LOS INVASORES DEL SÁBADO

Fernando José Cots

Premio "Más Allá" al mejor cuento publicado en 1987

Argentina

ADVERTENCIA AL LECTOR

El presente cuento fue escrito y publicado en 1986. La acción es contemporánea a su escritura. Los hijos de desaparecidos todavía eran niños en su mayoría y no había salido a la luz el caso Grassi. Por eso pueden sonar anacrónicas algunas referencias.
Asimismo, ésta es la versión "original", libre de algunas modificaciones menores que otros editores le hicieron.



I

POR IMPERIO DE UN
DECRETO MUNICIPAL
SE DESIGNÓ AL
CORRALÓN DE LA
ESQUINA COMO DEPÓSITO
DE SOBRANTES DE
DEMOLICIÓN

LOS CHICOS DEL
VECINDARIO,
APROVECHANDO EL
FÁCIL ACCESO Y
LA CARENCIA DE
CUIDADOR, LO USAN
COMO ESCENARIO DE
SUS JUEGOS

SÁBADO A SÁBADO
ALLÍ SE
REÚNEN

II

—¿Estamos todos?

—Falta Rafa...

—¡Hay que ver si lo dejan venir!

Quique echó una mirada sobre el grupo: Carolina, Vicky, Dany y él mismo. Suficientes para jugar. No le gustaban los "toques" que Rafa daba a los juegos.

—Mejor jugamos sin él.

—¿Y quién hace de Troff?

Cierto... ¿quién haría de Troff?

¿Y por qué Rafa tenía que hacer de Troff?


III

La serie, norteamericana de origen había causado furor entre los chicos. El tema era una invasión de insectos inteligentes que destruían el mundo. Sólo quedaban una ciudad en ruinas, un grupo de resistentes y una batalla en cada capítulo. Las malas lenguas decían que los insectos, en su primer ataque, habían destruido la inteligencia de los guionistas.

Los chicos se repartían los papeles. Quique era Branigan, el ex policía metido a comandante. Dany era el Dr. Balder, el médico. Carolina era Jenny, una ex acróbata de circo, quien siempre tenía alguna escena de piruetas. Y Vicky era Barbara, una científica.

Y, por supuesto, Troff, el robot humanoide, el personaje fuerte de la serie por su simpatía y por su absurdo.

Los insectos invasores no estaban personalizados, salvo su jefe Zor-Khan, la quintaesencia de todo el mal. Zor-Khan era el único insecto que no era destripado por los rayos en cada capítulo.

Por lo visto, nada originales los yanquis. Pero la serie era cita obligada de los niños.


IV

—¡Acá estoy!

Rafa acababa de llegar.

—¿Qué dijiste esta vez?

—Que iba a ver al Padre, por algunas cosas del Catecismo.

—¡Qué boludo!

Quien así se había expresado era Vicky.

—¿Por qué boludo?

—¿Qué pasa si a tu vieja se le da por llamar al cura?

Rafa se quedó trabado. No había pensado en eso.

—No va a llamar...— dijo sin mucha convicción.

—Y si no llama se va a dar cuenta por la ropa. ¿Cómo te crees que te van a quedar los pantalones?

—Y... soy un robot. No me tengo que mover mucho.

—¿Por qué no te sacás la ropa?— dijo Carolina.

—¡¿Estás loca vos?! ¡Cómo me... me voy a sacar la ropa! ¡Me voy a quedar... a quedar...!

—Desnudo.

—¡No digás eso! ¡El Padre dice que es pecado! ¡Y estar... sin ropa también es pecado!

Carolina no entendía demasiado a Rafa. En días de calor, dentro de su casa, sus padres y ella permanecían desnudos. Con Rafa la cosa parecía ser diferente, pero no sabía en qué consistía esa diferencia.

—¡Ufa! ¿Se van a dejar de joder? ¿Vamos a jugar o no?

—Sí, juguemos.

—¿Y yo qué hago?

—Tratá de no ensuciarte. ¡Al ataque!


