Científicos de Oxford aseguran haber encontrado las conexiones del cerebro que diferencian a las personas que tienen un estilo de vida y cualidades positivas de aquellas con modos de vida menos saludables. Además, creen que esas conexiones podrían estar retratando la inteligencia. Lo explican en la revista Nature Neuroscience
La inteligencia es un concepto bastante escurridizo. Si recurrimos al diccionario de la Real Academia veremos que la define como la “capacidad de entender o comprender, de resolver problemas”, o en otra acepción, “habilidad, destreza, experiencia”. Aunque la asociamos con capacidad intelectual, no hay una definición universalmente aceptada. Ni siquiera está claro que haga referencia a una sola capacidad, sino a varias, como propone Howard Gardner.
El psicólogo inglés Charles Spearman propuso en 1904 que la inteligencia se compone de un factor general, o factor g, y otros específicos. Partió de una idea de Francis Galton, un primo de Darwin con una amplia diversidad de intereses, que se dedicó a medir la capacidad mental, como él denominaba a la inteligencia. Con la teoría de la evolución de su primo recién salida del horno, pensaba que la inteligencia tuvo que ser una pieza clave en el desarrollo de nuestra especie.
El misterioso factor «g»
Sin embargo, Galton no supo expresar esa “capacidad mental” que tanto medía en términos de un solo factor general. Algo que Spearman sí hizo: relacionó su inteligencia general con la capacidad de discriminación sensorial. Lo dedujo después de administrar a una muestra de escolares una serie de test sensoriales que correlacionó con su rendimiento académico.
Intuyó además que la naturaleza de ese misterioso factor “g”, que no logró identificar, era neurológica, que variaba entre individuos y que estaba determinado genéticamente. Posteriormente otros psicólogos (Erl y Schafer, 1969; Eysenck, 1982, 1985) propusieron que la inteligencia general de Spearman está asociada a la transmisión neural rápida o eficiencia del procesamiento de información.
Pese a todo, el factor g ha recibido algunas críticas, y sigue siendo controvertido, en parte porque no está claro si las correlaciones entre diferentes capacidades cognitivas están reflejando realmente correlaciones entre distintos circuitos cerebrales. Pero una investigación de la Universidad de Oxford que acaba de publicarse en Nature Neuroscience parece arrojar luz al respecto y corroborar la teoría de Spearman.
Lo que añade el conectoma
Lo que han visto en Oxford es que hay una fuerte correspondencia entre un conjunto particular de conexiones del cerebro con el estilo de vida positivo y la conducta. Para llegar a esta conclusión han investigado el patrón de conectividad en el cerebro de 461 personas y lo han comparado con 280 medidas, incluyendo datos demográficos (edad, sexo, ingresos, nivel educativo, consumo de drogas, etc.), psicometría (cociente intelectual, capacidad verbal, etc.) y otras medidas conductuales tales como ‘la tendencia a saltarse las reglas de conducta’.
Y han encontrado que quienes tenían un estilo de vida y comportamiento clásicamente positivos tenían conexiones diferentes que aquellos otros con estilo de vida y comportamiento negativos. Los investigadores de Oxford utilizaron para su estudio datos del Proyecto Conectoma Humano (PCH), un conjunto de imágenes cerebrales financiado por los Institutos Nacionales de Salud estadounidenses con 30 millones de dólares. El PCH se basa en el emparejamiento de resonancias magnéticas funcionales de 1.200 participantes sanos con los datos detallados obtenidos de pruebas y cuestionarios.
«La calidad de estos datos de imagen no tiene precedentes», explica el profesor Stephen Smith, autor principal del artículo de Nature. «Además del gran número de sujetos, la resolución espacial y temporal de las imágenes del cerebro es muy superior a las anteriores». Hasta el momento, los datos de 500 sujetos han sido puestos a disposición de los investigadores para el análisis.
El equipo de Oxford tomó 461 de ellos y los utilizó para crear un mapa promedio de los procesos del cerebro. «Se puede pensar en él como un mapa de 200 regiones del cerebro que son funcionalmente distintas», explica Smith. «Y nos fijamos en la forma que esas regiones se comunicaban entre sí, en cada participante».
El resultado es un conectoma para cada sujeto: una descripción detallada de la fuerza con que esas 200 regiones cerebrales se comunican entre sí. Posteriormente, el equipo añadió las 280 medidas conductuales y demográficas diferentes para cada tema. Después realizaron un «análisis de correlación canónica” entre los dos conjuntos de datos, un proceso matemático que puede descubrir relaciones entre dos grandes conjuntos de variables complejas.
La correlación se distribuía en torno a un eje que iba desde las cualidades positivas a las negativas. Aquellos con un conectoma en un extremo de la escala puntúan alto en las medidas que se consideran positivas, como vocabulario, memoria, satisfacción con la vida, ingresos y años de educación. Y los que están en el otro extremo de la escala tenían altas puntuaciones en rasgos típicamente negativos, como ira, ignorar las reglas, consumo de sustancias y mala calidad del sueño.
Test de inteligencia
Y volvemos de nuevo a la inteligencia, porque los investigadores señalan que sus resultados recuerdan mucho al «factor general de inteligencia, o factor g” de Spearman, que se utiliza para resumir las habilidades de una persona en diferentes tareas cognitivas. Así podría decirse que han logrado hacer una radiografía de la inteligencia.
En este trabajo se incluyen muchas medidas de la vida real no contempladas en el factor g, como los ingresos y la satisfacción con la vida, por ejemplo. Pero otras, como la memoria, el reconocimiento de patrones y la capacidad de lectura, sí están adecuadamente reflejadas.
Los defensores del factor g señalan que muchas de las medidas relacionadas con la inteligencia están relacionados entre sí, lo que sugiere que si alguien es bueno en una cosa, es muy probable que lo sea también en otras. En realidad las pruebas miden dominios específicos, como fluidez verbal, habilidad espacial o memoria, pero las personas que hacen bien un tipo de prueba tienden a hacer bien los demás. Lo que sugiere que todas estos test miden algún elemento global. En las últimas décadas, la investigación ha dedicado mucho esfuerzo para aislar ese factor general, o factor g.
«Puede que las pruebas que se utilizan para medir la capacidad cognitiva en realidad hagan uso de diferentes circuitos neurales superpuestos» explica el profesor Smith. «Esperamos que las imágenes cerebrales nos permitan relacionar las conexiones neuronales con medidas específicas, y delimitar lo que en realidad cada test demanda al cerebro».
Fuente: Nature Neurosciencie. Aportado por Eduardo J. Carletti
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