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FICCION BREVE (CUARENTA Y UNO)Varios Autores |
Leandro Vázquez Cervantes - España
Esquirlas de metal ardiendo cosían el cielo. Desde el agua helada, Tyrson observaba aterrado cómo crepitaba la plataforma, al tiempo que se hundía totalmente destrozada en el océano.
Llevaba dos meses en esa plataforma petrolífera del Mar del Norte, a doscientas millas náuticas de las costas de Islandia. La explosión le había sorprendido durmiendo. Literalmente, voló junto a su cama cincuenta metros hasta caer al agua.
Ahora, entre hierros chisporroteantes y torrentes de fuego, los peces parecían ser su única compañía. No más supervivientes. Atrapado en un desierto de agua a -20 grados, y fuego.
Con el cuerpo tan helado que le dolía, calculó una hora como máximo antes de morir por hipotermia. Menos de lo necesario para que llegara ayuda.
Los restos de la estructura iban desapareciendo rápidamente bajo la manta de espuma del océano. Tyrson se alejó de allí. Se despojó del calzado como un sortilegio para deshacerse a tiempo del pánico.
Un hombre como Tyrson había resucitado muchas veces en su vida, después de ser crucificado por las mujeres. Había ido por la vida dando patadas a sus muchas decepciones como si fueran cantos rodados, mientras seguía su camino silbando. Quizá sólo fuera un niño grande, pero este minero oceánico que había elegido trabajar en una remota plataforma para así tener que hablar lo menos posible no era un hombre que iba a implorar al cielo porque el océano se lo estaba por tragar.
Así que sacó su armónica y tocó un último blues, un blues que era como un idioma inventado para decir adiós sin palabras, como un niño que aún no habla.
Años después de haberse comido a Tyrson, los peces aún cantaban aquel blues.
J. Javier Arnau - España
Estoy varado en esta vieja estación espacial, acosado por fantasmas y recuerdos. Yo, que he sentido la caricia de mil soles, que he notado el Viento Estelar, que he olido el aroma de los fuegos galácticos. Yo que he visto estallar soles más allá de la galaxia conocida, que he probado la miel de los mundos y he rozado las colas de los cometas. Desde mi centro de mando en la cabina de simulación virtual he conquistado el espacio.
Y ahora estoy aquí, sin salida, atrapado.
Parece que aquí he encontrado mi destino, mi fatal destino.
Mientras recorro con mis visores los oscuros rincones de este sumidero espacial, veo subir desde el muelle una niebla fría, oscura, a través de los mundos.
Espectrales cruceros espaciales despegan desde el muelle. La niebla los sigue, como jirones de su universo natal. Los navegantes han olvidado, hace mucho tiempo ya, sus mundos y sus familias, convertidos en fantasmas antes de haber nacido por culpa de la relatividad. Pero pronto vuelven a surgir en sus recuerdos, al alcanzarles la bruma de la bahía. Acosados por fantasmas en bucles infinitos: desde la bahía espacial al fondo de la galaxia, y vuelta por culpa del espacio-tiempo. La eternidad los persigue, pero nunca conseguirá alcanzarlos. Su sino es viajar y viajar sin retorno, sin destino, por toda la eternidad.
Y mientras tanto, yo sigo atrapado en esta estación fantasma. Parece que este será también mi destino eterno; no vislumbro salida alguna, ninguna señal que me haga concebir esperanza de un día poder salir de aquí.
El viento que corre entre los mundos me trae retazos de recuerdos: viejos cargueros espaciales y antiguas estaciones de suministros instaladas dentro de agujeros de gusano en desuso que flotan sobre mi cabeza.
Sumido en la desesperación, recreo una holoimagen con la esencia destilada de tu recuerdo; las estrellas parecen caer de tus ojos sobre el vórtice que hay entre mi cabeza y mi corazón, destruyendo la materia de la que están hechos los sueños del olvido. Recorro con mi pensamiento la sala de visionado donde reformulo, en formato de un mapa de bits restaurado de mis archivos, la imagen de tus sentidos. Siento tu alma recorriendo mil y una secuencias.
Los cometas pasan raudos de tu sonrisa a la mía. Y, sin embargo, sigue subiendo la fría niebla del recuerdo, que continúa destruyendo la materia.
