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¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

Archivo de la Categoría “204”

PERÚ

—Por nuestra soberanía, por nuestro espacio vital, por nuestros recursos y por nuestro suelo, por nuestros hijos…

Nikolai apoyó una mano en el vidrio de la ventana. Estaba en un tercer piso así que desde allí podía contemplar las filas de soldados y pilotos, alineados casi con precisión matemática frente al General Superior de las Fuerzas Armadas. Éste estaba pronunciando su discurso final antes de partir con todas sus tropas a la Guerra, pero Nikolai sólo lo escuchaba a medias. Él no era militar sino ingeniero, junto a un centenar de personas había diseñado los sensores y sistemas de navegación que llevaban dentro los aviones bombarderos, no había nada en el discurso del General que le importara en lo más mínimo.

—… se ha negado un acuerdo, han ofendido nuestros principios, han llamado a la violencia…

Nikolai lanzó una carcajada. La hipocresía del discurso era tal que no sabía si empezar a reírse como un loco o echarse a llorar. Apoyó la cabeza en la ventana, mirando al suelo, casi con los ojos cerrados.

Los aplausos y vítores de los soldados lo hicieron despertar. Cuando volvió a observarlos, todos ellos, con el General Superior al frente, se dirigían a sus vehículos y se alistaban para partir.~

Vio elevarse los aviones con su cargamento de muerte antes de dar media vuelta y salir del cuarto. También era su momento de irse.

Habían sido prisioneros de su propio Gobierno. Prácticamente los habían secuestrado de sus casas y los habían arrastrado hasta la Base de las Fuerzas Armadas, ubicada en medio de un arenal gris, vacío. Un día él estaba cómodamente ocupado en sus asuntos y al siguiente, encerrado en un sótano junto a decenas de ingenieros y científicos, todos llevados allí a la fuerza.~

Los obligaron a prestar sus servicios y su conocimiento para la Guerra. Nikolai intentó oponerse, ya sabía que esa Guerra era un suicidio masivo, pero tuvo que firmar para la milicia un contrato de trabajo por tiempo ilimitado con un fusil apuntándole a la cabeza.~

La Base se convirtió en su prisión. Por cuatro años había compartido el cuarto y el baño con una docena de personas, soportado las continuas amenazas, aguantado la mala comida, los horarios de trabajo extenuantes, la vigilancia constante. Había perdido diez kilos y envejecido diez años. Se veía y actuaba como un mendigo, costumbre adquirida tras meses de soportar el desprecio de los militares y el abuso de poder. Estaba exhausto, pero al menos, la pesadilla llegaba a su fin.

El día anterior los habían puesto en libertad. Nikolai caminaba por los desiertos pasillos, por primera vez en mucho tiempo sabiendo que nadie lo observaba. Se sintió tan feliz que empezó a silbar.

Fue al baño y se afeitó la barba con la maquinilla que había robado la noche anterior. Ya había habido bombardeos antes de su arresto y las cosas iban empeorando con el tiempo. Las ciudades eran destruidas y los bosques incinerados. Los Estados se iban a la ruina por mantener una lucha absurda mientras la gente moría de hambre frente a sus narices. ~

Se lavó la cara y salió.

El laboratorio Nº 4 había sido su área de trabajo desde que llegó a la Base. Sus instrumentos aún estaban sobre la mesa, los miró y, de un manotazo, los arrojó al suelo. Era su manera de despedirse.

Abrió la puerta del fondo y entró a una habitación más pequeña. Dentro estaba la cabina de un avión pintada de azul acero.

Larry había sido un reconocido científico y profesor de Nikolai en la universidad. Ambos habían sido arrestados con pocos días de diferencia. Si a Nikolai lo habían sorprendido almorzando, a Larry lo habían sacado de su casa descalzo y en ropa de dormir.~Tenía motivos de sobra para sentir un profundo odio hacia los militares y apenas puso un pie en la Base, empezó a maquinar cómo escapar de allí.

Nikolai había sido su única persona de confianza. No le habló de su plan de escape hasta que el diseño estuvo completo, varias semanas después.

