tiempo en que no hubo días. Los nueve signos de la India no contemplan este dilema ¿es necesario un signo nuevo?
―Ni los hindúes, ni los muslimes mencionan nada acerca de este acertijo.
―Es verdad. Y sólo en Ptolomeo, en el sexto tomo de su Hè Megalè Syntaxis, he encontrado un símbolo al final de una cantidad para indicar un centenar; y no puedo saber si él llegó a la misma conclusión a la que he arribado, pues nada aclara sobre el tema, y si así fuera, su notación no ha sido utilizada otra vez.
―Pero Acacio, hermano; si tal signo existiese, debería ser un signo ideado por el maligno y contrario a la Voluntad del Señor.
―Eso me inquieta, hermano abad. Tal signo representa la ausencia de cantidad. Cuando deseo adicionar a cualquier cifra la ausencia de cantidad, el resultado es la misma cifra; en cambio, cuando intento usar la tabla de Pitágoras para hacer el producto, agregando a ella el signo de la ausencia; transformo cualquier cantidad en nada. Aún cuando repetí innumerables veces éste procedimiento no encuentro equivocación en mi razonamiento…
―¿Te das cuenta, hermano, de lo que propones? De existir tal signo, Acacio, sería arquetipo de la ausencia y paradigma de la nada. Tendríamos a mano el Poder del Señor para destruir mundos mediante un simple signo.
―Lo he visto. Y me asusta este descubrimiento. Ruego por que la Sabiduría de Dios me guíe y me indique el camino. ¿Qué debo hacer? ¿Dar a conocer mi descubrimiento a los sabios para que ellos también conozcan Su Poder y nos acerquemos a Él? ¿Debo ocultar lo que me ha sido permitido vislumbrar?
El Abad respeta la erudición de Acacio y lo admira; y no puede más que asombrarse de la lógica del razonamiento del santo. Él ha recorrido todo el Oriente defendiendo la doctrina de Eutiques en disputas cristológicas desde Nicea hasta Antioquía. Es un hombre capaz y sabe reconocer el poder inmenso que ha descubierto Acacio en el décimo signo. Y esto lo asusta más que los daimones, diábolos y espíritus impuros a los que ha vencido; más que Asmodai, Choronzon o Jaldabaoth.
Acacio, que aún no ha soltado el kálamos, baja su cabeza y cierra los ojos.
El abad, veterano de mil batallas contra el Indigno, se mueve rápido. Toma el instrumento de caña de la mano del monje y lo clava, con todas sus fuerzas, en la garganta del bibliotecario que no alcanza, siquiera, a sorprenderse. Minutos después, Acacio muere.
El Abad sabe que el peligro está aún latente: él mismo ha visto el fruto del Árbol del Conocimiento que le fue prohibido al Padre Adán y desea olvidar con toda la fuerza de su viejo corazón, pero entiende que no podrá hacerlo. Sabe, también, que en el futuro podría ser engañado por el Oscuro y persuadido a revelar el misterio. Entonces, toma el recipiente de tinta y bebe el contenido de un trago. Se acuesta en el suelo caliente del pequeño cuarto. Reza en voz inaudible pidiendo perdón. El calor de la tarde que se alarga hacia la noche lo adormece. Recuerda la melodía de una vieja canción que le cantaba su madre; y, aunque se empeña, no consigue recordar la letra. Luego, los venenos de la tinta apagan todo para él también.
Daniel Frini nació en Berrotarán (Córdoba, Argentina) en 1963. Es Ingeniero Mecánico Electricista. Fue redactor y columnista en revistas humorísticas del interior del país. En 2000 publicó el libro “Poemas de Adriana”. Colabora en varios blogs (”Químicamente Impuro”; “Ráfagas, Parpadeos”; “Breves no tan Breves”; “La Sonriente Cocina de Peloncha”; “Cuentos y Más”; “Educared-TamTam”; “La Oveja Negra”; “Antología Literaria”, “Poemia”, “La nave de los locos”; “BEM On Line”, “Cuentos inverosímiles”, “El Diario de Transilvania”, “Ficcionario”), en publicaciones digitales (”Axxón”, “Terrorzine” de Sâo Paulo, Brasil, y “miNatura” de La Habana, Cuba); y diversas revistas y periódicos en papel.
