Revista Axxón » «Yui», Juan Pablo Noroña Lamas - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

CUBA

 

Una niña bajo el melocotonero
los capullos caen
al vientre de la tierra

 

Matsuo Basho, 1654-1694

 

I love girlfight
I fuck crazyroom
It’s time to be cool like a boy

 

Letrero en un shirt vendido en Japón circa 2000

 

 

El adolescente delgado hincó ambas tablas de surf en la arena.

—Debe haber mil familias —miró en derredor.

Su compañero, más bajo y grueso, se sentó a la sombra de las tablas y puso ante sí doce cartones de refresco diferentes.

—Por eso a ella le gusta este domo —le tendió un cartón al otro—. Es para familias. Está bien criada.

—Si no viene hoy, nos rendimos —el delgado se dejó caer en la arena y aceptó el refresco—. El destino no quiere que suceda.

—Dices eso porque te aburres esperando—el gordo abrió su bebida—. Pero hoy alquilamos tablas.

—Aquí en el Getotsu sólo ponen la máquina de olas tarde en la noche.

—Mientras tanto, bebe y espera.

Se tomaron cuatro refrescos antes de volver a hablar.

—¿Qué tal esos sabores nuevos? —preguntó el flaco.

—Orina de perro. Oye, ¿y si vemos el feed?

—No. Estoy harto de verla en imagen, quiero verla de cerca.

El gordo se recostó sobre un lado.

—Yo también quiero verla de verdad, respirar el mismo aire —suspiró—. Pero no por eso me canso de ver su feed.

—Toma —el flaco se sacó un collar del que pendía un pod—, sé feliz.

—Si no gastara tanto en comida —el otro tomó el aparato—, podría pagarme una cuenta de feed.

—El mío es pirata, barato.

Concentrado en teclear, el adolescente no respondió. Después se dio vuelta y proyectó el haz del pod contra la tabla de surf.

—Buen truco —dijo el dueño.

—Con luz de playa, los holos no se ven bien en el aire.

El gordo graduó la imagen para máxima amplitud.

—Dioses, es perfecta —se extasió—. Vamos, no te hagas el duro.

La barbilla del otro bajó hasta el pecho.

—¿Dónde estará? —se preguntó el gordo—. Ha entrado por una puerta y dejó a toda la tropa fuera… parece la puerta de un vestidor.

El giro del flaco fue tan violento que cubrió al amigo de arena.

—¿Dijiste que un vestidor?

—Nunca muestra nada —dijo el gordo, malicioso, y se sacudió.

—¡No seas grosero! Además, eso no importa. ¿No te das cuenta? Es un vestidor. ¡Un vestidor de domo-playa!

En la imagen, dos chicas asiáticas conversaban ante un vestidor sobre cuya puerta se leía «Feliz en el domo playa Getotsu». Los amigos se acercaron a la proyección.

—Ya salió —dijo el gordo—. Oh, Amitaba-sama, gracias te damos por los trajes de dos piezas…

—Deja oír… está hablando.

Ambos acercaron las cabezas al pod.

—¡Van a su colina! —exclamaron al unísono.

Se pusieron de pie, volcando tanto los refrescos como las tablas de surf, y echaron a correr hacia el otro extremo de la media luna que era la playa artificial. En el apuro, no prestaron atención a las protestas de las familias a las que sus zancadas cubrían de arena.

—¡Hay alguien arriba! —jadeó el gordo—. ¡En la colina!

El delgado apretó los dientes y el paso.

En la cima de una pequeña colina había una niña de seis años y un magnífico fuerte de arena, al parecer modelado a partir del Castillo de Osaka en la era Sengoku. La construcción cayó ante la embestida del adolescente delgado, la niña se echó a llorar mientras el chico terminaba con el castillo a patadas.

—¡Mamá, papá! —clamó la niña, al ver a una pareja subir la pendiente.

—Llévense a su mocosa a otra parte —el adolescente adoptó una pose retadora, viril—. Ésta es la colina de Yui-san.

—¡Yo hice el castillo para ella! —dijo la niña entre sollozos—. ¡Papá, él rompió el castillo de Yui-san!

La madre se apresuró a consolarla mientras el padre, un treintañero en excelente forma física, saltaba sobre el chico y le ponía ambas manos al cuello.

—Gamberrito de mierda —masculló—, te salvas porque está aquí la niña.

Las manos del jovencito aferraron los antebrazos que lo atenazaban.

—Que se la lleve la mamá —dijo con presumida frialdad—, que no vea…

Un empujón lo hizo caer, rodar pendiente abajo, quedar tendido cuan largo era en la base de la colina. La arena redujo el impacto, pero la sacudida lo dejó tan atontado que demoró en abrir los párpados y enfocar la vista.

—Yui-chan… —dijo desmayadamente—, es por ti… El rostro de una muchacha apareció sobre sus ojos.

—¿Estás bien?

Aún aturdido, el joven vio cómo lo rodeaba una docena de esculturales chicas y chicos de su misma edad, o cercana. Alguien le tendió una mano, que aceptó sin más. Sólo cuando estuvo de pie descubrió quién lo había ayudado.

—¡Yui-san! —exclamó, la vista fija en el encuentro entre su mano y la de la muchacha.

La chica se le aproximó, sin soltarse, y con la otra mano le sacudió la arena de espalda y cabeza. El joven comenzó a temblar ligeramente.

—Eres muy amable, Yui-sama —atinó a decir.

En ese momento el gordo atravesó el círculo de jóvenes y se les unió.

—¡Gracias, Yui-sama! —dijo, eufórico, media cara ocupada por una ristra de dientes imperfectos—. Has sido muy amable con mi querido amigo, y yo, Torayama Jigoro, te lo agradezco infinitamente.

—Ni lo menciones, Jigoro-kun —Yui mostró una sonrisa espléndida—. Pero debo decirte, sin querer ofender, que cuides más a tu amigo… no lo dejes meterse en peleas.

—No fue una pelea —el padre bajaba acompañado de su esposa y su hija, y el séquito de Yui le abrió paso—. Le di el sopapo que correspondía.

—¡Rompió tu castillo, Yui-san! —dijo la niña—. ¡El castillo que te hice!

Yui pareció espantada.

—Estaban en tu colina —dijo, quedo, el chico delgado—. La ocupaban…

—¡Muy amable! —exclamó la chica—. ¿Querías desahuciar a todos para que yo tuviera espacio? Pero no necesito la colina entera —revisó su propio cuerpo como si temiera descubrir un aumento de peso—. ¿He engordado?

El muchacho hizo una mueca de contrición.

—¡Jamás, Yui-sama! —dijo, agitando la cabeza tan duro que se tambaleó—. ¡Eres perfecta, Yui-sama! ¡Eres la feedgaru más perfecta de todas!

—¡Gracias, gracias! —la garu se llevó ambas manos al rostro—. Una nunca debe descuidarse. Entonces, si no estoy más gorda y no necesito todo el espacio, ¿para qué sacar a mi amiguita del sitio?

—Porque eres… —el adolescente luchaba con las palabras, y perdía—…te mereces…

Yui se inclinó hacia la niña, le tomó la barbilla.

—¿Cómo te llamas?

La niña dejó de llorar, fascinada por la dulce expresión de la feedgaru.

—Me llamo Mimi, onee-sama.

—¿Estudias bien, Mimi-chan?

La niña asintió enfáticamente.

—¿Te portas bien?

—¡Sí, sí!

—¡Y eres tan linda, Mimi-chan!

—Es una niña muy buena, Yui-san —intervino el padre—. Es verdad.

La garu enfrentó al flaco.

—¿Y tú cómo te llamas?

—Yo soy Taka… Taka… soy Taka… Taka…

—¡Encantada de conocerte, Takataka-kun!

—¡Takahani Reito! —exclamó el muchacho—. ¡Takahani Reito!

—Pero Takataka-kun tiene mucha más per-so-na-li-dad —la feedgaru apoyó el silabeo haciendo un metrónomo con su índice.

El adolescente, apenado, clavó la barbilla entre las clavículas, pero Yui se la tomó con dos dedos y le levantó el rostro.

—¡Es una broma, Takahani-kun! —dijo la garu con dulzura—. Como fue una broma demoler el castillo de Mimi-chan, ¿eh? ¿Ahora la vas a ayudar a hacer uno mejor, verdad? ¿Para mí? A propósito, mi favorito es Matsumoto-jo.

—¡Takataka es un gran constructor de castillos de arena! —Jigoro pasó el brazo por sobre el hombro del amigo—. También sabe mucho de historia, es todo un gariben.

—Tú lo ayudarás —Yui palmeó la espalda del gordo—. Eres muy fuerte, de seguro puedes acarrar tres cubos de arena húmeda tú solo.

Jigoro se demudó.

—Tus deseos son órdenes, Yui-san —dijo atragantado—. En verdad soy fuerte. ¡Y tú eres… perfecta! Incluso entre bellezas… —admiró con descaro a las demás—, eres superior… las demás se ven tan vulgares, comparadas…

—Las zalamerías no te librarán del trabajo, Jigoro-kun.

Una de las chicas del séquito dio un paso adelante y le dio un capirotazo en la frente al gordo.

—¡Oye! —protestó Jigoro—, ¿qué tienes en esos dedos? ¿Y por qué?

—Para halagar a una mujer —dijo la acompañante—, no hay que herir al resto.

—¡Bien dicho, Haruka-san, bien dicho! —exclamó Yui—. Me parece que le interesas, Jigoro-san.

Haruka puso los brazos en jarras, estudió al adolescente con aire crítico, y enarcó una ceja.

—¡Pero qué modales los nuestros! —dijo la feedgaru—. Takahani-san y Torayama-san ya se iban a buscar arena, y no nos hemos presentado. Que seamos conocidos por el feed no nos libra de presentarnos adecuadamente. Empezaré yo. ¡Soy Wong Yui, es un placer!

Los doce chicos y chicas del mamagoto de Yui se presentaron por turno, menos Haruka, que tomó el suyo para hacer un gesto de fastidio.

Jigoro correspondió a todos, incluso a Haruka; Reito, en cambio, continuó estupefacto. Sólo al cabo de algunos segundos reaccionó.

—Un placer —dijo, lelo ante la ronda espléndida de rostros, senos, hombros, caderas, vientres y piernas—, un placer —repitió apocado—, un placer conocerlos.

—Bueno, Jigoro-kun, Reito-kun —dijo Yui—, ya están presentados. La arena mojada no va a venir sola, ¿saben?

—Los cubitos de Mimi están en la cima de la colina —dijo la madre de la niña, en tono burlón—. Uno rosado, otro malva, y otro púrpura.

Ambos amigos iban a marcharse, atropellados y confusos, cuando una de las chicas acompañantes, una de espejuelos, dio un paso adelante.

—Yo ayudaré —sonrió tímida mientras se paraba junto a Reito—, llevaré el rosado.

—¡Kaede-chan! —se encantó Yui—. Siempre tan amable.

En cuanto los tres se perdieron de vista, la niña se acercó a la feedgaru y le tocó la pierna.

—¡Yui-san, no seas novia de ese chico torpe! —dijo apremiante—. Mi padre es más lindo, es mejor para ti.

El padre puso cara de vergüenza en tanto la esposa, sonriente, lo enlazaba por la cintura.

Yui se arrodilló.

