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Las auroras de Ganímedes sugieren que tiene un océano subterráneo

El telescopio espacial Hubble de la NASA ha encontrado la mejor evidencia hasta la fecha de la existencia de un océano de agua salada bajo la corteza de Ganímedes, la luna más grande de Júpiter. Este océano subterráneo podría tener más agua que toda la que hay en la superficie de la Tierra, según los cálculos de los científicos

El descubrimiento se ha efectuado al observar el movimiento balanceado de los dos auroras del satélite, con las que se pudo determinar que existe una gran cantidad de agua salada bajo su superficie y que está afectando también a su campo magnético.

“Las auroras son controladas por el campo magnético, y si se observan de manera adecuada, se aprende algo sobre el campo magnético, con el que, a su vez, podemos obtener información sobre el interior de esta luna», señala el investigador Joachim Saur de la Universidad de Colonia (Alemania) participante en el estudio.

Los investigadores estiman que el océano tiene unos 100 kilómetros de espesor, diez veces más profundos que los océanos de la Tierra , y que está enterrado bajo una corteza helada de unos 150 kilómetros.

 

 

“Un profundo océano bajo la corteza helada de Ganímedes abre posibilidades más interesantes para la vida fuera de la Tierra «, destaca John Grunsfeld, miembro del Directorio de Misiones Científicas de la NASA.

Fuente: Sinc. Aportado por Eduardo J. Carletti

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Datos de Cassini indican que el océano de una luna de Saturno puede tener actividad hidrotermal

Confirman actividad hidrotermal en el fondo de los océanos de Encelado. La nave de la NASA ha proporcionado a los científicos la primera evidencia clara de que la luna de Saturno Encelado muestra signos de actividad hidrotermal actual que pueden parecerse a la que se observa en la profundidad de los océanos de la Tierra. Las implicaciones de tal actividad en un mundo distinto del nuestro planeta abren posibilidades científicos sin precedentes

«Estos resultados se suman a la posibilidad de que Encelado, que contiene un océano bajo la superficie y muestra actividad geológica notable, podría contener los entornos adecuados para los organismos vivos», dice John Grunsfeld astronauta y administrador asociado del Directorio de Misiones Científicas de la NASA en Washington. «Los lugares de nuestro Sistema Solar donde se dan los ambientes extremos en que la vida pudiera existir pueden acercarnos más a responder a la pregunta: ¿Estamos solos en el Universo.»

Vista en corte de la luna Encelado de Saturno

Esta vista en corte de la luna de Saturno Encelado es la representación de un artista que representa una posible actividad hidrotermal que pueden estar teniendo lugar sobre y bajo el lecho marino del océano bajo la superficie de la luna, con base en los resultados recientemente publicados de la misión Cassini de la NASA. Crédito de la imagen: NASA / JPL

La actividad hidrotermal se produce cuando el agua de mar se infiltra y reacciona con una corteza rocosa y surge como una solución calentada, cargada de minerales, un fenómeno natural en los océanos de la Tierra. De acuerdo con dos artículos científicos, los resultados son los primeros indicios claros de que una luna helada puede tener en curso procesos activos similares.

La sonda Cassini de la NASA lleva desde 2004 estudiando Saturno y sus lunas. Aporta ahora las primeras pruebas de que en las profundidades de los océanos subterráneos de Encelado podría haber fuentes hidrotermales en plena actividad, tal y como sucede en la Tierra. Las implicaciones de este descubrimiento en un mundo diferente al nuestro refuerza la idea de que en esa luna de Saturno podría haber vida.

El primer artículo, publicado esta semana en Nature, se refiere a microscópicos granos de roca detectados por la Cassini en el sistema de Saturno. Un extenso análisis de datos de cuatro años, simulaciones computerizadas y experimentos de laboratorio han llevado a los investigadores a la conclusión de que esos pequeños granos se formaron probablemente cuando el agua caliente y rica en minerales disueltos emergió del interior rocoso de Encelado y entró en contacto con el agua fría. La temperaturas necesaria para que se formen estos granos es, por lo menos, de 90 grados centígrados.

