Ficción Breve (cincuenta y seis), varios autores
Agregado el 3 marzo 2010 por admin en 205, Ficciones, tags: Cuentos
«Si aceptáis otorgarme lo que os suplico, nunca, ni vos ni cualquier otro ser humano, volveréis a verme. Me estableceré en las enormes tierras deshabitadas de América del Sur».
Mary Shelley, «Frankenstein», capítulo XVII.
Se podría decir que el verdadero tópico del género de terror es la lucha por emerger de aquello que el entorno sociocultural ha reprimido o se niega a percibir, encarnado en la figura del Monstruo. En una sociedad de códigos rígidos la aparición de un ser que no respeta el orden ni las convenciones morales cuando se oponen a sus necesidades, se convierte en una provocación. El final feliz generalmente significa la restauración de la normalidad (o sea, de la norma), amenazada por el Monstruo.
Es posible reproducir al Monstruo en casi cualquier objeto o sujeto: un animal, un extraterrestre, un asesino psicópata, una máquina fuera de control. Lo que hace falta es que lo reprimido sea, a los ojos de la sociedad, tan terrible o tan obsceno que deba ser rechazado, pero al mismo tiempo tan fuerte como para regresar una y otra vez bajo distintas apariencias.
Silvia Angiola
ARGENTINA
Acomodado en el sillón de transformaciones, miró a su alrededor: escalpelos y bisturís de toda forma y tamaño compartían espacio con pinzas, tijeras y otros aparatos cuya función ni se atrevía a imaginar.
Aunque acostumbrado a someterse a cirugías, tembló. Quizá fuese porque esta vez la moda era aberrante.
El cirujano le palmeó el brazo, tranquilizándolo. Después le tomó la muñeca y la aseguró al sillón. Hizo lo mismo con el otro brazo y ambas piernas. Finalmente le ajustó una cinta fina pero resistente sobre la frente, inmovilizándola.
¿Anestesia? preguntó cuando el cirujano se acercó con algo parecido a un trépano.
No, señor contestó el cirujano, sonriendo. Transformarse en monstruo requiere algo más que cortes y suturas.
Hemos publicado en Axxón sus ficciones: SU AMOR DEL TREN (25), CRUZADO (57), FÁBULA (CON AMOR) (148), HISTORIAS ANTES DEL FIN (149), LA PICAZÓN (153), ALIENÍGENZOOS (154), CLAVIUS, UCLO Y EL FACTOR INDESEADO (159), SENTIDOS (160), LA PEQUEÑA DEL BOSQUE (161), RECETA (163), PUROS DE CORAZÓN (163), DESEOS (163), PRECISIÓN (167), LA METAMORFOSIS (168), LA CENA (170), TIC-TAC (174), VÉRTIGO (180), PRUEBA DE CONCEPTO (180), BORGEANO, en co-autoría con Alejandro Javier Alonso (180).
Hemos publicado en Axxón sus artículos: CIENCIA FICCIÓN Y REALIDAD, en co-autoría con Jorge Korzan (183).
Ha colaborado en equipo en: ENTREVISTA CON ALEJANDRO ALONSO, con Eduardo J. Carletti y Laura Siri (120)
MÉXICO
David escuchó el timbre y abrió los ojos con la certeza de siempre. Miró el reloj que colgaba de la pared: las tres y veinte de la mañana. Metió los pies en las pantuflas y salió de la habitación. No se sorprendió con lo que encontró detrás de la puerta.
Sabía que eras tú musitó David.
La mujer agachó la cabeza y soltó el llanto. Los hombros se le sacudían como si no tuviera huesos. A pesar de los gimoteos, no derramó ni una sola lágrima.
Sofía dijo David, no podemos seguir así.
Por favor repuso la mujer, déjame dormir una noche más a tu lado, sólo una noche más.
Eso me pediste hace dos días. Lo mismo la semana pasada. Tenemos que superar esto.
Por favor insistió la mujer.
David cerró los ojos y exhaló profundamente. Luego dijo:
Pero sólo una noche más.
Dibujando una sonrisa, la mujer traspasó el arco de la puerta y se encaminó a su antigua recámara, dejando caer a cada paso montoncitos de tierra y algunos gusanos retorciéndose.
Daniel Avechuco Cabrera tiene 23 años. Es Licenciado en Letras Hispánicas y actualmente estudia un postgrado en Literatura Hispanoamericana. Hemos publicado en Axxón: LOS LOCOS, SUEÑOS Y SONRISAS
MÉXICO
Alberto despertó muy temprano. No había dormido bien. Ya tenía dos semanas buscando un regalo para su décimo aniversario de bodas, al día siguiente. Salió de casa luego de besar a su esposa. Recorrió centros comerciales sin encontrar ningún obsequio del gusto de Laura. Se dirigió al Barrio Antiguo, en la zona céntrica de Monterrey. Hastío, aletargamiento de mediodía. El calor taladraba la piel y la mente a cada paso. Alberto escuchaba sus propios latidos. La boca seca. Casitas con ventanas enrejadas, calles de piedra. Cerca del cruce entre las calles Morelos y Mina, Alberto sentía la pesadez de sus cuarenta y cuatro años.
Continuó por Diego de Montemayor hacia el Museo de Historia Mexicana. Una certeza: cada vez que caminaba por el Barrio Antiguo descubría algo que en la ocasión anterior no había visto. Recorrió la zona de nuevo, y al pasear por Mina, encontró un pequeño local que le había pasado inadvertido. Tenía un letrero colgante de madera, con la palabra Antigüedades en itálicas. Había un balcón en el segundo piso, con macetas pendiendo del barandal metálico.
Se agachó para atravesar la puertita principal. La superficie del suelo era puro cemento. En el cuartito había tres ancianas: una bordaba en una mecedora, otra picaba nueces en una mesa y la última desempolvaba las reliquias en venta. No pudieron contener su alegría cuando vieron al cliente.
Buenas tardes señor, pásele, pásele… saludó la viejecita bordadora.
Gracias… eh… ando viendo… ando buscando un regalo para mi esposa dijo él.
Él admiraba los cuadros, los prendedores con piedras semipreciosas, las lámparas estilo art decó, los ceniceros de cristal cortado. De repente algo asaltó su vista: un reloj dorado, con incrustaciones de concha nácar y lapislázuli. La luz solar proveniente de una de las ventanas se reflejaba en cada parte del objeto barroco. Alberto quedó hechizado.
Lo que más le guste señor, menos eso la anciana que picaba nuez por fin habló.
Menos el reloj agregó la que desempolvaba.
El reloj es lo único que no… no se lo puede llevar recalcó la otra.
¿Por qué? preguntó él.
Porque la vez pas… la frase de la viejita del bordado quedó interrumpida por el timbre de un teléfono del cuarto contiguo. Las mujeres se apuraron hacia el aparato como en acto pavloviano. Él se percató del vestuario idéntico de las tres. Ya no escuchaba las voces femeninas. Estaba a solas con el reloj. La oportunidad de obsequiarle algo tan lindo y valioso a su mujer tal vez no se repetiría. Tomó el objeto, corrió varias calles hacia su auto. Ya en casa, cenó y vio la televisión con su esposa. Cuando Laura al fin se durmió, él colocó el regalo en su buró, para que lo descubriera al despertar. A las ocho horas del lunes vio que Laura estaba acostada dándole la espalda, por lo que se estiró un poco, buscando los labios femeninos… el rostro de su esposa estaba lleno de arrugas, sus manos, el cuello… las manecillas del reloj giraban enloquecidas.
