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¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

Archivo de noviembre 2011

 

ANTERIOR

 

 

Noche. Peri yace a tres metros bajo el nivel del desierto, junto a la base del monolito Euritión. Fuera aúlla el wang wao. Dentro, ajenos a su furia, Gondo, Klinga, y un viejo de arrugadas facciones orientales. En su melena y su barba hay trenzados pequeños huesos de onis. Bajo el dermotraje, su ropa interior es de delgadas pieles de oni. Y apesta como si se las hubiera cosido cuando sus dueños aún estaban vivos…

Están cenando. El menú: kirak, filete de oni y ensalada de algas, todo bien sazonado con especias. El anciano va por la tercera ración. Gondo se consuela pensando que no hay manera en que pueda oler peor, y dice:

—Kudo, tu apetito halaga mi cocina. Pero tenemos que hablar.

El viejo calla y raspa con los palillos las últimas partículas comestibles de su plato.

—Tu gravitrineo se rompió. Si no te hubiéramos recogido, ya serías cena de onis —insiste Klinga—. Y encima te alimentamos. Parecías escorbútico. ¿Cómo piensas pagarnos?

—¡Kudo no acepta favores de nadie! —estalla el viejo cazador, y luego, más calmado, gruñe—: Pagaré por el rescate y la comida. Tengo cristales…

—No queremos cristales. —Klinga muestra la mano llena—. Tenemos demasiados.

La mano de Kudo se acerca a la empuñadura de su cuchillo. Gondo y Klinga se tensan; el viejo es sorprendentemente rápido para su edad. ¿Pensará asesinarlos para robarles? La codicia es una constante humana. Pero tiene una deuda de vida con ellos, y además sabe que no es rival para ninguno. Aunque a regañadientes, al fin masculla:

—No quieren cristales, pero preguntan por mí, y me siguen por días. ¿Qué quieren?

Klinga va al grano:

—Algunos cazadores, después de comer nuestra ensalada y beber nuestro kirak, nos dijeron de algo muy raro que tú contabas sobre los ángeles y los onis.

Kudo no niega ni acepta.

—Los hombres hablan mucha mierda cuando corre el kirak.

—Una deuda de vida sin pagar podría ser un tema de conversación… —sugiere Gondo.

—Sería tu palabra contra la mía, Gondo —se eriza Kudo—. ¿Y si lo niego todo?

—Está mi palabra también —tercia Klinga, y acaricia su cuchillo- . Dos contra uno.

—¿Me amenazan? —se engalla el viejo, llevando la mano a la empuñadura del suyo.

—Si tú lo ves así…

Gondo también deja caer su mano hasta el kukri.

Por un instante los tres se miran. Al fin Kudo suspira, resignado:

—No quiero pelear. Les debo la vida, y casi seguro me matarían. ¿Estaremos en paz si les muestro lo que vi?

—En paz y podrías irte —promete Gondo- . Nadie lo sabrá nunca; tienes mi palabra.

Un brillo de astucia reluce en las pupilas de Kudo.

—¿Adónde voy a ir sin vehículo?

Klinga pone mala cara. Pero Gondo sonríe:

—Eres un negociador duro, viejo. De acuerdo, también te daremos un vehículo nuevo…

Klinga contiene la risa. Policía bueno y policía malo, siempre funciona. Meses de contar y oír chistes e historias fantásticas sobre onis y ángeles podrían estar a punto de revelarse una buena inversión. Están tras el remendado gravitrineo del vejete desde que dos semanas antes un proscrito les contara, muerto de risa con lo absurdo de la idea, que Kudo había visto morir a un ángel y luego convertirse en oni.

—Un vehículo nuevo —acepta Kudo, y luego, con aire inocente—: ¿Este torquemóvil?

Gondo ríe:

—¿Peri, la niña de mis ojos? Ni hablar. ¿Qué tal el graviplano? Es silencioso, su reactor de fusión fría consume poco, tiene hasta cabina presurizada…

—Es pequeño, incómodo, cada día tendré que salir a estirar las piernas, y es peligroso. No soy buen piloto, y seguro que no tiene acondicionador de aire. ¿De dónde iba a sacar el agua? —El viejo apunta a la ensalada—. ¿Y si me dan de esto? Diez kilos bastarán.

El anciano japonés no regatearía tan tranquilo si sospechase que lo que descompuso su trasto no fue la falta de mantenimiento sino arena en el sistema de mando. La noche anterior Gondo desafió a los onis y recorrió a pie casi tres kilómetros para, gracias a un generador portátil de interferencias que lo hizo invisible al radar y el sonar, atravesar impunemente el perímetro de seguridad en torno al gravitrineo y verterla en sus controles.

—Te daremos agua, y un graviplano pequeño es mejor que no tener vehículo. Es fácil manejarlo, y sólo será temporal… sabemos que eres un buen cazador, pronto tendrás otro gravitrineo. Cinco kilos —finge pujar Gondo—. Pero cuando nos reveles tu secreto.

—Digamos ocho —porfía aún Kudo. Gondo resopla y asiente, y el viejo, radiante, puntualiza—: La ensalada después, el graviplano ahora. —Su tono cambia—. Si ellos saben que revelé su secreto, me matarán…

Gondo le tiende las llaves del graviplano.

—La ensalada cuando sepa que no me has engañado… Y todo quedará entre nosotros, viejo. ¿Quiénes son esos «ellos» que temes?

—Los ángeles. Todos saben que nacen de los cristales. Pero yo sé cómo mueren. Y a dónde van después —se pavonea orondo el vejete- . Y ellos no quieren que nadie lo sepa.

Gondo mira de soslayo a Klinga: Kudo fue enviado a Angélica hace seis años, tras asesinar a padres, esposa e hijos porque «querían arrebatarle su fortuna». Una fortuna que nunca existió. Está como una cabra, pero también es uno de los proscritos que más tiempo ha durado. ¿El calor de Ter-Mizar habrá acabado por sorberle el seso?

—Los ángeles no mueren, viejo —dice Gondo, tratando de no sonar decepcionado.

Los ojillos hundidos del anciano cazador relampaguean astutos.

—No me crees, claro. Yo te lo mostraré… pero es un poco lejos.

—Entonces vámonos ya – apremia Klinga—. Cuidado, Kudo; Peri es más lenta que el graviplano, pero puse una bomba en tu motor. No intentes dejarnos demasiado atrás. Además, no te daremos ni un mililitro de agua. Si quieres beber tendrás que seguir con nosotros hasta que veamos qué hay de real en tu «sé cómo mueren los ángeles».

—Me voy a mi graviplano —masculla el viejo, y se levanta. Pero ya en el umbral, agrega, sarcástico- . Gondo… cuídate de ella. Es una verdadera hija de oni.

Cuando se queda solo con la muchacha, Gondo pregunta, divertido:

—¿De veras pusiste una bomba en Metatrón? Chica lista. A mí no se me ocurrió.

—¿En qué tiempo? Pero la posibilidad es como para preocupar a cualquiera, ¿no?

—¿Crees que diga la verdad? Siempre me pregunté por qué, si nace un ángel de cada cristal, el cielo no está repleto de ellos. Pero si realmente mueren…

—Todo muere en Angélica…

—No los ángeles, ni yo. Ya no. Antes sólo aspiraba a sobrevivir el tiempo suficiente para resolver el enigma… y destruir a todos los onis. Y luego podría unirme a Livia y a los demás. Pero ahora quiero vivir. Volver a la Expansión Humana, y contigo, Klinga.

Ella se acaricia el vientre:

—Volveremos. Los tres.

—¿Los tres? ¿Tú llevas… tendrás un hijo mío? ¿Estás segura? Ya no tengo 30 años.

—Las mujeres sabemos esas cosas. Y ayer me lo confirmó un test de embarazo de la Shinobi. Será varón, y llevará tu mismo nombre, Gondoang.

—Pensé que usabas alguna protección.

—¿Para arriesgarme a perder los genes del hijo de puta que más he admirado en mi vida? Fue un gran riesgo, lo reconozco… si Lecocq no llega ser impotente…

—Gondoang… suena bien. Quiero que nazca fuera de este infierno. Klinga, yo te…

—Shh. Mi madre decía que trae mala suerte declarársele a una embarazada. Yo también te amo a ti, Gondo. ¿Serás un buen padre?

—Trataré de hacerlo mejor que con Livia.

La ameba de los dos soles fluctúa en lo alto. Los fracto-estratos de vapor de agua y los seudocúmulonimbos se deslizan por el cielo. A veces cercana, otras distante, la pequeña sombra del graviplano de Kudo marca el rumbo. Cada crepúsculo, el ex Metatrón, que ahora el anciano nipón llama Amateratsu[24], regresa a su nicho en el costado del torquemóvil como un pájaro temeroso de las tinieblas. Y su irascible tripulante maldice con todas sus fuerzas tener que pasar la noche en aquel incómodo sillón, y encima esposado. ¿No sería mejor si se fiarán de él? No va a matarlos mientras duerman, tiene una deuda de vida con ellos y él es un hombre de honor. Gondo y Klinga lo ignoran… y lo esposan.

Pasan seis días con sus noches. Y miles de kilómetros de desierto bajo las espirales de Peri. Cruzan el ecuador y se dirigen hacia las altas latitudes del hemisferio sur.

—¿Dónde está ese «cementerio de ángeles»? ¿Debajo del polo? ¡En la Tierra, en seis días en línea recta a esta velocidad se atraviesa un continente! ¡Y en Vergel ni hablar!

—¿Tienes algo mejor que hacer? Calma. Angélica es mayor que la Tierra y Vergel.

—Quisiera llegar antes de que naciera nuestro hijo.

Al noveno día, cuando entran en una especie de garganta delimitada por un ancho monolito y tres volcanes, la muchacha dice de repente:

—Kudo hace señales. ¿Uso la radio?

—No hace falta; se entiende perfectamente. Quiere entrar. Parece que llegamos.

—¿Aquí, ahora? Pero si los ángeles nunca salen de día…

—Entonces habrá que esperar bastante. Mejor; como también huyen de las alarmas de perímetro y tendremos que fiarnos del sonar pasivo, así nos enterraremos con tiempo suficiente para que el wang wao borre cualquier rastro.

—Qué aburrimiento. ¿Bajo la arena hasta la noche?

—Trata de dormir. Tienes que cuidarte. Quiero que ese niño nazca bien fuerte

Klinga obedece. Kudo empieza a roncar. Gondo monta guardia en el periscopio.

Pasan las horas. Pero con la caída de la noche, la espera recibe su premio.

—¡Son miles! —La maravillada voz de su pareja despierta a Klinga, que salta, alerta.

—¿Onis? ¿Nos detectaron?

—Tranquila; son ángeles, no onis. Están saliendo de un cráter. Ven a mirar por el otro ocular. Más que cementerio esto parece una plaza para desfiles. Nunca he visto nada igual.

—Descubrí este sitio una vez que mi gravitrineo se descompuso y tuve que enterrarlo a mano para ganar tiempo y tranquilidad. Al caer la noche vi esto —cuenta orondo Kudo- . Fíjense en esos ángeles diferentes…

Klinga mira, curiosa: En su perpetua jueguidanza multicolor, los ángeles cruzan raudos el estrecho campo visual del periscopio. Pero no todos. Aquí y allá, enormes y esféricos, pulsando en un inédito magenta, hay quince o veinte que se mueven lentos sobre el desierto, como si fuesen muy pesados, estuviesen muy cansados… o esperaran algo.

Algo que llega pocos minutos después.

Dos onis. El primero vuela gracias a una vejiga hinchada de gas. Colgando del flotador hay un amasijo de órganos que laten de modo desagradable, apenas cubiertos por una piel tan fina que también deja entrever algunas vagas formas redondeadas. Al pasar junto al cráter se aferra con una maraña de tentáculos espinosos, inmovilizándose. El otro tiene una indescriptible cabeza escamosa y una maraña de patas que nacen de un cuerpo rechoncho cubierto de protuberancias blanquecinas y semiesféricas…

Klinga y Gondo se miran y piensan lo mismo ¿Huevos? Kudo sonríe, hierático.