V

Las naves lenticulares bajaban a gran velocidad. Dentro de ellas, los insectos teñían de maldad sus luminosos ojos.

Branigan miró su pistola láser. Sus armas eran insuficientes para derribar las naves en vuelo; pero, por otra parte, éstas eran meros transportes. Los insectos sólo podían dar combate en tierra.

—Bien, Jenny, trepa a la torre y dispara sobre lo que veas.

—¿Cuál torre?

La pregunta no había venido de Jenny, ni siquiera de Carolina... que venía a ser lo mismo, sino de Vicky.

—¡Esa torre!— contestó Quique, ya en sí mismo, señalando un montón de maderas apiladas.

Carolina —o Jenny— no perdió tiempo. Subió y, con su lanzarrayos listo, oteó el horizonte en ruinas.

—Barbara, a ver si puedes hacer andar esa chatarra.

—Más... respeto... ¡Pip! Soy... un... androide... ¡Pip!

—¡Diablos, lo que me faltaba! ¡El pedazo de hierro es sensible!

—¡Ya, Branigan! —intervino Balder—. Guarde sus energías para matar langostas. Necesitamos al robot.

—No es sensible —dijo la profesora Barbara—. Son defectos de programación.

—Yo... no... tengo... defectos... ¡Pip!

—¡Sí que los tienes, Troff! ¡Esa manía tuya de hacerte el gracioso es un defecto! ¡Eres torpe, te equivocas! ¡Y las máquinas no se equivocan! ¡No deben equivocarse!

Y la "programación" de Vicky comenzó a interferir en su papel de Barbara.


VI

—¡Contestá, mierda! ¿Te parece bonito esto? ¿Qué son éstos? ¿Números o patas de araña? ¡Acá no se sabe si es un ocho o un tres! ¿Y este subrayado? ¡Para qué mierda tenés regla si no la sabés usar! ¿Y este borrón de acá? ¡Qué carajo estabas pensando que tuviste que borrar! ¡Me tenés envenenada! ¡Envenenada estoy con vos! ¡Con qué cara voy a ver a la maestra!

La maestra, en realidad, ya había visto el deber y había corregido sólo un pequeño error. Y a pesar de haber puesto un MB (Muy Bueno) bien visible, la madre de Vicky no parecía notarlo.

Tampoco Vicky podía hacérselo notar, aterrada como estaba. Aunque esas escenas de furia eran cosa de todos los días, no podía acostumbrarse.

Vicky no sabía que sus deberes estaban bien para su edad. Demasiado bien. La maestra no había marcado los defectos simplemente porque no los había. Pero ella no sabía eso. Se sentía mal, imperfecta, creía que fallaba, que todo lo que hacía estaba mal, que jamás haría nada bien...

Y ella debía ser perfecta —todo debía ser perfecto— para merecer amor.


VII

—¡Sos un inútil! ¡Cada vez que te necesitamos te metés en problemas! ¡Y nos tenemos que arriesgar para salvarte como si valieras algo...!

—¡Nos atacan!

El alerta de Jenny volvió a Barbara a su realidad de personaje. Todos dispararon sus lanzarrayos al unísono. Uno a uno los insectos se iban desintegrando.

—¡Detrás suyo, doc!

—¡Gracias, Branigan!

Balder se agachó al tiempo que un fotón explotaba cerca de su cabeza. Un tiro y el agresor se transformó en un desparramo de quitina y órganos extraterrestres.

—¡Están por todos lados!

—¡Troff, activa tus sensores! ¡A pelear!

—¡Pip! Destruir... al... enemigo... ¡Pip! Se... acercan... por... el... oeste... ¡Pip!

—¡Mueran, bestias!

Era un infierno entre las ruinas. Los fotones explotaban por doquier. Lo que no se había incendiado en ataques anteriores, ahora estallaba en llamas. ¿Qué podían hacer los cinco contra tales fuerzas?

—¡Son demasiados! ¡Retirada!

—¿Dónde retirada? ¡Estamos rodeados!

—¡A la torre! ¡Cúbrenos, Jenny! ¡Tú primero, Barbara!