Alberto agarró el objeto, y en su coche regresó a la tienda de antigüedades, con los ojos entrecerrados por las lágrimas. Cada minuto veía cómo su propia piel empezaba a mostrar surcos. Bajó de su vehículo y, al levantar la vista hacia el balcón, alcanzó a ver a tres niñas idénticamente vestidas, sonrientes.
Norma Yamille Cuéllar vive en Colonia Contry Tesoro, Monterrey, México. En 2001 presentó el plaquette de narrativa «Fuegos Internos», con apoyo de Causa Joven Nuevo León. Fue seleccionada para la antología «México Joven», presentada en Internet y CD, a cargo de la doctora Maja Zawierzeniec, en el año 2009. Fue incluida en una antología sobre jóvenes narradores de Nuevo León, realizada por José de la Paz para el Conarte, en 2009. Desde el presente año forma parte del grupo Escritores Seriales de Kala Editorial, publicando cuentos en su página web. Tercer lugar en el Concurso El Rock es Puro Cuento, convocado por la revista regia La Rocka; apareció en la antología de La Rocka y la Universidad Autónoma de Nuevo León llamada «El Rock es Puro Cuento» (2005). Mención honorífica en el V Concurso Nacional de Cuento «¿El Crimen como una de las Bellas Artes?» del Instituto Coahuilense de Cultura (2005). Segundo lugar en el Primer Certamen de LiteraDURA Hijos de Satanás, del ciberfanzine de literatura subterránea Borraska, en España (2006). Primer lugar en el Primer Concurso de Cuento del Comité Melendre, en la categoría La mentira, y el segundo en la categoría La muerte, en Oaxaca; sus textos aparecieron en el libro Los Humanos Mueren Sonriendo (2007). Mención honorífica en el Primer Concurso Internacional de Cuentos Breves de Atina Chile, en Santiago (2007). Hemos publicado en Axxón: ÉSTA NO ES OTRA CANCIÓN DE ARJONA
ESPAÑA
María y yo habíamos llegado a un acuerdo. Aficionados a las antigüedades, nos faltaban tanto los medios como los recursos para adquirir cuanto nos apetecía, así que el trato consistía en comprar objetos que no sobrepasaran nuestro ajustado presupuesto.
¿Dónde está el truco? preguntó María. Seguro que te ha costado más.
Su forma ovalada escondía una mariposa metálica que parecía real; bajo ella, una llavecilla; y tras el llavín, la cerradura que ocultaba el resorte, que precedido por un silbido, avivaba al insecto y disparaba la música persistente que acompañaba sus movimientos.
Conseguí la caja de música en un rastrillo. Aquella delicada pieza encerraba un secreto que posiblemente había pasado inadvertido. Temí que fueran a pedirme una fortuna por tan extraordinario artilugio, pero no fue así. Era tal su encanto que dejabas cualquier cosa que tuvieras en mente para entrar en un estado de relajación perfecto. Por tal cualidad decidimos acomodarla en la habitación de nuestra bebé.
Despertamos con el llanto de la pequeña y el sonido ralentizado de la caja de música que había caído a tierra. Sabedores de su cualidad pacificadora, le dimos cuerda y regresamos a la cama. Un segundo después, el llanto desconsolado volvía a acompañar al sonido desacorde del ingenio. En esta ocasión, María decidió quedarse con la niña.
Pasado un rato, resolví intercambiarme con ella. Caminé despacio para no hacer ruido; aquella musiquilla sonaba dulce. A pocos pasos de la habitación, los sones se tornaron tétricos. Entré. María, con la tez blanca, estaba paralizada viendo cómo la niña, suspendida en el aire, era zarandeada por un engendro mecánico surgido de las entrañas de una caja irreconocible, que había mutado tanto de tamaño como de forma. La mariposa se había metamorfoseado en gusano. El cuerpo de la pequeña, que se agitaba nerviosa mientras lloraba, volvió a caer sobre la cuna. Como pude, la tomé en brazos y junto a María huí de la casa espantado.
Regresé con el día esperando que al terminar la cuerda la caja hubiese vuelto a su estado primigenio, pero había desaparecido.
Durante más tiempo del esperado, no nos sentimos con ánimo de dejar sola a la pequeña. Hacíamos incluso guardias nocturnas hasta que comprendimos que había desaparecido el peligro. Ese mismo día, la prensa destacó en titulares la misteriosa desaparición de un bebé. La foto que encabezaba el artículo mostraba, sobre la cómoda situada al lado de su cuna, una caja ovalada.
Carmen Rosa Signes U. (Castellón-España, 1963), ceramista y fotógrafa. Lleva escribiendo desde niña, tiene publicadas obras en diferentes páginas web y blogs (Predicado.com, La Gran Calabaza, Breves no tan Breves, Químicamente Impuro, Ráfagas, parpadeos, Letras para Soñar, Blog Contemos Cuentos, Cuentanet, etc.), obras de su autoría han sido publicadas bajo el seudónimo de Monelle. Actualmente gestiona varios blogs, dos de ellos relacionados con la Revista Digital miNatura, que co-dirige con su esposo Ricardo Acevedo, publicación especializada en microcuento y cuento breve del género fantástico. Ha sido finalista de algunos certámenes de relato breve, por lo que tres de sus obras están publicadas en los dos primeros libros que la web Grupo Búho editó con los seleccionados de su concurso anual. Finalista en las dos ediciones del certamen de cuento fantástico Letras para soñar, y finalista del I Certamen de relato corto de terror El niño cuadrado. Ha ejercido de jurado en concursos tanto literarios como de cerámica, impartiendo talleres de fotografía, cerámica y literarios. Web relacionada: El libro de Monelle.
ARGENTINA
Mi compañero de cuarto tiene hábitos extraños. Con las primeras luces de la mañana, se levanta gruñendo a cerrar las persianas. Adora la oscuridad y el silencio de las noches, para sentarse a observar, emocionado, las estrellas fugaces. Prefiere esconderse en el armario cuando recibo visitas (no sé si lo hace por cortesía, por retraimiento, o porque teme que el invitado sea alguno de esos sujetos que, según me cuenta, lo buscan para atraparlo). Conozco el riesgo, pero protejo su secreto de manera cómplice. Desde aquella noche tormentosa en que se instaló en mi casa, se convirtió en mi mejor compañía, en un compinche fuera de serie. Lo atiendo y lo alimento como a un bebé indefenso, y por las tardes le preparo un baño de inmersión, para que juegue, por un largo rato, con la esponja jabonosa entre sus tentáculos.
Martín Gardella nació en 1973 en la ciudad de La Plata, Provincia de Buenos Aires, pero vive en la Capital Federal desde 1984. Es abogado y profesor universitario. Fue editor y fundador de la revista «Pensamiento Jurídico». Escribe cuentos desde el año 2000 y ha recibido menciones en varios concursos nacionales e internacionales. En los últimos años, ha incursionado especialmente en el género de minificción. Es el creador del blog «El Living sin Tiempo», donde publica sus relatos. Varios de sus microcuentos han sido incluidos en antologías del género publicadas en Internet.
ESPAÑA
Aquello venía del fondo de la casa, de los reinos del silencio. Se deslizaba con paso de lana por el corredor y se plantaba tras de mí. Podía sentir su aliento, su risita, su peso de plomo en la nuca. A veces me acompañaba durante todo el día. Sólo cuando lograba ponerme a escribir, ante el atisbo de mis mundos, aquello retrocedía sin necesidad de ajos ni crucifijos y, como cualquiera con quien uno se ha cruzado en una calle, se disipaba al punto.