—Qué dices, Mimi-chan —recriminó a la niña—, tu padre ya tiene a tu madre, quien lo quiere mucho.

La madre apretujó el sólido cuerpo del marido.

—Todas me lo envidian —dijo orgullosa—, pero sé cómo conservarlo en casa.

—Papá tiene un diploma por portarse bien en la piscina —afirmó Mimi.

—Una medalla olímpica, Yui-san —explicó el padre—. ¡Matsaro Hideki, plata en 100 libres en Río de Janeiro 2016! —se paró firme—. ¡Banzai!

—Yo era la masajista del equipo —dijo la esposa, picarona.

Yui abrazó y alzó a la niña.

—¿Ves, Mimi-chan? Tu padre es feliz con tu mamá.

La pequeña se encogió de hombros y puso sus brazos alrededor del cuello de la garu.

—La cargas bien, Yui-san —elogió la esposa—. Te sale natural; serás una buena madre. Algún día lejano, claro está.

Mientras Yui enrojecía, los acompañantes murmuraron su aprobación.

—Tan sólo quisiera una niña tan linda como Mimi-chan —sonrió la garu.

Arrobados, los padres suspiraron.

—Hermana mayor —susurró la pequeña—, cuando crezca quiero ser como tú. Mis padres se pondrían muy contentos.

—¿Qué dices? —Yui habló bajito al oído de la niña—. Tus padres ya están muy orgullosos de ti.

—Pero estarían aún más felices…

Yui apartó el rostro. Su expresión, todavía dulce y risueña, tenía un deje triste. Los labios temblaron ligeramente, como para decir algo, pero nada salió de ellos; permanecieron inmóviles, y también toda la cara. La imagen quedó fija y se redujo al área entre el mentón y el nacimiento del pelo.

—Ésta es la imagen de hoy para publicitar el feed —dijo el señor Wong mientras manipulaba el touchscreen de su ordenador portátil y la cara de Yui era disminuida hasta ser un recuadro en un correo electrónico—. ¿Viste esos ojos? —hizo que el rostro se mostrara a toda amplitud en la pantalla.

El guardaespaldas sentado a la derecha asintió, aprobador.

—Los demás productores deben envidiarlo mucho, Wong-sama —dijo en tono cómplice—. Como empresario y como padre.

Ambos estaban en la trasera de un sedán, y había otro guardaespaldas a la izquierda de Wong. En la delantera iba sólo el chofer, manejando.

Wong le dio un codazo al guardaespaldas de su derecha.

—¿Planeas tener niños, Majiki-san? —preguntó.

—La esposa insiste, Wong-sama. Y si ha de ser, que sea niña…

—Vaya. ¿Y te gustaría que fueran como mi Yui?

—Con mi suerte —suspiró el guardaespaldas—, será fea como el padre, tonta como la madre y taimada como la abuela materna.

—La suerte puede cambiarse, Majiki-san. Con dinero.

—Todo el dinero del mundo no puede comprar hijos perfectos.

—Por el momento —Wong sonrió, enigmático—. Un trato, Majiki-san. Si me mantienes vivo un mes más, haré llegar el día en que un padre pueda tener hijos a su gusto y serás mi primer cliente. Tu hija no tendrá que ser como temes, será tan perfecta como quieras. Y te haré un descuento.

—¿Un milagro así en un mes? —el guardaespaldas frunció el ceño.

—En un mes la nueva legislatura derogará leyes que estorban, por eso lo digo. Yo no llevo un mes esperando, sino quince años —el productor bajó la cabeza—. Si no fuera porque ver crecer a Yui confirmaba mis esperanzas cada día, me hubiera rendido tiempo ha.

—¿Yui-san tiene algo que ver en eso, Wong-sama?

—Es la muestra que hace fe. La gente puede no creer en protocolos científicos, pero sí en una niña de carne y hueso, la más adorable del mundo.

—No entiendo mucho —Majiki miró a su jefe de reojo—. Sólo sé que en verdad me gustaría una hija como Yui-san, aunque no se parezca mucho a mí.

—Lo mejor es que se te parecerá, y será perfecta en cuerpo y alma.

—¿Ambas cosas, Wong-sama?

—Créeme. Se puede, hace rato que pasamos la fase del prototipo afortunado —miró con afecto el rostro de Yui en la pantalla del portátil—, y tras mucho refinarlo el proceso es hasta barato, industrial, con garantías….

De pronto, los tres fueron brutalmente lanzados contra el respaldo del asiento delantero, y el portátil, aún con la cara de Yui, cayó a los pies de Wong.

—¿Qué rayos? —exclamó Majiki, primero en recuperarse—. ¿Para qué frenaste?

La cara estupefacta del chofer desbordaba el retrovisor.

—Yo no…

—¡Písalo! —gritó el guardaespaldas.

El ronroneo del motor se convirtió en un rugido. Lejos de avanzar, el auto retrocedió, derivó a la derecha hasta que el chofer aplicó los frenos.

—¿Qué mierda…? —Majiki miró por la luna trasera. De un registro destapado en la calle salía un cable que iba en dirección a la rueda posterior derecha del auto.

—¡Marcha atrás, ponte sobre…! —ordenó Majiki, pero se interrumpió al escuchar un ruido sordo en la ventana de su lado. Al darse vuelta, vio adherido al vidrio blindado un disco de medio metro de diámetro—. ¡Fuera todos!

El guardaespaldas de la izquierda logró apretar el botón de apertura, pero los otros lo atropellaron. La explosión los tomó en medio del forcejeo, con la puerta entreabierta. El escolta cayó en la acera, Wong cruzado sobre él, Majiki dio contra la pared de enfrente.

Semiconsciente, Wong apoyó las manos e intentó apartarse. Como sus anchas caderas estaban cruzadas sobre las del guardaespaldas, que luchaba por salir de abajo, ambos no hicieron sino empujarse alternativamente, entre jadeos. Majiki, tendido sobre un costado, rió sin fuerzas; al instante una bocanada de sangre brotó de sus labios, y cayó bocabajo. Se vio que la explosión había consumido su ropa y espalda, exponiendo, chamuscando huesos y órganos, y los había cubierto con millares de brillantes fragmentos de vidrio. Wong y el escolta prorrumpieron en gritos.

Una persona embozada en un impermeable marrón apareció por la izquierda, le clavó al guardaespaldas una daga de cristal, tomó a Wong por el cuello de la chaqueta, lo sentó junto al cadáver de Majiki, se puso de rodillas, extrajo la daga, y la apuntó al entrecejo del productor. Desde el ángulo de éste no se veía la hoja, sólo el gavilán y la mano enguantada del asesino. Wong, mareado, desvió la vista.

—No se mueva —dijo una voz masculina—, le daré una muerte indolora.

Wong miró más allá del asesino. Varias personas corrían despavoridas, los autos derrapaban, se escuchaban gritos de miedo, interés y curiosidad. El productor levantó la cabeza, pero la pared tras él le impidió moverla lo suficiente como para llevar la vista a las estrellas, y sus ojos sólo alcanzaron las fachadas de los edificios más altos, en uno de los cuales había una valla publicitaria en transición hacia una nueva imagen. En el mismo instante en que el embozado comenzaba a tomar impulso para el golpe, apareció en la valla la cara de Yui, bañada por la luz del domo playa, irradiando belleza y serenidad con su sonrisa dulce y levemente triste. Wong abrió los ojos tanto como pudo, para así absorber lo más posible de Yui, pero se interpuso el codo del asesino.

—Déjame —musitó el productor, a la vez que trabajosamente levantaba el brazo para apartar al asesino—, déjame ver a mi niña.

El asesino bajó la mano, y al hacerlo fue su cabeza la que se metió entre la valla y la visual del productor.

—Mi niña… —Wong golpeó sin fuerza el hombro del asesino—, hijo de puta, déjame…

El embozado se volteó a mirar, y esa acción permitió a ambos ver cómo la imagen fija era sustituida por un clip. Yui parpadeaba, sonreía e inclinaba la cabeza; el lema del feed aparecía arriba, a la derecha.

«Yui», decía en kanji.

Debajo, en romaji: «Perfect Child».

El asesino se puso de pie de un salto, la vista fija en la valla. Una y otra vez Yui mostraba su sonrisa, una y otra vez se leía: «Yui / Perfect Child». El hombre no movía un músculo. La daga cayó de su mano, se clavó en la acera hasta la mitad.

Wong se dejó caer a un lado e intentó arrastrarse por la acera pero, tras echarle una ojeada al asesino, se detuvo. Miró alternativamente la sonrisa de Yui y al encapuchado, y en su rostro se pintó la comprensión. Con no poco esfuerzo se volvió a sentar, apenas a un metro del cadáver de Majiki.

Entonces el aire chasqueó alrededor del asesino y su sobretodo pasó de marrón a dorado. El hombre cayó hacia delante, trastabilló, intentó apoyarse en el auto, pero se apartó al instante. El aire volvió a chasquear, y esta vez Wong pudo visualizar el resplandor causado por el electroláser al tocar al hombre.

—El Ojo te vio —masculló malévolo el productor—, el Rayo te dio.

El embozado echó a correr hacia una calle lateral. Su impermeable se doraba más con cada golpe de electroláser. Al cuarto se arrodilló, profiriendo un gemido audible para Wong. Éste alzó los ojos, y aguzando la vista, percibió contra el cielo nocturno los intermitentes destellos de un Espejo que reflejaba hacia el asesino Rayos lanzados desde otra parte. Tras cada disparo, el dispositivo volaba en busca de mejor ángulo, pero se mantenía alineado con el Rayo, que siempre lo hallaba.

Cinco resplandores contó Wong antes de que se le ocurriera bajar la vista hacia el asesino.

—¿De qué está hecho ese tipo? —murmuró.

El asesino estaba de bruces, las manos sin tocar el suelo, los faldones de su sobretodo en contacto con el asfalto. El brillo dorado de la prenda había disminuido, y a cada impacto del Rayo parecía escurrirse hacia abajo, como pintura que alguien derramara sin lograr fijarla. Poco a poco la ropa recuperó el marrón original.

Wong, aterrorizado, hizo el intento de arrastrarse lejos. Se arrepintió al ver que el embozado saltaba como un velocista y corría hacia el callejón; el Rayo sólo alcanzó a darle dos veces más antes de que se perdiera en la penumbra entre los edificios.

En el fondo del callejón había una puerta. El embozado la derribó, entró a una habitación con una escalera al fondo, descendió varios pisos y salió a un pasillo sin iluminación. Allí se quitó tanto el sobretodo como el visor que le cubría los ojos: su ropa era pobre, de trabajo, y el juvenil rostro, de rasgos mestizos, fácil de olvidar. Tras reunir todo en un bulto, caminó en la oscuridad sin tropezar ni una vez con los conductos y desperdicios. Varios minutos más tarde hubo cierta luz y el corredor se convirtió en un paso aéreo que cruzaba un gran túnel cuyo techo y suelo se perdían en la negrura. Al final del puente había una puerta de metal entreabierta, se escuchaban voces tras ella. El joven lanzó el paquete por sobre la baranda y avanzó hacia la luz y el ruido.

Al otro lado del umbral había tres hombres de aspecto amargo y honrado jugando cartas sobre una mesa ruinosa en el centro de un pañol subutilizado. Todos vestían los mismos grises monos de trabajo.