Tengo tu recuerdo entre mis manos, mientras los Arquitectos remodelan un programa en mi interior que me hará no-recordar mi muerte a bordo de un carguero espacial a través de un vórtice espacial. Cayendo, siempre cayendo, eternamente cayendo, a través de tu mirada, de tu sonrisa, sobre la niebla que va borrando mis recuerdos.
La niebla congela mi alma; los fantasmas del pasado, recuerdos de mi humanidad perdida, me acosan desde las oscuras profundidades de esta espectral estación espacial.
Hay un vórtice entre mi cabeza y mi corazón que casi no me deja recordar quién soy yo, ni quién eres tú, ni siquiera qué hago en esta estación fantasma entre los mundos. Sólo mi misión; cruzar la niebla cósmica a bordo de mi carguero espacial.
Lo último que recuerdo, mi última misión...:
Mi computadora analiza los fuegos solares por los que navegan los latidos del universo. Los vientos solares hinchan mis velas y navego entre ellos como un latido estelar, escuchando las canciones del caos.
Soy un mutante entre las estrellas, he sido creado para explorar, activado para viajar entre las galaxias. Nubes de datos saturan los receptores y la información circula por mis cables.
Mis sistemas de soporte impulsan mi ser mientras mi conciencia se queda en la nave. Fuera de ella, sólo existe el caos, la bruma que congela mi supuesta alma. Sin embargo, dentro de la nave, se queda mi "existencia". De esa manera, mi cuerpo viaja, pero mientras tanto, mi mente explora mi ser interior.
La nave es en estos momentos un simple soporte, un puente de recarga y almacén de repuestos. Mis alas me transportan a través del viento cósmico, mis impulsores me llevan más allá del Flujo Universal y mis sensores captan las Canciones del Caos. Mientras, mi mente analiza y registra todo en copias redundantes de seguridad reforzada.
Sigo navegando entre los fuegos solares por mis propios medios, sin el apoyo real de la nave, circulando por los latidos del Universo, sintiendo la soledad del explorador, de un mutante creado para viajar entre el vacío y los vientos solares. Ése es mi destino eterno, ése es el fin último de mi existencia. Mi único hábitat es la soledad.
Y mientras, la nave espera, en la vieja estación fantasma, entre la bruma espectral, como un simple soporte de mis funciones.
Cabalgo los latidos del universo, y entre ellos, ¡encuentro la muerte, en los vórtices espaciales, en la niebla de los mundos! ¡Ahora lo recuerdo, ahora sé qué hago en esta estación: atrapado, varado por toda la eternidad! Sólo poseo tus recuerdos. Soy un fantasma más de los que habitan esta bahía entre los mundos, como los navegantes de los espectrales cruceros espaciales. Mi cuerpo murió allí, entre los cometas, los agujeros de gusano en desuso, y antiguas estaciones de suministros.
Los Arquitectos Cósmicos reconstruyeron mi esencia vital. Ahora, el viento recorre mis venas, las estrellas iluminan mi mente y un Arco Iris formado por la expansión de gases nobles recorre la galaxia proclamando mi resurrección... acoplado a esta estación, para siempre jamás.
Gases, fluidos inertes, cables, programas de reinstalación y algoritmos forman ahora parte de mi ser. Y tú siempre estarás en mi recuerdo, sobre todas las cosas. Tu imagen velará mis sueños.
Sufro desconexiones preprogramadas para reparaciones de mantenimiento y, mientras, recorro viejas carpetas que contienen tu esencia; mis sistemas siguen en funcionamiento básico con energía de bajo rendimiento, mientras tus secuencias alivian la pena de nunca poder volverte a ver.
