Nada menos que un 8 % de nuestro genoma está compuesto por secuencias genéticas de origen vírico, heredadas de nuestros más remotos antepasados durante millones de años
¿Qué es el hombre? Sabemos que esta pregunta casi ha monopolizado el pensamiento humano desde que empezamos a tener escritura, pero quizás alguno de nuestros antepasados del Paleolítico ya se la planteaba al calor del fuego de campamento bajo un firmamento tachonado de estrellas.
Probablemente ya en esa época nos autocolocamos en un sitio especial de esta supuesta creación, como hijos de los dioses que soñamos ser. A partir de entonces, sobre todo desde el descubrimiento del método científico, estamos realizando un viaje que nos aleja cada día más de esa supuesta divinidad.
No sólo la Tierra no está en el centro del Sistema Solar, ni el Sol ni nuestra galaxia ocupan ningún centro de nada. También somos el producto de una evolución biológica guiada por reglas darwinistas ciegas, producto de una multitud de contingencias. Compartimos con el resto de animales muchas bases neurológicas, e incluso nuestro lenguaje y cultura no son sino un producto mejorado y ampliado de los mismos mecanismos que ya están presentes en otros seres. Los ejemplos son múltiples y cada día habrá más.
Al nacer, multitud de bacterias nos colonizan. Algunas de ellas nos benefician, otras, más oportunistas, nos atacan. Usted tiene 10 bacterias por cada célula somática de su cuerpo. Se calcula que un apreciable porcentaje de su peso lo forman esas bacterias. También los virus nos atacan, conquistando por un tiempo la maquinaria genética de nuestras células. Una historia tan larga de infecciones no puede haber dejado ninguna señal o resto sobre nuestros genes.
Ahora, un estudio reciente ha cuantificado cuánto de nuestro genoma está formado por secuencias genéticas procedentes de un determinado tipo de virus. Nada menos que un 8 % de nuestro genoma está compuesto por secuencias genéticas de origen vírico, heredadas de nuestros más remotos antepasados durante millones de años. Cédric Feschotte y Keizo Tomonaga, de la Universidad de Texas y Osaka respectivamente, publican el estudio en Nature.
Estos investigadores muestran que tanto en el genoma humano como en el de otros mamíferos hay secuencias que derivan de la inserción de bornavirus, que son virus de ARN cuya replicación y trascripción sucede en el núcleo celular. Según ellos, estos genes pueden causar mutaciones que pueden también derivar en enfermedades y desórdenes psíquicos, especulando así sobre sus consecuencias médicas.
La asimilación de secuencias víricas en el genoma receptor se denomina endogenización. Ocurre cuando el ADN vírico se integra dentro de los cromosomas de las células reproductivas que generan los óvulos o espermatozoides. Por tanto, son transmitidos a la siguiente generación. Hasta ahora se creía que sólo los retrovirus eran capaces producir este proceso en los vertebrados. Pero estos investigadores han demostrado que también los no retrovirus, como los bornavirus, son capaces de lograr el mismo resultado.
Los bornavirus (o BDV en sus siglas en inglés) toman su nombre de una ciudad alemana que sufrió una epidemia en 1885 que afectó a los caballos. Los BDV infectan una amplia gama de mamíferos, incluyendo humanos. Son únicos por afectar a las neuronas, consiguiendo establecer una infección persistente en el cerebro del anfitrión. Su ciclo reproductivo transcurre por entero en el núcleo celular. Por tanto, no es de extrañar que estos virus hayan dejado un registro de pasadas infecciones en el genoma de los mamíferos.
Estos investigadores estudiaron los 234 genomas eucariotas que hasta ahora se han secuenciado en busca de cadenas genéticas similares a las que portan este tipo de virus. Encontraron toda una plétora de estas secuencias en muchos mamíferos, así como en el ser humano.
Especulan que estas inserciones víricas podrían ser una fuente de mutaciones en las células cerebrales que produjeran diversas enfermedades mentales como la esquizofenia o los trastornos del ánimo como el trastorno bipolar. De todos modos esta hipótesis, propuesta hace tiempo, es controvertida.
Fuente: Neofronteras. Aportado por Eduardo J. Carletti
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