Revista Axxón » «Cántico de un amante que gira bajo girasoles una mañana de primavera», Pé de J. Pauner - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

MÉXICO

 

 

Para Paulette Bayardo Gustin

 

 

Unos días después de la noche del Nouruz se levantó y se echó la khirca sobre los hombros. Salió de la tienda y el sol le dio de lleno en los ojos.

—Me deslumbras tanto como ella —dijo a las corrientes del día que se apresuraban en convertirse en horas humanas: un pastor conduciendo cabras, un jinete con un halcón en el brazo, un peletero con un bulto en la espalda.

—Recuerda lo que dijo Maulana: «El samá es un camino y una puerta al cielo, el samá es pluma y ala del pájaro del alma, pero el samá contigo es otra cosa, como la plegaria que resguarda al Profeta». —Su padre apareció a su lado, inquietándole un poco.

—Es eso lo que siento por ella: es una danza, como lo que los griegos decían sentir cuando el Dios del Vino los poseía. El éxtasis. Así la concibo en mis brazos, padre, en el samá más íntimo y sagrado. Sí… una danza ardiente, como dos velas quemándose al unísono.

—¡Estás enamorado! —su padre sonrió ante el símil que intentaba ser algo más que cursi y trillado.

Un grupo de Ulemas pasó caminando encima de la colina más cercana, parecía que en cualquier momento se despeñarían y caerían entre las ovejas que pastaban debajo.

—Eres como ellos —les señaló su padre—: lo sabes todo y no sabes nada. Eso es estar enamorado.

—Shams —abrió la palma de la mano al sol—, muéstrame el camino.

Y echó a andar.

—¿Dónde vas? —preguntó su padre.

—¡A ver a la mujer de las hierbas! Creo que ella podría poner remedio a esto.

—No hay remedios para el amor hijo, el amor es el remedio.

—Eso me temo, padre.

Siguió caminando y ya no volvió la cabeza. La cueva de la vieja estaba muy arriba en la montaña. Era fácil confundir los peñascales cuando se desprendían por los corrimientos de tierra. Por fin dio con la entrada entre las tantas oquedades. Decían que o ella cambiaba de agujero para vivir o los agujeros en la pared de la montaña eran los que cambiaban, ora moviéndose a lo largo, ora arriba y ora abajo del muro.

Asomó la cabeza, tímidamente. Desde dentro, el aroma a maderas preciosas quemándose en una hoguera sagrada le inundó la nariz con picores agradables y fríos. Le expandieron la mente en cuanto llegaron a su cerebro.

—Mi padre fue un Sheij —la mujer, tan vieja como un olivar y así de retorcida, apareció a su lado inquietándole un poco—. ¿Sabes los múltiples significados de esa palabra?

—Mi padre me los ha dicho.

—Tu padre es un sabio, aun así has venido a mí. Dímelos.

—¿Es una prueba?

—Compláceme.

—Su significado es vario y uno solo: un cocinero y un cuenco. Un cocinero porque sabe mezclar las cosas del pasado en el presente volviéndolas una a través de la experiencia. Es un cuenco porque se llena y vacía desde todos y para todos. Es un espejo también. Nos vemos a nosotros mismos en el Sheij pero invertidos. Es como ver el alma: somos y no somos. Somos porque nos habita pero no somos porque está más allá de la carne y la trasciende.

—Hablas como un buen alumno…

—Lo que quiere decir que digo puras metáforas ya usadas antes por otros. Lo sé. Me han dicho que nada de esto se debe explicar con palabras.

—Bien. La búsqueda de ese cocinero era alcanzar el Fana pero su cuenco se quedó vacío.

—Entonces… —dudó—. Entonces alcanzó el Fana.

—No lo sé. Tampoco sé si alguien podría saberlo. Lo tuyo es más fácil pero también se parece a su búsqueda. La quieres. Tu cuerpo y el de ella en el Fana.

Sintió que una extraña erección le abultaba entre las piernas. Aquello era erótico y obsceno porque en ello se confundía lo sexual con lo sagrado.

—No te disculpes —la vieja señaló su erección bajo la khirca—, el Hombre no puede concebir esas dimensiones divinas si no es a través del lenguaje de la carne. Maulana hablaba así por eso: «Nuestro cuerpo terrenal es reflejo del firmamento». Pero también quiso decir otras cosas.

—¿Qué hago?