Los onis se tienden sobre la escoria, extrañamente pasivos, y los ángeles empiezan a trenzar una intrincada danza a su alrededor. A bordo de Peri lo observan todo, conteniendo el aliento, y se saben testigos de algo trascendental, aunque no lo comprendan…


Ilustración: Tut

Lenta, pausadamente, los ángeles de resplandor magenta se aproximan a los onis cargados de huevos, cada vez más, hasta tocarlos… y estallar todos juntos con un silencioso pero enceguecedor destello.

Klinga y Gondo se apartan de los oculares del periscopio, deslumbrados. Cuando vuelven a mirar, sendas nubes de luz magenta, tenues pero perceptibles, envuelven a ambos onis. Luego, despacio, pierden intensidad hasta desvanecerse.

Los demás ángeles se dispersan y los onis vuelven a moverse, como despertando de un sueño. Uno suelta su asidero y se pierde arrastrado por el wang wao, el otro corre veloz hacia el horizonte.

Klinga y Gondo se quedan mirándolos alejarse, ensimismados, tratando de asimilar el significado de lo que acaban de presenciar. Hasta que una voz gruñona los saca de su trance:

—Bueno, ya lo vieron todo. Ahora, vengan esas algas, que he pasado tanto tiempo con ustedes que ya no me siento mi propio olor.

 

*****

 

Una hora para el amanecer. Los ángeles revoletean como de costumbre. El torquemóvil avanza raudo sobre la arena. Djinn, el heredero de Metatrón, aparece y ocupa su nicho habitual al costado de Peri, que no se detiene. Los ángeles tampoco alteran su patrón de movimiento.

Klinga entra en la cabina y se despoja de la gruesa chaqueta térmica. Debajo sólo lleva una corta camiseta de algodón. Se sienta, de excelente humor.

—Hoy me demoré, no había manera de dar con una buena concentración de algas ¿Adónde vamos con tanta urgencia?

Gondo no responde y ella insiste, irónica:

—¿Has localizado otro show de ésos? Ya hemos visto suficientes. Muy impresionante esa luz magenta, y esos ángeles que estallan, pero ¿qué significa? ¿Todavía insistes en que los ángeles entran en los huevos? Yo no estaría tan segura. No basta con capturar uno y encontrar cristales dentro de sus huevos, hacen falta más datos…

—¿Cuántos kilos de algas cosechaste hoy? —inquiere Gondo, sin volverse.

—Poco… unos ocho. ¿Por qué me lo pre…?

Gondo gira en redondo sentado en el sillón. En su mano está el lanzadardos a cápsulas de gas. En su cara no hay expresión alguna.

—¿Qué broma es ésta?

—Silencio —Un dardo brota del arma y se hunde hasta las aletas en un panel de suave plástico a centímetros del pecho de Klinga. Con mecánico chasquido, otro ocupa su lugar—. Hoy las preguntas las hago yo. ¿»Hipótesis alfa confirmada, proceder con la Operación Exorcismo»? ¿Desde cuándo trabajas para la Shinobi?

Klinga intenta ponerse en pie.

—¿Hipótesis alfa? ¿Exorcismo? ¿Qué estupideces estás diciendo? Vamos, Gondo. Deja el jueguito. No le dispararías a la madre de tu hi…

El impacto de la flecha en la pierna no la derriba, pero sí la hace retroceder trastabillando hasta chocar con la puerta. Klinga observa incrédula los diez centímetros de asta metálica que asoman de su muslo, y resbala hasta el suelo, pálida pero sin desmayarse.

—No puse demasiada atención a la hora de llenar el cargador; la próxima podría ser explosiva. Lamento el dolor, pero apunté bien; la arteria femoral está intacta. La misma flecha contendrá la hemorragia por un rato, pero si quieres puedes hacerte un torniquete. Te necesito consciente. Tengo muchas preguntas. ¿Desde cuándo trabajas para la Shinobi?

—Gondo, yo te juro que…

—No jures en falso. Siempre supe que no eras lo que decías, pero fue sólo tu repentino interés por los volcanes lo que llevó a tener la evidencia. Una noche, mientras dormías, me abrí a paso a través de la arena sin desenterrar a Peri. Lo había hecho otras veces, pero no muchas, créeme que es fatigoso. Las alarmas de perímetro no indicaban onis, así que me arriesgué a correr hasta el volcán que acababas de visitar. Lo escalé y bajé a su cráter usando tu propio arnés. Así fue como encontré el primer retransmisor. Ah, Klinga. ¡Ni se te ocurrió revisar el equipo que instalamos en tu Djinn! Habrías descubierto una grabadora y el radiogoniómetro que me permitió localizar el resto de tus aparatitos. Les hice dos pequeñas mejoras. Una, para poder monitorear tus mensajes. Confiabas tanto en tu sistema de tiro rápido que ni te molestaste en cifrarlos. Informaste de cada descubrimiento, y hasta con hipótesis y especulaciones; debería cobrarte derechos de autor. La otra modificación fue para asegurarme de que tus amos no recibieran ni un solo bit de datos.

Klinga guarda silencio y Gondo continúa:

—Grabar un relato detallado y comentado de lo que vimos anoche y transmitirlo te ocupó demasiado tiempo como para hacer otra cosa, ¿no? No pude evitar preguntarte cuántos kilos de algas habías cosechado hoy. Un exorcismo es una ceremonia para expulsar a los demonios, así que lo de «Operación Exorcismo» es obvio… Pero esa jerga cuartelaria de «hipótesis alfa» me confunde. ¿Qué se traen entre manos tú y tus patrones de la Shinobi?

—Trabajo para la Shinobi. Pero te juro que no…

—No sigas inventando mentiras. Lo de la muchacha que me admiraba y quería cazar onis era mierda pura. No me lo creí, por suerte. Sólo tratabas de engatusarme. Y, yo ciego de puro enamorado, todo el tiempo sabía que no eras trigo limpio, pero no quería creerlo.

—Al principio sí traté de utilizarte, de averiguar cuánto sabías, y qué propósitos tenías, ésas eran las instrucciones, pero luego yo también…

—¿Te enamoraste de mí? Tendrás que hilar más fino. Te triplico la edad, no soy ningún Adonis y tú evidentemente eres una agente entrenada para usar los sentimientos ajenos sin experimentar ninguno propio. Vuelvo a preguntar: ¿Qué son la hipótesis alfa, la fase dos, la Operación Exorcismo? Y ¿por qué la Shinobi te envió a mí?

—¿Pensaste que nunca se darían cuenta de quién eras? Un cazador famoso que se pierde, un proscrito que no figura en ninguna lista de reos que aparece de pronto con un vehículo nada común. Una coincidencia muy sospechosa, ¿no? Y no se llega a ejecutivo de una corporación dejando pasar sospechas así. A ese nivel, paranoia es sinónimo de éxito. Ay, me duele mucho. ¿Estás seguro de que no corro peligro? No sabía que entre tus talentos también estaba la medicina.

—De tanto matar y herir, algo se aprende sobre cómo curar… Pero vine a Angélica por voluntad propia. ¿Qué fue lo que sospecharon tus jefes de la Shinobi?

—¿No es obvio? Que trabajabas para otra corporación.

—Pero tú comprendiste enseguida que yo sólo trabajaba para mí mismo.

—Así lo informé, pero no me creyeron: Para ellos, lo único que justificaba tu presencia aquí era que fueses un agente. ¿Sabes cuántos supuestos proscritos en realidad trabajan para las corporaciones?

—¿O trabajaban? Déjame adivinar. ¿Lecocq?

—Agente de la Han. Me golpeó para interrogarme, no por diversión.

—¿Ulma también? Estaba interesada en ti hasta el punto de desafiarme.

—Mi antecesora. El aislamiento la desmoronó; llevaba un año sin informar a la central. Yo debía sustituirla, por eso trató de deshacerse de mí. Por suerte interviniste tú. Pero Lecocq se apoderó de una parte fundamental del trasmisor de Ulma que yo debí heredar.

—¿La ciberprótesis de su mano?

—Era el acelerador de mensajes.

—Mataste a Lecocq para recuperarla.

—Y también por venganza. No se atrevió a matarme, pero interrogándome fue casi tan desconsiderado como tú. Hay muchas formas de causar dolor sin dejar huellas. Por lo menos no dijo nunca que amaba tras clavarme un dardo en la pierna.

—Princesa, ahórrate tus insinuaciones y tus reproches. Si me río podría escapárseme la flecha. Déjame aprovecharte; siempre me he preguntado. ¿Por qué el interés de las Siete Grandes en Angélica? Un mundo sin minerales ni apenas recursos, completamente inútil…

—Los cristales valen mucho. Muchas IAs dejarían de funcionar sin ellos…

—Eso es mierda. Cualquier laboratorio puede fabricar prismas ópticos y cerámicas superconductoras a temperatura ambiente más baratas que los cristales, aunque duren poco y no sean tan eficaces. No subestimes mi inteligencia. Hoy por hoy los cristales onis valen tanto como el hielo natural después que el hombre aprendió a fabricarlo: nada.

—Sólo que este hielo no debería existir en la naturaleza. Las probabilidades de que una forma de vida como los onis, basada en el carbono, desarrolle una estructura así, y más si sus propiedades más singulares no parecen servirles para nada, son casi nulas. O sea…

—¿El deus ex machina de la inteligencia, otra vez? ¿Es ésa la famosa hipótesis alfa?

La muchacha asiente cansina y trata de incorporarse, pero tras un par de segundos de forcejeo, se deja resbalar otra vez pared abajo con el rostro retorcido en una mueca.

—La hipótesis alfa plantea que los ángeles son una raza racional y altamente desarrollada. La navaja de Occam tiene dos filos; desechado lo probable, sólo queda lo improbable. Los cristales y las escalas de Jacob serían máquinas vivientes: una para programar, la otra para alimentar a los onis, una especie de ganado.

—Si se demostrara, Katsushiro Shinobi estaría equivocado y la paradoja de Fermi volvería a ser actual: están ahí, pero no los vemos. La pregunta entonces es: ¿Por qué querrían esconderse de nosotros otros seres racionales?

—No tienen ganas de hablar, juegan a algo, no nos toman en serio…

—O nos temen… —arriesga Klinga.

—Un tal vez muy grande. ¿Conoces la fábula china del sabio que miraba las carpas saltar cuando otro sabio llegó y le preguntó qué hacía? Él respondió…

—»Miro lo felices que son las carpas». A lo que el recién llegado volvió a preguntar: «¿Y cómo sabes tú que son felices si no eres una carpa?».

—Buena memoria. La moraleja es que resulta un error aplicar patrones de conducta humanos a una inteligencia no humana. No parecía que los onis nos temieran mucho en Nueva Meca. Puestos a ver, tampoco que se comportaran de modo muy racional…

—Gondo, la fábula de los dos sabios chinos y las carpas no termina ahí…

—Exacto. El primero le pregunta a su vez al recién llegado: «¿Y tú cómo sabes que yo no sé que las carpas son felices si no eres yo?». ¿Entonces? ¿Acaso tú y las Siete Grandes pueden leer la mente de ángeles y onis?

—No, ni hablar. Pero ésa es la versión reciente de la fábula. Hay otra más antigua…

—¿Que el chino se convirtió en carpa? ¿Y tú viniste a convertirte en ángel o en oni?

—No. Sólo dijo: «no soy una carpa, pero las veo saltar y nadar en círculos… como hacen los perros cuando son felices, así que supongo que ellas también lo son». Es posible analizar lo desconocido extrapolando desde lo conocido. Así funciona la etología… y los servicios de inteligencia de las Siete Grandes. Gondo, mi amor; lo que aprendimos hace días podría evitar que la raza humana sea aniquilada por un adversario astuto que durante años, haciéndose pasar por irracional, ha recopilado impunemente datos sobre nuestras armas, tecnologías y estrategias. No sabemos por qué no nos ha atacado aún… tal vez espera a sentirse más fuerte, o a que bajemos la guardia. Pero una evidencia tan irrebatible de que los onis podrían ser máquinas de guerra vivientes controladas por los ángeles convencería a todos de que la única solución es…

—La Operación Exorcismo. Paranoia corporativa; si no puedes entender algo, destrúyelo.

—Paranoia no; supervivencia. Destruye el peligro antes de que te destruya a ti.

—¿Cómo, cuándo y quiénes llevarían a cabo esa Operación? ¿Sólo la Shinobi o las Siete Grandes juntas? ¿Y qué pasaría con los proscritos? ¿Rescate o… exorcismo?

