El virus de la temida gripe porcina ya está en el país no sorprende en absoluto que los afectados se cuenten por miles, a pesar de los esfuerzos por frenar su proliferación cerrando colegios y pidiendo a la gente mantenerse alejada de lugares concurridos. De haber resultado ser tan letal la variante porcina de la gripe como hicieron pensar los primeros informes que se difundieron luego de su aparición en México, estaríamos ante una crisis de salud pública mayúscula, pero por fortuna hay motivos para suponer que no es peor que la gripe común que todos los inviernos provoca la muerte de 2000 a 3.000 personas en la Argentina y más de 250.000 en el resto del mundo. Según los especialistas, la tasa de mortalidad del virus H1N1 esta entre el 1 y el 1,4%. Por lo demás, la mayoría de los gravemente afectados que se han registrado ya estaba enferma de otras patologías, de suerte que el grado de peligrosidad que plantea no es tan grande como vaticinaron los funcionarios de la Organización Mundial de Salud, conforme a los cuales estuvimos en vísperas de una pandemia de consecuencias nefastas.
Las advertencias alarmantes formuladas por burócratas internacionales, políticos y algunos epidemiólogos se basan en parte en sus necesidades profesionales: nunca pueden darse el lujo de minimizar la amenaza planteada por un virus antes desconocido porque si resulta ser más mortífero que sus congéneres serán acusados de negligencia. Aunque casi siempre es exagerada la reacción inicial de los responsables de velar por la salud mundial, pueden justificarlo señalando que es imposible prever cómo evolucionará una enfermedad nueva y que por lo tanto hay que prepararse para lo peor. Con todo, si bien pueden comprenderse las razones por las que virtualmente todos los años autoridades internacionales o nacionales nos asustan anunciando la llegada inminente de un mal contagioso que podría causar un sinfín de muertos, la costumbre así supuesta entraña el riesgo de que, en el caso de que se produjera una emergencia auténtica, la mayoría la crea otro producto del alarmismo institucionalizado, con la OMS o el Ministerio de Salud local en el papel del niño Pedro y un virus mortal en el del lobo feroz que finalmente apareció.
Si sólo fuera cuestión de algunas precauciones sencillas, el que por los motivos que fueran la gente haya elegido temer mucho más al virus H1N1 que a otros similares que, a juzgar por los datos disponibles, son más peligrosos no tendría demasiada importancia, pero sucede que las medidas tomadas para enfrentarlo ya han sido sumamente costosos.
Si bien su arribo ha causado pánico, de ahí el aumento fenomenal de la venta de barbijos y de productos antigripales, además de los intentos de mantener a raya a los presuntos portadores, parecería que es menos temible que la común con la que estamos habituados a convivir desde hace muchísimos años.
Creo con convicción que la única precaución correcta es aislar (o que se auto aísle) al individuo con mucha fiebre, dolores musculares y rinitis o tos; pero con todos estos síntomas juntos y debe ser proveniente de zona de riesgo o haber tenido contacto con sospechoso de gripe A H1N1. De ninguna manera se debe meter a todos en la bolsa; recuerden que además existen los resfríos comunes, las anginas, laringitis, bronquitis y otros catarros de vías aéreas superiores que suelen confundirse con gripe o influenza y todas ellas son autolimitadas con escasa o nula mortalidad.
Las únicas personas que deben tener cuidado con cualquier tipo de gripe (no solo con la H1N1 son los pacientes inmunodeprimidos, enfermos crónicos graves, gente muy anciana o lactantes.
Evitemos el estado de miedo y la anarquía de la información que por lo general responde a intereses que suelen ser perjudiciales para la población en general.
Adaptado y modificado de la editorial del diario Río negro del 04 de junio de 2009.
Dr. Damián Ces – 30 de junio de 2009
Fuente: Aportado por Damián Alejandro Cés