Carlos Almira Picazo nació el 31 de mayo de 1965 en Castellón de la Plana, España. Doctor en Historia por la Universidad de Granada. Autor de una novela en papel: Jesuá, ed. Entrelíneas, Madrid, 2005; de un ensayo en papel: ¡Viva España! El nacionalismo fundacional del régimen de Franco (1939-43), Editorial Comares, Granada, 1997; de una novela en formato digital: Todo es Noche, Prometeus mdq, abril 2007; y de un centenar de cuentos y ensayos, publicados en revistas como Adamar, Axxón, Ed. Badosa, Destiempos, El Coloquio de los Perros, Cañasanta, Diezdedos, Remolinos, Magazine Siglo XXI, El Fantasma de la Glorieta, Revestidos, Tiempos Futuros, Quaderns Digitals, Literae Internacional, Ariadna, Fábula, Cuadernos del Minotauro, etcétera. Hemos publicado en Axxón: LOBO, EL ÁRBOL MALDITO, LA HIPOCONDRIACA, EL ORIGEN DEL UNIVERSO, EL AUTÓMATA, HISTORIA DE AMOR, LOS MUERTOS, MARIO Y EL GATO.
ARGENTINA
Las primeras impresiones fueron una lluvia copiosa aunque tenue y un olor a humedad que se diría omnipresente. Vi entonces un portal de hierro: dos formidables mantícoras en actitud rampante sostenían, con sus garras delanteras, un escudo de armas indescriptible. Todo el conjunto formaba un arco imponente. Había en el escudo una inscripción cuyo significado me era ajeno. Atravesé el portal. Delante de mí yacía, unos cien pasos más allá, una alameda espigada y borrosa a la vista a causa de la lluvia. El viento doblaba los álamos hacia mi derecha. Atrás no quise mirar. El sonido de hierba mojada y aplastada me dio la idea de que había comenzado a caminar. Di tantos pasos que perdí la cuenta, pero los álamos seguían a la misma distancia. Dos pasos después, los tenía encima. Ingresé en lo que parecía ser un bosque. Atrás no quise mirar. La alameda parecía eterna o infinita, lo cual viene a ser lo mismo. Sin darme cuenta siquiera, arribé a un claro. En el cielo aparente volaban unas criaturas que describían círculos perfectos. A lo lejos se adivinaba, aunque más borrosa, otra arboleda. Me pregunté si habría un ciclo. Un ciclo de claros y alamedas. Más tarde, un sendero ondulante comenzó a desplazarse suavemente debajo de mis pies. No puedo mentir: no caminaba. Crucé el bosque nuevo, más abigarrado que el anterior. Emergí de él. Atrás no quise mirar. Vi entonces el dorso de un sillón hamaca o bien un monstruo con cuerpo de sillón hamaca y una cabeza humana. El sillón se balanceaba como si lo observara a través de una cámara lenta. La nuca de la cabeza me era familiar. Al fin mi cuerpo ocupó el cuerpo que estaba sentado, es decir, mi cuerpo. Miraba ahora con atención un pozo en la maleza húmeda del suelo, un pozo de unos dos metros de diámetro. Estaba repleto de agua. Un agua negra. No quería atisbar en su interior pero supe de algún modo que tenía una profundidad de cien metros. O tal vez más. Sabía también que yo esperaba algo. Algo que no conocía. De pronto, un rumor acuático. Un cuerpo enorme y atemorizante emergió de las aguas negras. Era un pez, también negro. De un color negro brillante. Se alzó dos metros en el aire, luego giró sobre sí mismo y se zambulló limpiamente. Más tarde emergió otra vez supuse que llegaba hasta el fondo de la fosa y volvió a sumergirse. Descubrí entonces un ritmo: dos lentísimos vaivenes de la hamaca por cada salto del pez negro. No podía mi voluntad alterar ese metro. Oí ahora una voz grave, seca. «Es la cadencia de tu eternidad», dijo. Justo en ese instante emergió el pez negro una vez más. La voz repitió la frase. Y ya no pude mirar atrás.
Ricardo Gabriel Zanelli nació en la Argentina en 1962. Ha publicado varios cuentos y ensayos breves en diarios (La Voz del Interior) y revistas (Revista Cuásar) de Argentina. Es autor de LA RULETA RUSA DEL TIEMPO (Cuentos), 2004, Editorial Argenta. Hemos publicado en Axxón: VEINTE AÑOS.
ESPAÑA
Para dar un ejemplo, Eduardo combinaba el corte francés con la lectura de Poe. Se dice que sus manos de carnicero habían llegado a actuar con tanta minuciosidad que no sólo atendía los encargos del barrio, sino que incluso el crucero Océano Expreso había llegado a contar con sus cortes. Sus clientas acudían puntuales y escuchaban citas de Poe entre el machaque de los huesos. Y el tiempo se consumía así: historias y el filetear matemático, infinitas bandejas de comida.
Ya nadie llevaba la cuenta de los movimientos incisivos de su cuchillo. Nosotras, que nunca hemos quitado ojo desde la distancia, anotábamos la tarea. Cómo después de la jornada lavaba sus manos en agua hirviendo, cómo esperaba que dieran las nueve para bajar la persiana y quedarse leyendo. Y si nunca dijimos nada, si nunca le dimos una palmadita en la espalda y le animamos a seguir y a que continuase con su arte, no fue por mudez, ni siquiera por cobardía; sino que para nosotras no había llegado el momento.
Hacia el amanecer, en esa noche interminable, nos alcanzó el sueño. Habíamos hablado durante horas. Algunas discutieron de una forma tan desaforada que atropellaban las palabras. Pero definitivamente convenimos qué hacer. No fue sencillo, pero democráticamente ganamos la decisión. A media tarde, en el momento en que despertamos y él estaba de nuevo repasando sus libros, lo hicimos.
Hay que aclarar que no fue una decisión precipitada, sino que los acontecimientos (digámoslo ya: el ser las siguientes), nos empujaron:
Nevermore dijo de repente una de nosotras.
Nunca más repetimos todas.
Los ganchos que nos sujetaban se movieron y adornaron las frases con un quejido metálico y agudo. Varias saltamos al mostrador y bramamos como nunca. En ese momento preciso el carnicero se desplomó. Y en la imaginación aún conservamos su destreza contra nuestras semejantes. Parece natural no haber permitido el destino. Más aún si somos prácticas y concluimos que el fin no era su brillante forma de hacer y cortar nuestra carne, sino un hipotético plato de cocina que desconocíamos.
Iván Humanes Bespín nació en Barcelona (España) en 1976. Licenciado en Derecho por la Universidad de Barcelona. Codirector de la revista literaria DADO ROTO (www.dadoroto.com). Es colaborador de la revista Escribir y Publicar y del sitio electrónico Literaturas.com, para los que ha realizado entrevistas a Martin Amis, Andreu Martin, Fernando Arrabal, Guillermo Martínez, Lázsló Krazsnahorkai, Peter Stamm, Agustín Fernández Mallo, o Eloy Fernández Porta, entre otros. En el 2005 publicó el libro La memoria del laberinto (Biblioteca CyH), que consta de diecinueve relatos cortos. En 2006 el ensayo Malditos. La biblioteca olvidada (Grafein Ed.), del que es coautor. Y en 2007 la obra 101 coños, que aúna hiperbreves e ilustraciones (Grafein Ed.). Colaboraciones en diversas revistas (Paralelo Sur, Sibila, Crítica, etc.) Su sitio en la red es www.ivanhumanes.com. Prepara la publicación de su novela Emboscadas.