Sólo uno de ellos apartó los ojos de sus naipes.

—Carajo, Jimmu —dijo el tipo, sarcástico—, esa fue una señora cagada.

—Tienes que esperar otra ronda —gruñó un segundo jugador—. Ahora terminamos ésta.

Jimmu hizo un ademán desganado.

—Me voy a dormir —se encaminó hacia la puerta opuesta.

—¿Fatigado? —preguntó el sarcástico—. En dos días te adaptas.

—O no —dijo el gruñón—. Éste es un trabajo duro, no es para señoritos.

—Dale un chance a Jimmu; apenas empezó.

El asesino pasó a la habitación contigua, llena de literas y taquilleros, y se encaramó sin más a un camastro alto. Del otro lado se escuchaba a los jugadores, que habían empezado a cantar:

Sacas dieciséis latones

de basura de primera

¿y qué tienes para ti?

Eres un día más viejo

y la deuda ya creció…

 

 

Intranquilo, Jimmu dio vueltas en su litera, en ambos sentidos. Después de un rato se sentó, estiró la mano hasta su taquilla, que le quedaba justo al lado y a la altura de la cama, tecleó la clave, y extrajo un roll-top. Al sacudir el aparato sobre la cama, el textil pasó de flexible a rígido a la vez que mostraba el teclado y pantalla holográficos. Jimmu se enlazó a una chat-line restringida; tuvo que esperar cinco minutos por la respuesta.

=/yangaru/=2156: no lo hiciste

Jimmu suspiró hondo antes de teclear su mensaje.

=/16tons-uv-trash/=2157: no pude

=/yangaru/=2158: te di un plan te di dinero te di el momento

El joven tabaleó nerviosamente sobre su muslo.

=/16tons-uv-trash/=2100: hubo algo

=/yangaru/=2102: eres incompetente de tonta tuve confianza en ti

=/16tons-uv-trash/=2104: sucedió algo vi la sonrisa de yui en anuncio

=/yangaru/=2107: entiendo chicos todos iguales mientras fantaseabas con ella wong hizo su escape

Molesto, Jimmu, castigó el teclado.

=/16tons-uv-trash/=2110: no puedo matar padre de yui mientras veo su sonrisa no entiendes si lo mato se pierde esa sonrisa

=/yangaru/=2114: tonto te he explicado mil veces wong un monstruo explota a yui tiene ese horrible plan que es peor que ahora el futuro peor

=/16tons-uv-trash/=2119: es su padre si lo mato ella debe sufrir de todas maneras

=/yangaru/=2122: en el momento pero cuando sea libre la felicidad y crees que va a ser feliz cuando wong la utilice como propaganda de su maquinaria de fabricar niños te he enviado pruebas suficientes de ese plan

=/yangaru/=2129: matas a wong ella va a estar triste por un tiempo y feliz el resto de su vida

=/yangaru/=2131: dejas vivo a wong ella va a ser miserable hasta que muera

=/16tons-uv-trash/=2134: te creo seguro pero no pude a lo mejor en otro momento te juro lo hago por yui por ella soy capaz hasta de hacerla llorar por su bien

=/yangaru/=2138: el tuyo encanto te la puedo presentar cuando todo acabe te lo he prometido

Jimmu se alteró.

=/16tons-uv-trash/=2140: no estoy seguro yo no creo en sueños

=/yangaru/=2141: soy su mejor amiga te la presento con mis consejos no vas a tener problema alguno recuerda te he prometido algo especial

=/16tons-uv-trash/=2144: especial no recuerdo

=/yangaru/=2146: te enseño a complacer a una chica en todos los sentidos vas a hacer muy feliz a yui

Jimmu se ruborizó.

=/16tons-uv-trash/=2148: cierto

=/yangaru/=2149: no hagas el tonto o vas a pretender que lo olvidaste

La respiración del joven se agitó.

=/16tons-uv-trash/=2150: gracias

=/yangaru/=2151: pero wong debe salir de en medio es un monstruo

=/yangaru/=2152: en cuanto lo saques de en medio no impide la vida nueva feliz de yui lo sacas del medio das tu primer paso hacia ella entiendes

=/16tons-uv-trash/=2153: gracias

=/yangaru/=2154: eres un tonto encanto pero te adoro debo irme

La pantalla de la chat-line se puso pequeña. Jimmu exhaló desde lo más profundo y se tiró boca arriba, una mano cubriéndole los ojos contra la débil luminaria en el techo. La otra mano se dedicó a golpear la cama junto a su muslo, con ritmo y fuerza crecientes. Al poco rato dejó de golpear el colchón y pasó a castigar su propia carne.

—¡Jimmu! —gritó alguien en la otra habitación—. ¿Pasa algo?

El joven se sentó de un golpe, quedó inmóvil.

—¡Mucho polvo! —explicó. Una mueca fría le crispaba el rostro.

—¡Déjalo estar!

Jimmu ladeó la cabeza con un movimiento rígido, tenso. Sus ojos estaban fuertemente cerrados. Mas de pronto los abrió, la cara se le iluminó, puso una semisonrisa, fue al tablero del roll-top. Unos toques le bastaron para desplegar la interfaz del feed de Yui.

En el centro estaba la misma imagen de la valla, Yui sonriente en el domo soleado, con apenas unos íconos por encima, y alrededor los rostros de los miembros regulares del séquito, aquellos en cuyos cuerpos y ropas estaban colocadas las microcámaras. Tanto la expresión como el tema gráfico de cada uno reflejaba su posición: tsunderekko, coolgaru, tsukeban, bocchan. El dedo de Jimmu bailó indeciso sobre la pantalla, y la interfaz reaccionó al titubeo proponiendo un compose de perspectivas, lo que el joven aceptó sin chistar. Al definir los parámetros pidió máxima exposición del rostro de Yui.

Todos menos Kaede, más Mimi-chan, estaban en el agua, jugando a la batalla de caballitos. Yui, recién derribada por la tsunderekko Haruka, reía a carcajadas de su propia derrota mientras reptaba por sobre los tatuajes en la espalda de Zaraki el bancho, cuya poderosa estructura apenas acusaba la carga. Enseguida estuvieron listos para combatir de nuevo.

Mas la atlética Haruka era dura de pelar. La perspectiva desde Zaraki permitía apreciar la firmeza de los músculos de la chica, en especial hombros y antebrazos, que delataban a la practicante de artes marciales tradicionales. Por desgracia para ella, le había tocado como cabalgadura Ito el bishonen, menos sólido que el bancho. A la décima carga de Zaraki y Yui, Ito se tambaleó, la o-garu aprovechó para rematar con doble cosquilla de axilas, la pareja vencedora se convirtió en vencida, el subsecuente desplome y chapoteo causó la caída de dos parejas más. Esta vez Yui fue la última en reírse.

Tras la risa, la mayoría confesó estar extenuado por la batalla, y todos fueron a la orilla. Yui fue la primera en dejarse caer de espaldas en la arena, entre olas que rompían, rodeada de espuma, con dejadez exquisita, absoluto abandono adolescente, los brazos abiertos, exhalando un suspiro mezcla de placer, alivio y agotamiento. Extasiado, Jimmu tocó el menú de escenas para ordenar que se grabara la caída de Yui en la arena, todas las vistas.

Entonces, en la perspectiva de Haruka, uno de los chicos, Dato el bocchan, recibió una comunicación externa que alteró su expresión. Fue con el rostro ensombrecido hasta Yui, se arrodilló junto a ella y le dijo al oído algo que le costó trabajo articular.

Yui saltó como si la arena se hubiera incendiado bajo su espalda. Aferró a Dato por los hombros, sacudió, gritó una pregunta.

Todos, en todas las vistas, quedaron paralizados.

Jimmu se llevó las manos a las sienes, un ademán brutal, tan fuerte que el sonido del golpe llenó la habitación. Con los dedos engarfiados en el cuero cabelludo, como si temiera que la cabeza se le fuera a desprender, observó a Yui correr enloquecida fuera de la playa, salir al estacionamiento, golpear la ventanilla del chofer de su limusina hasta que éste abrió las puertas traseras. Vio como la garu, seguida por Haruka, Dato y tres más, entraba al auto sin escuchar de cambiarse de ropa u otro consejo y ordenaba al chofer partir de inmediato; la vio dar puñetazos en el vidrio que dividía los compartimentos, sin que entre gritos, órdenes y alaridos de dolor se colaran insultos, amenazas u obscenidades; la vio llorar, y sus propios ojos se negaron a continuar abiertos.

Jimmu se abrió los párpados con los dedos y los mantuvo así todo el trayecto hasta el hospital donde tenían al padre de Yui, quien acababa de sufrir un intento de asesinato, informó la línea de texto en la parte baja de la pantalla. No se perdió una lágrima, un lamento, una pregunta llena de miedo durante el corto viaje. El hospital no quedaba lejos del sitio del atentado, cercano al domo: Wong iba en camino a recoger a su hija, pues al otro día les tocaba estar juntos, en privacidad, como familia, sin feed ni séquito.

El auto parqueó bajo la marquesina destinada a las ambulancias y Yui saltó afuera, envuelta en un sobretodo que el chofer guardaba para días de lluvia. Los cinco jóvenes restantes se bajaron sólo cuando el vehículo se movió a un sitio más apropiado, y enseguida fueron a sacar del maletero ropas de emergencia, que se pusieron sobre la marcha, encima de las trusas húmedas y salpicadas de arena, mientras perseguían a Yui hospital adentro; a duras penas la alcanzaron en el elevador.

Al llegar al piso donde tenían a Wong, Yui aminoró la velocidad, tanto que le costó llegar a la habitación más tiempo que el que le tomara ir desde la limusina hasta el elevador. Dudó ante la puerta, y cuando finalmente abrió, entró despacio, como si temiera dañar al padre con su presencia. Tenía las manos junto al pecho y el rostro seco de llorar. Los miembros de su séquito la seguían en contrito silencio.

—Déjenme con mi padre, por favor —pidió Yui—. Por lo más sagrado.

Los integrantes del séquito se miraron, desconcertados.

—Está bien —convino el productor—. No más feed por hoy.

Cuando los dejaron solos, la garu se subió a la cama, se acurrucó junto a Wong y apoyó la cabeza cuidadosamente sobre su pecho.

—Gracias por sobrevivir, padre —murmuró, quedo.

—¿Qué dices, niña? —protestó Wong—. Gracias te doy yo a ti.

Yui buscó los ojos de su padre.

—El asesino me perdonó gracias a ti. Fue a matarme bajo una pantalla que te anunciaba, y no pudo. No podía matar contigo en su mente.

La garu puso una mano sobre la boca de Wong.

—Voy a dejar el feed —dijo—. De seguro, ese hombre quiso matarte por algo relacionado con el feed.

—Moriré si les das ese gusto, mi niña. Recuerda, hay grandes planes.

—Dejemos eso —Yui meneó la cabeza con desesperación—, dejemos el feed y todo el geinokai, y compremos una isla cerca de Australia.

—El dinero es nada si no cumples tu destino.

—No quiero un destino, quiero un padre.

Las lágrimas de Yui mojaron la camisa de hospital.

—No llores, mi niña —Wong besó la cabeza de la muchacha—. Nuestro sueño está a punto de cumplirse.

—¡No lo quiero! —gritó la niña—. ¿No entiendes? ¡No lo quiero más!