Guillermo Galli - Argentina
Cuando al afortunado hombre de negocios Armiño Galíndez le agarró la nostalgia quiso recuperar su primer centavo ganado. Entonces contrató a un detective especialista en objetos perdidos para que rastreara la moneda y le ordenó que no escatimara en gastos y que no intentara engañarlo llevándole una moneda que no fuera la suya porque él la reconocería al instante. Así fue que el detective se puso en campaña, partiendo de la pista que el propio Galíndez ofreció: con su primer centavo el hombre de negocios había pagado un~choripán en la costanera. El detective dio con el dueño del carrito y le hizo recordar, primero por las buenas y más tarde a la fuerza, qué había hecho con ese centavo cobrado hacía más de veinticinco años. La confesión llevó al detective a un ferretero de Lanús, éste a un mozo de Corrientes al 1600, y el mozo a una vedette de teatro de revista, y la vedette a un almacenero de Monte Grande, y el almacenero dijo que lo gastó su esposa fallecida, y la finadita lo condujo desde el Más Allá a un sodero ya retirado. Así el detective consultó vivos y muertos, abrió alcancías y monederos, destripó colchones y se rasgó las vestiduras al descubrir que él mismo había gastado el centavo años atrás. Finalmente, luego de una década de investigación, dio con el paradero de la moneda. Arregló una entrevista con Armiño Galíndez. El magnate acudió ilusionado a la cita. El detective le relató las exóticas aventuras (exhibiendo tickets y facturas de las mismas), y cuando Galíndez comenzaba a impacientarse, procedió a comunicarle el resultado final de la investigación.
Mire, la moneda no la conseguí. Pero sé quién la tiene.
No me diga que el Gran Bonete... rogó Galíndez angustiado.
La tuvo, pero se la cambió a un fulano por estampillas.
Pues entonces, ¿quién la tiene?
¿Oyó hablar de la cueva del villano?
Más o menos.
El detective relató la existencia de un villano que habitaba una cueva en las profundidades de la ciudad. El villano era dueño y guardián del antro, al que protegía con recelo pues se decía que de él partían decenas de túneles que no tenían salida al exterior, pero que escondían tesoros o verdades que los hombres habían buscado durante milenos. Había un túnel, por ejemplo, que conducía a los setecientos mil pergaminos y papiros de la Biblioteca de Alejandría que se creen destruidos por el fuego. Había otro que llegaba a la misma Atlántida, otro a los jardines del Edén, otro al Aleph que Borges presenciara en un sótano de la calle Garay, y había una cámara "de pequeños grandes objetos" donde se exhibían, como en un museo, objetos personales que no se los había tenido en estima sino hasta que se los dio por perdidos.
Puedo jurarle que allí está su moneda, señor Galíndez.
No jure, vaya y consígala. Pagaré lo que sea. Pida ticket o factura.
Lo que usted desea es imposible.
Entonces que le firmen algún recibito...
Nadie conoce la entrada a la cueva del villano. Se la buscó más que a su moneda. Encontrarla es mucho más difícil de lo que parece. Imagínese, sólo existe una entrada y después de ella el acceso a todos los tesoros perdidos de los hombres. Esa puerta debe estar no sólo bien escondida, sino muy custodiada.
Olvídese de los tickets. Pague, soborne, chantajee a quien sea. Yo quiero mi moneda.
Dicen que Galíndez fue entregando poco a poco todo su dinero con el fin de dar con la cueva del villano y así recuperar su moneda. Al final murió en la miseria, como mueren aquellos que dan todo por las causas perdidas. También dicen que de una manera u otra la fortuna de Galíndez fue a parar a la cueva del villano, cuya puerta aún sigue siendo un misterio. Los actuales investigadores del tema no bajan los brazos sino que están ilusionados, ahora siguen una pista, la que apunta a un detective especialista en objetos perdidos.
Juan Manuel Valitutti - Argentina
La puerta giró sobre sus goznes silenciosos.
Una sombra se alargó en el interior de la habitación.
La niña dormía apaciblemente, sin sospechar.
La sombra se proyectó sobre la durmiente y se estiró por la zona del pecho, que subía y bajaba tranquilo, para finalmente declinar sobre la sonrosada mejilla.
De pronto hubo un revoleo de sábanas y un nervioso candil se apresuró a iluminar el cuarto.
Sinvergüenza! ¡Venga para acá!
La mano de la niña se abalanzó sobre el intruso.
¿Pero qué se ha creído, caballero? ¡Tome y tome y tome!
El velludo y elástico cuerpecillo apresado se contorsionó y se quejó agudamente bajo el intempestivo aporreo, hasta que un rápido mandoble de afiladas uñas puso término a tan injusto castigo.
¡Me arañó! La niña lanzó una vigorosa almohada hacia la puerta, por donde ya desaparecía un rabo de pelos en punta. ¡Me arañó! repitió la desfalleciente, y sus ojos azules se llenaron de lágrimas.
Pasó un minuto. El indignado pecho volvió a serenarse y las sábanas prontamente volvieron a conjurar el interrumpido sueño.