MÉXICO
El viejo Samuel tenía como pasatiempo favorito el fumar hachís todos los domingos en la tarde, a la hora del crepúsculo, y abstraerse por completo en la lectura de algún libro fantástico. El hachís según sus propias palabras: «Hace que mi espíritu abandone este lugar y vague libremente por los mundos literarios, como un observador omnipresente».
Uno de tantos domingos, estaba Samuel amodorrado sobre su acolchonado sofá, rodeado de una espesa y tóxica nube de hachís, sosteniendo entre sus manos un libro sobre leyendas de la Europa Medieval, mientras su espíritu vagaba en un punto de la lectura que decía: «…entonces el rey proclamó que el caballero que quisiera esposarse con su hija tendría que atravesar el laberinto del que nadie hasta el momento ha logrado salir».
Súbitamente Samuel fue interrumpido en su lectura: alguien llamó a la puerta. Enfadado, se levantó pesadamente de su sofá, y dando pasos torpes y perezosos llegó hasta la puerta. No había nadie, el largo pasillo estaba desierto y silencioso.
De regreso en su sofá, continuó la lectura: «Obedeciendo los designios del rey, diez caballeros fueron llevados ante el umbral del enigmático laberinto».
Nuevamente llamaron a la puerta, pero esta vez se escuchó una risita infantil, aguda e infernal, y los ecos de unos pasos presurosos que se extinguieron en las escaleras a la mitad del pasillo.
Supo que se trataba de ese niño raro que vivía en el número trece. A su mente llegó la imagen de sus pequeños ojos maliciosos, la expresión sádica de su boca y la apariencia deforme de su cuerpo. Había algo en él que le resultaba inefable y extraño.
Esperando no ser interrumpido, retomó la lectura: «Llegaron los caballeros ante el umbral del laberinto mientras recibían indicaciones por parte del bufón de la corte, un hombre de baja estatura, escuálido, algo deforme y de apariencia infantil, sus ojos eran pequeños y maliciosos y la expresión de su boca, sádica».
Cuando el espíritu de Samuel miró al bufón reconoció en él algo extrañamente familiar, pero en ese momento no pudo precisar nada.
Por tercera vez alguien llamó a la puerta. Samuel maldijo con toda su alma, recorrió el pasillo, llegó hasta las escaleras, no había nadie, sólo escuchaba los ecos de unas carcajadas infantiles. Regresó a su departamento pero, al abrir la puerta, se encontró nuevamente en el pasillo, y sucesivamente, esta operación se repitió un número infinito de veces, todo porque su espíritu fue interrumpido antes de escuchar una de las principales advertencias del bufón: «Ante todo no maldigan antes de entrar, de lo contrario la mala fortuna los perderá para siempre».
Damián Arturo Madrigal Aguilar tiene veintiocho años, hace cuatro años se tituló de la carrera de Químico Farmacéutico Industrial en el Instituto Politécnico Nacional. Tiene intereses musicales y literarios; es lector de todos los géneros literarios, sin embargo en este momento sólo le gusta escribir relatos fantásticos. Hemos publicado en Axxón: EL PRESAGIO DEL RÍO UPRA-YAN, EL LIBRO DE LA ETERNIDAD.
ARGENTINA
Murciélagos sobrevolando el recinto. Inquietos, atravesando incluso las mesas y las sillas del proscenio, los fantasmas. Todo era tan real que resultaba difícil imaginar qué esmerado artificio movía a unos y otros. Un mayordomo de rostro sombrío y arrugas profundas cruzó el escenario. Dejó un vaso con agua sobre la mesa frente a la primera silla y otro frente a la tercera. Luego salió, ajeno a todo. Al fondo, un hacha goteaba en rojo.
Se apagaron las luces. Primero apareció un hombre de unos cincuenta años que parecía caminar llevado por sus gafas. Un spot lo siguió hasta su silla. Lo mismo ocurrió con el segundo. Sus pasos lentos permitieron apreciar la palidez excesiva de su cara y la espesura del cabello negro peinado hacia atrás. Sus manos huesudas quedaron expuestas sobre la mesa al no haber un vaso frente a él. Una mujer fue la tercera. Llevaba un turbante con una joya central, y un vestido que caía como un telón, ocultando el espectáculo indeseable de sus piernas.
El spot se desvió hacia la derecha. Un soporte con ruedas se vislumbraba cargando algo en la oscuridad. Entró de a poco en el círculo de luz. Un féretro. Hubo un rumor entre los asistentes, y alguna risa. El spot se apagó. Entonces, una luminosidad azul nubló el escenario.
El primer hombre tomó el micrófono y se presentó. Con voz temblorosa introdujo a quienes lo acompañaban. Algunos incrédulos volvieron a reír. Luego pronunció efusivas loas acerca del concurso y sus participantes. Sin más, dio a conocer el nombre del único ganador.
Marcos se estremeció. Había ido solo, con su cámara fotográfica. Jamás creyó que ganaría.
Subió al escenario entre aplausos. Estrechó la mano transpirada del primero y la heladísima del segundo. Besó una mejilla de la mujer, e hizo un gesto ambiguo frente al ataúd. Le acercaron una silla para que oyera los comentarios del jurado. Uno y dos, hablaron en primera persona. La mujer lo hizo en tercera. Con sus elogios pusieron a «Hust» en la cima de la narrativa de Terror.
Terminó el acto. El primero lo felicitó y se fue enseguida, alegando agotamiento. «Nunca integré un jurado tan difícil», le confesó. Marcos quiso agradecer al segundo, pero ya no estaba. Había desaparecido, como los murciélagos del recinto. La mujer sí se le acercó. Mirando al féretro, le aseguró: «Sonaba sincero cuando elogió su obra».
Fernando Jorge Figueras nació el 26 de abril de 1970 en la ciudad de Buenos Aires. Es profesor de música y escribe desde hace cinco años. Es hincha de Ferro.
ESPAÑA
El niño tan sólo tenía a sus abuelos. A pesar del lamentable estado que presentaban, no deseaba que muriesen y le dejaran solo en este mundo.
Él consiguió salvarse gracias a que pudo refugiarse a tiempo en su escondite del sótano.
Pero sus abuelos estaban prácticamente desdentados. Entre los dos, sumaban cuatro dientes. Así que debió ingeniárselas para poder darles de comer…
***
Bombas de racimo del tipo experimental SHRIKE FLOCK con cargas Type AT3 HELLWISP:
Cada módulo AT3 consta de tres vainas. Entre cada una se intercala un gas diferente que es expulsado al aire en tres tiempos comandados por una espoleta de acción retardada. Los tres tipos se designan como compuestos A, N, y K1 respectivamente.
La expulsión del compuesto hipergólico A (dimetilhidracina asimétrica (UDMH) + tetróxido de dinitrógeno), genera una combustión instantánea de un volumen importante de aire, creando tras de sí un vacío que en centésimas de segundo equivale a una semi-esfera de unos diez metros de radio. La tercera vaina contiene una esponja de hidrógeno y lantano, que incluye perlas de litio y sodio, y se expande rápidamente en el vacío dejado por la explosión. El sodio cristalizará cuando contacte con el aire a gran velocidad, actuando de metralla química.
Efectos:
La fugaz llama de la combustión y su alta temperatura provocan con asombrosa rapidez la incineración de las telas y la epidermis. Las quemaduras resultan muy graves, pero no mortales por necesidad. Los cristales de sodio a alta velocidad provocan micro-fisuras del orden de hasta un centenar por cm2 en la dermis si el sujeto se encuentra dentro del radio de acción directa del artefacto explosivo.