—A algunos se les evacuará, los demás… son criminales, después de todo. Las Siete Grandes lanzarán un ataque conjunto relámpago para que a esos enemigos ocultos no les dé tiempo a reaccionar.

—Supongo que entre los evacuados estarías tú. ¿Y el ataque? ¿Miles de naves disparando armas de energía contra el desierto? No parece muy eficaz.

—Nada de láseres. Será un bombardeo nuclear masivo.

—Las armas atómicas son algo burdas. Y muy costosas.

—Pero poderosas y definitivas. Y no se cuentan centavos para salvar a la humanidad.

—¿Y si no bastan? Los onis son tan resistentes…

—Si onis y ángeles sobreviven a las ondas térmicas y de choque y a la radiactividad, se harán detonar bombas de fusión lo más cerca posible del núcleo del planeta, lanzándolas por los cráteres de los volcanes…

—Por eso te interesaban tanto.

—Incluso en este mundo con pocas sustancias radiactivas, un elevado número de estallidos termonucleares de gran intensidad y simultáneos deben crear una reacción en cadena que primero destruirá el núcleo y luego todo el planeta.

Gondo mira a Klinga de hito en hito, jugueteando con el gatillo de su lanzadardos:

—Hipótesis alfa, Operación Exorcismo, destrucción de un planeta entero… Ni siquiera los más fuertes onis voladores pueden elevarse a más de 10000 metros sobre el planeta. ¿Cómo van a dejar Angélica y atacarnos? Una vieja fórmula de gobierno reza que cuando las cosas van mal, lo ideal para distraer a los pueblos es una amenaza externa. Y si no la hay, se inventa. Un enemigo no humano es perfecto: no puede ni siquiera quejarse de que se han malinterpretado sus intenciones. Disfrutaré frustrando ese estúpido plan.

—Gondo, sería un error terrible. Te he ocultado algunas cosas por algún tiempo, pero recuerda, ser paranoico no significa que no te estén persiguiendo.

—»Algunas cosas por algún tiempo». ¿El que decía que se puede mentir a todo un pueblo parte del tiempo, o a parte del pueblo todo el tiempo, pero no a todo el pueblo todo el tiempo era Goebbels? ¿O Lincoln? Supongo que para ti ambos son lo mismo.

—Por favor. No interfieras con la operación. Hazlo por la humanidad. Por tu hijo.

—¿Por la humanidad? ¿Y qué ha hecho la humanidad por mí? La única humanidad que me interesa ahora mismo soy yo. Ni tú ni ese hijo, de cuya existencia dudo…

Ella logra ponerse de pie sobre la pierna intacta, apoyándose en un mamparo.

—Eso sí es verdad. Un hijo tuyo y mío, que nacería seguro, lejos de aquí. Déjame trasmitir, Gondo, y te juro que en la primera nave nos iremos los tres, juntos…

—Ni en la primera ni en la última. No habrá evacuación, ni Operación Exorcismo. ¿Sabes? Lo más gracioso del caso es que quizás si desde el principio me hubieras dicho la verdad te habría ayudado, trabajaras para la Shinobi, la Han, la Mrinya o cualquier otra de las Siete Grandes. Pero ahora ni hablar, princesa. No sé cuánto de lo que me has contado es cierto, ni qué haré contigo, pero dejarte trasmitir, en ningún caso. Notable resistencia la tuya, por cierto. Pero no abuses. Mejor te tiendes de nuevo. He visto tendones y músculos desgarrarse por menos que eso. Serás una mentirosa sin remedio, pero no quisiera tener que amputarte una de esas hermosas piernas…

Klinga no obedece; lentamente, apoya la pierna herida, desenfunda su cuchillo de hoja recta y lo alza hacia el cazador:

—Gondo, lo siento, pero no me dejas otra salida. Tengo que enviar ese mensaje. No quiero que nuestro hijo crezca temiendo el ataque de otra raza.

La carcajada de él es casi un ladrido.

—No seas patética. Ni la humanidad ni tus patrones pueden verte, ni premiarte por tu fidelidad. Mira tu estado. ¿Qué vas a hacer… sangrarme encima?

—Si la Shinobi no ha recibido mis últimos mensajes debo reenviarlos, y si tú lo impides, pasaré por encima de ti. Trataré de no mutilarte ni matarte… —y con la última palabra, adelanta la pierna atravesada, apoyando sobre ella todo su peso. No ha sido el paso lento y vacilante de un herido, sino un movimiento seguro y veloz. Y no cae.

Gondo dispara sin dudar. Ya no apuntando a la pierna; la saeta se clava en el pecho de Klinga. Pero aunque la hace retroceder, no logra detenerla. Tendida hacia delante en una precisa estocada a fondo, la muchacha perfora con la punta de su cuchillo la cápsula de gas impulsor de la lanzadardos. El arma escapa de las manos de Gondo y rueda por el piso, siseando, impulsada por el chorro de argón que brota por el agujero.

No ha sido un ataque kamikaze con los últimos restos de energía, sino un movimiento bien calculado. Aunque sendas flechas le atraviesan el pecho y el muslo, la muchacha no sangra ni cae. Dando otro paso adelante, descarga otro tajo contra Gondo, que lo ataja con su kukri recién desenfundado.

Duelo. La cabina de Peri es grande, pero igual falta espacio para los antagonistas que giran como trompos dando y esquivando cuchilladas veloces como rayos. El aliento es demasiado valioso para desperdiciarlo en emitir sonidos. El corvo filo nepalés y la mano del cazador buscan la carne de Klinga. Sin encontrarla; ella hurta el cuerpo una, dos, tres veces con las maniobras características del pa kuá. Segundos después su cuchillo corta tela, cuero y piel, haciendo brotar la sangre de un tajo corto y superficial en la cadera izquierda de Gondo.

El viejo cazador cae. Pero, sobreponiéndose al dolor y la falta de aire que ya le muerde el pecho, en vez de soltar su arma, se pone de pie de un salto y contraataca. No con una cuchillada, sino con una patada baja y rapidísima a la pierna herida de su oponente. El malintencionado puntapié alcanza su objetivo: el asta de aluminio de la flecha se clava en ella, desequilibrando a Klinga justo el instante que necesitaba Gondo para extraer otro kukri de una vaina oculta en sus ropas.

Blandiendo vertiginosamente las hojas gemelas, el viejo cazador inspira a fondo y se lanza al ataque con todas las fuerzas que le quedan. Ahora parece irle mejor; un kukri hasta traza un surco en el bíceps derecho de la muchacha. Pero la herida no sangra, y ya Gondo resuella como un fuelle.

Segundos después, Klinga, que parece incansable e insensible al dolor, lo despoja hábilmente de una de sus armas golpeándolo en la muñeca con su palma libre. Y al instante siguiente Gondo va a dar contra un mamparo. El kukri que le quedaba rueda fuera de su alcance.

Se sienta, apoyando la espalda contra el mamparo y sofocando un quejido. Sacude la cabeza, semiaturdido. El lado izquierdo del pantalón de su dermotraje está húmedo por la sangre manada del tajo en su cadera. Pero más preocupante es el mango del cuchillo de Klinga que asoma justo bajo su deltoides derecho. La hoja recta del arma atravesó todo el brazo y asoma por el otro lado. Siente la sangre correr por la manga de la chaqueta, y el brazo inútil. Debe haberle seccionado algún tendón.

Aferra la empuñadura del arma con su mano izquierda, tira para extraerla de la herida y… no lo logra. El dolor lo derrumba de nuevo, y la hemorragia aumenta ligeramente. Pero aunque caído, extenuado y sangrante, no pierde la conciencia.

Inspirando a fondo, hace un nuevo intento y al fin consigue arrancarse el cuchillo, que cae al suelo de la cabina con sonoro rebotar. Se quita el cinturón, torpemente. Y mientras Klinga Van Voght lo mira casi divertida, pasa el brazo por dentro del cinto hasta el hombro y aprieta la ligadura así formada, hasta que la hemorragia disminuye y al fin cesa. Luego, recoge el cuchillo y lo alza apuntando hacia su dueña, como para dejar bien claro que no tiene intenciones de rendirse. Pero su brazo tiembla.

Tranquilamente, como si los dardos en su pierna y pecho no la molestasen, Klinga va hasta el pañol de armas, pasando sobre la lanzadardos y el kukri caído de Gondo. Lo abre, saca su fusil matagrendells y apunta con él al herido. Luego advierte, sarcástica:

—Yo en tu lugar no me movería, Gondoang We-Xiao. No soy una sádica, y los torniquetes pueden provocar gangrena, así que si sueltas ese cortaplumas te curaré con gusto. Pero te advierto que luego tendré que atarte o drogarte hasta que lleguen las naves de rescate. Elige tú.

—¿Eres un… ciborg? No… sangraste. Felicita a tus amos… de la Shinobi… han logrado ciberprótesis… que no se distinguen… en nada de los miembros… naturales…

—No soy un ciborg.

—Pero… tu fuerza… tus reflejos… sin sangre… sin dolor… La segunda flecha… te apunté corazón…

—Tu puntería no ha empeorado; me atravesaste el ventrículo izquierdo. Pero el del pecho ya no es mi único corazón: en el estómago, cadera, y pantorrillas tengo otros cuatro secundarios que pueden suplir las funciones del principal hasta que se regenere. Las ciberprótesis tienen gran potencia y ninguna sensibilidad al dolor, pero un gran defecto: no se autorreparan. El tejido vivo sí.

Mientras habla el tajo en su bíceps se cierra a ojos vistas, y con un sonido borboteante, las flechas hundidas en su pierna y tórax van emergiendo centímetro a centímetro hasta que caen al suelo con suave tintineo.

Gondo se arrastra por el suelo hasta un rincón de la cabina, alejándose de ella.

—Tú, especie de monstruo…

—Prefiero «humana potenciada».

—¿Cuántas horas de cirugía y dolor te costó esa potenciación?

—Lo mejor es que no hubo cirugía ni dolor. El término técnico es autoclonación. Los genetistas de la Shinobi me inyectaron un virus mensajero que introdujo en mi ADN genes artificiales que indujeron los cambios anatómicos y fisiológicos que deseaban provocar en mis células y en todo mi organismo. Pocas semanas las nuevas supercélulas ya estaban haciendo su trabajo y a los dos meses ya tenía este cuerpo: por fuera parece normal, pero es infinitamente más resistente, más rápido, menos vulnerable y más eficiente que el de cualquier ser humano. Con él puedo hacer cosas que te quitarían el aliento. Respirar bajo el agua y resistir media hora en el vacío cósmico, alzar dos toneladas de peso y correr un día entero. Mi oído es tan sensible como el radar de este trasto, mi vista superior a tu telescopio, mi coordinación muscular simplemente fantástica. ¿Sabes algo? Lo más difícil durante estos dos años fue fingirme normal. Aparentar que era torpe, lenta, débil. Menos mal que puedo provocarme hematomas y controlar el proceso de curación y cicatrización de heridas a voluntad, o primero Lecocq y luego tú habrían sospechado algo. Soy la avanzada de una nueva era, la precursora de una nueva raza de superhombres. Los ciborg están superados. Pero sé lo que se siente siéndolo. Por dos años más de la mitad de mis órganos fueron artificiales…

»No me inventé lo del accidente en que perdió la vida toda mi familia. Sólo que yo también iba a bordo de aquella lanzadera turística para descender de la órbita de Vergel cuando se estrelló. Mi marido, mis dos hijos y otras 200 personas murieron; yo fui la única sobreviviente.

»Sobreviviente parcial. Los médicos apenas pudieron salvar el 35% de mi cuerpo… perdí casi toda la piel, la lengua, las cuatro extremidades, ambos ojos, la mitad del estómago, cuatro metros de intestino, el bazo, una porción de hígado, el páncreas, un pulmón, un riñón y todo el sistema reproductivo. Yo no era rica… en eso también te mentí… aunque sí tenía un seguro médico de primera clase. Bastó para pagar el hospital y las operaciones, pero no de los órganos artificiales que necesitaba para mantenerme viva. Además de medio muerta, estaba endeudada de por vida.