—Mira, muchacho —le dijo una noche, en un rincón oculto del laboratorio, alumbrados por un encendedor de plástico —, esto es lo que he estado diseñando: un vehículo que nos sacará de aquí sin que ninguno de esos miserables pueda detenernos.~

Nikolai miró con desconfianza el cuaderno que Larry le mostraba. Él sabía que si se atrevían a hacer cualquier cosa a espaldas de los militares, los fusilarían sin piedad. Incluso el estar cuchicheando escondidos cuando deberían estar durmiendo era más que suficiente para que los mataran a culatazos. Los apuntes de Larry llenaban más de medio cuaderno de complicados diagramas y ecuaciones matemáticas.

—Es una locura, Larry, aunque reclutáramos a toda la gente…

—No seas terco ¡demonios! —lo interrumpió irritado— He hecho mis cálculos de una forma muy precisa, y entre dos personas, con los materiales que disponemos aquí… ¡Deja de negar con la cabeza, maldita sea, y escúchame! Te digo que no nos tomará más que un par de años terminar este vehículo y escapar de este lugar ¿Crees que es mucho tiempo? La Guerra durará mucho más que eso y fácilmente pueden pasar diez, quince años antes de que dejen de necesitarnos ¿Y crees que nos dejarán ir? ¡Claro que no! Esta banda de asesinos nos enterrará vivos en una fosa antes. ¿Sigues sin creerme? Yo ya soy un viejo y me niego a morir en sus manos. Si no me ayudas, lo haré yo solo ¡joder! y dejaré que te pudras en este lugar.

Ante semejantes palabras, Nikolai se sintió obligado a examinar el cuaderno con más cuidado. Según lo que decía, ese vehículo debería ser capaz de aumentar su aceleración exponencialmente en fracciones de segundo.

—Esto es imposible —murmuró— aquí dice que esto puede viajar a casi la velocidad de la luz.

—¿Imposible, dices? Te irás al infierno por incrédulo. ¿Soy o no soy uno de los mejores físicos del país? Entonces, si yo digo que es posible, es posible. ¡Deja de mirarme con esa cara de azorado de una condenada vez! —exclamó, casi olvidando que debían hablar en voz baja—~ ¿Es peligroso? Definitivamente. Si nos descubren, esos malnacidos se apoderarán de mi diseño y nos mandarán a ambos a la horca. Ninguno de nosotros pidió estar aquí y trabajar para ellos, entiende eso muy bien. Yo no quiero que esto sirva para la guerra —respiró e hizo una pausa—. Hijo, sólo te pido que confíes en mí y me ayudes mientras trabajo en esto. Te prometo que yo cargaré con toda la responsabilidad si nos atrapan.

Nikolai finalmente accedió. Durante casi tres años ambos construyeron el acelerador exponencial ocultándolo en la cabina de un pequeño avión. Para justificar el tenerla en el laboratorio dijeron que la usarían para probar sus sensores, e incluso así lo hicieron. Los demás investigadores probaban sus aparatos en la cabina sin saber que, ocultos, estaban los circuitos y reactores que iban construyendo Larry y Nikolai. Ambos fingieron, más de una vez, estar trabajando en un nuevo radar o un nuevo detector infrarrojo sólo para no levantar sospechas. Tal fue su celo que nadie jamás supo nada.

—Es un motor de propulsión iónica muy especial —le explicó Larry—. Utiliza el oxígeno presente en nuestra atmósfera y lo hace reaccionar para disociarlo en iones ¿estás escuchándome?

—Perdón.

—Eso es justamente lo que hará que nos fusilen a ambos.

Ilustración: SBA

Nikolai bajó la cabeza, avergonzado y también preocupado. Larry a veces parecía demasiado confiado. Además ignoraba si existían más planes de escape detrás de toda esa tecnología militar.~

Pero discutir con Larry era inútil. Siempre había sido demasiado terco.

Además no había motivos para discutir.

El acelerador estaba casi listo cuando Larry cayó gravemente enfermo. Los soldados lo confinaron a una sala aislada donde esperaban que se curara o muriera. Nikolai casi tuvo que suplicar de rodillas para que le permitieran verlo. Ya de antemano sabía que Larry no sobreviviría. Las duras condiciones en la Base lo habían convertido de un anciano enérgico a un mero despojo humano.

Cuando Larry vio a Nikolai le hizo jurar que terminaría el acelerador siguiendo las instrucciones del cuaderno que ambos mantenían oculto. Le hizo prometer que no daría ninguna información a los militares, que antes se tragaría el cuaderno si era necesario y que se pegaría un tiro antes que revelar el secreto.~

Nikolai asentía con la cabeza como si fuera un robot, no quería pensar en lo que sucedería si los militares llegaban a sospechar algo. El que le hicieran hablar sería demasiado fácil.~

—Perdóname hijo, no quería dejarte solo con esta gente. Esos desgraciados me quitaron lo último que me quedaba. Olvídate de todo y promete que huirás tan lejos como puedas.