—Resiste conmigo, princesa, para que estos quince años de mi vida no sean en vano, y menos aún los tuyos. Déjame intentarlo, por el asesino que no pudo matarme. Quizás, en un mundo de niños perfectos, nadie tendrá corazón ni motivos para matar.

—No quiero esperar a eso, padre. ¿No entiendes? ¡No quiero!

—Bueno, niña querida —suspiró Wong—, no quería llegar a ponerlo de este modo… pero te recuerdo que, como hija, me debes obediencia.

—¿Y si no soy buena hija? —Yui lo miró a los ojos—. ¿Si hago algo para terminar con todo esto? ¿Si tengo un plan?

—¿Un plan?

—Si logro que todos me odien… y pones a otra de las chicas…

Wong miró hacia arriba.

—Te será imposible, hija mía —dijo, la vista fija en el techo—. No podrías hacer que todos te odien, aunque quieras. Además, si lo intentas, me entristecerías mucho. Me matarías tú, en vez de ese tipo.

La garu comenzó a sollozar desconsoladamente.

Tocaron a la puerta.

—¿Sí? —dijo Wong.

La puerta se entreabrió, asomó Haruka.

—¿Todo bien ahí dentro?

Yui asintió.

La tsunderekko metió el brazo. En la mano sostenía un bulto de ropa limpia y un par de zapatos nuevos.

—Es mejor tranquilizar a la administración del hospital, onee-chan.

La expresión de Yui era de total indiferencia.

—Hay un baño tras esa puerta, hija mía —dijo Wong—. No quiero que te expulsen en bikini. ¿Ése es el que te compré en Navidades? ¡Precioso!

—Sí, padre.

Yui se levantó, fue hasta la puerta, tomó la muda de manos de Haruka.

—Gracias, Haruka-san. ¿Calmarás a los demás por mí?

Haruka asintió, sacó la cabeza y cerró la puerta tras de sí. En el pasillo estaban los demás.

—Han mostrado deferencia por tratarse de Yui —dijo Dato por lo bajo—, pero han sugerido que, como somos tantos, no vayamos a la sala de espera sino a la cafetería.

—Vamos allá; hemos de comer si queremos ser útiles. Sin mencionar que Yui-san deberá sentir hambre en algún momento; comprémosle algo.

La tropa entera echó a andar. Haruka se las ingenió para quedar junto a Kaede, tocarle suavemente el brazo e indicarle con ademán discreto que debían apagar sus cámaras mediante el mando disimulado en el arete. En cuanto Kaede obedeció, Haruka la hizo apartarse del resto, entrar con ella al baño de chicas, pararse frente al amplio espejo del tocador.

—¿Qué pasó? —dijo Haruka, dura, implacable, encarando a Kaede a través del espejo.

Kaede se estremeció.

—El chico se arrepintió —dijo con voz débil—. Algo en la sonrisa de Yui.

La tsunderekko soltó una carcajada desprovista de alegría alguna.

—Haruka-san… —Kaede tornó la cabeza hacia la otra.

—¡No me mires! ¡Mira el espejo!

Kaede obedeció, temblorosa.

—Los personajes secundarios no tenemos derecho a mirarnos frente a frente —continuó Haruka—. Tú eres yanderekko, yo tsunderekko: existimos para remarcar la perfección de Yui, para recordar a todos que la mayoría de las chicas es como nosotros, un saco de defectos con alguna virtud, y que por mucho que sueñen con Yui, terminarán cargando contigo o conmigo.

—Onee-san, por favor…

—Ahora imagínate un mundo lleno de Yuis, como un tazón de fideos perfectos e idénticos. ¿Crees que habrá lugar para ti y para mí? Ya no seremos simpáticas, tu bipolaridad y mi neurosis ya no serán kawaii sino monstruosidad, y nadie nos aceptará. Piensa, Kaede, en las chicas iguales a nosotras que están naciendo ahora mismo.

La yanderekko bajó la vista.

—¡Mira el espejo! —gritó Haruka—. Eso somos, imágenes planas. No lo hagas peor. No lo hagas peor para millones de chicas como nosotras.

—¿Pero qué hago? ¿Qué hago, Haruka-san?

—Encuentra a ese chico y hazle actuar. Es más, no me fío de ti; no has sabido manejarle como se debe. Dame tu Pinkberry.

Kaede se desprendió la manilla que llevaba en la muñeca izquierda y se la pasó a la tsunderekko. Esta digitó sobre las superficies de interfaz, sin éxito.

—¡Tonta! Quita las protecciones.

Obediente, la yanderekko digitó en el aparato.

—Dame acá —dijo Haruka—. ¿Están puestas las contraseñas?

Kaede asintió.

—Toma mi Pinkberry —ordenó Haruka—, te verás rara sin una —movió los dedos sobre su manilla y se la dio a Kaede—. Yo también tengo las contraseñas on, pero no curiosees, porque lo sabré.

—¡Jamás!

—Más te vale. Andando, ve con el resto.

—¿Tú no vienes?

—Me quedaré en la sala de espera, y espero que no se molesten por una sola persona.

—Pero…

—Quiero chatear con tu amiguito sin que nadie del grupo mire por encima de mi hombro. A ver si lo sacudo… aunque en verdad, ahora, más que útil, es un peligro. Sí, este chico ahora me estorba…

—No entiendo, onee-san

—Vamos, sal de aquí… recuerda reconectarte.

La yanderekko se apresuró en salir al pasillo. Tras un par de preguntas pudo hallar la cafetería, reunirse con el resto, apoderarse de la esquina de un pullman, hundirse en el silencio. Acababan de arribar quienes habían quedado atrás y, en medio de la reunión, su vuelta pasó desapercibida, así como su temporal ausencia y la de Haruka. No obstante, alguien recordó alcanzarle un cartón de yogurt y un minicontenedor de ensalada, que aceptó.

—Kaede —dijo una voz en su arete apenas tomó el primer bocado—, estás fuera. Haruka también. ¿De qué se trata?

Suspirando, la chica conectó sus micrófonos en modo interno.

—Quiero pedir mis minutos —dijo en tono resuelto.

—¿Estás alterada? ¿Pasó algo? A ti en particular, quiero decir.

—¿Quién eres tú?

—Pachaurinanghi —la voz en el pendiente sonó resentida—, no es mi primera guardia contigo…

—Lo siento, se me hace difícil diferenciar… todos ustedes no son más que voces dando órdenes en mi oído.

—Podemos salir, conocernos mejor…

Kaede rió quedo.

—Sabes que les está prohibido relacionarse con nosotras. Además, ¿por qué no buscas una de tu edad?

—Ustedes las japonesas son más maduras que las chicas de mi país.

—Ah, ¿te gustamos las japonesas? ¿Qué prefieres, geisha o colegiala, kimono o sera fuku?

La risa del controlador fue tan alta que Kaede hizo una mueca de dolor.

—Bueno, Kaede, tengo a un jefe de turno echando pestes porque faltan dos chicas, justo en un momento como éste.

—Mi contrato dice que tengo derecho a mis minutos, cuando quiera…

—Sí, pero no al mismo tiempo que otra…

—Conecten a Haruka.

Hubo unos segundos de silencio.

—Sí, haremos eso mismo —dijo el controlador—. El que lleva a Haruka acaba de pedirme dinero prestado.

—¿En serio? ¿Puedes hacer que le ordene seguir en la sala de espera?

—Es una perra, ¿verdad? Considéralo hecho. Pero no es gratis…

La chica sonrió, malévola.

—¿Quieres arriesgar tu trabajo por verme vestida de geisha? Ah, y no soy una auténtica meganekko, sólo uso espejuelos para el feed.

—No soy tan fetichista, simplemente me gustas.

Kaede quitó la tapa del cartón de yogurt con movimientos pausados.

—Además, no me ponen de yanderekko por gusto…

—Oye, no creo en esa mierda de los estereotipos y perfiles. Te mostraré el mío, verás que asco de persona soy según esa cosa.

—Ah, pero en la realidad eres un tipo genial, ¿no?

—Sólo déjame probártelo.

—Está bien —la chica sorbió el yogurt—. De verdad necesito mis minutos. Y recuerda clavar a Haruka en la sala de espera.

—Cambio, fuera —dijo Pachaurinanghi—. Considera a Haruka un jarrón de la sala de espera.

Kaede puso el yogurt en la mesa, y apenas se hizo silencio en el arete encendió la Pinkberry de Haruka. La pantalla se dibujó en la piel del dorso de la mano, el teclado en el antebrazo.

—Así que no sé cómo manejar a los hombres —Kaede fue directamente a los enlaces privados—. Ya lo veremos. Ahora, dame tus secretos, onee-san.

El índice de sitios, rooms y rings prefijados de la tsunderekko era largo, mas sólo tenía los enlaces patrocinados, dispuestos en secuencia alfabética; ninguno distintivo o personal. Tampoco había subcarpetas o agrupaciones, todos y cada uno estaban expuestos en el primer nivel, haciendo bulto. Kaede hizo correr la lista, asombrada de la falta de individualidad y estructura. Al hacerlo, notó que un patrocinador estaba repetido casi al final, con errores de ortografía. Dio clic en él, y tres grandes letras sensibles se superpusieron a la interfaz: DWY. Kaede las tocó, y apareció una cajuela de contraseña, con los botones de OK/Abortar.

La yanderekko eligió salir a la pantalla regular. Sonriendo pícara, tecleó en la barra la larga, compleja dirección de un selfhack, al cual rindió la Pinkberry de su compañera. En dos minutos apareció una cabecita de diablillo, y bajo ésta el mensaje: «Agradece a Lord_of_Dorkness». Kaede volvió a las tres letras, pero esta vez la cajuela de la contraseña se autocompletó, dando acceso a un ring cuyo portal decía «Down with Yui» en puntaje máximo.

Kaede dejó escapar una risita condescendiente al descubrir el enlace a un room llamado «Haruka o-garu».

—Todas soñamos con ser estrella de feed, onee-san —murmuró mientras entraba.

Entró en medio de un vendaval de posts.

=/Zarakihood/=2240: mejor q wong viva

=/Madokawaii/=2241: cierto si las desbandan ninguna tiene chance

=/Tsunderuka/=2242: haruka siempre tiene chance haruka 4evr

=/Tt-Kaede/=2244: exageras!!!! haruka +/-

=/Dez4Yui/=2245: mejor q se muera wong yui desaparece

=/Tt!-Kaede/=2246: good!!!!!!!

La yanderekko se ruborizó al interpretar el último nick; como sucedía con muchas meganekko, sus senos eran los más voluptuosos del séquito.

=/StronGoro/=2247: pero uds odian a yui?

=/Tsunderuka/=2249: este es tonto

=/Dez4Yui/=2250: es nuevo

=/Tsunderuka/=2251: tonto el nombre del ring es down with yui

=/Tsunderuka/=2252: por supuesto la odiamos

Kaede descubrió entonces el nick que le correspondía. Indecisa, tecleó y rehizo varias frases antes de darle a la tecla de envío.