Jenny intensificó su fuego. Branigan, Balder y Troff la imitaron en tanto que Barbara ganaba la torre y se unía a Jenny.

—¡Ahora usted, doc!

Balder retrocedía sin dejar de disparar y trataba de alcanzar la torre. Troff no se ocultaba pues, por sus defensas, estaba blindado. Sin embargo, si los enemigos se acercaban, podrían dominarlo y destruirlo... o cambiar su programación y volverlo contra sus amigos.

Pero no podía dejar que Branigan fuese el último. Él era necesario. Lo protegería.

—¡Pip! No... pasarán... ¡Pip! Suba... Branigan... ¡Pip!

Desde la torre, los tiradores estaban más protegidos y tenían un mejor panorama para acertar al enemigo y tenerlo a raya. A ellos se sumó Branigan y se esforzaron por proteger a Troff, que se había quedado solo.

Pero eran demasiados. Uno pudo llegar a Troff y anular sus blindajes.

—¡Pip! Me atacan... ¡Pip! Me toman prisionero... ¡Pip! Me tocan... me tocan...


VIII

—¿Te tocas?

—No, Padre.

—Rafael, no agregues la mentira a tus pecados. Estoy seguro de que te tocas... y no debes tocarte. Los ángeles lloran y el Señor se enoja. Confiesa.

—¿Quiere que... que vayamos al confesionario?

—No es necesario. Aquí estamos bien.

—Es que yo preferiría ir al confesionario, Padre.

Rafa hubiese querido estar a kilómetros de allí; pero ya que no podía irse, prefería el confesionario. Allí no sentiría los dedos callosos del cura sobre sus mejillas, sus manos apretando su cuerpo... y sobre todo sus preguntas. Preguntas que lo llevaban a pensamientos que quería evitar, que el mismo cura quería que evitase, pero que le recordaba a cada momento.

—Aquí estamos bien, Rafael. Tú no eres un mayor con pecados para confesar. Tú eres un niño y yo debo evitar que cometas pecados. Debes abrirme tu corazón. ¿O prefieres que hable con tu madre?

—¡No, con mamá no!

—¡Entonces confiesa! ¿Te tocas en el baño? ¿Cuando duermes? ¿Qué piensas cuando lo haces?

—¿Rafael?

Sentir la voz de la mujer no lo sobresaltó; pero cuando vio que la acompañaba un hombre desconocido, el cura soltó a Rafael como si fuese un hierro al rojo.

—Buenos días, Padre.

—Buenos días, señora.

La madre de Rafa y el desconocido habían aparecido en la puerta del pasillo, lo suficientemente lejos como para no haber visto bien. Si hubiera sido ella sola, el cura habría tenido una actitud más calma. Pero el desconocido podría ver cosas ante las cuales la mujer tenía una patológica ceguera.

Para Rafa, el hombre no era un desconocido. Era su tío Emilio y no se alegraba para nada de verlo. Intuía que algo se había detenido, pero no sabía qué. Al menos, ya no sentía las torpes manos del cura. Nada que ver con las suaves manos de su amigo Julián, que sabían acariciarlo con ternura.


IX

—¡Me tocan! ¡Pip! ¡Me tocan!

—¡Tienen a Troff!

—¡Fuego sobre ellos!

—¡No, le quitaron el blindaje! ¡Podemos destruirlo!

—¡Traten de evitar que se acerquen más! ¡Disparen! ¡Troff, trata de zafarte!

Troff estaba sujeto por las patas de los insectos. Tenían una enorme fuerza los malditos. Parecían sonreír desde su cara de comepiojos. Lo tenían a su merced y ahora accionarían su centro de programación... que estaba entre sus piernas.

—¡Pip! ¡Auxilio! ¡Pip! ¡Me tocan!

Dentro de Troff, Rafa sabía que las manos de los insectos iban a su miembro viril. Sobre sus rostros ahora se superponían los de Julián y el cura. Ya eran manos las que lo tocaban.

Uno no debía tocarse. ¿Pero si eran otros los que lo hacían? ¿Y si lo tenían sujeto? ¿Qué podía hacer sino abandonarse?

