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ARGENTINA

 

 

Una autora casi olvidada

 

 


Zenna Henderson

Supongo que todos los que estamos en la Ciencia Ficción conocemos a Zenna Henderson (1917 – 1983). Para aquellos que no, baste decir que era una maestra de primaria que vivió y ejerció en Denver, Colorado, Estados Unidos, durante el siglo XX.

Pero asimismo fue la creadora no sólo de cuentos de Ciencia Ficción, sino también de un Universo que los contenía a todos (salvo que haya un caso «ajeno» que yo no conozca). Una obra única que merecería rescatarse pero que parece haber entrado en un injusto cono de sombra.

Sus cuentos están repartidos en antologías y en una «unificación» publicada por Minotauro, no recuerdo la fecha[1]. Se titulaba «Peregrinación, el Libro del Pueblo» y contenía cuentos como capítulos de una «novela» que aparecían insertos en una anécdota mayor.

El cine sólo se acordó de ella en un telefilme llamado «The People» (John Korty, 1972) que aquí se conoció como «Un Mundo extraño», donde unificaba en su guión personajes y situaciones de distintos cuentos, sin ser demasiado fiel a los originales de la autora.

Quizá ninguno de los productores de «Game of Thrones» sabía de la existencia de Zenna Henderson; de otra forma habrían tenido material de sobra para otra serie.

 

 

 

El Universo de Zenna

 

 

Según este Universo, había un planeta que sus habitantes llamaban «La Morada». Estos habitantes eran humanoides y poseían no sólo poderes telepáticos, sino que eran capaces de volar, tenían poderes telequinéticos, podían materializar la luz y otras facultades extraordinarias para nosotros, pero habituales para ellos. Incluso cuando iban a morir sentían, días antes, «la Llamada» y así podían poner sus cosas en orden para lo que consideraban sólo un regreso a Dios quien los había enviado a la Morada.

Aun así, cuando alcanzaban cierta edad, se desarrollaban en ellos poderes adicionales pero diferentes para cada uno llamados «Dones»; algunos podían manipular metales, otros podían comprender la naturaleza del cuerpo y facilitar la cura de males, otros eran capaces de manejar las fuerzas biológicas, etc. Esas «especializaciones» no eran elegidas por ellos, sino dictadas por La Presencia, nombre que le daban a Dios.

Tales poderes, los comunes y los Dones, parecían no haber formado parte siempre de la naturaleza de estos humanoides, sino que fueron adquiridos en un momento de su historia que yo no puedo precisar (no he leído el cuento, si lo hubo); así su civilización, que había alcanzado un nivel tecnológico avanzado, fue retrocediendo hacia una cultura aldeana bucólica, con su simplicidad y sus ritos sociales.

Sus autoridades eran «Los Viejos», una especie de «Concejo Planetario» que se realizaba periódicamente por telepatía y que estaba conformado por la persona de mayor edad de cada aldea (al parecer ya no había ciudades, si alguna vez las hubo). Y como la vida en el planeta no presentaba demasiados sobresaltos, ese «Concejo» se «reunía» muy pocas veces.

Así las cosas, en un momento La Presencia les envió un Vidente en forma de un niño cercano a la adolescencia, nieto de la Vieja de una aldea. Ese Vidente les hizo saber que la Morada estaba condenada a la desintegración y que ellos debían recuperar, de sus memorias ancestrales, la forma de construir naves espaciales para buscar una Nueva Morada.

Todos los habitantes del planeta se dedicaron a construir las naves gigantescas y partieron con distintos rumbos en el espacio, conviniendo en que quien encontrase la Nueva Morada les avisaría a los demás para que pudieran reunirse.

Una de esas naves llegó a la Tierra en la segunda mitad del siglo XIX y se destruyó al rozar la atmósfera. Algunos humanoides murieron (entre ellos el Vidente) y los demás aterrizaron en cápsulas salvavidas; pero sólo dos Grupos consiguieron mantener la unidad y el resto fueron familias o solitarios que se dispersaron por lo que fue el Oeste Norteamericano de aquel entonces.

Cuando los terrestres —aldeanos que vivían en la zona de aterrizaje— los vieron ejerciendo sus poderes, los acusaron de brujería y los persiguieron, matando a algunos. Los sobrevivientes comprendieron que debían ocultar sus facultades si querían sobrevivir.


Tapa de «Peregrinación, el Libro del Pueblo»
(Minotauro, 1975)

Así pasaron tres generaciones, con algunos sorprendentes mestizajes entre humanos y humanoides. Los descendientes se fueron reencontrando y, sin dejar sus lugares de residencia, retomaron el contacto que anhelaban sus padres y sus abuelos. El siglo XX les deparó mayor tolerancia y algunas alianzas, no obstante, siguieron disimulando su naturaleza ante los nativos terrestres.

Hasta que un día llegó una Nave de otro de los Grupos emigrados, anunciando que habían encontrado la Nueva Morada. Hacia allí partirían algunos, pero otros permanecerían en la Tierra por considerar a ésta, después de tres generaciones, su auténtica Morada.