=/Itoluvluv/=2303: hola a todos q hay de nuevo

=/Madokawaii/=2304: tiempo sin verte IlvLv

=/Dez4Yui/=2305: te enteraste los dioses castigaron a wong

=/Tsunderuka/=2307: has visto a dwn_wz_yui en otro sitio? se alegrara

=/Zarakihood/=2310: no tanto como yo

=/StronGoro/=2311: jajajajajajaja son unos odiosos jajajajajajaja son unos odiosos jajajajajajaja son unos odiosos jajajajajajaja son unos odiosos

Jigoro, abrazado con toda fuerza a la espalda de Reito, evitaba a duras penas caer de la zigzagueante moto; su pulgar, marcando «enviar», había quedado oprimido entre la pantalla y su abdomen.

—¿Nos quieres matar? —aulló el gordo.

—Casi me choca, el imbécil ése que va ahí…

El adolescente se asomó por sobre el hombro del amigo para echar una ojeada a los vehículos que los precedían en la circunvalación.

—¿Hanya?¿El que va allá lejos?

—Tiene apuro.

—Nosotros también, pero él va en una moto de hombres, no en esta cosa.

—Si no te gustan las Takaruedas, te bajas.

El gordo bufó.

—Pues casi me bajas tú.

—Es que no te agarras —dijo Reito—. Deja el móvil, idiota.

Jigoro soltó a su amigo y se echó atrás para poder mirar de nuevo la pantallita.

—Oh, mierda —dijo al ver su última frase repetida por al menos diez renglones, así como el aviso de expulsión—. Vaya, se apuraron en banearme.

—¿Dónde estabas?

—Un ring de gente que odia a Yui-san.

—¿Cómo…?

—Hice una búsqueda sobre el atentado a Wong-sama, y salió «Down with Yui». Por ellos supe en qué hospital estaba. Me di una vuelta, y terminé en un room de fans de Haruka-san.

—Quiero decir… ¿cómo es que odian a Yui-san?

—Son fans de gente del séquito… cada grupo quiere ver a su favorito en el puesto principal y todos piden la cabeza de Yui-san.

—Hay locos en el mundo.

—Pero no está malo, este ring… tienen fotos de Yui-san hurgándose la nariz, videos de malos modales en la mesa, soltando un gas en un elevador…

—¿Cómo rayos consiguen eso? ¿Y por qué lo ponen?

—Porque odian a Yui-san, por eso lo ponen.

—Vaya gente… —asombrado, Reito se inclinó sobre el timón—. Pues déjalos, que ahora sí verás el poder de las Takaruedas.

Dejaron la circunvalación por el acceso a la barriada del hospital, con un derrape que hizo a Jigoro proferir maldiciones de júbilo. En calles donde los autos debían ir más despacio, la moto juvenil se lucía escurriéndose entre vehículos mayores, cortando esquinas por la acera, ignorando luces y señales: en sólo dos minutos frenaron aparatosamente ante la fachada de la clínica. Reito descubrió el poste que indicaba el estacionamiento abierto y fueron allá.

—Oye, ésa es la moto del demonio de la carretera —dijo Jigoro mientras parqueaban—. El que casi nos mata.

—Ya sabemos por qué se apuraba —Reito, encogiéndose de hombros, cortó la alimentación del motor—. Tendrá una tía aquí.

—Ojalá no le deje nada, esa tía.

—Eres un cerdo, Jigoro. Dices cada cosa…

El gordo, que ya se había bajado, hizo una mueca.

—Por eso te gusta andar conmigo, Reito.

—No puedo decir que sea mentira —el delgado se apartó de la moto y apuntó la tarjeta de pago al infrarrojo del cobrador.

—Yo también te aprecio —Jigoro pasó un brazo sobre el hombro del amigo y echaron a andar hacia la entrada—. Como muestra de eso, de cuánto nos complementamos, llevaremos a cabo con éxito el plan «futuros huerfanitos aturdidos por la desolación».

Reito rió por lo bajo.

—Ni siquiera nos parecemos.

—Somos primos —Jigoro se cubrió los ojos con la mano suelta—. ¡Ay, cuánto quería a mi tía!

Superaron las barreras entre el parqueo y la sección de traumatología alternando entre sigilo, descaro e histrionismo. Ayudó que al parecer el hospital estaba revuelto desde antes del arribo de Yui, por alguna razón, y la presencia de la feedgaru había aumentado el caos: en algunos lugares había demasiada gente, en otros, casi nadie.

—¿Qué es esto? —preguntó Reito. Habían llegado a una habitación con muchos estantes y repisas.

—El botiquín —explicó Jigoro—. Aquí las enfermeras recogen lo que deben poner a los pacientes.

—No me digas que estás buscando…

Jigoro meneó la cabeza mientras se acercaba a un aparador acristalado cuyos anaqueles estaban divididos en cajuelas mediante divisiones verticales.

—Siempre pensando lo peor. No, en estos cristales la jefa escribe el nombre del paciente —el gordo empezó a revisar—, justo sobre la cajuela de la habitación correspondiente. Así la enfermera sabe cómo referirse a cada uno sin siquiera mirar la ficha.

—Claro, tu madre trabaja…

—… en un hospital de ricos, como éste. Estos trucos dan propinas y las propinas me alimentan; ella no cesa de recordármelo. ¡Aquí! Cuarto 112.

Se escucharon pasos presurosos en el pasillo.

—Viene alguien…

Se metieron al pañol de equipos justo a tiempo de evitar ser vistos. Jigoro, último en entrar, no cerró por completo la puerta, dejó una rendija. Sin embargo, no pudo ver nada. Su amigo lo conminó con gestos a que completara el encierro, mas el sonido de ropas deslizándose lo puso en alerta. Ignorando los visajes de Reito, abrió un poco más, hasta que fue sorprendido por los últimos instantes de desnudez de un trasero enjuto, lampiño y masculino.

El enfermero se dio vuelta. Detrás de él no había nadie, y la puerta del pañol de suministros estaba cerrada. Molesto, volvió a concentrarse en la ropa; sus dedos eran inhábiles con los velcros y cintas. Cuando terminó de vestirse, hizo un paquete con las otras prendas, lo deslizó bajo una estantería y salió al pasillo. Usando la señalética y carteles para orientarse, echó a caminar.

Se detuvo ante el pasillo que daba a la habitación de Wong. Al fondo, junto a la última puerta, había dos guardias de la seguridad hospitalaria, de aspecto muy profesional, no los usuales policías panzones. Nervioso, el joven enfermero retrocedió hasta el corredor perpendicular por el que había venido, y se quedó ahí, con la cabeza baja y hundida entre los hombros temblorosos, el resto del cuerpo inmóvil como estatua. Se mantuvo así durante casi tres minutos, hasta que se abrió una puerta a sus espaldas. Intentó voltearse, mas la chica que salió del cuarto lo pinzó por la camisa y, sin darle tiempo a reaccionar, tiró de él, lo metió en la habitación, cerró, lo empujó contra una pared, puso los labios junto a su oreja y le susurró:

—¿A qué has venido? —asiéndole el cuello de la camisola—. Oh, tal parece que trajiste tus 16 toneladas de basura contigo, tontito…

Jimmu se estremeció. Kaede, encimada en puntillas para olisquearlo, lo apretaba con armas de carne turgente.

—¿Yangaru? —reaccionó.

—¿Desencantado? —la yanderekko lo miró a los ojos—. ¿Quién querías que fuera, Rumiko ojou-sama? ¿O Haruka?

El joven negó.

—Mejor será que te sientas feliz de que sea yo. ¿Estás feliz?

El joven asintió mientras miraba en derredor. Estaban en una habitación personal. A su izquierda veía la salida, cerrada; tras Kaede, la puerta del baño, entreabierta; al fondo a la derecha, los pies de una cama, vacía.

—¿Y a qué has venido, pregunté?

—Tú… tú me dijiste… —barbotó Jimmu—. En el chat, me dijiste…

Kaede largó la carcajada.

—Vaya —hizo una mueca de odio—, no se debe confiar en los hombres.

Jimmu la miró con asombro.

—No importa —la chica le rascó el mentón con la uña del índice—. Nada importa, ahora. ¿Viniste a espiar a Yui-san en el baño? ¿A robarte su toalla?

—¡No! —protestó el muchacho—. Vine… por Wong-sama.

—Aaah, eso —Kaede se apartó, pero mantuvo las manos sobre el pecho de Jimmu—. Pero te vi un tanto indeciso.

El joven bajó el rostro.

—Hay guardias en la puerta…

—Pues no vayas al asalto, tontito, usa la cabeza, piensa un plan.

—No tengo cabeza para pensar ahora…

—¿Estás nervioso?

Por toda respuesta, el chico dejó escapar un suspiro.

—Te relajaré —la yanderekko volvió a apretujarse contra el cuerpo masculino, causándole un temblor imparable, sobre todo en las piernas—. Pobrecito —le sujetó la rodilla derecha entre las suyas, lo que por cierto afirmó el muslo, pero duplicó la inquietud de todo lo demás—. Imagina que soy Yui…

Los párpados de Jimmu cayeron, soñadores, mas saltaron en cuanto una mano llegó a su cintura. Dos dedos en vanguardia, tres en falso abandono, se colaron entre el pantalón y la piel, vencieron al elástico de los calzoncillos, acunaron sus genitales con sabia dulzura. El joven gimió como presa inerme.

—Soy Yui —susurró Kaede—. Me salvaste de la pandilla que me quiso violar en un callejón, los dejaste medio muertos. Me abrazo a ti —con la mano libre, la chica se subió la falda para que sus muslos tuvieran contacto con el pantalón de él—. Eres tan varonil, hueles a hombre recio…

Jimmu asintió, media sonrisa triunfante en los labios.

—No es que quiera agradecerte —insinuó la chica—, es que necesito tu hombría —la mano invasora se responsabilizó de la erección—, quiero verla…

El joven puso las palmas de ambas manos contra la pared, adelantó la pelvis para facilitar a Kaede las maniobras con la ropa y la carne, y contempló arrobado la impecable expresión con que ella, a la vez lasciva y pudorosa, sacaba el trofeo a la luz.

—¡Eres tan varonil! —la mano de Kaede comenzó a moverse, sus caderas a bailar, sus ingles a frotar el muslo del chico—. Podrías tenerme…

Los párpados de Jimmu se apretaron, como queriendo retener visiones.

—¡Debo… satisfacerte! —la chica se mordió los labios—. Para evitar la tentación de darte mi doncellez. ¡Debes terminar! —hizo más firme la exigencia mediante un frenético incremento de ritmo—. ¡Por favor!

Durante al menos dos minutos más, la yanderekko manipuló a Jimmu con arte y dominio. Al cabo, los gemidos del joven se volvieron jadeos, y éstos gruñidos.

—Yo también —lloriqueó Kaede—. ¡Yo también! —se revolvió con furia mientras su mano ocupada apuntaba, cautamente, a un lado—. ¡Yo también…!

Jimmu, que hasta al momento se había dejado hacer, tomó a Kaede por las caderas, comenzó a zarandearla, a restregársela, a acompañar el ritmo con torsiones de la pelvis, a hacer muecas, boquear… hasta que dejó evidencia de sí en el suelo a su derecha.

Kaede observó el derrame, justo ante el baño.

—Tienes tanque grande, tontito.

Jimmu abrió los ojos, le echó una mirada posesiva, e intentó besarla.

—Todavía no —la yanderekko apartó los labios—. Además, a quien en verdad quieres besar es a Yui. Que, dicho sea de paso, es en verdad virgen… eso fue lo único cierto en todo… esto.