Ha sido publicado, eventualmente, en algunos otros blogs, ezines y revistas virtuales y publicaciones digitales: “Educared-TamTam”; “La Oveja Negra”; “Antología Literaria”, “Narrar en Córdoba”; “La nave de los locos”; “BEM On Line”, “Cuentos inverosímiles”, “Gambeteando palabras”; “El Eclipse de Gilleme Drake”; “Alquimia y Ciencias”, “El Diario de Transilvania”, “Ficcionario”; “Antología Literaria”; “Bibliófilos (Colombia); “Creatividad Internacional”; “Cuentos inverosímiles”; “Cuentos Rain”; “Ediciones Javisa 23”; “El Espejo de Tinta”; “El Hamster y Otros Cuentos”; “Ficcionario”; “Il sogno del Minotauro” (Italia); “Internacional Microcuentista”; “Kerlames”; “La Comunidad Inconfesable”; “La cueva del lobo”; “La lectora impaciente”; “La mar di storia”; “Las armas del reino”; “Obscuramente”; “Por sus texticulos los conocerán”; “Revista de Azahar” (Cádiz, España); “Tales of Mystery and Imagination”; “Tallandolápiz”; “Un cuento al día”; “Zona Literatura”; “Noticias Día x día”; “Aire Nuestro” (Club de Lectura de la Biblioteca Jorge Guillén, del Instituto Cervantes de Milán, Italia.); Minifiction Blog (USA); “La idea fija”, “Línea de crujía”, “Microfilias”, “Axxón”; “Micrópolis” (Lima, Perú); “Terrorzine” (Sâo Paulo, Brasil); “miNatura” (La Habana, Cuba), “Cronopio” (Bogotá, Colombia), “Thelunes” (Madrid, España); “Babelicus” (Roma, Italia); BEM on line (Madrid, España); “El Dinosaurios” (Colombia); “Lectures d’ailleurs” (París, Francia); “Fai Informazione” (Roma, Italia); “Tardes amarillas” (Santiago del Estero, Argentina); “Pegasus” (Milano, Italia); Penumbria (Chile); “Une auteure, des nouvelles” (Francia); etc
Y en publicaciones en papel; “El Litoral” (Concordia, Entre Ríos, Argentina); “Diario de los Poetas” (Buenos Aires); Suplemento “Enigmas” del diario “Noticias de Arequipa” (Arequipa, Perú); “Plesiosaurio Ficciones Breves” (Lima, Perú); “The Lunes” (Madrid, España); “La urdimbre” (Buenos Aires, Argentina) “La Luna de Pierrot” (Lima, Perú); “Atrapalabras” (Pergamino, Buenos Aires; Argentina); “Insolito e fantástico” (Milano, Italia.); “Río Revuelto” (Río Cuarto, Córdoba); “Manifiesto Azul” (España); Revista Cronopio (Medellín, Colombia); “Diario de la Región” (Resistencia, Chaco); “La Sirena Varada” (México), “El Rendar Revista Literaria” (Argentina); etc.
Integró, entre 2009 y 2014, el Grupo Literario Heliconia. Fue coordinador, entre 2011 y 2015, del Taller Literario Virtual “Máquinas y Monos” de la revista digital “Axxón”. Desde 2010 pertenece al Movimiento Poetas del Mundo. Desde 2013 participa en el Laboratorio Literario San Martín Lee. Desde 2016 es socio del CILSAM (Círculo Literario de General San Martín). Desde 2018 es Columnista de la revista “Educación Alternativa Un Vistazo” (Oaxaca, México) Desde 2019 es profesor en la Escuela de Escritores del Círculo Literario de General San Martín. Algunos de sus relatos y poemas han sido traducidos al inglés, francés, valenciano, italiano, portugués, húngaro y uzbeko.
Ha publicado en Axxón; en Ficciones: «SISENEG» EN «82 FICCIONES APOCALÍPTICAS» (nº 163), «LA MEDICINA ES UNA CIENCIA EXACTA» EN «FICCIÓN BREVE (49)» (nº 198), «A DIOS POR FERMAT» EN «FICCIÓN BREVE (CINCUENTA)» (nº 199), «RECHAZO» EN «FICCIÓN BREVE (CINCUENTA Y UNO)» (nº 200), «CI YACET PULVIS, CINES ET NIHIL» EN «FICCIÓN BREVE (CINCUENTA Y DOS)» (nº 201), «EL FANTASMA MÁS VIEJO» EN «FICCIÓN BREVE (CINCUENTA Y TRES)» (nº 202), «LEY DE LA CREACIÓN» EN «FICCIÓN BREVE (CINCUENTA Y CINCO)» (nº 204), «EL GUSLAR» EN «FICCIÓN BREVE (CINCUENTA Y OCHO)» (nº 209), OPERACIÓN «OPERACIÓN» (nº 211), «EL ÁNGEL TERRIBLE» EN «FICCIÓN BREVE (SESENTA Y DOS)» (nº 218), «SIEMPRE LLEGO TARDE A TODOS LADOS» EN «FICCIÓN BREVE (SESENTA Y SEIS)» (nº 228), «QIANGYAN WANG» EN «FICCIÓN BREVE (SESENTA Y SIETE)» (nº 231), «ÉRAMOS UN MILLÓN DE ANIMALITOS CIEGOS» EN «FICCIÓN BREVE (SESENTA Y OCHO)» (nº 233), IMÁGENES (nº 234), «TEORÍA DE LA EXTINCIÓN DE LAS ESPECIES» EN «FICCIÓN BREVE (SESENTA Y NUEVE)» (nº 236), «TROYANO EN EL CABALLO DE TROYA» EN «FICCIÓN BREVE (SESENTA Y NUEVE)» (nº 236), «LA BALADA DE DUIR Y SU AMOR GALANTE» EN «FICCIÓN BREVE (SETENTA Y SEIS)» (nº 264), «SUPONGO QUE OÍSTE HABLAR DE GREGOR SAMSA» EN «FICCIÓN BREVE (SETENTA Y SIETE)» (nº 265), «UNA ISLA HERMOSA PARA NAUFRAGAR» EN «FICCIÓN BREVE (SETENTA Y SIETE)» (nº 265), «DER RATTENFÄNGER» EN «FICCIÓN BREVE (SETENTA Y OCHO)» (nº 266), «LA FABRICACIÓN DE NAVAJAS EN TIERRAS DE LOS GIGANTES» EN «FICCIÓN BREVE (OCHENTA)» (nº 276), «RECOMPENSA A LOS ACTOS DE ESTÚPIDA BONDAD» EN «FICCIÓN BREVE (OCHENTA)» (nº 276), «TWISTER» EN «FICCIÓN BREVE (OCHENTA)» (nº 276), USOS PRÁCTICOS DE LA FE. EJEMPLO 3 (nº 300), USOS PRÁCTICOS DE LA FE. EJEMPLO 4 (nº 300), BARCO EBRIO (nº 301), SONATA PARA UN MUNDO NUEVO (nº 301), LAS PROFECÍAS EN EL ESPEJO (nº 302).