La absorción de la sobredosis de litio por el organismo se produce a través de las micro-fisuras en la piel. La combinación con el sodio provoca el exceso de serotonina, induciendo un síndrome serotoninérgico de primer grado que se traduce en: alteraciones mentales, hiperactividad autonómica y trastornos neuromusculares en grado sumo.
Se estima que alrededor de un diez por ciento no sobrevivirá a las quemaduras directas y frontales y hasta un quince por ciento perecerá por la combinación de este factor y las heridas superficiales.
Otro veinticinco por ciento puede morir debido a uno o a la combinación de varios síntomas, entre los que se encuentran principalmente: fiebre, taquicardia, ataxia, diaforesis, diarrea, vómitos, dilatación pupilar y temblores.
El resto de las bajas civiles en la franja se prevé que sean auto-infligidas por los afectados debido a los efectos secundarios de la serotoninergia de primer grado.
Hasta pasados trece días no se espera la orden gubernamental de intervención del ejército para la «limpieza» del área fronteriza.
***
¿Qué son, zombis?
Nooo, qué va, nada de eso. Estos hijos de puta aún están muy vivos.
Son repugnantes.
Ya lo creo.
¿Por qué ese ansia constante por devorar?
Es por el gas. Los vuelve locos. Son como los animales. Pueden estar comiendo todo el día y no se sacian, los cabrones. Ahí viene otro. Más cerca… más cerca…
¡Blam!
Jo-der… ¡Qué sangría!
Supieron durante años que aquí se cocía algo gordo, pero no hicieron absolutamente nada. Cuando reventaron el mercado central causando la mayor masacre de la historia del país, les jodió tanto que no dudaron en dar la orden de contraataque para lanzar las bombas con el gas experimental de los cojones. Ya tenían ganas de probarlas y ésa fue la ocasión perfecta. Se ve que llevaban tiempo esperando algo así.
»Y esa fue toda la historia. El resto ya lo sabes. Ahí se acerca otro más. Ése te lo dejo para ti.
¡Blam, Blam!
Los periodistas de medio mundo están al acecho en la frontera, saben que aquí ha ocurrido algo gordo, como represalia del ataque terrorista. Están como perros hambrientos a la caza de cualquier rastro informativo, se lo huelen, pero nadie ha logrado traspasar el cordón sanitario.
»Así que lo mejor es no pensar más en ello. Cumplamos nuestra tarea y antes nos iremos de este puto sitio.
Joder, la verdad es que acojonan un huevo. Todos despellejados, sangrando y con esos ojos que parecen querer salírseles de las cuencas… sin siquiera pestañear… Me recuerdan un poco al cuadro ése de Saturno devorando a sus hijos.
¿Qué dices de quién?
Nada. Olvídalo.
Pues espera a que venga la noche, chaval. De momento te aconsejo que lleves siempre munición a tope y el arma a punto, por si las moscas…
»¿Ves aquella casa de dos plantas?
La veo.
Pues ése es nuestro objetivo ahora. Debemos limpiar esta zona, asegurarla y marcarla. De ahí para adelante, seguirá la siguiente patrulla.
***
Despejado.
Entremos.
Parece limpio. Subiré al piso de arriba.
¿Algo?
Despejado.
Llama a la unidad. Que amplíen el perímetro de seguridad hasta este punto. Yo subiré a la azotea y colocaré la baliza marcadora.
Espera. En este rincón hay una puerta pequeña que no hemos visto.
Ponte detrás.
¡Blam!
¡Mecagüen la puta, qué hedor, joder!
¿Qué hacemos, bajamos?
Hay que bajar. Tenemos que registrar todo bien. Mantente alerta.
Esto me toca las pelotas… no me gusta nada, joder.
Tranqui. Ten cuidado y no te tropieces en los escalones, a ver si vamos a bajar rodando.
Esto es un puto sótano, ¿ves algo?
No veo nada. Quitaré la tela que cubre aquella ventana. El suelo está pegajoso, se adhieren las suelas de las botas… Así está mejor… ¡hágase la luz! Está todo sucio de restos… hay pedacitos por todas partes…
¡Puajjjjjjssss!
No te avergüences de haber vomitado. Esto es asqueroso.
¡Mierda, qué coñ…!
¡Espera! ¡No dispares! ¡Es un chico, y no está afectado por el gas! Chico, ¿estás bien?
Está muerto de miedo, como yo…
Anda, sal de ahí. Somos tus amigos. Venimos a sacarte de aquí.
¡Aselejalam! ¡Aselejalam!
¿Por qué grita el cabrón…? ¡Cállate!
¡Aselejalam!
¿A dónde se va el muy…? ¡Se ha colado por ese agujero!
¡Será hijoputa!
¡Arriba! ¡La puerta!
¡Qué es eso, jodeeer…!
¡Blam! ¡Blam!
¡Cabroneees, sois unos jodidos monstruos de mierdaaa…!
¡El chico…!
Plinc… plinc… plinc… plinc…
¡Su puta madre!¡Es una granad…
Dice Javier Fernández Bilbao al preguntarle quién es: Escritorcillo aficionado que toma de aquí y allá para dar forma a cuentos y relatos relacionados con lo fantástico y lo terrorífico, y por culpa de un «hambre» nunca saciada de nuevos estímulos externos para mi imaginación. A pesar de que sólo hace dos años tomé esta iniciativa como afición, me siento orgulloso de haber completado un puñado de relatos y cuentos, de los cuales ya he puesto varios en circulación por la red. Primero, exponiéndolos en sitios de libre publicación, con resultados de crítica bastante alentadores. Eso me animó a intentarlo en medios especializados con relatos más elaborados (NGC 3660 y AXXÓN, porque las considero las mejores*) y que exigen un nivel mínimo para su publicación; y no me puedo quejar en absoluto de la experiencia. De hecho, su aceptación y la vista publicada es para mí un grandísimo resultado y un enorme aliciente para continuar insistiendo con regularidad sin parecer pesado. Bien sabe Dios que me cuesta ídem y ayuda «moldear» cada palabra, cada historia, para hacerla digerible a mí mismo y al (posible) lector, debido a la escasa preparación académica con la que cuento (días de vino y rosas…). Pero es una experiencia altamente gratificante sumar renglones coherentes, poder explayarse hasta parecer loco, y llegar a un fin; amén de aprender, al mismo tiempo, del consejo o de la redacción de otros hasta convencerte de que lo sabes aplicar y vas ganando en experiencia y mejorando los resultados hasta que parecen de igual calidad que los que presentan otros aficionados más curtidos. Ése es mi anhelo al menos… (* Nótese el guiño) En fin, gracias a todo ello, a veces también me animo a presentarme en algún concurso, habiendo quedado (¡!) alguna vez cerca de los mejores. De ahí que lo siga intentando con alguna frecuencia. Y este es mi particular barómetro escritoril: Finalista III Premio Liter (2008) de literatura de terror con «Derivados de la Carne». Finalista I concurso de relatos de terror (2009) El espejo Maldito con «Ciego». Finalista II premio Cryptshow 2009 de relatos de terror con «Vivir en plenitud de la muerte». Hemos publicado en Axxón: LA PORTADORA DE ALMAS, SINGULARES PAUTAS DE COMPORTAMIENTO A 55 A.L DE LA TIERRA.
URUGUAY
Me resulta imposible relatarlo todo de una forma comprensible. Mis recuerdos no parecen tener orden. Las dudas son demasiadas, las certezas pocas y para colmo se contradicen o son inexplicables.
De esa
época
prefiero no hablar
tampoco recordar.
Sin embargo
debo hacerlo
debo escribirlo
sino nunca
recuperaré
esa parte
de mí.