—¿No te gustó? —Jimmu se alteró—. Pensé que tú…

—Oh, eso también fue cierto —la chica tomó una mano del joven y la guió hasta su entrepierna—. ¿No lo notas?

—No sabría… nunca he tocado…

Kaede entrecerró los párpados mientras removía los dedos de Jimmu contra su carne trémula.

—Pronto te hartarás de tocarlo —le susurró—. El mío, el de Yui… montones de chicas.

Jimmu tragó en seco.

—Quiero verlo. Tú viste el mío.

—Otro día será —Kaede soltó la mano del chico y dio varios pasos hacia atrás—. Antes debes terminar ese asunto.

—¡Ahora! ¡Ahora, dije!

La yanderekko observó con aire reprobador la furia de Jimmu. Mas al cabo largó una risita, lo miró despreciativa, y complació.

—¿Contento? —preguntó mientras movía pícaramente la mano que sostenía en alto el ruedo de la falda—. Te enviaré fotos en primer plano —la mano izquierda, que estiraba el elástico del pantaloncito, mostraba un ligero temblor—. Ahora, ve a ganártelo… —Kaede soltó el elástico, las bragas restallaron contra su pubis—. ¡Primero guarda el tuyo, tontito!

El joven obedeció la orden, y acto seguido se acercó a la puerta.

—Espera… —dijo, apenas tocó el picaporte— ¿cómo pudiste reconocerme? ¿Y encontrarme enseguida?

—Cuando pasaste ante mí, sentí tu olor y me dio la corazonada —la chica se rozó la nariz con un dedo—. Si te pasas meses sin oler otra cosa que perfumes patrocinados, cualquier otro… aroma… te llama la atención. Y tú no hueles precisamente a hospital, tontito. Te seguí, te vi entrar a la enfermería, y al ver que ibas donde Wong adiviné quién eras y me escondí en esta habitación, porque me esperaba cualquier cosa… menos verte volver sobre tus pasos, temblando.

—Disculpa por eso —musitó Jimmu mientras hacía girar la manija—, y también por el olor —añadió, un segundo antes de cerrar la puerta.

En cuanto se vio sola, Kaede se recompuso la ropa, fue al baño de la habitación y trató de adecentarse ante el espejo. Tras secarse las manos, activó el arete.

—Pachaurinanghi —masculló—, Haruka se te fue en algún momento.

—Lo siento mucho, Kaede-chan —respondió el técnico—. Entró al baño.

—Claaaro… —la yanderekko se echó una última ojeada—. Bueno, no importa.

—Por cierto… ¿qué hay contigo?

—¿Qué quieres decir?

—¿Estás jugando conmigo, Kaede-san?

La chica esbozó una sonrisa.

—Puede ser que lo haga —se mordió la punta del índice—, a lo mejor sin siquiera notarlo. Soy esa clase de mujer.

—Pondré la cámara de control, para hablar cara a cara.

Kaede se plantó ante el espejo, mirando su propia imagen como si fuera la de otra persona.

—Ya me dirás, Pachi-kun.

—¿Qué estabas haciendo, en tus minutos?

—Ah… empezamos mal, Pachi-kun.

—No me sueltes el sonsonete misterioso de las mujeres y los secretos…

—¿Y por qué no?

—Porque aunque estaban desconectados tus cámaras y micrófonos, tus monitores vitales nunca se apagan. Y he visto los datos, y los parámetros son inequívocos.

La chica se acercó al lavamanos, cruzó los brazos bajo los senos, se inclinó hacia delante.

—¿Y qué dicen tus parámetros inequívocos, Pachi-kun?

—¿Estabas con un hombre, Kaede-san?

Acodándose, la yanderekko puso el rostro a pocos centímetros del espejo.

—Estaba sola, Pachi-kun —musitó con caricaturesca tristeza—. Soy una solitaria a la que no dejan tiempo para otra cosa que trabajo, y sin embargo estoy tan llena de vida, que… —enrojeció mientras hurtaba el rostro.

En el arete se hizo un silencio sibilante.

—Disculpa —se escuchó al rato.

—No hay problema —Kaede se irguió, las manos a ambos lados del cuerpo—. Seamos amigos, Pachi-kun.

—¿Amigos? —se apenó el técnico—. ¿Quieres decir que por causa de mi indiscreción, mi entremetimiento, desde ahora me miras sólo como amigo?

—¿Acaso no te gustaría ser mi amigo?

—Querría más…

Kaede se mordió el labio.

—Debes ser más moderno, Pachi-kun —dijo en susurros pudibundos—. Hoy día, la amistad puede ser un arreglo cómodo.

—Vaya… no está mal. Pero, ya te dije, querría más… más que eso.

—Hablemos al respecto —concedió la chica—. ¿Quieres una relación? A ver, ya sé de ti que eres un nerd marroncito…

—¡Para nada! Soy brahmán, mi piel es clara.

—Te creo… pero no has rebatido lo de nerd, ¿eh?

Pachaurinanghi calló.

—Por lo demás —Kaede se puso los espejuelos—, ¿cuánto ganas?

—Sesenta y cinco…

—Oh, vaya —se quejó la chica—. Eso cubriría mi cuenta de cosméticos.

Se escuchó una risita nerviosa.

—Igual te verías bien sin maquillaje, Kaede-san.

La chica meneó la cabeza.

—A decir verdad, es una broma, me los pagan los patrocinadores, y no llega a tanto. Pero la idea es, Pachi-kun, que no puedes sostener el tren de gastos de una chica como yo.

El técnico resopló.

—¿Sólo el bocchan de una familia rica puede pagarte, Kaede?

—No te entristezcas —dijo Kaede—. Porque, si bien no puedes pagar el paquete completo —dio un coqueto giro sobre sí misma—, puedes tomarlo prestado de vez en cuando. ¿Qué te parece? Para tener privacidad conmigo, otros hombres tendrían que gastarse una fortuna y tú sólo deberás ser mi amigo más confiable.

—¿No acabas de decir que no tienes tiempo para una vida privada?

—Porque no tenía a un operador como amigo, Pachi-kun.

—Ah… se supone que te ayude a conseguir tiempo. Pero ¿cómo?

—Ya pensaremos en algo. Ahora, volvamos con la pandilla, ¿eh? Todo como siempre, ¿eh, Pachi-kun?

—Está bien —suspiró Pachaurinanghi mientras movía los dedos sobre el teclado—. Todo como siempre.

—¿Decías algo?

El técnico se volteó hacia la derecha. Su compañero ponía sendas tazas en la mesa satélite situada entre ambos. Como sus estaciones quedaban en el extremo izquierdo de la larga sala de control, cierta singularidad acústica les daba privacidad en medio del pandemónium.

Pachaurinanghi agitó la cabeza, pero el otro echó una ojeada al panel.

—¿Sigues obsesionado con Kaede? —el compañero se llevó la taza a los labios—. Ten cuidado, alguien va a notarlo.

—No estoy obsesionado —negó Pachaurinanghi.

—Ya, enamorado —el compañero tomó un sorbo—. Está bueno el café, sobre todo porque lo pagas tú, je.

—Déjame tranquilo.

—Tranquilo es como quisiera que estuvieras, socio —siguiente sorbo—. Esa chiquilla te secará el seso si la dejas.

—Mis sesos siguen entre mis orejas, gracias.

—Me lo advirtieron, cuando vine —sorbo final—. Las japonesas no son como las demás mujeres. Digo, aparte de lo del vello lacio, je, je, je…

—¿El qué del vello? —saltó Pachaurinanghi.

—¿No lo sabías? Lo tienen lacio, casi todas —el compañero, de aspecto marcadamente eslavo, se acomodó los visores, audífonos y demás—. Pero es lo de menos… tienen algo. Me dijeron: Vitali, cuando vayas al Oriente lleno de misterios, búscate una buena chica amarilla si puedes, y estás hecho de por vida, pero cuidado que no te salga mala, pues no hay defensa.

Pachaurinanghi gruñó, aparentando concentración laboral.

—Esa Kaede —suspiró Vitali—. Vaya, no te critico el gusto, amigo, es de mis favoritas. Pero es una yanderekko, una mosquita muerta. Algo me dice que está que se muere por hacer un trapo de un hombre, cualquier hombre, sólo para sentirlo. Me estremezco de sólo de pensarlo. Yo preferiría a Haruka…

—Cállate, Vitali.

—¿Qué dices? —el otro técnico se apartó los audífonos de las orejas.

—¡Que te calles!

Todas las cabezas en la estrecha sala de control se voltearon hacia ellos. Sólo dos de los rostros, los más jóvenes, parecían japoneses; el resto era una colección de occidentales, latinos, africanos y asiáticos continentales.

—Nunca conocí a un ruso que no necesitara tapón —dijo un negro alto.

—Ajá, mismo como una botella —dijo alguien a su lado, y todos en aquel lado de la sala se rieron del chiste.

—Está bien distenderse —el jefe de turno, un japonés de mediana edad, se paró detrás del negro alto—, pero trabajemos, jóvenes. Acabo de confirmar un memorándum con el hospital, y mientras Yui no esté visible, necesitamos que los chicos den a conocer qué maravilla de servicio dan ahí.

Los operadores se sumergieron en sus estaciones de trabajo.

—Souza, manda a Zaraki a Ortopedia —ordenó el jefe—, un bancho que se respete ha de haber estado en mil peleas callejeras, y debe tener secuelas que tratar. Tranc, manda a Ito a la Clínica de Belleza, a darse fango. Kaede, quizás a Oftalmología, aunque estoy abierto a sugerencias. ¿Pachaurinanghi?

—Kaede ya se reconectó —dijo el técnico—, y Oftalmología no está mal.

—Bien. ¿Rumiko ojou-sama no era la celíaca? Que vaya al doctor de pancitas… y Madoka con ella, que se asegure que esa preciosidad de ombligo aristocrático salga en cámara. ¿Qué era Nagisa?

Coolgaru…—respondió un rubio.

—Maldición, nunca sé dónde ponerlas. Bueno, que vaya a atormentar al psicólogo. O invéntale algo. Eso vale para todos, quiero que sean creativos y desparramen a nuestros chicos por todo ese hospital. Que mencionen a cada rato que Wong está a salvo, y Yui calmada, pues tampoco quiero que luzcan insensibles. ¿Eh, la prensa dice algo de los guardaespaldas y el chofer?

—Ninguno de los tres se menciona en titulares o primera plana —dijo un operador—. Ah, el chofer murió camino al hospital.

—Pobre tipo. Bueno, no hablemos de eso… sigue Haruka. ¿Quién tuvo la desgracia de cargar con Haruka?

—¡No es desgracia alguna, Tachibana-sama! —Vitali alzó la mano.

—Siempre olvido que eres otro de sus locos… ponla donde te plazca. ¿Y dónde está ahora, dicho sea de paso?

Vitali se inclinó sobre su estación de trabajo e hizo ciclar los canales. Aparecieron una tras otra las perspectivas de todos los miembros del séquito, menos la de Haruka.

—¿Y bien? —dijo el jefe, acercándose.

—Su línea debe haber quedado daze, con tanto revuelo…

Tachibana se inclinó sobre las pantallas.

—Esa chiquilla está a esto —acercó las yemas del pulgar y el índice a la cara de Vitali—, a esto de salir del feed. Preferiría una tsunderekko de mentira, que en vida real no sea insufrible. Pero, ¡realismo! exige Wong, maldito cabrón.