Él se sentía angustiado ante tanta perorata que, aunque santa, no le llevaba a lo que realmente le importaba.

—Te ha dejado una cosa. Un baraka. Fihi ma Fihi.

La vieja entró en la cueva. La oscuridad la encerró, sólo el humo blanco seguía saliendo en una columna ascendente que separaba el cielo en dos. Cuando volvió, le entregó algo que él confundió con una piedra amarilla.

—¿Fihi ma Fiji?

—»Es lo que es, contiene lo que contiene». ¿Ves la hebra de su cabello dentro? La envuelve y protege resina de siglos. Las antepasadas de ella la han llenado y vaciado con sus cabellos cada cincuenta años. Cada vez que deseaban mostrarle a quienes las amaban que eran correspondidos.

—¿Qué significa? —él sonreía sin cerrar la mano en el objeto.

—Te da su cabello. Las hebras que se le desprendieron cuando se peinaba por la mañana en la intimidad. Eso es suficiente.

—¡Me ama! —gritó él desde el borde de la cueva, al precipicio, al viento y el humo—. ¡Me ama! —repitió. Se fue bailoteando hacia el campo de girasoles que la vieja había sembrado cerca. Ella reía al mirarlo. Cuando regresó, la vieja lo miró ceñuda mientras él respiraba entrecortadamente por el esfuerzo del baile sin dejar de otear a la distancia.

—En la noche habrá promesas y muchos peligros… —advirtió la mujer—. Recuerdo el poema de aquella mujer griega, Safo de Mitilene: «Héspero, traes todo aquello que Aurora luciente sacara: traes a la oveja, traes a la cabra; de su madre a la hija la apartas». Maulana dijo: «¿Sabes lo que es la noche? Escucha, tú que eres sabio: es lo que separa a los enamorados de todos los demás. Sobre todo esta noche, pues la luna está en mi casa, estoy ebrio, la luna enamorada y la noche loca».

La anciana tentó su espalda. Él volteó.

—Agáchate —éllo hizo—. Arrodíllate—. Ella puso las dos manos sobre su cabeza y él comenzó a ver cosas. Los ojos se le abrieron hacia dentro.

Y se vio acercándose a la tienda de su amada, entrando en la tienda de ella, oliendo en la oscuridad y entre almohadas el cuerpo de ella, acariciando su cabello, desnudando su cuerpo. Dividiendo la oscuridad la penetró, sudaron juntos, gimieron juntos, se abrazaron y cayeron rodando sobre el suelo. Permanecieron unidos y en un beso, abrazados, llorando en silencio, largo tiempo. Entonces el cuerpo del padre, del hombre que no quería ser su suegro, apareció en la tienda con un puñal en la mano. Y le abrió en dos el estómago. Él se vació a los pies de su amada sin dejar de mirarla mientras la noche caía sobre sus párpados. Gritó. Y dejó de ver.

—¿Eso pasará?

—Eso si no tienen cuidado. Pero para mí es fuente de satisfacción ayudar a los amantes y a los enamorados. Ustedes ya no son enamorados. Serán más, sin duda. Esta noche. ¿No ha dicho Maulana «La luna está en mi casa»? Ven conmigo.

Entraron en la oquedad. Él tuvo que agacharse para caber dentro. La mujer era tan bajita que no llegaba al techo. Lo llevó al fondo. Había un círculo de papel plateado pegado en la pared. Brillaba como la misma luna.

—Ahí se amarán esta noche. Ven —dijo. Con dedos que se le metían en la carne lo obligó una vez más a arrodillarse—, aquí la esperarás.

La joven llegó en la noche, cumpliendo la profecía certera y repetida del poema de Safo.

—Llegas a tiempo —dijo la vieja, mirando el negro profundo de los grandes ojos de ella—. Te espera. Estás hermosa esta noche… como todas las noches.

Luego comenzó a recitar un poema de Rumi y a sonreír pícara mientras danzaba:

Tú, que revelas mi estrella y mi destino, no te duermas.

Tú, esplendor de la primavera y el rosedal, no te duermas.

Tú, el de los ojos ebrios y crueles, no te duermas.

Esta noche es la noche del arrebato, pon atención, no te duermas.

 

 

La anciana le dio una luna de papel a cada uno y los separó, divertida, cuando aún se besaban y no querían dejarse. Cuando se fueron, cada uno por un sendero distinto, seguía riendo sobre el borde de la cueva. La mañana había llegado con cantos de ruiseñores.