La luz del candil se desvaneció...
La sombra se inclinó por fin sobre la sonrosada mejilla.
Leonardo Montero Flores - Argentina
¿Sientes el frío del metal recorriendo tu cuerpo?
¿Sientes el filo de la hoja lacerar tu carne?
¿Acaso la tibieza de tu sangre apaga el escalofrío de la muerte?
No importa lo que sientas, a nadie le importa.
Ya pronto ni siquiera un recuerdo serás.
Sólo un saco de carne podrida atestiguará tu endeble existencia.
No, por favor. No te resistas.
Es inútil tratar de escapar; debes resignarte.
De ese modo el dolor se mitigará, déjalo fluir.
No, por favor, no llores. Me rompes el alma.
¿Qué? ¿Que yo no tengo alma?
Yo también poseo un alma.
No como la tuya, pero la tengo.
Es chiquita y sencilla, no muy elaborada. Es la simpleza misma.
Un alma sin escondrijos ni contradicciones ni espacios vacíos.
No, por favor, no te desmayes. Recién comienzo.
No has perdido mucha sangre, no lo entiendo.
De verdad no lo entiendo.
¿Será mi aspecto?
¿Mi color escarlata? ¿O mi acento extranjero?
¿Tal vez los gusanos que escapan de mis llagas?
De verdad no lo entiendo.
¡Hey! Despierta bella durmiente.
No hay caso. Perdí otra más.
Murió antes de que comenzara a divertirme.
De verdad no lo entiendo.
Debe ser culpa de este cuchillo de carnicero.
Creo que tiene demasiado filo.
Jesús Ademir Morales Rojas - México
K baja por la escalera. No sabe a ciencia cierta a qué planta del edificio tiene que acudir. La hora de su cita se aproxima. Junto a él hay varias personas que luchan por descender por el estrecho pasillo. Pugnan por adelantarse unos a otros y ganar un peldaño más. Como no tiene una referencia clara del número de planta donde tiene que presentarse, se guía por el número de personas que salen de la escalera para ingresar a cada uno de los pisos del viejo edificio. K conjetura que el que le corresponde es donde más personas descenderán. Pero hasta el momento esto no ha sucedido. La escalera se va volviendo ya muy larga. K ni siquiera recuerda ya cómo ha podido ascender tanto. Algunas parejas se han formado por el trato continuo que han desarrollado al proseguir en su dilatado contacto. Estos enamorados buscan abrazarse sin dejar de avanzar, y se atraviesan en el camino de los otros. Resuenan maldiciones e improperios mezclados con palabras de ternura y arrumacos. La marcha continua. K percibe a sus espaldas ronquidos y murmuraciones. Algunas de las personas participantes del descenso de la enorme escalera se han dormido ya pero, impulsados por los demás, siguen avanzando, dejándose llevar por la voluntad abstracta del bloque humano. K se sorprende; personas que creía ya habían dejado la fila en movimiento vuelven a aparecer, inesperadamente, para estorbar su marcha con un pie necio o un codo insolente. Aburridos, varios comienzan a entonar melodías de taberna. En el hueco en penumbras de la escalera rebotan los ecos de risas y chistes de color subido de tono. K se indigna. Algunos han comenzado a desnudarse y agitan su ropa al son de las canciones. K se debate desesperado: siente que se ahoga en ese mar de abrazos y apretujones. Finalmente, parece notar que la masa se calma; es posible, de acuerdo a su actitud, que por fin hayan podido alcanzar el piso que deseaban. Comienzan a darse los buenos días y a desearse la mejor de las suertes. K vuelve a respirar. Abren una puerta. Comienzan a salir todos. Cuando K finalmente lo logra, se llena de estupefacción. El umbral que han atravesado no conduce sino a una escalera en ascenso. Pronto es arrastrado por la multitud que se apresura a llevar a cabo la marcha obligada. Su rostro lleno de confusión queda oculto por ese río de cuerpos y pasos, que se pierden y lo pierden, en una vuelta de la escalera en espiral. Suben.
Alejandro Mariatti - Argentina
Los años ochenta, ya se sabe, fueron tiempos de descontrol; no menos que los noventa, pero eran inocentes y populares, mientras que los últimos fueron cínicos y restringidos. La ciudad de Buenos Aires estaba siempre despierta, dispuesta a todo. Siempre nevaba.
