Escarabajos invasores son momificados por abejas sin aguijón

No es tanto la vida eterna, sino más un caso de muerte instantánea. Escarabajos parásitos que se atreven a invadir a la colmena de abejas sin aguijón acaban enterrados para siempre en resina

«Ellos son detenidos en su avance y se deshidratan y se marchitan como una momia», dice Mark Greco, un entomólogo en el Swiss Bee Research Centre en Berna, que descubrió la práctica en una especie de abejas sin aguijón de Australia, Trigona carbonaria, que viven en el medio silvestre.

Para investigar más esta peculiar defensa, el equipo de Greco plantó pequeños escarabajos parasitarios de la colmena, Aethina tumida, cerca de la entrada de las colmenas en laboratorio. Las abejas obreras guardianas de inmediato atacaron a los parásitos, pero los escarabajos de gruesa caparazón no tuvieron problemas para protegerse.

Frente a un enemigo tan resistente, un grupo de trabajadoras recurrieron a recubrir a los escarabajos con una mezcla pegajosa de resina, barro y cera. Observando tomas de imagen hechas con tomografía computarizada (TC) de las colmenas cada 5 minutos, el equipo de Greco encontró qie las momificaciones se producían en menos de 10 minutos.

Los escarabajos rara vez lograron llegar muy lejos de la entrada antes de ser momificados. La única vez que Greco vio que la invasión de los escarabajos tuvieron éxito fue durante un verano caliente de Australia, cuando las temperaturas superiores a 40 ° C pueden haber estresada a la colonia de abejas, y evitaron que la resina se endureciera.

El comportamiento puede haber evolucionado de el emparchado normal de la colmena, cuando las abejas sin aguijón usan una resina similar para asegurar fragmentos sueltos de su colmena. «Su instinto es pegar algo si no es seguro», dice Greco.

Otras abejas sin aguijón también convierten en momias a los intrusos. Algunas especies tropicales, incluso, producen una mezcla de secreciones ácidas que corroen la cutícula dura del escarabajo.

Referencia de publicación: Naturwissenschaften, DOI: 10.1007/s00114-009-0631-9 l

Fuente: New Scientist. Aportado por Eduardo J. Carletti

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