»Varias veces los doctores me sugirieron la eutanasia. Me predijeron años de calvario, sufriendo dolores fantasmas de todos mis órganos perdidos, sin poder salir jamás de una cámara hiperbárica. Pero yo me aferré incluso a esa caricatura de vida normal.

»Un día apareció en el hospital un ejecutivo de la Shinobi, pagó todas mis deudas y me ofreció empleo en su corporación. Al principio no podía creer en mi buena suerte. ¿Empleo, a alguien que era menos que un tetrapléjico? Trabajé 22 meses con ellos, mientras aprendía a valerme de todas las ciberprótesis que me pagaron… y cuando pidieron voluntarios para probar un proceso experimental de reconstrucción corporal, no dudé un instante. Por supuesto, ése había sido su plan desde el principio, por eso asumieron mis gastos médicos, pero ya les debía tanto y además ¿qué me quedaba por perder? El experimento, como ves, fue un éxito total. Me inyectaron el virus con los genes sintéticos y a las dos semanas ya me estaban creciendo órganos nuevos. Nuevos, pero míos.

—Linda historia. Pero las Siete Grandes siempre se guardan un as en la manga. ¿Qué tara te dejaron «por casualidad» a cambio de su regalito? ¿Dependencia de inmunodepresivos? ¿Deficiencia de aminoácidos? ¿Alergias?

—Gondo, eres demasiado perspicaz para tu propio bien. Sí; no me enfermo nunca, soy más fuerte que el más musculoso monstruo hinchado de esteroides, puedo resistir heridas que matarían hasta a un oni, inhibirme del dolor, y hasta regenerar miembros perdidos… no instantáneamente, necesito unos días. Pero todo eso depende de cierta enzima inhibidora sintética que sólo produce la Shinobi. Si dejara de trabajar para ellos interrumpirían el suministro. Y sin ella, en pocos días las supercélulas empezarían a reproducirse sin control, me convertiría en un cáncer viviente… y nuestro hijo también.

—Patético. La misma poción que hace a los nuevos dioses es la misma que los convierte en esclavos. Lecocq lo habría considerado justicia poética. Por curiosidad, ¿guardas tu suministro en ese medallón que no te has quitado desde que llegaste, verdad?

—Ya veo que contigo no se pueden guardar secretos. Me la hacían llegar del mismo modo que los mensajes: dentro de las cápsulas para el fusil matagrendells. En cada envío había siempre una que no contenía agujas. Nunca pensaste en eso, ¿verdad?

—La verdad es que no. Me concentré demasiado en los discos de datos que pasabas durante los canjes, supuestamente sin que yo lo supiera. Debo estarme volviendo senil. Me da vueltas la cabeza.

—Por la pérdida de sangre. Suelta ese cuchillo y déjame ver tu herida, Gondoang We-Xiao. Creo que corté varios tendones. No soy rencorosa, y te amo de veras. Si luché contigo y te herí fue sólo porque no me dejaste otra salida, pero sigues siendo el padre de mi hijo.

—Ah, claro, el pequeño Gondoang. Será una pena no verlo nacer y crecer.

—Lo veremos juntos. Cuando nos evacuen de Angélica…

—No lo veré. ¿Sabes? Tengo un defecto; nunca he sabido aceptar una derrota…

Dirige el cuchillo contra su propio cuello. Rapidísima, Klinga se adelanta para impedirle consumar el suicidio… y Gondo le lanza el arma a la cara con toda la fuerza de su brazo.

Los reflejos de humana potenciada son increíbles: incluso a tan corta distancia y tomada completamente por sorpresa logra esquivar la hoja cortante con un veloz giro del cuerpo.

Pero tal torsión la desequilibra por un instante y le da al viejo cazador la oportunidad que buscaba. Se echa hacia atrás y… ya no está en la cabina del torquemóvil. En el suelo donde estaba sentado un segundo antes hay una escotilla-esfínter abierta.

Klinga mueve de un lado a otro la cabeza: otro de los trucos del viejo cazador. Pero a pie y malherido como está no irá lejos. Saldrá a buscarlo enseguida… en cuanto trasmita su mensaje al satélite que lo reenviará a la Shinobi. Lo primero es lo primero.

Entonces su hipersensible oído capta el levísimo zumbar de un motor inercial que se activa, y salta hacia la puerta. La manija está trabada, y pierde preciosos segundos tratando de abrirla a patadas que sólo logran abollar la plancha de aluminio, hasta que retrocede un paso y la vuela con una descarga del arma matagrendells.

Un vehículo antigrav que es apenas una vara con grupo impulsor, manillar y asiento-silla de montar remonta una barkana casi medio kilómetro de distancia… demasiado lejos para dispararle. Y sentado a horcajadas en el ligero artefacto, como un niño sobre su caballo de madera o una bruja sobre su escoba, va Gondo.

Lleva gafas y máscara filtrante, pero no casco. Antes de descender de la cresta de la duna y desaparecer de la vista de Klinga intenta una última ironía, despedirse agitando el brazo derecho… pero no logra levantarlo.

La agente de la Shinobi vuelve a la cabina, decepcionada: ¿es que Gondo no se da cuenta de que nunca logrará escapar de Peri en eso? Las «escobas» son apenas juguetes: pequeñas, ligeras, sin mucha autonomía y no superan los 50 km/h. Casi podría alcanzarla corriendo, pero el torquemóvil será más seguro. Enciende el motor y…

La explosión de la bomba oculta en el tablero de mandos arranca el sillón de su base giratoria y lo lanza contra el pañol de armas. Casi de inmediato estalla otra carga menos potente. Las ondas expansivas estremecen todo el vehículo y causan grandes destrozos dentro de la cabina.

El estallido mismo o el golpe contra un mamparo habrían matado a cualquier ser humano normal. Klinga se levanta ilesa. Abre la puerta de una rabiosa patada, y cuando el polvo y el humo se dispersan, se acerca a controlar el estado del tablero de mandos y hace una mueca. Los controles y la radio han quedado totalmente inutilizables.

Djinn no está en mucho mejor estado. Gondo debió colocarle la bomba mucho antes, con algún dispositivo para coordinar su detonación con la del torquemóvil.

Klinga tiene ganas de aullar. Parece que el viejo cazador ha pensado en todo. Preparó su fuga con la misma premeditación y astucia que usaba para tender emboscadas a los onis. Quizás capturarlo no sea tan fácil como le pareció hace un minuto. Pero al fin sonríe, más calmada; ella sí sabe aceptar una derrota, y una batalla perdida no es la guerra. Ya lo atrapará. Pero primero hay que enviar ese dichoso mensaje.

 

*****

 

Amanece. El resplandor de la binaria que aún no asoma tras el horizonte ilumina con sus tenues tonos las nubes verdes y las blancas, el grisáceo desierto, el todavía lejano volcán y la «escoba» abandonada al pie de una barkana cuya arena ya casi la ha engullido.

Un par de kilómetros más cerca del cráter, las raquetas de Gondo se deslizan sobre la duna con la mecánica mezcla de decisión y agotamiento de un corredor de fondo en la recta final. Hace pausas periódicas para recuperar el aliento y ajustarse los vendajes del hombro y la cadera, y de cuando en cuando mira hacia atrás como si esperara ver aparecer algo o alguien, pero sigue adelante. Cuando Ter-Mizar lleva sólo unos minutos afuera, las pausas ya son más largas y frecuentes que los períodos de movimiento.

Al llegar junto al volcán, Gondo abandona las raquetas e inicia la ascensión del cráter. Jadea; está muy débil. Ha perdido mucha sangre, y por el vendaje del brazo sigue manando el precioso líquido rojo. Ya no siente los dedos de la mano derecha.

Viajó toda la noche hacia el norte, cabalgando la incómoda y vulnerable «escoba» sin que ningún oni lo siguiera o atacara, y logró llegar bastante cerca de la faja volcánica antes de que las baterías del pequeño vehículo se agotaran… y su buena suerte también. No hace falta ser médico para saber que la pérdida de sensibilidad en el brazo derecho es muy mal síntoma. Le arden los labios y los ojos, y eso significa fiebre. Ha tomado antibióticos y analgésicos. El mínimo equipo de supervivencia que cargó en la «escoba» incluye agua, alimento concentrado y medicinas, pero no muchas.

Su mente también está fallando; debió enterrar la «escoba» en vez de simplemente dejarla sobre la arena. No le sorprendería que la humana potenciada dispusiera de claves prioritarias para usar los satélites de la Exxony como rastreadores orbitales, y desde el espacio, un vehículo antigrav, por pequeño que sea, es fácilmente detectable, sobre todo si no está enterrado o bien escondido. Y una vez hallada la «escoba» bastaría con que Klinga usara la cibernariz para seguir sus pasos. Ha dejado caer bastantes gotas de sangre sobre la arena en estos dos kilómetros de marcha.

Y si Klinga logró reparar a Peri o a Djinn antes de las 12 horas que calculó como mínimo necesario para la tarea, podría aparecer en cualquier momento…

Mira hacia atrás. Ningún vehículo en el horizonte, ni en el cielo. Sonríe para sus adentros. La paranoia ayuda a mantenerse vivo, pero también lo pone a uno muy nervioso.

Lentamente escala el talud, y sujetándose de las rocas, desciende por la chimenea, hacia la sombra y el brillo multicolor de miles de ángeles en el fondo. No baja mucho, sólo hasta un saliente lo bastante ancho y largo para poder tenderse encima. Su último pensamiento es que si el volcán hace erupción al menos tendrá una muerte rápida. Luego pierde la conciencia.

Ter-Mizar en su cenit lo despierta. Piensa que debió haber bajado más, pero ya no tiene fuerzas para moverse. Tiembla de fiebre y sólo le queda esperar estoicamente a que la rotación de Angélica lo libre del azote de la binaria, cuyo contraerse-distenderse se le antoja una burla hacia él. Se obliga a tragar las últimas medicinas con un sorbo de agua. No consigue hacer lo mismo con las tabletas de concentrados alimenticios.

El día pasa entre períodos cada vez más largos de sopor y cada vez más cortos de conciencia y dolor. Ya no siente el brazo derecho. A media tarde, la fiebre le ha agrietado los labios, y nublado la vista. Trata varias veces de incorporarse, cada vez más débilmente.

Se ha bebido toda el agua. La fiebre no desciende. Ningún medicamento de su botiquín ha funcionado y ya no le quedan más. En Angélica no hay microbios infecciosos. ¿La hoja de Klinga estaría envenenada? No hay modo de saberlo. En todo caso, no tiene el antídoto. Y ella no se lo traerá.

Sabe que está condenado, y en un destello de rabiosa energía rompe contra el basalto el cuchillo de Klinga. El brusco movimiento vuelve a abrir la herida de su hombro, que sangra… pero muy débilmente. Ya no le queda mucha.

Para un cazador, la muerte acaba siendo una amiga. O como una vieja tía cuya visita es enojosa pero inevitable. Aún así, Gondo no quiere morir. No le molesta tanto haber sido derrotado por Klinga en el duelo a cuchillo… a fin de cuentas, con su fuga demostró que era más astuto que ella. No la odia; para él hay dos Klingas, la compañera irónica y confiable que llegó a amar, la madre de su hijo… y la agente corporativa fría, la «humana potenciada». Bueno, en realidad no sabe qué pensar al respecto.

Pero que las Siete Grandes se salgan con la suya, que Angélica sea sacrificada a la paranoia y el militarismo corporativos, eso sí le molesta, y no poder evitarlo lo desespera.

Al crepúsculo, Gondo tiembla tanto que tiene que aferrarse a la roca para no caer al fondo. Todo su brazo derecho está negro, y la zona alrededor del corte en la cadera empieza a tomar el mismo color. Pero aún se niega a morir.

—Debo… regresar… detenerla —balbucea con labios rajados, luchando por no perder de nuevo la conciencia; podría ser la última vez—. No me has… vencido… aún… Klinga…

Ter-Mizar se oculta, y una cascada de luces multicolores brota del cráter. Son miles de ángeles que como cada noche se elevan gozosos hacia la oscuridad que los espera.

El delirante Gondo los ve pasar por su lado y les tiende la mano

—Ángeles… ella quiere… destruirlos… y a todo… lo demás… Ayúdenme… a impedirlo… por favor…

Atraídas por el leve movimiento de aire, algunas luces se arremolinan en torno a la mano del moribundo. Otras la atraviesan sin esfuerzo.