Nunca supe cómo llegamos allí, ni dónde quedaba ese lugar. Tampoco cuántos éramos los que fuimos. Recuerdo, por ejemplo, a Martín. Las conversaciones que mantenía con él, delirantes pero deliciosas y creativas como corresponde a dos aspirantes de escritores. Él aportaba su paranoia, yo mi sentido del absurdo.
No,
no es
posible
No
conocía a Martín por aquel entonces.
Pero estaba Karen y sobre todo esa paz que trasmite. Su sonrisa me decía que todo iba a salir bien. No sé como se las arreglaba para ser ella misma en un lugar así. En cambio, yo estaba alienado, cualquier cosa superaba mi capacidad de comprenderlo mínimamente. Ustedes no entienden, ustedes no estuvieron allí.
Cerveza
Una jarra
de
Cer
ve
z
a
A.
Era químicamente perfecta. La exacta dosis de todos sus componentes. Por eso mismo sabía horrible. Porque la cerveza es más que la fermentación de la cebada mezclada con flores de lúpulo. Una cerveza tiene una marca, vienen en una botella marrón o verde, amarilla a lo sumo. Una cerveza es sobre todo un evento social, se toma con amigos en momentos felices. A nadie se le ocurre tomar cerveza en un velorio. Quizás ése era el problema. Sí. Velorio. No era un velorio, al menos no vi ningún muerto pero era un lugar al que llegabas y olía a velorio.
Ellos
ellos
parecían muertos
ellos
sentía asco de
ellos
llos
os.
Minimizaban todo al objeto, lo mutilaban de su carga simbólica. Iban de un lado a otro, midiendo, calculando, hipotetizando, corroborando. Ellos, con sus pulcrísimas vestimentas y su perfume sin olor. Daban pasos cortitos y rápidos, siempre de la misma extensión. Jamás variaban el tono cuando hablaban y se cuidaban de usar el término más preciso posible. Ellos eran muchos, vivían allí y se parecían demasiado como para contarlos. Tampoco sabía cuántos éramos nosotros. Los distintos. No recuerdo siquiera una vez en la que estuviéramos todos juntos. Nosotros. Ellos. Ellos sí debían saberlo. Saber es lo que hacían ellos.
llos
os
sé no
si eran
humanos
no sé
no parecían
tener
sentimientos.
Karen siempre había estado ahí. Sentada en la escalera que daba a la casa rara. Pero todas las casas eran raras en aquel lugar. Como plásticas. Sus ojos eran tristes, aunque todavía brillaban. Tomó mis manos entre las suyas. Eso me tranquilizó. Fue la primera vez que no sentí frío. Me puse a llorar. A ella no debió molestarle que le mojara el hombro porque me envolvió con un abrazo. Una caricia. Un beso. Otro beso en la boca. Me gustaba porque tenía aliento a cerveza. Porque sus poros eran grandes y tenía granitos en la frente cuando su cabeza se inclinaba hacia atrás y se dejaba llevar por el vacío de mi lengua.
Era tan peculiar
LA FORMA
con la
que
entrecerraba
los ojos.
Llenó todas mis sensaciones. La vista, los lunares de su cuello y escote. Oído, la respiración agitada, evanesciéndose en suspiros. Tacto: una piel joven pero un poco cuarteada por el sol y la playa. Su gusto era un tanto amargo, como toda saliva ajena. Y su olor, olía a tabaco, a tristeza sudada, pero sobre todo, a cerveza.
Una sensación
llamada Karen
existe
debería
poder describirla
pero
todo estalla
talla
en pedazos
se
defragmenta.
Y así como a veces me confundía con Karen y también me fundía y ya no sabía dónde terminaba yo y empezaba ella. Otras estaba tieso, tal vez por el frío o porque tenía miedo de moverme. Las horas eran mucho más largas y ni siquiera había relojes para martirizarme. Llegaba un momento en el que adquiría la mónotona cadencia de las paredes y me volvía blanco como el piip el tuut. Entonces me olvidaba de que existían cosas como las raíces que levantan las baldosas de las paredes y la cerveza.
Electrodos
e m c b z
n i a e a
muchos
Electrodos
Por todos lados
Electrodos.
Fría
Camilla.
También había una ventanilla con un micrófono para que uno de ellos me dijera que no había problema alguno, que sólo querían conocer algo de mi cerebro que no alcanzaban a entender. Su voz era indiferente como la de todos ellos. Unos pasos atrás estaba Karen. Desplegó su mano sobre el vidrio a manera de saludo. La voz me dijo que me relajara, pero yo me sentía triste, quería alcanzar la mano y besar su nariz que ahora era fea porque la tenía aplastada contra la ventanilla. Y la tristeza, te ahoga desde adentro si no sabés qué hacer con ella. Tengo mis maneras de manejar esas cosas. Suelo acostarme en mi cama a escuchar el Adagio del Concierto de Aranjuez, pero esta vez tuve que conformarme con la camilla y mi mala memoria musical. Primero viene la introducción de la orquesta, suave. Luego comienza la guitarra, tomo más confianza, sé tocar esa parte. La orquesta responde, el sentimiento se hace más potente. Un violín me saca del letargo, me doy cuenta de que la música brilla por todas partes y sale por los amplificadores. Los dedos del guitarrista llueven por las seis cuerdas. Estoy suspendido en el aire, como a treinta centímetros de la camilla. Mientras, guitarra y orquesta se envuelven mutuamente. Ellos permanecen con sus mejores caras de nada, supongo que no tienen procedimiento para algo así. Entonces Karen abre la puerta, entra a regalarme su mejor sonrisa y se siente radiante de empaparse con la música y vestirse con los agujeros de la guitarra. Y Martín sale de ninguna parte, lleva puestos sus ojos más grandes, incapaces de creer lo que está pasando, pero lo desborda la euforia y destapa una botella de cerveza.
Juan Manuel Sánchez Puntigliano nació en Montevideo, Uruguay, a finales de 1983. Cursó primaria y secundaria en un colegio católico liberal. Es un lector voraz desde los siete años y comenzó en el secundario a escribir poemas y relatos cuando la clase se le hacía muy aburrida. Al egresar se inscribió en la Licenciatura de Letras, de la Universidad de la República, que está cursando actualmente. Con un grupo de colegas literatos, fundó la revista cultural y electrónica «GUITA» donde hace las veces de editor. Los narradores que más disfruta leer son Borges, Cortázar e Ítalo Calvino.