—Pip... me tocan... pip...

Sin embargo, la actitud de Troff-Rafa despertó reminiscencias en otro personaje.


X

Balder dejó de disparar para observarlo. En su interior, Dany trataba de recordar dónde había visto una actitud igual: alguien que se debatía...

Y de golpe todo fue cambiado.

Las ruinas desaparecieron para dar lugar al interior de una casa destrozada.

Las explosiones, los zumbidos y el crepitar del fuego dieron lugar a un desconcierto de gritos, alaridos, órdenes y sirenas.

Los insectos se esfumaron y aparecieron hombres, hombres con gorritos Bariloche, lentes oscuros pese a la noche y ametralladoras.

Y Troff-Rafa dio lugar a un hombre ensangrentado a culatazos y a una mujer con el camisón destrozado, sometida sobre un sofá por los mismos hombres.

Y Balder-Dany sintió nuevamente correr las lágrimas por sus mejillas un poco menos jóvenes.

—¡Hijos de puta!

Balder ya no era Balder. Era Dany. Un Dany furioso en sus diez años, intentando vengar la impotencia, el miedo y el odio que sentía desde sus tres años.

—¡Hijos de puta! ¡Papá! ¡Mamá!

Dany ya no tenía un lanzarrayos sino una ametralladora. Una escupefuego que barría con los demonios de la noche oscura. Un instrumento que desintegraba a las bestias con forma humana, a las gomas del auto donde se los llevaron; un fuego que callaba el ulular de una sirena y el grito de "zona liberada".

—¡Papá! ¡Mamá! ¡Papá! ¡Mamá!

Y Dani disparaba su ametralladora, intentando en vano matar los fantasmas que lo asediaban noche tras noche, tratando de abrirle una herida a las tinieblas y que por esa herida volviesen su papá y su mamá trayendo nuevamente la luz y el amor.

—¡Papá! ¡Mamá! ¡Papá! ¡Mamá!

Y una mano sobre su hombro silenció la ametralladora, que volvió a ser un palo. Insectos y chacales se esfumaron, así como la noche y las ruinas. Volvieron el sábado, el sol, el depósito municipal, la mano de Quique regresándolo a la realidad, Carolina y Vicky mirándolo desconcertadas y Rafa molesto por la interrupción.

Dany no supo sino largarse a llorar.


XI

—¿Qué pasa?

Carolina era nueva en el barrio. Quique la llevó aparte.

—Se llevaron a los padres cuando era chiquito.

—¿Desaparecidos?

Carolina era nueva en el barrio, no en el país.

—Sí, desde entonces vive con su abuela.

Quique conocía el caso. Su padre se lo había explicado lo mejor que pudo, aún con su corta edad. Su padre decía que la cosa era demasiado grave para olvidarla. Si se olvidaba, se repetiría.

Vicky sólo una vez había mencionado el caso en su hogar... y la respuesta fue la prohibición terminante de tocar el tema, y la prohibición más terminante aún de juntarse con "ese chico". Por suerte, en el último caso los controles no eran tan estrictos. Sin embargo, el tema le molestaba... y necesitaba cambiar de conversación. Rafa le dio la oportunidad.

—¡Uy, miren al Rafa! ¡Se meó!

Rafa miró instintivamente y vio la mancha de humedad en su pantalón. Quiso taparse... pero sin tocarse, mientras se preguntaba qué habría pasado. No recordaba siquiera haber tenido ganas de orinar. Además, era una mancha muy pequeña.

—¿Qué pasó, hermano? ¿No te pudiste aguantar?

—¡Qué no se va a poder aguantar!— siguió Vicky—. ¡Lo que pasa es que es un puerco!

—¡Andá a la mierda, Vicky!

Rafa se sorprendió de sí mismo. Nunca había insultado así antes.

—¿Qué hago ahora? —se lamentó—. Cuando mamá me vea...

—Vení a mi casa —dijo Quique—. A lo mejor mi vieja puede hacer algo... lavar el pantalón... digo...