«Resulta muy excitante que podamos usar estos pequeños granos de roca, lanzados al espacio por géiseres, puedan hablarnos de lo que sucede en y bajo el suelo oceánico de esta luna congelada», afirma el investigador principal del estudio, Sean Hsu, de la Universidad de Colorado en Boulder.

El analizador de polvo cósmico de la Cassini (CDA) ha detectado en repetidas ocasiones (prácticamente desde su llegada en 2004) minúsculas partículas rocosas muy ricas en silicatos. Y tras años de investigación y por un proceso de eliminación, el equipo de científicos a cargo de ese instrumento ha concluido que esos granos deben ser partículas de sílice (óxido de silicio), como las que se encuentran en la arena y el mineral de cuarzo terrestre. El tamaño de los granos observados por la Cassini, los mayores de los cuales tienen entre 6 y 9 nanómetros, fue la pista que llevó a los investigadores a determinar la causa más probable de que se formaran.

En la Tierra, la forma más común de que se formen granos de silicio de este tamaño es la actividad hidrotermal bajo unas condiciones bien determinadas: cuando el agua ligeramente alcalina y salada está súper saturada de sílice, y sufre un gran descenso de la temperatura.

«Buscamos explicaciones alternativas de forma metódica a la existencia de estos granos, pero todo nuevo resultado apuntaba siempre a un único y más probable origen», asegura Frank Postberg, coautor del estudio de Nature. Hsu y Postberg trabajaron junto a colegas de la Universidad de Tokio, que llevaron a cabo una serie de detallados experimentos de laboratorio que validaron la hipótesis de la actividad hidrotermal. El equipo japonés verificó al detalle las condiciones bajo las que se formas granos de sílice del mismo tamaño que los detectados por la Cassini. Y los investigadores están convencidos de que esas condiciones pueden darse en los fondos oceánicos de Encelado, donde el agua caliente del interior se mezcla con el agua fría del fondo marino.

El tamaño extremadamente pequeño de los granos de sílice sugiere, además, que éstos viajaron hacia arriba relativamente rápido desde su origen hidrotermal a las fuentes cercanas a la superficie de los géiseres de Encelado. Para llegar del fondo marino al espacio (una distancia de cerca de 50 km.), los pequeños granos tardaron entre meses y años. Si no fuera así, habrían tenido que ser mucho mayores.

El segundo estudio, publicado recientemente en Geophysical Research Letters, sugiere, por su parte, que la actividad hidrotermal es, también, una de las dos fuentes más probables del metano detectado en los chorros de gas y partículas heladas que surgen del polo sur de Encelado. El hallazgo es el resultado de una extensa investigación para explicar por qué el metano es tan abundante en esos penachos de gas.

Los investigadores hallaron que, a las altas presiones del océano de Encelado, pueden formarse clatratos (moléculas capaces de retener otras moléculas) capaces de aprisionar moléculas de metano en el interior de una estructura cristalina de hielo de agua. Los modelos informáticos, sin embargo, indican que este proceso es tan eficiente a la hora de capturar metano que los investigadores no terminan de explicarse su abundancia en los chorros de gas que emanan del polo sur.

 

 

En uno de los escenarios posibles, los procesos hidrotermales saturan el océano con metano. Y podría ser que la producción de metano fuera más rápida que su captura por parte de los clatratos. Una segunda posibilidad es que los clatratos de metano sean expulsados por los chorros de gas y liberen, a medida que ascienden, a las moléculas (de metano) de su interior, como si fueran las burbujas que ascienden por una botella de cava.

Los autores creen que es probable que ambos escenarios ocurran a la vez, aunque la presencia de los granos de sílice del estudio de Nature favorece la hipótesis del escenario hidrotermal.

Fuente: ABC y NASA. Aportado por Eduardo J. Carletti

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Nueva evidencia isotópica apoya la formación de la Luna a causa de la colisión de la Tierra con cuerpo de tamaño planetario

Un estudio respalda la teoría de que nuestro satélite se originó a partir de los escombros producidos tras un impacto entre la Tierra y otro planeta. Se analizaron los isótopos de oxígeno de rocas traídas por las misiones Apolo

En los inicios del Sistema Solar, hace unos 4.500 millones de años, la Tierra fue impactada por un objeto celeste, posiblemente otro planeta pero de menor tamaño, al que se le ha dado el nombre de Theia. A partir de los escombros que se produjeron durante ese choque brutal se formó la Luna. Esta hipótesis, conocida como la Teoría del Gran Impacto, es la más aceptada entre los científicos para explicar el origen de nuestro satélite.

