¿Qué imaginación de niño no se ha cautivado por la transformación casi mágica que sufren las orugas para convertirse en mariposas? Según el zoólogo Donald Williamson, es el resultado de una antigua hibridación entre un insecto y un animal parecido a un gusano, y ahora dice que hay suficiente información genética como para comprobar la teoría
Muchos grupos de insectos, como las mariposas, abejas y avispas, tienen una fase larval que no se parece nada a los adultos. La mayoría de los biólogos cree que fueron evolucionando poco a poco, tal vez porque la selección natural favoreció las etapas juveniles que difierían de los adultos, y por lo tanto competían menos con ellos.
Williamson ofrece una explicación diferente. En algún punto hace cientos de millones de años, un insecto sin larva —algo así como un saltamontes o una cucaracha, por ejemplo— se hibridó con un gusano de terciopelo, que pertenecen al filo Onychophora– Los gusanos de terciopelo son invertebrados con forma de gusano con cortos apéndices parecidos a patas. Según la teoría de Williamson, el híbrido resultante, y sus descendientes, se desarrollan ahora a través de etapas sucesivas que reflejan a sus progenitores iniciales.
«Nadie sabe de dónde provienen las orugas», dice Williamson, que piensa que muchos otros grupos de invertebrados adquirieron sus larvas de la misma manera (New Scientist, 24 de enero, p 34). «Es la única solución que tiene sentido».
Williamson ofrece pocas pruebas más que las semejanzas físicas, pero predijo que los insectos con larvas tipo oruga deberían mostrar similitudes genéticas con los gusanos de terciopelo (Proceedings of the National Academy of Sciences, DOI: 10.1073/pnas.0908357106).
Desafortunadamente para Williamson, ahora retirado de la Universidad de Liverpool, Reino Unido, los primeros resultados no son alentadores.
Para empezar, el parecido entre los gusanos de terciopelo y las orugas sólo es superficial. «En mi opinión, los Onychophora y las orugas no se parecen entre sí en absoluto», dice Georg Mayer, especialista en el desarrollo del gusano de terciopelo y taxonomía de la Universidad de Jena, Alemania.
Por otra parte, las afinidades genéticas que predice Williamson no parecen estar allí. Los genetistas han secuenciado los genomas de varios insectos con larvas tipo oruga, como los gusanos de seda, moscas de la fruta y abejas. Sin embargo, no hay ninguna indicación de que alguno de sus genes se diferencien de lo que cabría esperar en un insecto típico.
«Creo que sería bastante obvio si allí hubiese un montón de cosas que no son muy de insecto», dice Max Telford, un zoólogo de la Universidad College de Londres. Por ejemplo, todos los animales utilizan la familia de genes Hox para ayudarse a desarrollar una frente y su espalda. Si las orugas y adultos proceden de dos antepasados separados, se necesitan dos conjuntos de genes Hox para guiar a sus distintos procesos de desarrollo, pero este no es el caso.
De hecho, las orugas y sus adultos muestran sus vínculos genéticos. En los escarabajos, por ejemplo, los genes que controlan el desarrollo larval de las patas son los mismos que guían el desarrollo de las patas en los adultos, dice Nipam Patel, un biólogo evolutivo en la Universidad de California, Berkeley.
Aunque la teoría de Williamson sea tan atractiva para la imaginación, parece que la evidencia no está allí para apoyarla.
Fuente: New Scientist. Aportado por Eduardo J. Carletti
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