—¡No, mi mamá se va a dar cuenta! ¿Qué hago?

—No te hubieras meado encima. ¿No es cierto, Carolina? Es grande para mearse.

Vicky procuraba encontrar en Carolina una cómplice. Serían dos chicas burlándose del "renuncie" de un muchacho. Pero Carolina no se reía.

Carolina sabía que eso no era orina. Lo sabía porque compartía la pieza con sus padres y, más de una vez, éstos parecían olvidar que ella estaba presente. Los movimientos de Rafa antes de mancharse el pantalón se parecían mucho a los movimientos de su padre cuando su madre lo despertaba... con idénticos resultados.

Y no tenía ganas de reírse.

—¡Así te quería agarrar!

Nadie lo esperaba. Todos —pese a que la gran mayoría saldría indemne— se quedaron paralizados.

En la puerta del depósito estaba la madre de Rafa.

Seca, envenenada, consumida por negaciones que la ataban desde la infancia, era una bomba de odio que sólo esperaba un pretexto para estallar. Si otra hubiese sido su cuna, su mano habría apretado una picana y no el misal que ahora estrujaba hasta blanquear los dedos.

—No sólo me mentís, sino que me desobedecés y te juntás con estos negros de mierda.

Les desagradó el calificativo, pero ninguno protestó. Era mucho el miedo que metía esa mujer.

—¡Vení para acá!

—No...

—¡Vení para acá, te digo!

Objetivamente, la madre de Rafa no podía entrar. El portón estaba con candado y, si bien había una hendija por donde se colaban los chicos, sólo un adulto pequeño y delgado podría entrar con cierta dificultad, lo que no era el caso de la madre de Rafa.

Rafa, por su parte, podía cruzar a la carrera el depósito y salir por la otra calle. Cuando su madre llegase al otro lado, ya no le vería ni el pelo.

Pero la objetividad es un lujo del universo de los científicos. La realidad era que Rafa permanecía de pie, paralizado.

Había intentado una negativa débil. Ahora avanzaba temblando hacia su castigo. Estaba al borde del colapso, pero sus pies no le obedecían. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿A dónde ir? ¿Quién refugia a un ángel con las alas asesinadas?

Se agachó para cruzar la hendija, pero ya no pudo ponerse de pie. Apenas su cabeza había llegado al exterior, una garra de odio le aprisionó los cabellos.

—¡No grités, mierda! ¡Ya vas a ver cuando lleguemos a casa!

Y así se lo llevó a la rastra, sin darle ocasión para erguirse, sin soltarlo, entre amenazas de peor castigo y quejidos de dolor. Ya habían desaparecido de la vista de los chicos, pero aún se los oía.

Los chicos... tenían los ojos brillantes.


XII

Cuando giraron la vista, ya eran Branigan, Jenni, Barbar y Balder. Frente a ellos estaban los restos de Troff, destruido por una explosión interna. Su cabeza y sus brazos habían quedado en una curiosa pose de crucifixión. A su alrededor, los restos de él y de los insectos se confundían.

—Pobre Troff —fue la expresión de Jenny.

—Era su deber de robot —dijo Barbara—. Alcanzó la perfección antes de su destrucción.

—Pagarán por esto... —masculló Balder.

—Atentos todos. Se han retirado pero pueden volver.

La voz de Branigan los devolvió a la realidad. Los lanzarrayos estuvieron listos y ocho ojos barrieron el cielo y el horizonte de ruinas.

—No me gusta esto...

—¿Qué, Barbara?

—Nunca habíamos visto tantos. Esta batalla fue difícil. Perdimos un... perdimos al robot.

—¿Y?


Ilustración: M. C. Carper

—¿Y si somos los últimos que peleamos? ¿Y si la Tierra se rindió?

—No podemos saberlo...

—Ellos han interferido la radio, las comunicaciones, todo...

—¿Cómo sabemos si alguien más sigue peleando?

—Eso no tiene importancia.

Lo miraron asombrados.

—¿Cómo que no tiene importancia, Balder?

