Una excavación en Herculano, que fue enterrada como Pompeya bajo las cenizas del Vesubio, nos ofreció una cápsula de tiempo literaria. La «Villa de los Papiros» contenía una biblioteca de unos 2.000 libros. Pero la lectura de estos pergaminos fue difícil y destructiva hasta ahora. En un artículo recién publicado en Nature Communications, el científico Vito Mocella describe una forma de descifrarlos sin desenrollarlos
En 1752, Camillo Paderni, un artista que había sido puesto a cargo de la creciente pila de antigüedades desenterradas en Herculano, una ciudad costera cerca de Nápoles, escribió a un tal doctor Mead, quien escribió a la Royal Society de Londres informando que «Se encontraron muchos volúmenes de papiro, pero se volvieron una especie de carbón, y tan frágiles que al tocarlos se hicieron cenizas. Sin embargo, por órdenes de Su Majestad, se hicieron muchas pruebas por abrirlos, pero todo fue inútil; exceptuando algunos restos que contienen algunas palabras».
La excavación en Herculano, que al igual que la cercana Pompeya fue enterrada en 79 dC bajo las cenizas del Vesubio, había descubierto una cápsula del tiempo literario. Lo que vino a llamarse la Villa de los Papiros contenía una biblioteca de quizás 2.000 libros, la única colección de la antigüedad que ha sido preservada, por lo que se conoce.
Sin embargo, en realidad la lectura de estos pergaminos ha resultado un tanto complicada y destructiva, hasta ahora. Pero en un artículo recién publicado en Nature Communications, Vito Mocella del Instituto de Microelectrónica y Microsistemas en Nápoles, describe una forma de descifrarlos sin desenrollarlos.
La historia de los libros es trágica. Muchos fueron objetos arrojados a la basura antes de que nadie se diera cuenta de lo que eran. Se salvaron tal vez 1.100, pero los primeros intentos de leerlos eran igualmente destructivos. Paderni simplemente tomó un cuchillo para abrirlos, y aunque su contemporáneo Antonio Piaggio, un conservador del Vaticano, logró construir un estante que los suspendía de hilos de seda, dejando que se desenrollasen por su propio peso durante meses, todavía tendían a romperse en pedazos. Los intentos continuaron en el siglo 20, cuando los científicos noruegos intentaron aplicar un adhesivo a base de gelatina que se contrae cuando se seca, pelando las capas de los pergaminos enrollados en el proceso. Incuso esto, sin embargo, dejó muchos pergaminos en pedazos.
Algunos de estos fragmentos se pueden leer con el ojo desnudo. Otros requieren trucos, como las «imágenes multiespectrales», una forma de aumentar el contraste mediante la comparación de las imágenes tomadas en diferentes colores de luz. Por otra parte, las capas más externas de esos pergaminos examinados, o sea los comienzos de los libros en cuestión, han mostrado ser demasiado delicadas ante cualquier técnica de recuperación antes de la del Dr. Mocella. Lo que se ha aprendido es, sin embargo, tentador.
La biblioteca está compuesta principalmente de tratados sobre la filosofía de Epicuro, filósofo griego de finales del cuarto y principios del tercer siglo antes de Cristo. Al menos 44 son de un solo autor: Philodemus, un empirista, que era un amigo cercano de Calpurnius Piso, suegro de Julio César. En consecuencia, muchos historiadores creen que la villa perteneció originalmente a Piso, aunque tanto él como Philodemus llevaban muertos más de un siglo en el momento de la erupción.
Los tratos de los investigadores anteriores implican que la mayoría de los rollos están ahora en pedazos. Aún así, más de 200 permanecen intactos, y es a éstos a los que el Dr. Mocella volvió su atención. Él utilizó los rayos X para investigarlos, pero no los antiguos rayos X. Lo suyos son generados por la European Synchrotron Radiation Facility (Instalación Europea de Radiación de Sincrotrón, ESRF), en Grenoble, Francia.
Un argumento coherente
La manera en que se utilizan los rayos X en los departamentos de radiología de los hospitales para mostrar las diferencias en densidad entre los huesos y el tejido circundante no funcionaría en los rollos. Las tintas de la antigüedad eran de hollín: casi carbono puro, lo mismo en que consisten ahora los papiros carbonizados. Una imagen de rayos X normal sería como mirar una hoja en blanco. En su lugar, el Dr. Mocella emplea la formación de imágenes de contraste de fase, una técnica que funciona porque la tinta en los rollos no ha sido absorbida en el papiro, sino que en cambio se encuentra en la parte superior del mismo. Eso significa que a los rayos X les toma un poco más de tiempo recorrer la parte de un papiro que tiene la tinta sobre él que una parte que no la tiene.
Esta diferencia es detectable, sin embargo, sólo si el haz de rayos X es coherente, lo que significa que las ondas que lo componen comienzan en fase una con la otra. Cuando un haz así ha pasado a través de un pergamino, sus ondas ya no estarán en fase. Algunas se han ralentizado sólo por los papiros y otras se han retrasado por el papiro y la tinta. La primera y la retrasada interfieren entre sí, se refuerzan entre sí en algunos lugares y se anulen entre sí en otros, lo que produce un patrón que indica dónde los rayos X fueron retrasados por la tinta.
Los rayos X de una fuente normal no son coherentes, pero los de la ESRF, un instrumento que el Dr. Mocella conoce bien porque lo ha utilizado para su trabajo doctoral, lo son. Por lo tanto, solicitó su uso durante algún tiempo para él (está dedicado más generalmente a cosas como la ciencia de materiales y la cristalografía de proteínas), y finalmente lo probó en dos pergaminos.
Él y sus colegas rotaron cada rollo en el haz del ESRF y unieron los patrones de interferencia resultantes utilizando una computadora. La prueba concluyó con el logro de exploraciones tridimensionales de los pergaminos, dentro de las cuales se pueden leer las letras individuales.
Su trabajo se encuentra todavía en sus primeras etapas, y el equipo ha logrado hasta el momento descifrar sólo una pocas frases. Pero el doctor Mocella cree que se puede mejorar el software utilizado para desmontar los patrones de difracción, y que probando el uso de rayos X de diferentes longitudes de onda para el sondeo incrementará la cantidad de contraste en las imágenes.
Hay mucho en juego. Epicuro escribió un tratado de 37 volúmenes sobre el empirismo llamado Della Natura, quizás la base más amplia en la época clásica de la noción moderna de aprendizaje a través de la experimentación. Se han encontrado fragmentos de diez de los volúmenes entre los tesoros de la villa, por lo que hay una buena probabilidad de que haya más entre los rollos no examinados.
Para Dirk Obbink, profesor de clásicos en la Universidad de Oxford, la promesa radica en por fin ser capaz de mirar a las primeras palabras de un libro clásico: dedicatorias y prólogos con contenido histórico rico y nunca antes visto. Estos probablemente podrían confirmar, por ejemplo, si la villa era realmente de Piso. Como el Dr. Obbink dice, «Estoy pensando en vivir el tiempo suficiente para leer uno de aquellos con la nueva tecnología. La semana pasada, no lo imaginaba».
Fuente: The Economist. Aportado por Eduardo J. Carletti
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