Ni ovnis ni alienígenas. Los documentos desclasificados y testigos revelan que lo extraño de la base militar eran los aviones en prueba
Decir Área 51 es decir misterio. Misterio del gordo. La legendaria base militar secreta de EEUU en el desierto de Nevada, junto al lago Groom y protegida por montañas, ha sido durante décadas el epicentro de teorías conspiratorias, ufología, tecnoocultismo, expedientes X y seudociencia hasta convertirse en un icono de la cultura popular y escenario en películas como Independence Day o las de Indiana Jones En busca del arca perdida y Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal. Según la extendida leyenda, en Área 51 el Gobierno de EE UU —o alguna de sus agencias secretas— guarda nada menos que los restos de la supuesta nave extraterrestre estrellada en 1947 en Roswell (y de sus tripulantes) y allí experimenta con tecnología alienígena.
La verdad, como puede suponerse es, ¡ay Scully!, más prosaica y la desclasificación de documentos y el testimonio de personas que trabajaron en la base por fin está sacándola a la luz. Un libro recién aparecido de gran eco en EE UU —Area 51, An uncensored history of America’s top secret base, de Annie Jacobsen (Little, Brown and Company, 2011)— y un documental, Los secretos del Área 51, de National Geographic Channel, arrojan nueva e interesantísima información sobre la base, entreabriendo la puerta de su misterio.
La realidad de Área 51 es que desde 1955 ha servido como lugar de desarrollo y campo de pruebas de los más avanzados —y a menudo extravagantes— prototipos de aviones militares de espionaje de EEUU, especialmente durante la guerra fría. Los U-2 fueron ensayados allí, como lo fueron los muy marcianos (y valga la expresión) diseños del programa OXCART de la CIA en los sesenta, que condujo al A-12 y al famoso SR-71 Blackbird y todas sus variantes, y, en los setenta, a los cazabombarderos F-117 Nighthawk. En todos los casos se trataba de conseguir aviones furtivos, silenciosos al radar, pájaros capaces de llevar a cabo penetraciones en las defensas enemigas sin ser detectados. Es imaginable el secretismo con el que se llevaron a cabo el desarrollo y las pruebas de estos aparatos, a menudo de extrañísima configuración, lo que provocó la natural alarma de los que observaron por azar sus vuelos —¡más de 2.850 el A-12!— sin saber qué diablos eran. Ni tan siquiera los presidentes estadounidenses, escribe Jacobsen, tuvieron conocimiento completo de lo que se hacía en Área 51. El libro de la conocida periodista, con entrevistas a pilotos e ingenieros, está lleno de interesantísimos detalles sobre la historia de la base. Recalca que de ovnis, nanay, aunque al Gobierno estadounidense le fue de perlas todo el fenómeno de los platillos volantes para despistar y disponer de una tapadera de lo que verdaderamente estaban haciendo en la base.
Jacobsen, sin embargo, en un giro espectacular, lanza la hipótesis de que lo que se estrelló en Roswell, Nuevo México, no fue un ovni ni un globo meteorológico como sostuvo el Gobierno, sino, agárrense, una aeronave soviética secreta basada en un prototipo nazi —el Horten Ho 229 o Gotha, un ala voladora— y ¡tripulado por adolescentes monstruosamente manipulados por Mengele (sí, el médico de Auschwitz) para parecer extraterrestres! Se habría tratado, dice, de una operación de Stalin para causar pánico en EE UU inspirada en el efecto de la retransmisión radiofónica de La guerra de los mundos por Orson Wells en 1938. La historia —casi parece más fácil creer en hombrecitos verdes— se la relató a Jacobsen un ingeniero del Área 51. Algunos de los chicos deformados, le relató, estaban aún vivos cuando los encontraron…
«Totalmente falso», afirma sin poder dejar escapar una risotada, el especialista en vuelo hipersónico Thornton D. Barnes, veterano del Área 51, donde trabajó en los años sesenta. «Toda la historia es una fantasía, los rusos no tenían aviones así». Barnes es uno de los personajes que ofrecen su testimonio en el documental de NGC. En una conversación telefónica con este diario recalcó que lo que hacían en la base, entre medidas de seguridad tremendas (se llegó a interrogar a los propios pilotos con pentotal), era desarrollar y probar aviones de tecnología stealth, furtiva.
¿Trabajaron como se ha sugerido con armas secretas de la Alemania nazi, aviones y prototipos obtenidos por EE UU en la operación Paperclip al final de la II Guerra Mundial? ¿Acaso chocantes Wunderwaffen como la legendaria Die Glocke o los supuestos platillos volantes nazis de Schriever-Habermohl que ahora va a recuperar la película Iron Sky? «No, Dios mío, jamás vi en la base nada de eso», se alarma el experto. «No teníamos platillos volantes de ninguna clase». Pero tenían aviones muy raros. «Sí, muy extraños. Probablemente el que más, el Tacit Blue, que parecía una caja». ¿Algún aparato redondo?, se ha dicho que el Vought V-173/XF5U-1 Flapjack se probó en Área 51… «No, nunca nada redondo, se lo aseguro, la gente le ha echado mucha imaginación a lo que pasaba en la base, lo que había era mucho trabajo, muy duro, y mucho secreto, que sin duda alimentó la paranoia exterior». Barnes recuerda el estrés de suspender los experimentos cada vez que pasaba sobre la base un satélite ruso. Construían señuelos para confundir al enemigo. Entre los pájaros del Área 51 destaca el rutilante A-12, de titanio, para cuya construcción hubo que desarrollar nuevas herramientas que permitieran trabajar ese material. «No es raro que los que por casualidad lo vieran ascender brillando pensaran que era algo venido del espacio».
Barnes parece desconcertado cuando le pregunto si cree en extraterrestres. «Verá, soy una persona de mente abierta, algo debe haber allá afuera, ¿pero ovnis?, me parece que no». «Sin embargo», añade, «déjeme decirle algo: en realidad sí tuvimos en la base aparatos que no eran de nuestro mundo, aeronaves de otra tecnología: reactores Mig 17 y Mig-21 capturados a los rusos para estudiarlos».
Así pues, ¿se acabó el misterio del Área 51? «No crea», ríe el viejo especialista. «Nunca lo sabrán todo».
Fuente: Varios Medios. Aportado por Eduardo J. Carletti
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