Gondo ríe, agotado.

—Estúpido… los… ángeles… no pueden ayudar… a nadie… son sólo luces… —y se zambulle en la oscuridad.

Oscuridad. Oscuridad. Mucha oscuridad,

La rompe un destello de luz que se divide en otros muchos de un blanco purísimo.

Estoy muerto. Tengo que estar muerto. Entonces, ¿qué es esto? ¿El paraíso?

Las luces se unen en una figura de grandes alas, largos cabellos y túnica vaporosa, que canta melódicamente en un jardín por el que pasean leones, corderos… y Gondo.

Lo siento, pero no me lo creo. En todo caso me tocaría el infierno.

Llamas, un arquetípico demonio cornudo que blande un tridente sobre una hirviente caldera en la que se retuercen decenas de cuerpos humanos, todos con la cara de Gondo.

No puedo estar muerto, seguro deliro, debe ser efecto del veneno. Aunque ¿puedo delirar si pienso que estoy delirando? Veamos: soy Gondo, Klinga me hirió, es de noche y estoy en Angélica. Eso está claro. Esas luces deben ser ángeles jugando cerca de mi cuerpo agonizante… Un momento, ¿por qué todas blancas?

Las luces vuelven a su forma inicial indiferenciada, pero ahora multicolores.

Reaccionan a mi pensamiento. Ángeles que vienen a presenciar mi muerte.

Caleidoscopio de imágenes: una nave que estalla, un esqueleto con túnica negra que blande una inmensa guadaña, un soldado con armadura de combate que salta en pedazos al pisar una mina. Los rostros del piloto, del esqueleto y del soldado son siempre el de Gondo.

Eso mismo, muerte.

Un torquemóvil cuyas espiras se mueven impotentes sin hacerlo avanzar. Un tren monorraíl que se detiene frente a una imposible estación en medio del desierto.

Atascado, estación intermedia. Es una asociación, una imagen. ¿No muerte? Ni vivo ni muerto. Vaya. Sólo falta que se aparezca Caronte con su barca.

Un remero de luz que boga conduciendo una chalupa cargada de Gondos.

Mis imágenes, mis conceptos. Pero no soy yo. ¿Telepatía? ¿Eh, hay alguien ahí?

Una mano toca en una puerta; se abre, y al otro lado, miríadas de puntos de luz.

¿Ángeles? Eh, están en peligro, van a destruir este planeta, tienen que huir…

Alas blanquísimas, largos cabellos rizados, rostro beatífico, flotantes vestiduras.

No quiero morir. Si vienes a llevarme, déjame tranquilo.

Luz… que se extingue lentamente hasta una impenetrable oscuridad.

No, no, no te vayas… ángel o lo que seas. No me dejes solo. Tengo miedo.

Un niño llora solo en el desierto. Su cara es la de Gondo, con cicatrices incluidas.

Eh, que no era tan feo de niño, las cicatrices vinieron mucho después.

Una gran mano acaricia la cabeza del niño, que sonríe encantado.

Eso mismo. Gracias por volver. Yo soy Gondo. Y tú ¿eres de verdad un ángel de Angélica? ¿La hipótesis alfa es real entonces? Y… ¿lees mi mente? Mira tienen que irse, caerán bombas, el planeta estallará, ustedes no son materiales pero igual…

El cazador en el sillón de mando de su torquemóvil, disparando su lanzadardos, practicando pa kuá, corriendo y disparando un máser pesado por las callejuelas de Nueva Meca, arponeando su primer tsunami en Hokusai, los dedos de Livia escapándose de entre los suyos, el cuchillo de Klinga clavado en su hombro…

Klinga, traidora corporativa potenciada, ojalá te mueras con tu hijo

Bajo la bandera negra con el ninja rojo que arde, Klinga disolviéndose en una llaga viva. Y el rostro de Gondo en pequeño y sin cicatrices brotando de su vientre abierto como una flor de sangre y ardiendo en una llamarada pútrida.

No, no… mi hijo no… creí que no me importaba, pero no otra vez, no como Livia.

Klinga acariciando las cicatrices del cazador. Sus ojos azules, su pelo rojo, su risa, su gesto irónico… su muslo y su pecho que no sangran ni atravesados por sendas flechas.

Es una espía corporativa y un monstruo. Pero no puedo odiarla, aunque me haya hecho esto. Pensó que cumplía con su deber, y protegía a su hijo, nuestro hijo. Si sus células no recibían la enzima, sería el fin para ambos. No es mala, sólo está equivocada…

Klinga llega a una encrucijada y elige un camino cubierto de malezas.

Sí, el camino más estúpido. Pero basta de jugar con mis recuerdos y mis conceptos y de mandarme imágenes. Esta telepatía está mal. Es como un mudo hablando con un sordo. Si sabes hacer tantas cosas, ¿no puedes usar palabras? ¿Entiendes? Palabras.

Dos Gondos: uno sin boca que sonríe con los ojos. Otro con boca que habla y habla, pero cuyo cráneo es tan pequeño que no podría contener un cerebro.

¿Quieres decir que si hablo soy un idiota sin cerebro? Y tú que no tienes boca y no puedes usar palabras eres un genio, claro.

Un trasmisor de radio. Un diccionario. Un niño que juega con cubos de plástico, y de nuevo la explosión de luces.

Sí, está claro que tenemos problemas de comunicación. Yo con palabras y tú con imágenes, no va a ser fácil entendernos.

Las luces se organizan en fórmulas matemáticas y figuras geométricas.

Sí, ya sé que la hipótesis alfa es verdadera. Geometría, matemáticas, ustedes son inteligentes, está claro. O al menos usan inteligentemente mi cerebro. Pero si nunca antes lo habían demostrado, ¿por qué ahora, conmigo?

Un Gondo al borde de un precipicio, mirando al abismo. Llegan las luces.

¿Porque voy a morir? Estúpido. Han muerto tantos aquí en Angélica…

Un Gondo tiende las manos, gesticula, grita pidiendo auxilio. Las luces.

¿Porque pedí ayuda? ¿Y todos los que murieron aquí antes que yo, no la pidieron?

Un Gondo pide auxilio en medio del desierto. No llega ninguna luz y muere.

Ah, claro, tú no estabas. Pero, sí tú, si ustedes son tan amables, ¿por qué los onis? He visto cómo los alimentan, cómo fertilizan sus huevos, cómo nacen de ellos. Pero son monstruos feroces. ¿No los controlan, acaso?

Un Gondo trepa por una pared vertical, sudando y con esfuerzo, pero sin detenerse.

Capto la idea. Es difícil responder. Pero ¿por qué? Es una pregunta de sí o no. Los controlan o no los controlan.

La constelación de luces, de nuevo.

Espera, creo que lo tengo. ¿Un código binario? ¿Sí-luz, no-oscuridad?

Luz.

Entonces podemos hablar. No sé cuánto tiempo me quede, ni por dónde empezar, tengo tantas preguntas. A ver, lo primero es lo primero. ¿Cómo te llamas?

Oscuridad.

Anónimo ¿Y un número, algo que te distinga de los otros ángeles?

Oscuridad. Luego una luz… muchas luces, una luz, muchas luces.

No estoy seguro… ¿Son lo mismo? Pero hasta los insectos saben diferenciar entre uno y muchos.

Luz. Un hormiguero en el que los insectos se afanan en todas direcciones.

¿Una inteligencia colonial, o algo por el estilo?

Luz parpadeante.

Eso debe ser que hay un matiz… no es exactamente eso, pero aceptémoslo por ahora como hipótesis de trabajo. ¿Y los onis, qué pintan? ¿Son sus… tus, una especie de larvas?

De nuevo un Gondo que trepa con esfuerzo por la abrupta pared.

¿Difícil de explicar? Ya lo sé, estuve 10 años tratando de entenderlo. Qué mala suerte. La primera inteligencia no humana que encontramos tenía que ser tan poco humana que ni palabras puede usar. Me pregunto cuánto entiendes de todo lo que te digo.

Un Gondo niño que llora ante una torre de cubos caída por los suelos.

No, no te preocupes. No es tu culpa. Supongo que haces tu mejor esfuerzo, y que si yo fuera telépata también me confundiría las palabras. Pero somos una especie verbal; me cuesta pensar en imágenes… y hasta interpretar las que sacas de mi propia memoria.

Ahora son dos los hombres los que trepan jadeando por la escarpa vertical. Uno es Gondo. El otro es de luz y no tiene rostro.

Tú tampoco entiendes muy bien mis palabras, está claro. Oye. ¿Por qué esto no ocurrió antes? ¿Por qué no se comunicaron con nosotros desde el principio? ¿Por qué dejaron que los onis acabaron con la tripulación de la Chuang Tzu?

El hombre de luz llega a lo alto de la pared, y sin querer desprende una piedra que cae sobre Gondo debajo… y lo arroja al abismo.

¿Un accidente? ¿No los vieron? Eso no me lo trago.

Dos onis luchan entre sí. Llega Gondo en un gravitrineo y se pone a observarlos. Cuando uno de los onis ha vencido al otro, se vuelve y ataca primero al hombre y luego al vehículo.

¿Pensaron que eran otros onis?

Luz.

¿Y lo del contingente militar de la Exxony?

Un graviplano militar persigue a un oni corredor y lo aniquila. Otro oni volador llega y destruye el vehículo de combate.

¿Y los neoshiítas? Ellos no atacaron primero. Yo estaba en Nueva Meca.

Onis atacando los muros de basalto, humanos defendiéndolos… y de repente todos se convierten en piezas inmóviles sobre un tablero de ajedrez.

¿Ajedrez? Ahora sí no entiendo. La guerra y la muerte no son un juego.

Luz. El esqueleto de negro con la guadaña se divide en dos mitades idénticas: cada una un jugador de luz sin rostro a ambos lados del tablero blanquinegro… pero las piezas no son peones, caballos ni alfiles, sino onis, todos diferentes.

Espera: sí es un juego, y los onis son sólo piezas. El tablero, toda Angélica. Y antes, cuando no estábamos nosotros, ¿ustedes jugaban solos?

Luz. El hombre de luz juega un solitario con cartas con figuras de onis. Llega un segundo jugador que se suma al juego del hombre de luz. Su rostro es el de Gondo. Sus cartas son gravitrineos, lanzaderas, vehículos militares de orugas, un torquemóvil.

Nunca he tenido un vehículo de orugas. Espera, espera. Ese jugador… soy yo, pero no soy sólo yo. ¿Toda la raza humana?

Luz muy brillante.

¿Pensaron que queríamos jugar?

De nuevo Gondo y el hombre sin rostro que trepan por la pared vertical.

Sí, es bien difícil, hasta juntos… ¡qué clase de malentendido! Lástima que no me quede mucho tiempo, me encantaría aclarártelo.

Luz-Oscuridad. Luego el torquemóvil que no se mueve aunque sus espiras giran… una mano de luz se lo impide. Lo mismo que al tren monorraíl que fuerza sus máquinas tratando de abandonar la estación sin lograrlo. Un reloj gira en un sentido, luego en el otro.

¿Estás tratando de decirme que ustedes controlan el tiempo?

Luz.

¿Estoy fuera del tiempo, de algún modo?

Luz.

¿Será que es sólo así como puedo comunicarme contigo?

Luz… un Gondo camina como buscando algo. Oscurece de pronto, y aparece el hombre de luz sin rostro, llevando en sus manos un reloj cuyas manecillas no se mueven…

Bueno, pues ahora que ya sé que no tenemos prisa, prueba a explicarme eso del juego… despacio y desde el principio. ¿Angélica es el tablero por algún motivo especial?

Una difusa nube de gas… Y una miríada de luces que surgen chispeando de la nada y comienzan a rondar en torno, hasta que se condensa en un disco de materia giratoria. Una segunda nebulosa protoplanetaria discoidal llega ¿acompañada, conducida? por otra bandada de ángeles que también comienza a condensarla. Surge una estrella binaria.

Ter-Mizar, claro. Crearon el tablero. Oye ¿estás contándolo rápido para que no me aburra… o ése es el tiempo real?

Luz. Las agujas del reloj del hombre de luz sin rostro giran al ritmo normal.

Claro, si controlan el tiempo pueden hacer lo que quieran. Me resulta difícil hasta imaginarlo. Pero puedes seguir con esa génesis a cámara rápida.