—¡La encontré! —anunció Vitali.

—Ponla en el interno…

En el centro de la pantalla apareció el rostro de un severo guardia de seguridad. Cerca se veía un número, el de la habitación de Wong.

—¡¿Y esto?! —Tachibana saltó hacia atrás—. ¿Acaso no di órdenes…?

Un chiste zalamero de Haruka puso una sonrisa en el rostro del hombre. Se introdujo entonces la cara del compañero, ansioso de la misma atención.

—¿No se supone que la controles? —el jefe sacudió a Vitali—. ¿Qué hace ella ahí? Wong no quiere a nadie cerca…

El técnico veía fascinado cómo la mano de Haruka apreciaba el amplio bíceps del segundo guardia.

—¡Vitali! —gritó Pachaurinanghi.

—Sshhh —el ruso alzó el índice—. Escúchenla…

La voz de Haruka sonaba dulce, juguetona, aniñada, rorikon incluso.

Al ver a ambos técnicos inmóviles, el jefe se lanzó sobre el keypad.

—¡Espere! —la mano de Pachaurinanghi interceptó la de Tachibana—. Es cierto, escuche a la Haruka deredere.

Entonces el primer guardia abrió la puerta para la tsunderekko.

—¡Maldita chiquilla! —rugió Tachibana—. ¡Bien! Sólo esto necesito para salir de ella. ¡Vitali! Desconéctala por completo, pero dame conexión con ella… nunca había podido despedir a nadie en línea. ¡Vitali!

Las manos del técnico pendían, paralizadas, sobre el pad.

Pachaurinanghi se puso en pie, se cernió sobre la estación de trabajo del compañero, y ejecutó las órdenes por él.

—Vamos, amigo, cálmate —dijo en susurros—, ahora que cayó en desgracia, te será más accesible.

Vitali se zafó el set de operador.

—No podré ser feliz con su desgracia —dijo en tono ausente, y se paró—. Ni trabajar donde ella no puede.

Atónito, Tachibana observó cómo el ruso tomaba el camino de la puerta.

El técnico se dio la vuelta, justo antes de salir, y enfrentó al jefe.

—Y mire a ver cómo la despide —advirtió, preludios de lágrimas en los ojos—. Es su derecho despedirla, pero no la haga llorar.

—¡Lárgate, loco de mierda! —bramó el japonés—. ¡Lárgate de aquí!

—Sabré si la hace llorar —Vitali le apuntó con un dedo, con la otra mano se restregó el rostro—. ¿Me escuchó? ¡Lo sabremos todo! —e hizo un extraño ademán: con el antebrazo derecho vertical, dos dedos haciendo una letra V, y el índice de la izquierda cruzándolos oblicuamente.

A Tachibana le tomó varios segundos reaccionar.

—¿Eso qué era, una seña terrorista? —dijo, cuando ya no se veía a Vitali.

—No le haga caso —Pachaurinanghi llamó la atención de su jefe—. Con seguridad es una grosería occidental. Recuerde, ya tenemos a Haruka. Oh…

—¿Qué rayos hace esa loca ahora?

Como respondiendo a la pregunta del jefe, Haruka se escurrió entre la cama de Wong y la mesita rodante que empujaba un enfermero, y anunció que como encargada de la seguridad de Yui, debía revisar cualquier medicina, aparato o persona que se aproximara a ella y su padre.

—¿Qué rayos te pasa? —rió Wong—. No seas paranoica. Mira cómo has puesto al pobre chico. ¿A que da miedo nuestra fierecilla, esta Haruka? —le dijo a Yui, que seguía tendida sobre él, y ésta, azorada, asintió.

El enfermero hundió la cabeza entre los hombros.

La tsunderekko, impertérrita, comenzó a abrir los vasitos donde venían las pastillas.

—Ésta, ¿para qué es?

—Para el dolor… —barbotó el joven enfermero.

—Analgésico, huh… ¿y ésta?

—Para la hinchazón.

—Antiinflamatorio, huh… ¿ésta?

—Un tónico.

—¿Vitaminas? —Haruka frunció el ceño—. Interesante. Vaya, quedan como cuatro más.

—Yo no sé mucho de medicinas…

—Mierda, esa voz —se alteró Wong—. Yui, ve al baño.

—¿Padre?

—¡Al baño, dije!

Jimmu empujó el carrito de medicinas contra el vientre de Haruka, se dio vuelta, echó a correr. Pasó entre los guardias como una exhalación, y la tsunderekko lo siguió antes de que los custodios pudieran reaccionar. Éstos se quedaron mirando incrédulos las sandalias playeras de la chica, abandonadas como estorbo justo ante la puerta.

En el centro de la perspectiva de Haruka se veía la lejana espalda de Jimmu mientras éste escapaba por el pasillo. Ella no sabía, pero acababan, no sólo de reconectar su línea, sino de ponerla como principal, con el añadido en pantalla secundaria de su escena en la habitación. Mas la tsunderekko corría con tanta vehemencia, que parecía saberlo, o al menos esperarlo, y quizás también imaginaba que chats y foros atentos al feed rebosaban comentarios sobre qué guardaespaldas más alerta, valiente y efectiva era, cuán ágil, sagaz, devota, y cuánto merecía ser ogaru. Mientras, su visual era una vertiginosa sucesión de puertas, enfermeras gritando, luces, médicos pasmados, esquinas, séquito estupefacto, mobiliario sorteado, gente en el suelo, escaleras saltadas, alguien inconsciente, el vestíbulo, guardias panzones, la salida al estacionamiento, vehículos, ¿los dos chicos idiotas del Getotsu?, la moto del fugitivo, la rejilla del asiento casi a la mano, aire ozonizado por la aceleración de un motor eléctrico.

—¿Haruka-san?

La tsunderekko, furiosa, frustrada, se dio vuelta al escuchar la voz, y se encontró a Jigoro y Reito parados junto a la moto del segundo. Sin más, se lanzó contra ellos, los derribó con sendos puñetazos, se posesionó del vehículo y salió en persecución.

—¿Qué rayos? —murmuró Reito, caído sobre un costado y consciente a duras penas.

Jigoro, mal sentado contra la puerta de un auto, se cubría con una mano la boca ensangrentada. Su amigo se arrastró hacia él.

—¿Puedes hablar?

Entre visajes de dolor, el gordo trató de ajustarse la mandíbula.

Reito se irguió a medias, se colocó junto a Jigoro, extrajo su feed-pod, y lo proyectó contra la puerta del auto.

La perspectiva de Haruka era enloquecedoramente rápida. Sólo tres cosas se mantenían fijas: en la parte inferior, el panel con los indicadores de la moto, todos en rojo; en el centro, a lo lejos, la espalda de Jimmu; y en la parte superior, entre edificios y vallas, quienes tenían buena definición podían ver contra las nubes el brillo de dos Espejos, sumados a una carrera que dejaba detrás los récord de acceso al feed.

Por mucho que Haruka forzara la moto de Reito, por mucho que cortara curvas impecables, la potencia del vehículo fugitivo se imponía. La distancia entre presa y cazadora aumentaba, mientras la que restaba hasta la autovía elevada era cada vez menor: cuando la segunda se hizo cero, la primera llegó a ser tanta que casi sobrepasaba el alcance de las microcámaras. Pero sucedió que Jimmu debió reducir un poco la velocidad para acomodarse al flujo de autos a la entrada de la carretera, y en ese mismo momento los Espejos se cernieron como águilas. Más tarde, quienes recordaron grabar la escena la ponían en cámara lenta para detallar la maniobra con que los artilugios se colocaron en posición, uno para recibir el Rayo y reflejarlo al otro, éste para dirigirlo contra el chico.

De la moto de Jimmu salió un sonido como de puerta cerrada con furia. El efecto del Rayo había sobrecargado el aparato, y la reacción automática era apagar el motor, trabar ruedas y timón con llaves electromecánicas, y sellar la batería. Aterrorizado, el chico no pudo impedir que la moto derrapara y lo tirara en la acera, y menos aún que se deslizara hacia él en medio de chisporroteos y terminara golpeándolo. Haruka llegó chocando una moto contra la otra, lo cual repercutió en él. La tsunderekko también resultó lanzada, pero logró romper la caída. Jimmu apenas comenzaba a arrastrarse cuando la chica se le encimó, lo puso boca arriba, se sentó a horcajadas sobre su vientre.

Sólo la adrenalina y el shock inducido por las demás heridas permitieron al chico mantenerse consciente bajo la paliza a que lo sometió Haruka, quien lo impetraba entre golpe y golpe.

—¿Quién eres, maldito asesino? —dijo la chica tras el primer puñetazo, que le sacó a Jimmu más sangre que la caída y el impacto de la moto—. ¿Quién te envía? —y le viró el rostro hacia el otro lado con un segundo golpe, no menos dañino—. ¿Cómo te has atrevido a venir al hospital? —el tercero y cuarto puñetazos fueron casi simultáneos.

Aunque Jimmu consiguiera reunir aliento para hablar, de todas formas no hubiera podido elaborar una frase. Estaba estupefacto porque la cara de Haruka no reflejaba la indignación y furia manifiestas en la voz; la expresión de ella era fría, calculadora, y el contraste resultaba terrorífico.

El séptimo puñetazo, con el que Jimmu sintió algo removerse dentro de su cabeza, le pegó la cara por completo al suelo, y fue entonces que vio, en una valla situada un poco por encima del nivel de la autovía elevada, el rostro de Yui sobre el pecho del padre. La imagen había sido tomada por las cámaras de Haruka, cuando ésta llevaba la muda para la o-garu. El correspondiente mensaje en kanji / romaji decía: «Yui / Loving Daughter». Jimmu jadeó, e hizo el intento de señalárselo a Haruka. Un octavo golpe lo desmayó.

—¿Oyes? —la tsunderekko zarandeó al joven—. ¡Habla, degenerado! ¿Quién eres? ¿Hay otros como tú?

No hubo reacción en el maltratado rostro de Jimmu.

Haruka comenzó a registrar la ropa del inconsciente. Sin embargo, sólo su mano derecha se movía ante las microcámaras; la izquierda, independiente, tanteaba con más celo, y los aparentemente desconcertados movimientos de cabeza y tronco le iban proporcionando zonas oscuras. Mas ninguna de las manos halló nada importante.


Ilustración: Guillermo Vidal

—¡Ya sé! —la chica se dio vuelta, y abrió la caja trasera de la moto de Jimmu. Entre trastos, halló el roll-top del chico. Al extenderlo sobre el pecho del propio dueño, tanto el teclado como la pantalla mostraron problemas de funcionamiento. Además, la imagen vista no fue la del sistema operativo, sino una serie de mensajes de error con palabras como «falla fatal», «irrecuperable», «sustituir», «reinstalar», y otras de carácter más técnico.

—¡Oh, no! —se lamentó Haruka, mas su expresión era de alivio. Con un suspiro de frustración, tiró el roll-top al suelo y se paró. Su pie izquierdo cubrió el aparato, el derecho quedó junto a la cabeza del caído.

Sólo entonces notó a la gente que los rodeaba.

—Es Haruka-san, del feed de Yui-san —dijo una chica a su amiga.

—Acaba de matar a un tipo… es violenta, ¿eh?