—Ustedes saben lo que quiere el enemigo. No sólo somos su comida. También somos sus esclavos. Al principio, a los primeros prisioneros les ponían "cascos de dolor" y los obligaban a combatirnos. Si se resistían, morían locos de dolor. ¿Qué quieren que hagamos? Yo voy a combatir hasta el final.

—Todos haremos lo mismo...

—¡Alerta, una nave!

—¡Ocúltense!

Todos se parapetaron. La nave era pequeña, solitaria. No parecía venir desde el espacio, sino que sobrevolaba las ruinas.

—Una nave de reconocimiento.

—Que no nos vea. Si deciden un desembarco, se llevarán una sorpresa.

—Ojalá pudiéramos capturar al piloto.

—¿Qué ganamos con eso?

—Estudiarlo y saber cómo destruirlo.

—Cúbranme.

—¿Qué va a hacer, Balder?

—Está volando bajo. No espera un ataque. Cúbranme.

Balder trepó nuevamente a la torre. Desde abajo se lo observaba con intriga. La nave se acercaba a la torre. Balder no tendría una segunda oportunidad. Cuando estuvo cerca, saltó y se prendió de la proa. Si los rostros de insecto podían expresar sorpresa, el del piloto lo hacía. Balder no le dio tiempo a reaccionar: apoyó la punta de su arma en el casco de la nave y disparó. El tablero de comando fue destruido y el insecto salió chillando.

El aparato se precipitaba a tierra... de proa. No era mucha la altura, pero sí era demasiado el peso para una nave que había perdido su capacidad de volar. Cayó aplastando a Balder. El insecto piloto salió arrastrándose para caer en manos de Barbara—

—Un trabajo perfecto, doc.

Y la nave estalló en llamas.


XIII

Dany se sacudió la tierra de la caída. Quizá se le hiciese un moretón por caer desde la pila de maderas, pero no tendría importancia.

—¿Por qué hiciste eso?

—Me tengo que ir. La abuela va a una reunión de familiares y le prometí acompañarla. Está viejita...

—Bueno...

—¡Chau, hasta el sábado!

—¡Chau, Dany!


XIV

Lo único que quedaba de Balder era una mano carbonizada. La misma emergía de entre las ruinas con un último gesto de aferrarse a la vida.

Branigan y Jenny miraban con pena. Barbara terminaba de atar al improvisado insecto piloto sobre una improvisada mesa de operaciones.

—Necesito mi equipo. El sacrificio de nuestro amigo no será en vano.

Jenny le alcanzó un maletín. Barbara revisó hasta encontrar el bisturí.

—Vigilen. Puede haber más.

El insecto comenzó a recuperar la conciencia.

—¡Vik! ¡Vik! —chillaba con una voz aguda y gangosa.

—¡Cállate, bestia asquerosa!

—¡Vik! ¡Vik!

—¡Cállate!

—¡Vik! ¡Vik!


XV

—¡Vicky! ¡Vicky!

—Cagamos, mi vieja.

—Te está llamando. ¿Te podés hacer la burra?

—No... va a ser peor. ¿Qué hago?

—Y... te cagás muriendo, qué le vas a hacer.

—Bueno, pero una muerte de científica.


XVI

—¡Socorro!

—¿Qué pasa, Barbara?

—¡Estos monstruos tienen sangre venenosa!

Las manos de Barbara se estaban poniendo azules. Sus dedos apenas se movían. El insecto piloto agonizaba con el pecho abierto, rezumando un líquido verde y espumoso.

—Vik... vik...

—¡Dios mío, he cometido un error! No tomé las precauciones que debía...

—¿Qué podemos hacer?

—Nada... no hay tiempo para preparar un antídoto. Además... no sabrían cómo hacerlo... Me estoy muriendo... por mis errores... me muero... por no haber sido una.... perfecta... científica... Peleen hasta... el final...

El rostro de Barbara estaba azul. Sus ojos, desorbitados. Se dejó caer y quedó mirando al infinito.

—Vik... vik...


XVII

—¡Vicky! ¡Vicky!

—Se está poniendo pesada. ¡Chau, hasta el sábado!