Las omnipresentes luces giran por todas partes en torno a la binaria, reuniendo los grumos de materia que no se han condensado en Ter o Mizar en una aglomeración protoplanetaria, hasta que cuajan en un mundo solitario.

Y así nació Angélica. Los astrofísicos darían la vida por ver lo que me has mostrado. Un planeta, un sistema entero construido a la medida, y a velocidad récord.

Luz. El planeta se enfría, su calor se concentra en dos fajas circunpolares de volcanes que arrojan megatoneladas de arena y gas en cada erupción. Un coágulo verde se materializa en el centro de una formación de ángeles… y al instante empieza a dividirse.

Crearon las algas. Ningún xenobiólogo imaginó nunca ese origen de la vida. ¿O las crearon? ¿La famosa panspermia llegó por los agujeros de gusano? Oh, ¿sabes qué son?

Luz. El hombre de luz se acerca a un pequeño sol rojo… y al alcanzar un punto invisible del espacio, desaparece. Luego emerge de la nada cerca de una supergigante azul.

Lo sabes. Pues los astrofísicos siempre se preguntaron cómo y por qué surgieron esos «atajos espaciales» tan oportunos. Y si ya estoy muerto o casi muerto y tú conoces la respuesta, me gustaría que me lo dijeras. Por pura curiosidad. Quedará entre tú y yo.

Un gusano se abre camino en una manzana, dejando un pequeño túnel a su paso… El fruto se convierte en un sistema solar en torno a cuya estrella emerge un ángel.

Ya me lo imaginaba. Fueron ustedes. Qué lástima que no pueda contárselo a nadie. Pero sigamos con tu «génesis angelical»… ¿Y después de las algas? ¿Ya empezó el juego?

Varios ángeles vuelan entre seudocúmulonimbos de algas verdes. Uno comienza a aumentar de tamaño y a cambiar de color, hasta un inconfundible magenta, y luego estalla. Uno de los diminutos vegetales flotantes cambia de color y desciende lentamente hasta hundirse en la arena. Cuando emerge ya es un pequeño gusano verde erizado de púas.

Encarnación. Como hacen en los huevos de los onis. Y la evolución ultrarrápida…

Luz. El gusano espinoso se arrastra y topa con un trípode córneo y articulado, también de pocos centímetros de largo. Las dos criaturas se trenzan en feroz combate. Luego son una araña saltadora y un escorpión volador un poco mayores los que se enfrentan, más tarde algo similar a un rinoceronte con ocho pares de patas el que lucha con un gigantesco murciélago de cuatro alas, y al fin los luminosos jugadores de ajedrez sin rostro empeñados en su partida sobre el tablero, que crece y se cubre de arena, convirtiéndose en Angélica.

Eso merecería un hombre subiendo una pared muy, muy escarpada.

Luz… que de pronto se disuelve en un signo de admiración.

¿Por qué no pensé antes en eso? Ya vamos entendiéndonos. Entonces, tú-ustedes construyeron todo un sistema planetario con su biosfera sólo para poder jugar con sus monstruos. A Livia le habría encantado el concepto. Jugaba rol con la computadora.

Signo de interrogación.

¿Rol? Fácil de jugar, difícil de explicar… cada jugador crea un carácter o personaje fantástico, y lo hace interactuar con los de los demás, bajo ciertas reglas.

Luz, un resplandor potentísimo. Dos, tres, mil, diez mil hombres de luz sin rostro sentados alrededor de una mesa redonda que es al mismo tiempo el desierto infinito de Angélica, sobre el que miles de onis se persiguen, esconden, dan caza y devoran…

Los onis ¿son sólo reencarnaciones, juguetes… personajes o avatares de un juego de rol planetario? Porque ustedes, ángeles-jugadores… seres de energía, inteligencias artificiales, dioses, lo que sean ¿se aburrían?

Luz-Oscuridad.

Sí y no. O sea, que es más complicado que lo que dije, pero está por ahí. A ver, cuéntamelo todo desde el principio. Y no estoy hablando del Big Bang. ¿Hubo otros escenarios de juego antes? ¿Los construyeron o los encontraron?

Oscuridad. Una ciudad de gráciles arcos y torres espinosas que pululan de seres delgadísimos. Los pliegues de piel que unen sus largos miembros, como en las ardillas voladoras terrestres o los aquilones de Vergel, les permiten planear gráciles de torre en arco, de arco en torre, entre naves y máquinas flotantes que se posan o despegan. Uno de los extraños seres se convierte en un punto de luz y el punto crece hasta formar al hombre sin rostro.

¡Eran ustedes! ¿Cómo fue que se convirtieron en lo que son ahora?

Los esbeltos seres planeadores se reúnen ceremoniosos en torno a una máquina que recuerda a un árbol de látigos. Los flagelos serpentean como vivos… y cada vez que tocan a un ser, hay un chispazo, un cuerpo desmadejado y una luz que se alza de él, vacilante.

Una máquina para trascender. Para dejar atrás el cuerpo y volverse ¿espíritu puro? ¿Energía? Algunos futurólogos de mi raza decían que ése sería el último paso evolutivo de la inteligencia. Y muchos filósofos también, pero ellos pensaban que tal transformación sería más bien… mística, tras años de mediación y purificación espiritual. No por medio de una máquina.

El rostro del hombre de luz adquiere una boca ancha y como de dibujo animado, que ríe. Un pez arrojado a la playa por una ola boquea, sin agua en las branquias. Una salamandra cercana lo mira relamiéndose y respirando imperturbable con sus pulmones de anfibio. Ambas criaturas tienen rasgos exagerados, caricaturescos.

Eso del pez y el anfibio está claro: la evolución biológica nunca es tan veloz como uno quisiera… así que decidieron ayudarla. Buena la imagen. Y buen sentido del humor.

El hombre de luz vuelve a reír.

Eso mismo. Déjame adivinar lo que pasó: abandonaron sus cuerpos… pero un día les dio nostalgia, y entonces construyeron Angélica para recordar lo que era ser corpóreos de nuevo. Pero ¿por qué no volvieron a cuerpos como los que tenían antes? Las ardillas voladoras gigantes inteligentes no lucían tan mal… sobre todo comparadas con los onis.

Luz y oscuridad alternándose en veloces parpadeos.

¿Sí y no qué cosa? Me perdí otra vez…

Un Gondo mirando a todas partes en un desierto infinito… hasta que estalla, convirtiéndose en el hombre de luz, que otra vez rompe a reír.

Ya entendiste, ese «me perdí» también era una metáfora… eres rápido, amigo… a ver explícame tú como fue, ya que no doy pie con bola.

Luz… y una ciudad submarina de suaves torres tejidas de algas entre las que nadan miles de peces idénticos. Largos tentáculos les brotan de detrás de las agallas. Los usan para recoger objetos y trenzar las fibras vegetales submarinas. Con acuática calma pastorean rebaños de otros peces mucho mayores y sin tentáculos. De repente, miríadas de luces multicolores aparecen entre las torres ondulantes y los rebaños ícticos. Cada vez que tocan a una de las criaturas con tentáculos hay un chispazo, un cuerpo exánime que cae al fondo girando en desmayada espiral, y una luz nueva. Hasta que los cardúmenes de inmensos peces se dispersan asustados, huyendo de los cadáveres de sus pequeños pastores. Y el contingente de ángeles, redoblado su número, se aleja del mundo acuático.

Ah, no, quisieron hacerles el favor a otros. Y ya no necesitaban máquinas, les bastaba con tocar para hacer trascender… Lástima. Esos peces habrían sido fascinantes para los xenobiólogos. Una especie que llegó a la civilización sin conocer el fuego. Pero ¿les preguntaron si querían ser como ustedes?

Un niño de luz con boca y ojos de caricatura mira desolado un jarrón roto a sus pies.

Ah… de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno.

Un montón de niños luminosos con boca y ojos de caricatura están rompiendo jarrones para pavimentar con sus trozos una avenida que conduce a… un auténtico demonio con cuernos y cascos de cabra, pero formado por millones de luces multicolores.

Bueno, lo hicieron por ayudarlos. Les preguntarían a los siguientes.

El niño de luz sonríe con embarazo, y se disuelve en un laberinto subterráneo por cuyos túneles corren insectos ciegos de enormes cabezas. Llegan las luces, otra vez los chispazos, y los nuevos ángeles se marchan dejando atrás una marea de cuerpos artrópodos que chocan y se agreden entre sí, confundidos sin la mente colonial que los animaba.

Nidos de varios niveles sobre árboles colosales, construidos por aves que han olvidado cómo volar y usan sus alas atrofiadas como manos… de nuevo la horda de luces y otra vez se marcha redoblada, dejando detrás montones de cuerpos emplumados yertos.

Tenían el entusiasmo de un misionero novato. Por eso no queda ninguna raza inteligente viva en la galaxia.

El niño se encoge de hombros, apenado, frente a los restos del jarrón deshecho.

Salvo nosotros. Me siento discriminado. ¿Por qué no nos hicieron trascender? ¿No encontraron la Tierra?

Es la Tierra, aunque los perfiles de los continentes son distintos. Las luces se acercan, exploran sus bosques, llanos y montañas, dan con un grupo de antropoides que marchan semierectos por una sabana, revolotean sobre ellos… y al fin se van.

Ya veo. La encontraron, pero hace millones de años. Ésos eran por lo menos australopitecos. Fue una visita prematura, no éramos muy inteligentes todavía. Así que se fueron y nos dejaron toda la galaxia con su red de agujeros de gusano para que pudiéramos visitarla… sin encontrar semejantes.

De nuevo el niño de luz apenado frente al jarrón roto.

No importa, tampoco ha sido tan malo. Un poco solitario, al máximo. Pero ¿por qué no volvieron a buscarnos? ¿No iban a ayudarlos a todos a trascender?

El refulgente y apenado infante y su despedazado jarrón se multiplican por diez, por cien, y se transforman en un mundo de polvo. En el que bajo un cielo con nubes verdes y blancas onis de mil formas distintas se enfrentan entre sí, cada vez mayores o más veloces, mejor armados o mejor protegidos. Y detrás un reloj gira rápido. Muy rápido.

Ah, habían redescubierto el más absorbente de los juegos: la guerra. Táctica y estrategia mezcladas con evolución debe ser una combinación fascinante. Se entretuvieron… y se olvidaron de nosotros.

Oscuridad. De nuevo la Tierra. Las luces sobrevuelan la construcción de la pirámide de Keops, la batalla de Grünewald, la invasión de Gengis Khan a China, los panzers de Guderian entrando en París… y cada vez se retiran. El niño de luz da un mordisco a una tableta de chocolate… y la escupe, asqueado.

Nos visitaron varias veces, y nunca nos hicieron trascender. ¿Teníamos mal sabor? No entiendo. Ni que se hubieran comido a los otros…

Los militares de la Exxony disparando sus armas contra los onis. Los neoshiítas también. Duros rostros de soldados haciendo fuego contra civiles. Un hombre de ojos rasgados ríe, degollando a su familia. El mismo hombre, algunos años más viejo, persigue en su mototrineo a un oni herido, lo remata, desuella, destripa y le arranca el cristal.

Kudo. Ya veo. ¿Demasiada violencia, demasiado odio? No apreciábamos la vida en lo que vale. Así que no éramos dignos de unirnos a ustedes… Qué nivel de exigencia.

El niño de luz se acerca a un charco de sangre y lo toca, curioso. Se mancha las manos y trata de lavárselas, pero no lo logra. Todo su cuerpo se va cubriendo de rojo, y huye aterrado. Encuentra a otros niños de luz y les contagia el mal.

Oye, eso es fuerte. ¿Temían que nuestra violencia fuera contagiosa? ¿Que se extendiera por todo sus cosmos de seres trascendidos y perfectos?

Luz.

¿Por qué no nos destruyeron? Muerto el perro, se acabó la rabia. Amputar el miembro gangrenado antes de que la infección se propague. Yo lo habría hecho.