MÉXICO
Alfombra rosa. Grandes espejos ahumados colgando de las paredes. Pista en forma de corazón con su manoseado tubo de metal al centro. Televisores donde por el momento no hay más imagen que un azul profundo. Olor a desinfectante de pino mezclado con el perfume barato de las teiboleras, o, por mejor decir, bailarinas eróticas, acodadas en la barra. Las mesas aún están desnudas de clientela. Quizá por eso Aleida se sienta junto a ti; quizá por eso apoya la mano derecha en tu pierna izquierda para no dejarte ir. En ningún otro putibar, o, por mejor decir, men’s club, podría hallarse mujer alguna que ostentara las perfecciones de ese cuerpo que se adivina bajo un vestido de licra blanca que la iluminación cambiante vuelve amarillo y luego verde y más tarde rosa. Sin embargo, tú rehúsas la oferta de un show particular y te limitas a observar cómo su lisa cabellera negra, espesa e increíblemente sedosa, le cubre las orejas hasta llegar a los hombros por ambos costados. ¿Tienes algo que contarme?, pregunta ella con voz dulce, tierna, como una madre que ve a su hijo llorar. Le da un gran trago a tu cerveza helada para luego esbozar una sonrisa carente de maldad en sus gordos labios escarlatas, dejando al descubierto una fina hilera de dientes blancos que contrastan con su piel morena, y posa su brillante mirada azul en la tristeza que llevas en los ojos, como si quisiera conocer tus problemas y hacerlos suyos. A ti te gustaría contarle los capítulos más bonitos de tu biografía. Contarle con cuánta alegría redactabas los deseos que siempre te concedían los Reyes Magos. Contarle ese gol increíble, con el empeine, que metiste bajo un rojizo cielo aborregado. Mucho antes. Contarle las únicas cosas que cuentan de veras. No puedo hablar de un futuro a tres años, a cinco (dices con la amargura que te caracteriza). Siempre ocurre algo con los créditos, los intereses y la realidad. Tengo que compaginar dos chambas para pagar la renta de un departamento; tengo que pelear a gritos para que los prestadores de servicios no abusen de mí; tengo que aguantar. Tengo que poner mi mejor cara para que la gente inepta me hable con un poco de respeto; tengo que cargar el billete para las mordidas; tengo que cuidarme de todos. Tengo que acostumbrarme a que aumenten los precios, a escuchar justificaciones idiotas, a mendigar. No puedo crecer, no puedo soñar, no puedo sentirme bien. Aleida te pasa la mano derecha por encima de los pantalones, en las inmediaciones de la ingle. Oye (te dice), ¿me invitas una copa? ¡Chingada madre!, exclamas, sacando un revólver del bolsillo interno de tu chamarra. Hay un largo silencio en el que no tintinea un solo vidrio ni se oye respirar a nadie. Pocos tienen la experiencia de que les apunten con un arma. No es una situación social frecuente. Pruebe usted, oh, lector mío, quienquiera que sea, en su próxima fiesta, a ver cómo reaccionan los invitados. Suena un disparo y brota sangre de la frente de Aleida. Aleida se queda petrificada. No quiero decir quieta, sino petrificada en el instante del desastre interno, como una Pompeya humana. Un disparo más, y ella cae de bruces sobre la mesa. Tú le gritas si es eso lo que quería, si quería morir. Tienes la cara y la ropa moteada de rojo, como en una rara enfermedad de la piel. Clavas un ojo en las teiboleras que emiten alaridos y se arrojan al suelo, un ojo en el cantinero que levanta las manos detrás de la barra y un ojo en los meseros que se arrastran bajo las mesas. Como esto suma tres ojos, es obvio que estás muy ocupado. Eres el hombre más ocupado de este valle de lágrimas. Como si no bastara, mueves el cañón del revólver hacia acá, hacía allá y hacia acullá, muy enojado con el mundo, vociferando que todos son reses, agachados, rebaño apestoso, que odias que no te pongan atención cuando hablas.
Nació en la caótica y sobrepoblada Ciudad de México la tarde del 19 de junio de 1975. Su vida fue trivialmente feliz durante su niñez, hasta que llegó a la adolescencia y terminó la preparatoria. Después de ser rechazado sin explicación alguna de la UNAM, de la carrera de Diseño Gráfico, con el fin de hacer algo más o menos interesante y no estar de ocioso dentro de su hogar, en 1994 decidió estudiar fotografía profesional en la escuela Hansel Adams. Desde 1995 hasta 1997 logró publicar alrededor de quince cuentos en la revista «Crónicas y Leyendas de la Ciudad de México». En 1998 cursó varios talleres de creación literaria en el Museo del Chopo y de culturas prehispánicas en el Museo Nacional de Antropología. A finales del mismo año, junto con varios amigos, hizo el fanzine «Monstruos, Duendes y Hechiceros». De 1999 a 2000, colaboró con textos y fotografías en la revista «Nostromo» y trabajó en el equipo de diseño de tal publicación. Luego de haber sido rebotada de varias editoriales, Arcángel lanza su primera novela, Los héroes ya no tienen lugar. En octubre de 2001, editorial Ananké publica su segunda novela, ¡Clang! A mediados del mismo mes, obtuvo una mención honorífica en el concurso de cuento «Póngale su gorro al chiquito», y en mayo de 2002 ganó el primer lugar del concurso «Ilustra el morbo» de la revista «Desnudarse». En mayo y agosto de 2004 publica dos cuentos en el suplemento cultural «Una Theta» del periódico «La Opinión Universitaria» de Puebla. En 2007, gana el primer lugar del «Primer Concurso Nacional de Cuento de Fantasía Oscura», convocado por el Departamento de Cultura de Puebla. De 2004 hasta la fecha ha colaborado con minificciones en la revista chilanga «Lenguaraz». Esta revista, gracias al trabajo «Del cine porno al cine snuff: la fusión de la sangre y el semen», le otorgó el segundo lugar del «Primer Concurso de Ensayo Lenguaraz». A finales de 2008 ganó el primer lugar de un concurso de minicuento erótico, convocado por los creadores de la película española «Diario de una ninfómana». Ah, y también ha publicado uno que otro cuento y uno que otro ensayo en el blog «Literatura Libre» (donde la literatura no es tan libre como parece, ya que ahí le censuraron un extraño texto, que curiosamente no se puede catalogar ni como cuento ni como ensayo, titulado Instrucciones para violar a una mujer) y en el blog «escritor.es» le publicaron Mamacita, un pornocuento. En «Fotocomunity», una página de Internet dedicada a la fotografía artística, hay varias imágenes suyas, creadas por él, donde muestra a algunas lindas mujeres (ex novias, primas y amigas suyas) como Dios las trajo al mundo, o sea, en pelotas. Hemos publicado en Axxón: EL CUENTO DEL HOMBRE TRISTE. Su relato MONSTRUOS fue finalista del concurso Ficciones Breves 2009 de Axxón.
ARGENTINA
A la distancia puede verse el mosaico de colores sobre la arena. Son carpas. Cada uno traía la suya y a la tarde ya estaba ayudando con el fuego, como si estuviese desde hace mucho tiempo. De noche, y sobre todo cuando no había luna, el mar era un inmenso ojo negro. En sus parpadeos traía espuma, algas, basura y toda clase de cosas que recién veíamos de día. Claro, nosotros esperábamos los huevos. Ahí nomás, en la resaca, bien dispuestos en sus huequitos, traslúcidos. En general, tenían el tamaño de pelotitas de golf, pero variaban. La gente ni los toca y se mete en el mar. Antes, porque ahora que nosotros nos instalamos en la playa no se ve ninguno.
Rita probó el primero. Los recubre una película tensa y transparente. Es como morder una pupila bastante blanda. El agua, ese jugo turbio que contienen, llena la boca de gusto a pescado crudo; la piel se disuelve. Ni ostras ni caviar tienen esa concentración. «Parece que estamos en el estómago de una ballena», dijo Rita por el olor que se mantuvo en nuestras fosas nasales el resto del día. El olor que nosotros mismos empezamos a despedir.
En el pueblo nos tenían por parias. A dos los habían golpeado y a otro lo echaron del almacén; no soportaban ni que pasáramos junto a ellos. Como cuando hay exceso de alcohol: la pestilencia se lleva en los poros. Reconozco que los huevos eran potentísimos. Así también las ganas de comerlos, de romperlos con los dientes y que esa explosión, suave pero espesamente, vaya cargando la lengua, la garganta, contamine la nariz y se diluya en la sangre.
Algunos pensaron que Rita se había intoxicado. Yo sabía la verdad. La veíamos encorvada, vomitando. Recuerdo el arco de vértebras marcándose en la piel y un líquido bilioso. A los pocos meses todos se enteraron. Y la preocupación creció como la panza de Rita: había que ir al pueblo.