—Chau, Vicky


XVIII

Las manos de Barbara se habían deformado horriblemente por la acción del veneno. Otras deformidades iban apareciendo en las partes visibles de su cuerpo muerto y otras se iban insinuando bajo la ropa.

—Hemos quedado solos...

—Solos no, Jenny. Nos tenemos.

—¿Pero qué haremos nosotros, solos, en esta ciudad?

—Saldremos de ella. Aquí vendrán a combatirnos. Fuera, tendremos alguna seguridad.

—¿Valdrá la pena vivir como animales?

—O morir. No tenemos otra... ¡Cuidado!

Branigan disparó. El insecto alcanzó a esquivar el disparo y se parapetó. Desde allí respondió el fuego.

—Parece que es uno solo. Un explorador.

—Trata de entretenerlo, Jenny. Voy a rodearlo.

Jenny comenzó a disparar profusamente, en tanto Branigan avanzaba ocultándose. Pero el insecto no parecía amedrentarse y seguía disparando. Branigan llegó a una posición desde la que sólo lo separaba del tirador una ruinosa pared.

Pero, en ese momento, Jenny se expuso demasiado.

Un fotón explotó cerca de su cara. Dio un alarido y cayó hacia atrás.

—¡Jenny!

Branigan, furioso, saltó desde su refugio y, de un disparo, reventó la cabeza del agresor. Luego corrió hacia Jenny.

—Está muy oscuro, Branigan. No veo.

—Ten calma... todo está bien.

—¿Lo... mataste?

—Sí, era uno solo.

—Estoy ciega. ¿Verdad?

—S... Sí.

—Tengo frío, Branigan. Abrázame.

Branigan tenía un nudo en la garganta.

—Yo... yo siempre había imaginado que, cerrando los ojos, el mundo dejaba de existir. En la oscuridad nada existía.

—Ya, Jenny, ya.

—Por eso mis padres cierran los ojos cuando se aman.

Carolina intentaba hablar por la voz de Jenny.

—Y yo también cerraba los ojos, para no verlos. Pero no podía cerrar los oídos. No se iban. Seguían ahí.

Jenny-Carolina respiró hondo. Si hubiese tenido con qué llorar, lo habría hecho.

—Y ahora estoy ciega. No veo nada. Pero afuera sigue la guerra... siguen los insectos... sigue la muerte.

—Ya se acabó la guerra, mi amor.

—Bésame Branigan. Dame esa despedida.

Y Branigan se unió a Jenny en un beso final.


XIX

—¡Largá, que te han visto!

Quique y Carolina se sobresaltaron. Del otro lado del alambrado, un grupo de muchachotes los observaba. Parecían divertidos, pero tenían una terrible luz en las miradas.

—¡No, seguí, pibe! ¡Ahora bajale la chacha!

—¡Eso, pibe! ¡Mandate un porno show!

Carolina vio esos ojos. Ojos que la miraban. Ojos que esperaban verla como ella veía, noche a noche, a sus padres. Sintió vergüenza. Una vergüenza que no podía soportar. Se levantó y salió corriendo; la puerta de salida estaba en dirección opuesta a la del grupo.

—¡Carolina!

Quique ardía de bronca. Intentó alcanzarla, pero ella ya había puesto demasiada distancia entre ambos. Se volvió hacia los intrusos.

—¡La puta que los parió!

Los intrusos se alejaban entre carcajadas.

Quique se quedó masticando bronca. ¿Qué iba a hacer solo en el depósito? Hasta las ganas de jugar se le habían ido. Se encaminó hacia la salida. Estaba a punto de llegar cuando vio a un hombre que venía por la vereda.

Era su padre.

—¿Qué hacés acá, Quique?

—Estaba jugando.

—¿No te van a decir nada? Esto es de la Municipalidad.

—¡No, si desde que terminaron las clases jugamos acá! Nunca vimos a nadie.

—Bueno... si vos lo decís... Tengo una buena noticia.

—¿Cuál?

—Me dieron las vacaciones para el mismo tiempo que a mamá.

—¡No!