 

 

 

Un detalle que «hace ruido»

 

 

Hay que reconocer en los extraterrestres creados por Zenna Henderson una gran originalidad, en tiempos en que otros autores imaginaban los visitantes de otros mundos como monstruos agresivos. Si bien ya el Klatuu de «El Día que paralizaron la Tierra» (Robert Wise, 1951) había anticipado una forma diferente de visitante, no era lo habitual.

Lo extraño es que estos extraterrestres tengan nombres terrestres; no desde que llegan a la Tierra, sino desde su planeta de origen, cuando se supone que desconocían hasta la existencia de nuestro planeta. Es un detalle «aldeano» de la autora, pese a que le da nombres extraterrestres a casi toda la flora y la fauna de la Morada.

Es un detalle que cuesta cuando se habla de los recién llegados, pero finalmente se acepta en las subsiguientes generaciones.

 

 

 

Los Dones Terrestres

 

 

La misma autora, en el prólogo a su cuento «Diluvio» (1963) reconoce que los integrantes del Pueblo (los extraterrestres) son de su invención, pero sería agradable que fuesen reales y no descarta que alguna vez la raza humana pueda ser como ellos.

De hecho, considero altamente improbable que tengamos poderes telequinéticos, telepatía, facultades de manipulación de la luz y otras características de estas criaturas. Que algunos humanos hayan podido, en forma asistemática e imprevisible, ejercer facultades similares no es señal de una futura mutación.

No obstante, hay un factor que sí nos aproxima a ellos y es el relativo a los Dones ya mencionados antes. En el Universo de Zenna Henderson es la Presencia (o sea, la Divinidad) quien determina el Don que se asigna a cada uno. Eso el Pueblo no lo cuestiona y lo acepta como es.

Curiosamente los humanos tenemos esa misma facultad, sólo que no tan espectacular como la gente del Pueblo. Aquí la llamamos «Vocación» y es para aquello que secretamente Dios nos ha preparado para ser. Algo que se traduce en un refrán chino: «Encuentra un trabajo que te guste y jamás trabajarás».

En el Talmud se cuenta que una madre consultó al Rabino sobre el destino de su hijo recién nacido. Este Rabino, tras hacer la carta astral, informó que el niño tendría mucha afinidad por la sangre; por tanto sería un carnicero Kosher o un… asesino.

Es evidente que todos nacemos con un Destino para nuestra vida en la Tierra, un Destino que no es tan fácil de descubrir para nosotros como lo es para el Pueblo. Aun así, es posible detectarlo si se trabaja con honestidad.

Lamentablemente muchos Destinos son cuestionados desde el punto de vista social, económico y/o cultural, lo que lleva a presiones para cambiarlo por otro más «acorde» a las expectativas sociales, culturales, económicas, etc.

Así es como se contraría nada menos que una Orden Divina, que podría haber sido un gran bien para la comunidad. Entonces, según el carácter y la formación de cada ser humano, éste pelea por ese Destino a veces pagando un precio personal muy alto… o lo abandona para cumplir con dictámenes ajenos. De esa forma, ese Destino tarde o temprano se pervierte y, como en el ejemplo del Talmud, puede derivar en algo indeseable.

Creo que Zenna Henderson, maestra por vocación, aprovechó su historia para justificar los Dones y los Destinos humanos. En sus historias el Pueblo ya no puede vivir como vivía en la Morada, pero en tanto esté lejos de miradas indiscretas, no se privan de ser lo que son, aquello para lo que han nacido.

Quizá los humanos deberíamos hacer otro tanto, una forma no sólo de ser más parecidos a estos nobles seres, sino también de respetar el Don que Dios nos ha regalado.

 

 


 

NOTAS

 

NOTA 1: Se publicó por Minotauro en 1975.[Nota del editor] [VOLVER]

 


Fernando José Cots Liébanes, escritor, guionista de teatro y cine, cineasta, docente nacido en Córdoba, Argentina, el 1º de Junio de 1950. Es Licenciado en Cinematografía, 1989, recibido en el Departamento de Cine y TV, Escuela de Artes, Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba.

De sus ficciones, hemos publicado en Axxón: QUILINO, CARACOLES, LA NOCHE DE LA RATA, RECHAZO, OBERTURA PARA DIOSES LOCOS, PROCÓNSUL, LA TRAMPA, SI MARTE FALLA, LOS INVASORES DEL SÁBADO, MADUREZ, RADIO MALDITA, LOS APESTADOS DE TANIT, DONACIANO, CONVOY, CLOTILDE, FACTOR ‘T’ / FACTOR ‘R’, EL HISTORIADOR y ROBOT ETERNO.

También publicamos sus ensayos y artículos LAS MALAS COPIAS, ECOS Y SILENCIOS, EL GRAN HERMANO Y SUS MODELOS REALES, EL TRISTE OFICIO DE WINSTON SMITH, LAS GRANDES DUDAS DEL PLANETA ROJO, ADIÓS A LA TIERRA y PINTURA DE MUNDOS.



Axxón 256 – julio de 2014

Artículo de autor latinoamericano (Artículo : Literatura : Universo de autor, Extraterrestres : Argentina : Argentino).