Oscuridad. El niño de luz se acerca a un perro que suelta espuma por la boca… y se encoge y transforma hasta ser una hormiga que lo pica en la mano. El infante refulgente salta adolorido, y cuando descubre que el insecto es sólo uno de miles en un hormiguero rodeado de agua como una pequeña isla, coge una rama y se acerca chapoteando. Entonces, en vez de usarla para destruir el fortín de las hormigas, coloca ramitas como puente a una piedra cercana, de allí coloca un palito a otra isla, y se sienta a esperar. Aparece un reloj cuyas manecillas giran veloces. Las hormigas empiezan a expandirse por los puentes.

Un experimento. Querían ver qué pasaba si nos expandíamos al resto del cosmos. Espera… esto es arriesgado, pero ¿acaso pensaban que si encontrábamos los restos de las razas que ustedes habían ayudado renunciaríamos a ser lo que somos? No funcionó, ¿eh?

Oscuridad. El niño de luz mira desolado el jarrón roto. La hormiga vuelve a picarlo. El perro rabioso muestra los dientes. Dos naves humanas llegan a un mundo abandonado. Una es de la Shinobi, la otra de la Han. Sus tripulaciones discuten, salen a relucir cuchillos y rifles láser, las naves se destruyen mutuamente.

La humanidad es agresiva y violenta, no hay nada que hacer. Otra cosa ¿con qué derecho nos juzgaron indignos? Ustedes llevan siglos destrozándose onis mutuamente.

Dos soldados con armadura se disparan con lanzallamas y máseres, hasta que uno muere. Dos niños juegan con armas de juguete, y uno finge morir. Dos onis erizados de púas y tentáculos venenosos. Uno destruye y devora al otro por la tarde. Al crepúsculo los ángeles llegan y el encerrado en el cristal se une a ellos. Al amanecer se vuelve magenta, estalla y se introduce en un huevo de oni a medio formar, y empieza el ciclo de nuevo.

Nuestras muertes son irreversibles, para ustedes muerte y renacimiento son sólo parte del juego. Tiene lógica. Pero ¿y los onis que crean y destruyen, qué piensan de eso? ¿Y cuando matan humanos? ¿Y las masacres de Nueva Meca?

El niño de luz entra a una habitación, se agacha y atrapa un escarabajo entre sus dedos. Cuando los abre, el insecto es un destornillador. Lo deja sobre una mesa y sale cerrando la puerta. Al segundo siguiente entra Gondo, rompiendo la puerta de un empellón que lo lleva a chocar contra la mesa… clavándose el destornillador en el corazón. Otro Gondo entra a continuación, empuñando un fusil. Y el niño de luz es el tercero en cruzar el umbral para clavarle un destornillador en la espalda al segundo intruso.

Toda una representación dramática. ¿Los onis son sólo herramientas? Pues les hemos estropeado unas cuantas. Y también pido excusas por todos los ángeles que he dejado para siempre prisioneros en los cristales. De lo otro… tienes razón. Somos intrusos. Nos metimos de cabeza en algo que no entendíamos, por la fuerza, sin que nadie nos invitara. Nos merecemos todo lo que nos pase. Discúlpanos también por ser tan impresentables, y esto ya va por toda la humanidad.

Luz. El niño de luz se encoge de hombros.

Eso, ¿qué le vamos a hacer? Y hablando de hacer… cuando te vayas… ¿qué será de mí, adónde iré? Voy a morir, estaba muy mal. Pero no vas a hacerme trascender, ¿verdad?

Oscuridad. El niño prueba un trocito de chocolate y vuelve a escupirlo.

Ni ahora soy digno. Se acabó para mí; no hay cielo ni infierno, sólo la nada, ¿no?

Oscuridad, de nuevo oscuridad. Más oscuridad. Gondo escala a trompicones y sangrando la ladera del volcán. Encuentra un oni alado herido, lo recoge y lo lanza al aire con todas sus fuerzas. Entonces llega del cielo un ángel con alas y se lo lleva hacia lo alto.

Te equivocas. Yo no salvé a ningún oni…

El hombre de luz ríe, abriendo los brazos en un cómico ademán de impaciencia.

No te burles, que no es tan fácil. A ver… no merezco la trascendencia, pero algo bueno he hecho. Pese a todos los onis que he matado y todos los cristales que he arrancado. Y por eso me quieres premiar. ¿Eso significa ese ángel llevándome al cielo?

Luz. El niño se encoge de hombros.

Espera, no lo digas. ¿Será porque traté de avisarte de esa Operación Exorcismo?

Luz intensa.

Menos mal que entendiste. Mi madre decía que un solo buen pensamiento puede cancelar un millón de malas acciones. Lástima que yo lo haya descubierto un poco tarde.

Oscuridad. El niño se arrodilla frente a los fragmentos del jarrón roto. Los toma entre sus manos y de repente los trozos se sueldan en la vasija original de porcelana.

¿Puedes… regenerar mi cuerpo? Pero no, moriría de nuevo cuando el planeta sea destruido. Y ¿qué piensas hacer al respecto? ¡No se quedarán cruzados de brazos!

Signo de interrogación de luz. Miles de onis, desplazándose por, sobre, bajo el seco mar de arena que es Angélica. Todos confluyendo sobre el torquemóvil y destruyéndolo.

¿Un ataque masivo contra Klinga? ¿Más violencia? Ahora sería inútil, ya debe haber trasmitido su mensaje, y la Operación Exorcismo se habrá puesto en marcha. Ustedes pueden viajar en el espacio. Conseguirían eliminarla, pero tienen que irse. Olvídense de mí.

El hombre de luz ríe y se encoge de hombros. En el desierto, miles de onis se desploman uno a uno, rodeados de enjambres de ángeles cada vez más nutridos. Una cerrada formación de cruceros de combate corporativos se acerca a Angélica, y sólo encuentra un inmenso depósito de cuerpos inanimados pero intactos. Con un unánime, inmenso chispazo de teleportación, el ejército de luces ha abandonado el planeta. Reaparece en torno a otra nube de polvo, para empezar a modelarla en nebulosa protoplanetaria…

Claro, qué tontería, ustedes no corren peligro, pueden irse y construir otro juguete como éste en cualquier parte. ¿Tras millones de años aún no se han cansado de jugar?

Oscuridad… y otra vez el niño con el jarrón rehecho. Lo sujeta bajo un brazo mientras tiende adelante la otra mano en inequívoco reclamo.

Pero si me dijiste que no era digno de trascender.

El niño de luz señala un reloj que gira rápido. Un Gondo se desmadeja en el desierto, una luz se eleva. Luego se vuelve magenta, se acerca a una oni cargada de huevos y estalla en un signo de interrogación, alternativamente de luz y de oscuridad…

Ángel un instante y luego oni. ¡Pero si van a destruir Angélica! ¿No entiendes?

El niño de luz ríe. El ángel magenta se acerca ahora a una mujer embarazada y estalla de nuevo en un gran signo de interrogación.

Eso es otra cosa. ¿Puedes hacerlo, de veras?

Luz. El niño de luz menea la cabeza, dubitativo. Luego mira a Gondo. Su rostro de personaje de dibujo animado es pura expectación.

Supongo que primero trataste de decirme que no lo han hecho nunca. Y luego, que si estoy listo. ¿Listo? Quien no se arriesga no gana. Nunca estaré más listo que ahora.

Un breve chispazo. Una luz amarilla se alza vacilante, luego cambia de color a un brillante azul y se une al resto de los ángeles que salen revoloteando del volcán. Sobre la estrecha cornisa dentro del cráter queda sólo un cuerpo humano inerte.

 

*****

 

Klinga trabajó duro. Con componentes de las radios del graviplano y el torquemóvil, en dos días montó un trasmisor rudimentario, pero lo bastante potente como para que su señal llegara a los satélites de la Exxony en órbita alrededor de Angélica.

Mientras un ingenio militar retransmitía su mensaje, la humana potenciada utilizó sus códigos de prioridad para que los otros la ayudaran a seguir el rastro de Gondo. Tardó otras seis horas en descubrir el paradero de la «escoba», pese a que ya la cubrían casi tres metros de arena.

Luego se lanzó a reparar el sistema de mando de Peri. Hizo un trabajo eficiente y sobre todo veloz: 46 horas más tarde ya el torquemóvil estaba junto al ligerísimo vehículo antigrav en el que huyera su dueño.

Por supuesto, el viejo cazador no estaba por ahí. Lo contrario hubiera decepcionado notablemente a Klinga. Usando la cibernariz y moviéndose en círculos cada vez más amplios, tardó otras diez horas en fijar un rumbo general hacia el volcán en el que el fugitivo se refugiara del sol. El cráter humea ligeramente, así que solicitó al satélite un estimado del momento de la próxima erupción. La respuesta fue que tardaría al máximo una hora. Ella sólo necesitaba unos minutos. Casi corriendo, escaló el cono y descendió por su chimenea sin cuidarse del calor o las emanaciones de vapor de agua y dióxido de carbono que ascendían desde el núcleo. Seis minutos más tarde había llegado junto al que en vida fuera Gondoang We-Xiao.

No pareció sorprenderla hallarlo muerto. Sí de encontrarlo intacto, dejando aparte la descomposición. Arrugó la nariz, lo contempló unos segundos, se acarició el vientre donde crecía el hijo de ambos y derramó dos lágrimas, ni una más. Luego empujó con el pie el cadáver reseco hacia el ardiente abismo del fondo del volcán y empezó a ascender. La erupción prevista por el satélite tuvo lugar cuando el torquemóvil sólo se había alejado un par kilómetros del cráter.

Al recibirse el mensaje de la agente de la Shinobi, la flota de naves de guerra más numerosa y potente jamás reunida por la raza humana puso proa a Angélica. Al llegar a la órbita del planeta desierto radiaron las coordenadas de evacuación para los proscritos. Mientras las lanzaderas artilladas embarcaban a todos los que se presentaban, las escuadras de exploración sobrevolaban el planeta en sus graviplanos. No encontraron un solo ángel ni un solo oni… vivo. Solo decenas de miles de cadáveres de los segundos, que en aquel aire caliente, seco y sin bacterias comenzaban a momificarse. El Mando Conjunto de las Siete Grandes consideró que de todos modos sería prudente proceder con la Operación Exorcismo según lo planeado.

Mientras una nave de la Shinobi la conducía la agujero de gusano del sistema Ter-Mizar, que en pocas horas quedaría definitiva y completamente huérfano de planetas, Klinga reflexionaba sobre los dos años pasados en Angélica.

Había valido la pena. Se había divertido y contribuido de manera decisiva a librar a la humanidad de la amenaza de los onis-ángeles. Y la dosis de enzima inhibidora que horas antes le habían suministrado los médicos garantizaría su supervivencia y la de su hijo. Sería su único recuerdo de aquel terco, autosuficiente y cínico Gondo, al que de todos modos había llegado a amar un poco. Aunque nunca hubiera sido su ídolo de la infancia.

Su estúpida e inútil muerte aún le molestaba. Habría sido tan fácil salvarlo… si él no hubiese sido tan testarudo, tan orgulloso, tan… tan Gondo. Si sólo hubiera colaborado.

También la irritaban algunas incongruencias que sus jefes consideran irrelevantes. Primera; que los proscritos evacuados por las escuadras militares de rescate fuesen apenas la mitad que los que se calculó. No es que a nadie le importe mucho cuántos de esos psicópatas irían a dar con sus huesos a una cárcel de máxima seguridad, pero ¿qué había ocurrido con los otros? ¿Todos muertos?

Segunda; haber hallado intacto el cuerpo de Gondoang We-Xiao, descontando las heridas en su hombro y cadera. Que el moribundo cazador se hubiese refugiado en un cráter podía haber retrasado un poco su hallazgo por los onis carroñeros. Pero ¿cinco días sin que lo encontrase ninguno? ¿Con su finísimo olfato y apestando a podrido?

Aunque la tercera incongruencia tal vez explicara la segunda: cuando las escuadras de exploración de la armada de las Siete Grandes encontraron los cadáveres de los onis, tampoco había ninguno semidevorado o con rastros de lucha. Como si todos hubiesen muerto de golpe, y al mismo tiempo…

Y, cuarta y más extraña de todas: la noche siguiente a la fuga de Gondo, miles de ángeles habían revoloteado durante horas en torno a la inmóvil Peri… hasta que uno de ellos, volviéndose de repente más grande y cambiando su color al magenta «fecundador», había estallado en los ya conocidos jirones luminosos, y justo encima del vehículo. Pero los instrumentos no detectaron ningún oni por los alrededores.