Sin embargo, hasta ahora no tenían pruebas para demostrarlo.

Los astrofísicos piensan que cada planeta del Sistema Solar tiene una composición isotópica distinta. La mayoría de los modelos científicos estiman que la Luna está compuesta en un 70-90% por material procedente de Theia (que estiman que tendría un tamaño parecido a Marte), y en un 10-30% por restos terrestres.

Si nuestro satélite se formó a partir de material procedente de dos cuerpos planetarios, tendría que tener una composición que se diferencie a la de la Tierra, pero hasta ahora los análisis realizados habían mostrado casi idéntica. Así que el principal obstáculo para validar la hipótesis del Gran Impacto es que no habían encontrado huellas de los escombros del planeta Theia con el que supuestamente se produjo el choque.

Meteorito lunar hallado en 1999 en el desierto de Kalahari, en Botsuana, y analizado en este estudio. ADDI BISCHOFF

Ahora, un equipo de científicos alemanes ha hallado por primera vez diferencias en su composición, un resultado que, según explican esta semana en la revista Science, respalda esa teoría sobre la formación de nuestro satélite.

El equipo liderado por Daniel Herwartz realizó un análisis de los isótopos de oxígeno que contienen las rocas que recogieron de la superficie lunar los astronautas de las misiones Apolo entre 1969 y 1972. «Las diferencias son pequeñas y difíciles de detectar, pero existen», ha declarado Herwartz.

Según explican en este estudio, que será presentado la próxima semana en la Conferencia de Geoquímica Goldschmidt de California, primero analizaron muestras lunares que habían llegado a la Tierra en forma de meteoritos. Sin embargo, estas muestras estaban contaminadas por el contacto con nuestro planeta, por lo que decidieron usar muestras recogidas directamente en la Luna. En concreto emplearon rocas traídas durante las misiones Apolo 11, 12 y 16.

La composición del planeta Theia

«Ahora podemos estar razonablemente seguros de que ese gran impacto tuvo lugar», señala Herwartz. En segundo lugar, destaca que el análisis de isótopos de oxígeno que realizaron les ha dado por primera vez pistas sobre la posible composición geoquímica de Theia, que parece que es similar a lo que en la Tierra llamamos condritas de tipo E. Los datos de su estudio sugieren que es posible el porcentaje de escombros que la Tierra y Theia aportaron a la Luna sea de un 50% cada uno, y no 70-30%. Por ello, su siguiente objetivo será averiguar cuánto material procedente de Theia hay en la Luna.

Sección de un fragmento de condrita del asteroide Almahatta Sitta encontrado en Sudán. ADDI BISCHOFF

Según destaca Jesús Martínez-Frías, investigador del Grupo de Meteoritos y Geociencias Planetarias del CSIC, esta investigación «supone un avance importante no sólo en relación con la formación impactogénica de la Luna, sino también para confirmar la importancia de los impactos en la coevolución de la Tierra, la Luna y probablemente otros planetas interiores, como Marte».

Para el director de la Red Española de Planetología y Astrobiología (REDESPA), este tipo de trabajos muestran «una vez más que la geoquímica de isótopos estables, en este caso de los isótopos de oxígeno, constituye una herramienta fundamental en la caracterización ambiental y paleoambiental de procesos planetarios a distintas escalas». En su opinión, «cualquier estudio sobre planetología comparada debe tener en cuenta la caracterización de la composición de nuestro espacio cercano a la Tierra (incluyendo la Luna y los asteroides a través de los estudios de meteoritos sobre todo condríticos)».

 

 

Para averiguar cuánto material procedente de Theia hay en la Luna, explica Martínez-Frías, habrá que «estudiar a fondo los meteoritos lunares (lunaitas), comparar los resultados con las rocas Apolo y probablemente también realizar nuevos estudios en próximas misiones tripuladas a nuestro satélite».

Fuente: El Mundo y otros sitios. Aportado por Eduardo J. Carletti

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