Nikolai volvió a asentir con la cabeza, pero esta vez entendiendo lo que Larry le decía. No quería hacerle notar el nudo que tenía en la garganta.~

Una hora después murió en sus brazos.

Desde ese día Nikolai continuó solo con el plan de escape, pero fue por la promesa que hizo, pues desde la muerte de Larry no sentía deseos de huir. No tenía a dónde huir. En su familia eran pacifistas confesos y los únicos destinos para los pacifistas eran la cárcel, el manicomio o la fosa común. Localizarlos era imposible, y lo más probable era que ya estuvieran muertos. Su promesa fue lo único que le impidió caer en la tentación de escupirle la cara a un soldado y recibir un balazo.

Nikolai entró en la cabina. El asiento era suave y cómodo, mucho mejor que su catre en la Base. Puso a un lado el cuaderno de Larry y encendió el aparato.

Ya hacía meses que lo venía planeando: escapar en medio de la noche atravesando el techo. Ignoraba si la cabina aguantaría tal impacto, pero poco le importaba. Era mil veces preferible destruir el acelerador y morir a dejárselo a los militares. Ahora no necesitaba escapar de noche, pero de todos modos se llevaría su aparato consigo.~

Si Larry estaba en lo cierto, el acelerador alcanzaría la órbita de la luna en apenas dos segundos, si es que no se despedazaba antes. Era suficiente para ponerlo fuera del alcance de cualquier ejército, pero él tenía en mente otra cosa.

Lo encendió. Esperó a que el motor de iones cargara. Cogió el control de despegue, lo presionó y lo soltó. No había oído ninguna explosión, pero definitivamente algo había ocurrido.

Estaba en el espacio.

Contempló las estrellas, hipnotizado. Desde la Base el cielo permanecía nublado la mayor parte del año. Entonces supo lo harto que estaba de las ventanas enrejadas y los vidrios polarizados. Movió las palancas de mando y dirigió su pequeña nave en veloz órbita alrededor de la Tierra.

Su idea era en extremo simple: ya que la nave podía acelerar a un 99% de la velocidad de la luz, jugaría un poco con la relatividad. A esa velocidad, lo que serían minutos para él equivaldrían a años enteros en la Tierra, y de eso se trataba: viajar a un tiempo futuro, cuando la Guerra ya hubiera terminado. Se basaba en algo repetitivo a lo largo de la Historia:~después de cada desastre o conflicto armado, siempre venía un periodo de reconstrucción y luego la humanidad seguía adelante. Él quería llegar a este periodo, sin bombardeos, sin ejércitos, sin toques de queda ni presos políticos. Sólo poder llevar una vida tranquila y olvidarse de que había sido un prisionero forzado a servir a una banda de asesinos.

Decidió adelantar diez años, así que aceleró y empezó a contar los segundos. Tenía combustible para varios días pero calculó que sólo sería necesario para unos minutos, los cuales representarían varios siglos en la Tierra. En cuanto hallara una época que le gustara, destruiría su aparato.

Dejó de contar y desaceleró. Movió las palancas y bajó al límite de la troposfera; atravesó el techo de nubes y observó.

—Una década de destrucción no les ha bastado —se dijo, al notar explosiones a lo lejos. Abajo, pequeños grupos de soldados se enfrentaban con los uniformes hechos jirones, matándose a cuchilladas y bayonetazos. Varios kilómetros más allá, en medio de ciudades reducidas a escombros, decenas de personas se disputaban a pedradas la única fuente de agua limpia, los últimos restos de comida.~

Nikolai adivinó lo que ocurría: la Guerra continuaba aunque ya no había con qué mantenerla. No había armas, ni materiales para construirlas; no había alimentos, ni ropa o suficiente agua potable. Y la gente se peleaba por lo poco que quedaba como buitres ante la carroña.

—No tiene sentido —pensó indignado.