Se amaron en la luna cada noche, y los padres de ella no se enteraron de la primera salida ni de sus siguientes escapadas. El padre de él, en cambio, veía desaparecer al hijo en la luna de papel y no podía evitar mirar de reojo ese amor arrebatado, desnudo y tan carnal que hasta el mismo papel se humedecía y fluía. El padre entonces se retiraba, discreto y boquiabierto.

Un día ella tuvo náuseas mientras sacaba agua de un pozo y su padre supo que estaba encinta, mas no quién era el padre de la criatura. La encerró en la tienda tras abofetearla varias veces, y puso dos guardias en la entrada. Uno de los guardias fue quien le avisó que ella escapaba de manera misteriosa todas y cada una de las noches, dejando la tienda vacía. Su padre se escondió para espiarla y, por fin, contempló el prodigio. También vio escurrir al círculo plateado. Cegado por la furia, cogió la luna entre los dedos y la estrujó. Luego salió de la tienda y la arrojó a la fogata. Mientras la luna ardía, él pudo ver a su hija y a su amante cercados por las llamas y cómo se les encendían las carnes. Horrorizado, intentó sacar el círculo de entre el fuego y las brasas con un palo, con la mano, con los dedos, pero fue inútil. La luna de papel se quemó hasta hacerse cenizas.


Ilustración: Valeria Uccelli

En su cueva, la vieja sintió que algo andaba mal. Salió y atisbó la luna. Una luna roja, enorme, llena, flameaba en el cielo estrellado y parecía que encendía todas las estrellas y la bóveda misma del Universo.

—Esta noche es una noche que es el alma de todas las noches —dijo, recordando a Rumi, el Maulana, el Iluminado—: Bendecidos sean.

No pudo evitar enjugarse una lágrima con el dorso de la mano. Y yo no puedo evitar decirlo, a pesar de que un gesto como este parece cursi en estos tiempos de metal que corren: lo que sé es que desde entonces surgió un dicho: «La noche se hizo para amar y la luna es para los enamorados».

Esta es la leyenda y creo entender a Maulana cuando dijo: «¿Qué puede ser el amante sino aquello que ama?». Pero luego me asalta la duda y recuerdo esta otra frase: «Siempre es lo mismo, cuando termino un poema me sobreviene un gran silencio, y me pregunto por qué se me ocurrió usar palabras». Sí, es entonces cuando guardo silencio. Un silencio reverente. Me quedo callado. Y sé que yo mismo soy ese silencio.

 

 


Pé de J. Pauner es un narrador, ensayista, crítico de cine y biólogo mexicano que ha hecho activismo y performance. Ha publicado novela erótica y ha sido antalogado en latinoamérica, Australia y España. En el género de la Ciencia Ficción ha publicado el ensayo “Las cinco grandes utopías del Siglo XX” en la web española Alfa Eridiani.

Hemos publicado en Axxón, además de varias ficciones breves: EL HOMBRE EQUIVOCADO, EL OTRO MESÍAS, NOCHES DE BANTIAN, LA NOCHE DE TEMPOAL, AHÍ FUERA, LA BÚSQUEDA DE AUSENCIA, DESPOJOS, ASÍ PERMANECE HERMOSA LISA MARIE (ANTICUADA CANCIÓN PARA SONÁMBULOS), UNA MUERTE EN CASA, UNA PEQUEÑA MENTIRA, LAS ENSEÑANZAS DE GAN BAO, LA IMPRONTA, EL HOMBRE DEL SIGILO, UN FAQUIR DE ESNAPUR y MEDIODÍA.

 


Este cuento se vincula temáticamente con PARADOJA, de Elaine Vilar Madruga; ELLA, de Gustavo Courault y UN FAQUIR DE ESNAPUR, de Pé de J. Pauner.


Axxón 252 – marzo de 2014

Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Fantasía : Magia : Amor : México : Mexicano).

Una Respuesta a “«Cántico de un amante que gira bajo girasoles una mañana de primavera», Pé de J. Pauner”
  1. Teresa Mira dice:

    Con palabras o con silencios —tal vez con las dos cosas—, así es como los cuentos de Pé —que también son poemas— se presentan ante el lector y lo hacen pensar, disfrutar y sentirse satisfecho de excelente lectura.
    Otra obra de arte.
    Saludos.
    Teresa

  2.  
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