En el hospital nos miraban como a una clase de refugiados que se estaba pudriendo por dentro. Pero sabían bien que de refugiados no teníamos nada; nadie nos había obligado a establecer las carpas y vivir junto al mar. Las personas de la sala de espera se levantaron de los asientos. Con sus manos se tapaban narices y bocas. Bastó un rato para que el lugar hediera a pescado y sal. Había arena por todas partes. No nos importaba o no nos dábamos cuenta. Rita paró a un doctor en los pasillos. Tuve que intervenir cuando el tono fue subiendo y Rita cerró un puño. Para ese entonces la gente se había ido entre murmullos e insultos.
El parto fue rápido y silencioso. Rita parecía feliz. Los médicos perturbados. Sólo uno se acercó a ella, pero fue para pedirle que colaborara con ciertos estudios científicos. Rita saltó de la cama, empujó al médico y, con mi ayuda y unas mantas, nos fuimos antes de que se lo sacaran.
Esa noche, en el centro de un círculo de antorchas, contemplábamos por primera vez algo nuestro; porque si nos apuraban, no sabíamos decir a qué clase de pez correspondía aquel desove. A qué especie le comíamos la cría. Ahora no. Era nuestro. Rita dio dos pasos y se arrodilló en la arena. Lloraba. Se secó las lágrimas. En el temblor difuso de las llamas, noté que acariciaba despacio el cuerpito cilíndrico, la lisura cristalina y pegajosa. Tras el primero bocado, nos unimos a ella. A nuestras espaldas escuchábamos el mar, que a cada parpadeo espumeaba sobre la resaca de la playa, insistente y calmo a la vez.
Juan Ignacio Maisonnave nació el 4 de octubre de 1979. Asiste al taller literario de Diego Grillo Trubba desde hace dos años y publicó un microrrelato en el suplemento cultural del diario «Perfil» y en la revista «El Reflector». Actualmente trabaja en un libro de cuentos y relatos.
ARGENTINA
La abuela mira al gato comer el hígado mientras él, con su traje plateado, camina. El ladrón entra sin el menor ruido. El yerno observa el televisor mientras llora desconsoladamente. La hija cocina pollo a la mostaza. La chimenea continúa encendida a pesar de la humedad.
El ladrón mata al yerno y se lleva el televisor. La mujer adereza el pollo silbando una vieja canción de mar.
Afuera el día es triste.
Los niños se asustan al ver a su padre y corren al exterior de la casa. La abuela acaricia al gato. La madre llama a los niños para que se laven las manos.
Se apaga la chimenea.
La madre camina al comedor y prepara la mesa. Un desconocido entra por la ventana y se dirige a la cocina. El gato se lame a los pies de la mesa. La abuela se duerme en su sillón sin importarle el gran paso para la humanidad desde el televisor.
El desconocido acuchilla a la mujer. Los niños vuelven y sienten el aroma de la comida. El desconocido envuelve el pollo y se lo lleva. El gato maúlla y lo sigue. Los niños, furiosos, van a sus dormitorios y apagan la luz.
Sorpresivamente en la oscuridad de su habitación, el gigante se despierta después de su borrachera, enciende la lámpara y mira a la abuela en su sillón sintiendo el viento entrar por el hueco imperfecto de la ventana, en el televisor las imágenes muestran a un astronauta caminando en la Luna.
Afuera un gato ronronea en su soledad.
Juliano Ortiz obtuvo, entre otros, el 1er premio de Cuento y el 2do premio de Prosa Poética en la Universidad de Morón, año 2003. Es columnista literario en diversos diarios de la Provincia de Buenos Aires.
ARGENTINA
A H. P. Lovecraft
Eran aún, en mi tiempo, el Roba el-Khaliyeh, o «Espacio vital» de los antiguos, y el Dahna, o «Desierto Escarlata». Todos aquellos que aseguraban haber penetrado en sus regiones mentían. Todos aquellos que aseguraban haber regresado de sus regiones mentían. Así es como las costumbres de mi pueblo (el cual no es reconocido por lo acertado de sus creencias, sino por sus conocimientos en geomorfología) me enseñaron a desconfiar de viejos rumores sobre el antiguo desierto. Eran aún sendas regiones cuando conocí a aquel que se decía vagabundo y que erraba por el mundo en busca de misterios impensados (bastardo hijo de las tinieblas, le llamaría yo más tarde). Era poseedor de un habla carismática, además de raídos ropajes que dejaban entrever poco más que sus ojos. Pero era su habla (¡oh, cincel con el que no sólo los cielos han sido creados!) lo que espantaba al tiempo que seducía. Y sobre todo esto último, por ser su palabra, por suya, verdad. Bastaba que dijera él «locura», bastaba que dijera él «profundidad», para que mi conciencia se sumiera en el insondable océano de las ignominias jamás pensadas del alma humana. Pero ésto fue una vez y no más. A pesar de ésto, hablaba poco y sus respuestas eran breves. Llevábamos poco de hablar, cuando dijo que regresaba del desierto: el Roba el-Khaliyeh, y sólo pude no creerle. Me burlé de él, me reí frente a su cara. Lo que dijo entonces, aún no lo puedo reproducir. Y tal lo dijo, que las palabras se dibujaron en el aire, de oro, ya alcanzando aquella fluorescente sombra mis ojos, ya bañando las arenas del desierto, ya elevando las aguas que, como un pilar gigantesco, ahora se erguían alrededor del continente, rozando la bóveda carmesí. Fue entonces que volvió a hablar aquél, que se decía ahora un demonio y que en su mirada aún guardaba la sangre de las entrañas de la misma tierra (abismo inexplorado), y que con su voz, como si fuera la de Dios mismo, nos elevó por los aires (o éso es lo que mi aturdida alma recuerda). A lo que mis ojos veían, supe, nadie daría crédito: de punta a punta, el Roba el-Khaliyeh se extendía bajo mis pies, y pocos horrores vi que así pudieran llamarse, ante la inconmensurable atrocidad que el demonio me hizo presenciar allí. Lo que luego ocurrió, el poder de las más antiguas divinidades no lo hubiera podido concebir. Un estruendo y, partiendo de las remotas ruinas de una ciudad que nunca nadie pudo conocer, el desierto comenzó a tragarse a sí mismo, con sus arenas abriéndose paso en el abismo como en un reloj de tiempo que lo consume todo. Rápidamente, el abismo se hacía más y más grande y pronto, consigo, se llevó su recuerdo, y yo era el único que parecía haberlo visto cuando todo terminó. Ahora que nadie cree en aquel desierto con el que dicen que me he obsesionado, no me queda más que vagar por el mundo en su búsqueda, sin que alguien pueda creer lo que atestiguo, buscando todo aquello de lo que el Demonio de la Fatalidad me ha desposeído. Pero fue aún más allá la audacia del demonio, y sólo me dejó mi alma, para que lamentara sus carencias.
Julián Lisandro Moreno nació en Rosario (Argentina) el 29 de abril de 1992. A los ocho años se mudó a Capital, donde vive y está terminando la escuela secundaria en el Colegio de la Ciudad. Sus principales intereses son música, literatura y filosofía (carrera que tiene pensado seguir). Sus principales influencias literarias, Poe, Lovecraft, Baudelaire y la Beat Generation, entre varias otras. Podría decirse que todavía no ha publicado nada, exceptuando su blog: http://julianmoreno03.blogspot.com/
Axxón 205 – febrero de 2010
Cuentos de autores varios (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Fantasía : Temas diversos : Internacional).