—Sí, desde el lunes. Así que salimos esta noche para la quinta del abuelo.

—¡Qué bueno!

Quique sintió una mirada que se clavaba en su nuca. Giró la cabeza... ¡Y allí estaba Zor-Khan! ¡El mismísimo Zor-Khan sentado sobre una pila de vigas!

—Papá, me voy a quedar un rato.

—Pero hay que preparar las cosas para el viaje...

—Voy enseguida, no demoro.

—Está bien. Confío en vos. Te esperamos.

El hombre siguió su camino.

Y Quique se enfrentó a Zor-Khan.


XX

Por un instante el paisaje volvió a ser el de las ruinas humeantes. Branigan y Zor-Khan estaban frente a frente. Branigan alzó su arma, apuntó con cuidado y disparó. El fotón dio en plena cara de Zor-Khan.

Y Zor-Khan quedó impertérrito.

Branigan ya no era Branigan. Era Quique.

—Buena puntería, Quique. Pero no basta.

—¡Soy Branigan!

—¿Branigan? No me hables de ese payaso. Mira...

Vio aparecer, tras las ruinas, al verdadero Branigan. Lo acompañaban los verdaderos Jenny, Barbara, Balder y Troff.

—Ahí los tienes, Quique. Vivos. Sin ellos no habría serie. Sin mí, tampoco.

—Pero...

—Mira a tus amigos.

Volvió a ver a Troff-Rafa reventado en cruz. La mano de Balder-Dany aún humeante. El cuerpo de Barbara-Vicky azul y horriblemente deformado. Jenny-Carolina yaciendo sin ojos.

—La vida no es una serie de TV, Quique. A ellos les toca morir.

—Te mataré, Zor-Khan.

—Nadie puede matarme.

—No pudiste conmigo.

—No puedo... aún. —El tono de Zor-Khan se volvió seco—. Si pude matar a éstos, fue porque los míos ya los mataron antes. Y no te hablo solamente de los insectos.

Zor-Khan hizo una pausa. Tanto él como Quique estaban tensos. Sabían que sólo era una tregua entre dos enemigos a muerte.

—Todavía no estás muerto, Quique; pero ya encontrarás quien te mate. Y si nadie te mata, quedarás solo. No sólo los he matado. He desovado en sus corazones. De allí saldrán mis ejércitos del mañana. Entonces yo reinaré sobre las ruinas del hombre... vencedor.

Quique miró su arma: un vulgar revólver de plástico.

—Cuando vuelvas en quince días, será otra vez un lanzarrayos. Será otro sábado de combate.

—Y te mataré...

—Estarás sin el robot. Y los otros, salvo Carolina, no valen gran cosa. Son más míos que tuyos. Hasta ese sábado, Quique.

—Hasta ése sábado, Zor-Khan.

Quique guardó el revólver, dio media vuelta y volvió a su casa.



Original de 1986
Retranscripto para Axxón en Julio de 2007



Fernando José Cots nació en Córdoba, Argentina, a mediados de 1950 y viene publicando desde hace décadas. Decíamos en números anteriores que, si Axxón hubiese existido en el momento de su primer edición, nos hubiese gustado publicar su cuento "Los invasores del sábado" (1987), ganador del Premio Más Allá. Como han visto, nos hemos dado el gusto de reeditarlo. Fernando ha publicado en nuestra revista: Quilino (119), Caracoles (123), La Noche de la Rata (137), Rechazo (146), Obertura para Dioses locos (147), Procónsul (160), La Trampa (166) y Si Marte falla (177).

Más datos de Fernando en la Enciclopedia de la Ciencia Ficción y Fantasía argentina, aquí.



Este cuento se vincula temáticamente con "EL SILBIDO DEL VIENTO EN LA VENTANA", de Héctor Vucetich y "CUANDO LOS ADMINISTRADORES DE SISTEMA GOBERNARON LA TIERRA", de Cory Doctorow (176).


Axxón 179 - noviembre de 2007
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Sociedad : Totalitarismo : Terrorismo de estado : Argentina : Argentino).