Cambió de rumbo. Fue a Sudamérica y vio que la selva del Amazonas no era más que una gran mancha negra, carbonizada. Un poco más al sur la gente, impulsada por el hambre, se mataba entre sí por los últimos palmos de terreno cultivable. Dio la vuelta al planeta y vio a la mitad de Europa con cicatrices de horrendos bombardeos. Hacia Rusia la lucha era tan feroz que los combatientes parecían no notar que peleaban sobre colinas enteras de cadáveres. Las costas de África estaban cubiertas de peces muertos y su interior de animales en descomposición. Las aldeas eran regueros de sangre. Más al este, en Asia, multitudes de enfermos y mutilados se refugiaban en los restos de sus ciudades o eran masacrados por ejércitos renegados.~

Nikolai lo observó todo repitiéndose que esa no sería la época en la que se quedaría.

Entonces, a lo lejos, a varios cientos de kilómetros, hacia el norte, brillaron unos destellos.

Los reconoció al instante.~

—No… ¡Imbéciles!

Eran explosiones atómicas.

Elevó su vehículo algunos cientos de metros. No entendía el motivo de detonar esas cosas.

—¿Qué están haciendo? —gritó— ¿Qué están haciendo, estúpidos?

Empezó a golpear su asiento con los puños. Seguían destruyendo cuando ya no había qué destruir.~

—No lo entiendo.

No quiso saber más: intentando calmarse, recargó el tanque de oxígeno y subió nuevamente al espacio.

Aceleró. Esta vez adelantaría cincuenta años.~

Repitió la cuenta anterior cinco veces ayudándose con los dedos mientras observaba el velocímetro.~

Terminó de contar, desaceleró y volvió a la troposfera.

Desde donde estaba, podía dominar el horizonte hasta cientos de kilómetros en la distancia. Pensó estar sobrevolando un enorme desierto. La tierra estaba agrietada y seca, los mares y los ríos tenían un repulsivo color a herrumbre, y por ningún lado se veía a algún ser vivo.

—¿Es que acaso lo han destruido todo? —pensó con temor.

Bajó hasta una distancia de trescientos metros del suelo, buscando alguna señal de vida. Dio varias vueltas alrededor del planeta y al no ver nada, continuó descendiendo hasta que pudo notar cómo el polvo se arremolinaba antes de ser llevado por el viento.~

Entonces oyó el pitido de una alarma. Miró los controles cerca de su mano izquierda y descubrió que el contador Geiger, cuyo sensor estaba sobre el techo de la cabina, se estaba volviendo loco. Nikolai ascendió rápidamente hasta que la alarma dejó de sonar.~

—Realmente pensaste en todo, Larry —dijo, intentando no llorar.~

No esperaba encontrar algo así: una Tierra tan contaminada, tan radiactiva, que nada había podido sobrevivir en ella. Y lo peor era saber que él era el último ser vivo en su superficie.

Lanzó un gemido y ocultó su rostro entre sus manos sin saber qué hacer. Ni siquiera quiso pensar en la posibilidad de que el interior de su nave estuviera contaminado también. La muerte por envenenamiento radiactivo era algo horrible, pero era más seguro que moriría primero de hambre y de sed.

—¿Qué voy a hacer ahora?

Su nave se movía por inercia en línea recta. Levantó la vista y vio el inmenso desierto que se abría a su paso, y luego un océano de agua negra.

En ese momento, Nikolai decidió que ese paisaje muerto no sería lo último que vería antes de que él también muriera.~

Hizo funcionar el recargador del tanque de oxígeno. Cuando estuvo lleno, ascendió velozmente. En menos de un minuto había dejado la Tierra atrás.

Iría tan rápido y tan lejos como se lo permitiera el acelerador. La relatividad estaba de su parte: si aceleraba lo suficiente, lo que sería un segundo para él serían miles de millones de años para el resto del Universo. Podría ir hasta el borde mismo del Espacio si es que su nave no se desintegraba en el intento.

99%, 99.9%, 99.99% de la velocidad de la luz y seguía acelerando, entonces el motor empezó a vibrar y a quejarse. El espacio se llenó de alargados destellos y, en lo que para él fue un minuto, dejó atrás a la Vía Láctea y a la galaxia de Andrómeda. Los destellos desaparecieron y, en su lugar, manchas borrosas de luz iban quedando atrás. Un cuarto de hora después ya estaba más allá del Grupo Local de galaxias. Y a una hora de su partida de un planeta que ya no existía, se adentraba en el espacio profundo.

A lo lejos distinguió puntos luminosos. No podían ser estrellas ya que éstas sólo existen dentro de las galaxias, así que sólo podían ser eso: galaxias.