—¿Acaso no han visto el feed? —un occidental asomó por la izquierda de las muchachas—. Ése es el que asesinó a Wong, el padre de Yui.

—Wong está vivo todavía —terció una dama maquillada como jovencita.

—De todas maneras, este tipo recibió su merecido.

Un sesentón le hizo una seña de aprobación a la tsunderekko.

—¡Eres la mejor, Haruka-san! —corearon tres tipos faltos de compañía femenina.

—Espero que no tenga problemas por causa de esta escoria —dijo una gorda enjoyada—. ¡Hayaki! —sacudió al esposo—. Dale tu tarjeta a la chica. Aunque parezca tonto, mi marido es un gran abogado, hijita.

—Ni siquiera está muerto…

Haruka bajó la mirada, y vio a Jimmu mover la cabeza. La tsunderekko no escondió su alivio.

El rostro del joven tenía mal aspecto, la sangre parecía brotar por todos sus poros. Mas respiraba, no había espasmos, los huesos seguían en su sitio. Estaba molido, pero sobreviviría. Incluso, trataba de hablar. Haruka dejó de prestar atención a los elogios, se fijó en la maltratada boca de Jimmu. Parecía estar pidiendo ayuda a alguien, y sus labios formaban un nombre una y otra vez. La tsunderekko se inclinó lo suficiente para entender: «Ayúdame, Kaede».

La cara de Haruka se transformó. Sorpresa, reflexión, miedo… rabia.

—¡No! —aulló la chica, y alzó el pie derecho—. ¡No, no! —descargó el talón en el hombro de Jimmu, que se removió de dolor, poniendo la cabeza por completo bajo Haruka—. ¡No, no! ¡Estúpida! —la tsunderekko volvió a levantar el pie, potencialmente fatal, sobre la malherida cabeza del chico inerme, fuera de combate, inofensivo. No llegó a bajarlo: un Rayo la golpeó en el brazo. El círculo de curiosos explotó de espanto mientras Haruka caía desfallecida junto a Jimmu.

Tanto el roll-top como las microcámaras de Haruka se apagaron al instante. El primero llegó incluso a humear, de lo cual nadie se enteró, pero la caída de las segundas arrancó quejas a millones de clientes conectados.

—¿Qué habrá sido? —dijo Reito al ver en negro la proyección del feed.

Jigoro extrajo su móvil y entró al room «Haruka o-garu». Allí no había posteos; todos estaban enviando fotos de sí mismos en la misma pose: con el antebrazo derecho vertical, dos dedos haciendo una letra V, y el índice de la izquierda cruzándolos oblicuamente. Detrás del signo, rostros jóvenes de todas las razas y mezclas, animados de rebeldía y desesperanza.

—¿Qué símbolo es? —preguntó Reito—. ¿Una hache de Haruka?

Jigoro negó con la cabeza. Sujetándose la mandíbula, masculló:

—No me parece.

—¿Estás mejor? —se preocupó el delgado—. De verdad, debemos ir adentro, al hospital…

—Si fuera hache, el tercer dedo cruzaría recto —dijo el gordo, con gran esfuerzo—. Por el ángulo, una barra de prohibición, o negación.

—¿Y qué prohíben?

—Niegan. Niegan la «V» de victory. Parece un signo para perdedores.

Reito tomó el móvil del amigo y corrió la pantalla para ver todas las fotos, primero con asombro, luego con una sonrisa de entendimiento, después sin disimular la empatía.

—Bueno, tiene encanto, esa seña —dijo al cabo—. Pero dejando eso de lado, no veo que nadie comente lo que está pasando. No hay información… pasemos a otro room, Jigoro.

Ciclaron rooms, foros, listas, rings. Nadie parecía saber nada sobre lo ocurrido hasta el desmayo de Haruka, y menos sobre lo que estaba pasando; se limitaban a elogiar la valentía y ferocidad de la tsunderekko, así como a destacar cuán pusilánime y poca cosa era Yui. Algunos decían que Haruka debía haber ayudado al asesino a degollar a Wong, y a Yui de paso, y que si el desconocido no había terminado el trabajo, alguien debía hacerlo. La opinión comenzó a extenderse y el número de quienes la compartían se incrementaba con cada cambio de sitio, como si Reito y Jigoro surfearan la cresta de una ola de odio.

—Estas personas están muy mal —dijo Reito, pasmado, cuando el ciclo los llevó de vuelta a «Haruka o-garu» —. Dan miedo.

Jigoro sonrió con los ojos, y tecleó.

=/StronGero/=0123: cuando vamos a ajustar cuentas a wong+yui? LOL

—¿Entraste con otro nick? —dijo el chico delgado.

—Tontos, sin Weaselbuster. Me banearon, pero pude reentrar.

La respuesta a la provocación no se hizo esperar.

=/Madokawaii/=0125: cuando menos lo esperes

=/Blid2liv/=0126: algun dia veras el mundo cambiar por las malas

=/Tsunderuka/=0127: w haruka w el nuevo mundo

=/Dez4Yui/=0128: ahora o nunca debemos unirnos

=/StronGero/=0129: genial cuando la revolucion?

=/StronGero/=0129: por favor no esta semana tengo torneo de gunkill4D

=/Tt!-Kaede/=0130: voto x banear a este idiota

=/Zarakihood/=0131: no hace falta votar

=/pwr-uv-lsr/=0132: fuera con el

=/2helWzYui/=0133: alguien ha visto a dwn_wz_yui? urgente!!!!!!!

=/2helWzYui/=0134: estan destruyendo todo el ring

=/2helWzYui/=0135: hackearon la cuenta ownr estan cerrando los sites

=/Blid2liv/=0136: cerrando los sites?

=/2helWzYui/=0137: DONDE ESTA DWN_WZ_YUI?

=/2helWzYui/=0138: EL SISTEMA CONTRAATACA

=/2helWzYui/=0139: DONDE ESTA DWN_WZ_YUI?

La pantalla se llenó con un aviso: «Por favor / salve los ficheros / el site está en proceso de cierre definitivo». Tras diez segundos, fue sustituido por una doble cajuela de comprobación: «Si desea cerrar definitivamente este site / introduzca su identidad y contraseña de owner».

Con dedos temblorosos, Yui tecleó su identidad, «Dwn_wz_Yui», en la cajuela superior, y debajo la contraseña.

«Borrando archivos de modo definitivo».

«Notificando corte de enlaces».

«Desinstalando bases de datos».

«Para prevenir recuperación indebida de sus datos / será formateada la sección de memoria física que los contuvo / ¿Está de acuerdo?».

«Formateando sección de memoria física».

«Gracias por haber sido parte de Ring Host Supreme / su casa en la red».

Yui se cubrió los ojos con ambas manos. Las lágrimas corrieron por sobre sus muñecas y antebrazos, distorsionando el teclado y la pantalla de la Pinkberry hasta convertirlas en una psicodelia que bailaba al compás de sus espasmos de llanto, relucía en las losetas del baño, y se multiplicaba en el espejo del lavamanos. Al cabo del rato, las dermografías se desvanecieron de su piel.

Las rodillas de Yui se doblaron, y se dejó caer sobre la tapa del inodoro. Apartó las manos del rostro, las puso en sus muslos, apretó; la piel bajo los dedos enrojeció. Donde las uñas eran más largas, alguna sangre pudo salir a la superficie, pero fue licuada por las últimas lágrimas.

Yui comenzó a golpearse las rodillas con tanta furia que los puñetazos retumbaron en el estrecho baño. En su rostro quedaban dolor, miedo, impotencia y surgía rabia. Finalmente se puso en pie y la emprendió con las paredes, los objetos, el espejo, sin reparar en el daño que se hacía.

—¡Yui! —se escuchó la voz de Wong tras la puerta—. ¿Yui, qué pasa ahí dentro? Llevas demasiado tiempo ahí dentro. ¡Yui!

No hubo respuesta, continuó el ruido.

Wong se apartó de la hoja.

—¡Zaraki, derríbala!

El joven se lanzó sin más contra la puerta, que no resistió el primer choque, y Wong entró detrás. Hallaron a Yui despatarrada en el suelo, entre trozos de espejo, cubierta con su sangre, el rostro crispado, manoteando como loca. Las cámaras de Zaraki el bancho, que nadie había recordado apagar, captaron la imagen, y el feed la transmitió a quien la quisiera ver.

 

 

Juan Pablo Noroña Lamas, nacido en La Habana, Cuba, graduado en Filología, ha trabajado como periodista en diversos medios cubanos de prensa plana, radial y web. Cuentos suyos han sido publicados en antologías temáticas en Cuba, Argentina, Italia y España, así como en publicaciones periódicas en papel en Cuba, Argentina y Grecia, y en publicaciones digitales tales como Axxón, Minatura, Alpha Eridani y Disparo en Red.

En Axxón hemos publicado HIELO, INVITACIÓN, OBRA MAESTRA, TODOS LOS BOUTROS VERSUS TODOS LOS HEDREN, BRECHA EN EL MERCADO, PROYECTO CHANCHA BONITA, QUIMERA, NÁUFRAGOS, PAREJA, HOGUERAS, SHIFT, CEPAS, LOS SOÑADORES DE KALIRIA, EL SEXO DE LOS ÁNGELES, DE PIE PARA EL HIMNO, PRÍNCIPE DE LOS ESPÍRITUS, HOMBRE CON OSCURIDAD, MAESTRO, HAGIOGRAFÍA, GEORGE Y GABRIEL, CHOCOLATE HEIST, EL CAPITÁN, EL PILOTO Y LA SIRENA, LA FUNDACIÓN, VEINTE ESPADAS, ACOSADORES, y CAFÉ CON SANGRE.


Este cuento se vincula temáticamente con HERMANO MENOR, de Cory Doctorow; MANZANA ROJA, de Inti Carrizo-Ortiz y FAMILIA DEL VEINTIUNO, de Moisés Cabello Alemán.


Axxón 219 – junio de 2011

Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Ciencia Ficción : Sociedad : Internet : Cuba : Cubano).

8 Respuestas a “«Yui», Juan Pablo Noroña Lamas”
  1. Juan Pablo dice:

    Las palabras no sirven.

  2. dany dice:

    Juan Pablo, quiero que sepas que disfruté mucho de la lectura de este cuento. Así que gracias.

  3. martín panizza dice:

    Un experimento interesante, dentro de una especie de ciberpunk medio animesco. Es intrigante. Es raro, me animaría a decir original en su tipo.
    Me gusta, posta, la mezcla de tags con escritura.
    Cordialmente,
    Yo.

  4. dany dice:

    Es así, nomás. Creo que el filólogo que hay en Juan Pablo pesa bastante. Y pienso que quedó muy bien.

  5. El Mostro dice:

    Fabuloso. Hay que juntar guita y filmarlo.

  6. Juan Pablo, ¡excelente cuento! Realmente, me encantó la ligereza y el rebelde comportamiento fantástico del relato. Voy a recomendar su lectura entre mis amigos.
    Abrazo.

  7. dany dice:

    Juan Pablo, además de ser muy buen escritor, sabe pasear por muchos temas y asuntos, variando el estilo y con gran calidad. Prepárense, porque pronto habrá más…

  8. Yunieski dice:

    un cuento que une el fenomeno idol y la ciencia ficción de manera excelente. realmente inspirador. saludos.

  9.  
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