Incluso a punto de ser desintegrado, Angélica seguía generando enigmas.

Pero de repente, la agente de la Shinobi pensó que no había por qué preocuparse tanto: eliminada la amenaza de los ángeles-demonios, aquéllas no pasaban de ser curiosidades sin importancia. Ya se ocuparían de ellas arqueólogos y criptobiólogos cuando se aburrieran de otros enigmas igual de fútiles, como había tantos a todo lo largo y ancho de la Expansión Humana y la galaxia.

Cuando los altavoces de la nave anunciaron que faltaba un minuto para entrar en el agujero de gusano, Klinga se arrellanó en su sillón de sobrecargas, sintiéndose a la vez extrañamente cansada y llena de paz. Ni en su muslo ni en su pecho quedaba rastro de las heridas de las flechas de Gondo. Distraída, se acarició los tres centímetros de rojiza y espesa cabellera que ya le cubrían el cráneo. Ventajas de tener un cuerpo cuyos procesos fisiológicos podían ser acelerados a voluntad. Llevaba sólo una semana sin afeitárselo. En otras dos la melena le llegaría al cuello. Lástima que Gondo ya no pudiese verla.

Aquel cansancio debía ser una reacción fisiológica normal de su organismo potenciado, tras recibir la enzima inhibidora… y justo a tiempo. Sólo tres días más y se habría iniciado el crecimiento descontrolado de sus células, y nadie habría podido salvarlos, ni a ella ni al niño…

Ahora ya no había nada que temer. Se acarició el vientre que apenas si empezaba a abombarse, para tranquilizar al pequeño Gondoang. Se movía mucho… demasiado para un feto tan pequeño. Aunque ¿qué sabía ella de niños? Tal vez fuera normal.

 

 

La Habana, 1998-Roma, 2003-La Habana, 2005

 

 

ANEXO: Cronología de la expansión humana hasta el fin de Angélica

 

2009: Primer viaje tripulado a Marte. La nave «Harmony», misión conjunta de la NASA y la Agencia Aeroespacial Europea, tarda 268 días en ir y volver al planeta rojo. Cuatro de sus integrantes descienden a la superficie y pasan allí una semana.

2011: Comienza la colonización de Marte. Se crea la base Barsoom. Tres rusos, tres norteamericanos, tres franceses, tres ingleses, tres alemanes y tres japoneses permanecen 42 semanas en el cuarto planeta del Sistema Solar.

2014: La base Barsoom ya aloja regularmente a más de 200 investigadores.

2015: Se crea oficialmente el trust New Heaven para la terraformación de Marte.

2018: Primer viaje tripulado a Venus. La nave «Deep Diving» de la NASA tarda 299 días en ir y regresar. Tres tripulantes descienden a la superficie planetaria. Dos mueren. La ONU tilda a la expedición de «irresponsable aventura política sin interés científico alguno». No habrá más misiones a Venus.

2019: La base marciana Barsoom alcanza su primer millar de personas. En solemne ceremonia, el Secretario General de la ONU, Pedro Basterrechea, la rebautiza Ciudad Barsoom.

2020: Comienza a construirse la base lunar Artemis.

2021: Trabajando por separado, William Isaacs y Dmitri Kostalkis formulan la Ecuación del Campo Unificado y construyen al unísono los dos primeros motores de impulsión inercial. Comparten el Premio Nobel de la Física. Isaacs considera la antigravedad posible y la promete antes de una década. Kostalkis no comparte el optimismo: se tardará al menos medio siglo en lograrla.

2022: La nave de la NASA «Edgar Rice Burroughs» es la primera en volar con impulsión inercial de la Tierra a Marte. Transporta 500 pasajeros con destino a Ciudad Barsoom. Invierte sólo 32 horas en llegar. La base lunar Artemis llega a albergar 100 personas.

2023: La línea Ares-Gea, propiedad del trust New Heaven, comienza a ofrecer viajes regulares entre la Tierra y Marte.

2024: La misión conjunta ruso-norteamericana «Igor Sikorsky» explora Io, Ganímedes, Europa y Calisto, los cuatro mayores satélites de Júpiter sin encontrar vida, y a las 14 semanas está de vuelta en la Tierra.

2025: Boom de la exploración del Sistema Solar. Se visitan Mercurio, el cinturón de asteroides, las lunas saturnianas Titán y Japeto, el satélite neptuniano Tritón. Ciudad Barsoom llega a los 10000 habitantes. El trust New Heaven da publicidad a un plan para capturar cometas de hielo en la Nube de Oort del Sistema solar y desviarlos para bombardear Marte con ellos, aumentando así el contenido de agua del planeta rojo.

2026: La nave «Lincoln-Lenin» misión conjunta ruso-norteamericana equipada para localizar, interceptar y desviar cometas, parte de la base lunar Artemis con destino a la Nube de Oort. 72 horas después se pierde la comunicación con ellos. En ciudad Barsoom se declaran tres días de luto oficial.

2027: Las naves «María de Médici» y «Fernando de Magallanes» llegan a la Nube de Oort… y también desaparecen. El trust New Heaven va a la bancarrota. Se establece la base Prometeo en el satélite saturniano Titán.

2028: Inesperada reaparición de la «Lincoln-Lenin» con toda su tripulación ilesa. Primer reporte sobre el agujero de gusano en la Nube de Oort. Pese a los esfuerzos de ambos gobiernos, la prensa internacional divulga la sorprendente odisea de los astronautas rusos y norteamericanos: succionados por el agujero de gusano, entraron en una especie de «túnel en el espacio» y emergieron pocos minutos después en sistema de la estrella Tau de la Ballena, a casi veinte años luz del Sistema Solar. Al mermar las reservas de oxígeno, se arriesgaron a consumir todo el combustible para acercarse al tercer planeta, en cuya atmósfera el espectrómetro había detectado clorofila y oxígeno libre. Al encontrar un mundo con aire respirable y lujuriante vegetación, y lo bautizaron Vergel.

2031: La primera expedición interestelar privada, financiada por la Exxon norteamericana y la Sony nipona, despega de la base lunar Artemis con destino a Vergel.

2033: William Isaacs y Dmitri Kostalkis mueren con pocos meses de diferencia.

2035: El asentamiento humano en Vergel alcanza el primer centenar de habitantes.

2038: La Exxon y la Sony fusionan capitales. La Exxony obtiene de la ONU la concesión exclusiva sobre Vergel. Protestas de algunos gobiernos. Se descubren once agujeros de gusano en torno a Tau de la Ballena: el Nudo Tau.

2044: Mbele Mkanabi obtiene la antigravedad y el Premio Nobel de Física del año.

2046: Cada mes se alcanzan nuevas estrellas. Algunas tienen sistemas solares con planetas habitables. La gestalt financiera rusa Mrinya reclama uno, y lo bautiza Rodina. El grupo empresarial Han se apodera de otro, llamándolo Xiang Cheng.

2051: La nave «Stonewall Jackson» de la Exxony descubre el planeta Limbo, un océano de ácido salpicado de islas diminutas. En una de ellas hallan los restos de la nave «María de Médici».

2056: Nace en Xiang Cheng Gondoang We-Xiao.

2059: Las corporaciones japonesas Toyota, Nissan, Sanyo, Mitsubishi, Yamaha y Honda se fusionan en la Shinobi. Su nave «Kaishaku» [25], descubre un planeta colonizable, con suelos fértiles y grandes reservas de metales valiosos, y con gran sentido del humor lo bautizan Chindogu[26].

2060: Vergel, diez mil habitantes. En Xiang Cheng, Rodina y Chindogu, cerca de mil.

2062: La nave «Lu Sin» de la Han descubre los restos de la nave «Fernando de Magallanes», en órbita en torno a un planeta de atmósfera corrosiva y gravedad elevadísima. Lo bautizan Gehenna.

2078: Gondoang We-Xiao se gradúa en la Universidad de Beijing (antigua Pekín) en la Tierra. Con 22 años ya es el cazador más famoso de todos los mundos humanos.

2079-2097: Se descubren nuevos planetas cada año. Frenesí de exploración cósmica. Se demuestra que los agujeros de gusano constituyen una red de vías no relativistas a escala galáctica. Los astrofísicos discuten su origen sin ponerse de acuerdo.

2098: La obsoleta ONU es reemplazada como máximo organismo supranacional por el consejo de las Siete Grandes del que forman parte la Han, la Mrinya, la Exxony, la Shinobi y otras tres corporaciones menores: la Ish-Allah, cártel panarábico; la Krupp-Skoda, trust germano-checo (aunque con participación de otras empresas centroeuropeas); y la Viscount-Citröen, de capital anglo-francés, que compran la mayor parte de las acciones del extinto trust New Heaven. Como primer decreto, el consejo declara oficialmente iniciada la Expansión Humana.

2106: El Nudo Tau se convierte en el principal nodo de comunicaciones de la galaxia ocupada por el hombre. Vergel desplaza a la Tierra como centro de la Expansión Humana. En los mapas estelares las constelaciones comienzan a representarse tal y como se ven en el cielo nocturno del nuevo mundo-capital.

2119: La población de Vergel supera a la de la Tierra, despoblada por la continua sangría de los grupos colonizadores que parten hacia nuevas tierras prometidas.

2124: El planeta Sviatogor se convierte en el polígono de adiestramiento de los comandos de la Mrinya, los iskras[27].

2135: El crucero explorador de la Han «Chuang Tzu» descubre Ter-Mizar-I.

2152: Primer intento de colonización de Ter-Mizar-I. La Exxony compra a la Han la concesión del planeta, para convertirlo en un polígono de adiestramiento militar similar a Sviatogor. La agresividad de la fauna local frustra el proyecto. Los soldados sobrevivientes son evacuados.

2161: Segundo intento de colonización de Ter-Mizar-I. El contingente neoshiíta lidereado por el ayatollah Ismal lo bautiza Angélica y funda Nueva Meca a los 55 grados de latitud sur. Primera visita de Gondoang We-Xiao a Angélica. La tentativa concluye con una masacre. Solo hay 3 sobrevivientes. Gondo es uno de ellos.

2162: El Imán Ibn Mekaal de al-Medina extiende una fatwa sobre Angélica.

2163: El consejo de las Siete Grandes lo declara bioreserva galáctica.

2165: Las Siete Grandes revocan el estatus anterior del planeta y lo convierten en prisión de última instancia. Katsushiro Shinobi instituye (extraoficialmente) el premio a quien encuentre seres racionales vivos, que luego se conocerá con su nombre.

2166: Gondoang We-Xiao hace su segunda visita ilegal y definitiva a Angélica.

2169: Muerte de Katsushiro Shinobi. Su hijo Miyamoto Shinobi es aclamado nuevo líder de la corporación homónima.

2174: Llegada de Klinga al planeta.

2176: ¿Muerte? de Gondo y destrucción de Angélica.

 

 

 

 

NOTAS

 

NOTA 24: Diosa del cielo japonesa, supuesta antecesora de la dinastía imperial del archipiélago. [VOLVER]

NOTA 25: En japonés, literalmente verdugo, pero en el Japón de los samuráis el término estaba cargado de un significado muy diferente. Kaishaku era el guerrero que, cuando otro que cometía seppuku (suicidio ritual por honor) ya había demostrado su valor autoinflingiéndose cuatro cortes en el vientre (harakiri) lo decapitaba de un solo golpe para ahorrarle más sufrimientos. El oficiante del seppuku seleccionaba al kaishaku entre sus amigos más cercanos y diestros con la katana (espada samurai), y se consideraba un gran honor ser elegido. Privar de kaishaku a un samurai en su suicidio constituía un terrible insulto que podían vengar sus parientes. [VOLVER]

NOTA 26: En japonés, literalmente, cosa inútil. Pero el término generalmente se reserva a gadgets o invenciones que aunque a primera vista parecen ingeniosas y prácticas, solo son extravagantes o causa de risa. [VOLVER]

NOTA 27: Chispas, en ruso. [VOLVER]

 

 

Esta novela se vincula temáticamente con La canción de Maguerra de Alejandro Alonso y Cazador de cabezas, de Francisco Ruiz Fernández


Axxón 224 – Noviembre de 2011

Cuento de autor latinoamericano (Novela : Fantástico : Ciencia Ficción : Contacto, especies alienígenas : Cuba : Cubano).