Entonces vio cómo los puntos empezaban a moverse. Esas galaxias estaban muy lejanas, tan lejanas que él debería verlas inmóviles, pero empezaron a alejarse entre sí.

—Es increíble —murmuró, maravillado.

La distorsión del tiempo era tal que estaba viendo al Universo evolucionando. Estaba siendo testigo de la mismísima Expansión.

—¡Esto es increíble!

Las galaxias se alejaban cada vez más rápido. Nikolai las vio parpadear, brillar intensamente y luego apagarse con lentitud. De la oscuridad aparecían más luces que reemplazaban a las que desaparecían, pero a cada minuto eran más escasas. Tuvo que aceptar que era el mejor juego de luces que había visto en toda su vida.~

Forzó el motor un poco más. Estaba a una millonésima de alcanzar la velocidad de la luz. Quería ver más galaxias luciéndose, quería convencerse de que no todo era odio y muerte.~

De pronto se preguntó cómo se vería su nave desde fuera. ¿Quizás como un punto brillante de color azul?

—El Universo será frío y vacío —pensó al recordar que ya no había nadie para verla—, todo se alejará para siempre.

Pero antes que tuviera tiempo de entristecerse, aparecieron nuevas luces en la distancia.

Las observó casi sonriendo, hasta que notó que estas luces se estaban acercando.

No podía creerlo, el Universo parecía haberse volteado, ahora se estaba contrayendo.

Observó con la boca abierta cómo las tenues luces, cada una correspondiente a una galaxia envejecida y moribunda, iban llenando la oscuridad.

El motor empezó a humear, Nikolai lo ignoró. Ya podía distinguir la forma de cada una de las galaxias, las cuales se acercaban a una velocidad aterradora. Unos segundos más y estaba dentro de una de ellas y podía distinguir estrellas individuales. Medio minuto después empezaron a iluminar la pequeña nave azul como lo habría hecho la luna llena terrestre. Nikolai tuvo que recordarse que no estaba de regreso en la Tierra.

Pasaron cinco minutos y la luz fue tal que creyó estar sentado en el jardín de su casa, bajo el sol, tal como lo había hecho billones de años atrás.

Entonces notó que ya no oía el traqueteo del motor del acelerador, volteó y descubrió que estaba apagado. No entendió cómo podía seguir moviéndose a tal velocidad hasta que vio frente a él, a millones de kilómetros delante, al Centro de Atracción Absoluta, a donde estaba siendo arrastrada toda la materia existente.

Eran los últimos instantes del Universo, el calor se estaba haciendo sofocante y en menos de un segundo todo se contraería hasta un punto de densidad infinita.

Pero una diezmilésima de segundo antes de ser incinerado y tragado por la gravedad, Nikolai lo comprendió todo.

El Universo es cíclico.

Después de este aparente final, habría otra Gran Explosión y todo empezaría de nuevo.

La materia volvería a crearse y sería lanzada, y un nuevo Espacio y Tiempo serían creados.

Y habría otra Tierra, y otra Humanidad.

Y de algo estuvo completamente seguro: esta vez harían las cosas mejor.

 

 

Yelinna Pulliti Carrasco nos informa sobre sí misma: «Soy de Lima, Perú; nací el 24 de septiembre de 1980, estudio ingeniería electrónica y me apasionan los cuentos de suspenso, terror y ciencia ficción; después de leer montones de ellos en internet decidí escribir los míos. He escrito varios poemas y artículos pero todos publicados en mi propia web. Al escribir cuentos quiero jugar un poco con aquello que es más odioso en la naturaleza humana; esto ya es influencia de los cuentos que he leído donde los personajes eran asesinos indiferentes y desalmados, etc».

Hemos publicado en Axxón: UNA TAREA ESCOLAR (140), EL ASTEROIDE (143), EL DIOS BUITRE (186)

 


Este cuento se vincula temáticamente con EL CAOS REPTANTE, de H.P. Lovecraft y Elizabeth Berkeley, 82 FICCIONES APOCALÍPTICAS, de Varios autores, EL FIN DEL MUNDO, de José Carlos Canalda, QUE DIOS Y LA PATRIA, de Marcelo Di Marco.

 

Axxón 204 – enero de 2010
Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia-Ficción : Distopía : Futuro Apocalíptico : Viaje Interestelar : Perú : Peruana).