Desde fines de los setenta en Flores y Floresta había dos tribus. Los "norteños" y los "sureños", la línea divisoria para tales tribus, obviamente, era la Avenida Rivadavia, que parte en dos mitades a toda la ciudad.
Las dos tribus encontraban todo tipo de competencias para demostrar mayor valía. Las preferidas eran las picadas en el Autódromo a la noche y las "cruzadas" en la avenida Rivadavia. Las calles de cruce eran José Martí, Segurola, o Lacarra.
Cuando la noche iba terminando y los whiskeys con merka empezaban a bajar, la mejor forma de subir era cruzar los semáforos en rojo con sus potentes motos. A esa hora, que oscilaba entre las cinco y siete de la mañana, no había demasiado tránsito para hacer imposible el cruce, pero era suficiente para hacerlo peligroso. Ningún automovilista estaba preparado para que se le cruzasen a más de cien kilómetros por hora. Por supuesto no escaseaban los accidentes.
El verano del ochenta y siete, ochenta y ocho fue de muy mal recuerdo. Ya veníamos de las "felices pascuas" del presidente, el fin de la ilusión democrática. En diciembre había muerto Luca Prodan, en el ochenta y ocho Olmedo cayó de un onceavo piso y Monzón mató a su esposa, y todavía vendrían cosas peores. Un verano maldito.
Fue a fin de marzo. Los norteños tiraron la primera piedra: el que ganase se llevaría un kilo de merka como premio. Para esa ocasión estuvieron las tribus en pleno; no sólo vinieron de Flores y Floresta, sino que llegaron de otros barrios, todos divididos por la misma línea.
Comenzaron en José Martí. Las chicas se arracimaban en cada esquina cinchando por uno u otro. Cada una del lado correspondiente, no era buena idea mezclarlas, pues podían llegar a ser más brutales que los hombres en una pelea. No carece de atractivo ver a dos chicas pegándose, pero luego quedan muy lastimadas, lo que no es nada atractivo.
Empezaron temprano; a las cuatro y media se mandaron los primeros cinco en la lista. Los veteranos. Ellos venían desde fines de los setenta, cuando había que tener mucho huevo para largarse a cruzar. En esa época se instaló Ishana, la tatuadora. Todos llevaban sus marcas, de una u otra forma.
Hacia las cinco se corrieron a Segurola y a las cinco y veinte a Lacarra, allí era más emocionante pues era hacerlo frente a la nariz de la "cana". Todo el público curioso, ajeno a la tribu, quedó afuera. Allí la cosa era sólo para ellos.
Las chicas estaban muy excitadas; el ganador tendría un premio inolvidable.
Ya eran las seis de la mañana, habían pasado todos los veteranos, cada uno con su estilo. El "Chueco" Andreani pasó sobre una sola rueda mandándose a ciento cincuenta de lado a lado. Hubo varias frenadas y puteadas por parte de los sorprendidos automovilistas. "Lolo" González pasó en zigzag. El "Beto" Acosta fue y volvió haciendo el ocho. Eran los veteranos y estaban muy locos.
A las seis les tocó el turno a los nuevos; el favorito de los Norteños era Esteban Barrantes y el retador por los Sureños, Martín Arregui. El sol comenzaba a teñir todo de colorado, haciendo dudosas las siluetas y las distancias. Barrantes inició el lance y se mandó como una flecha desde Lacarra a su continuación, Carrasco. Llegó hasta Yerbal sorteando a todos los vehículos. Ahora seguía el Sureño Arregui. Apenas cerró el semáforo Martín despegó. Los autos desfilaban por delante y detrás como fotos fijas, todo el mundo estaba detenido menos él. Iba derecho hacia Yerbal, hacia la bolsa de blanca y todo lo demás, sólo que en ese momento le cerró el paso un gigantesco Scania cargando láminas de acero. Por delante ya no podía pasar; buscó la cola, dobló inclinando todo su cuerpo, el asfalto parecía querer su piel; a la altura de la cola comenzó a enderezarse, las láminas de acero sobresalían unos dos metros y medio de la caja del camión, no quedaba otra que pasar por debajo de éstas, se agachó e inclinó la moto hacia el otro lado. Hubo un ruido seco y pasó al otro lado; siguió derecho por Carrasco hasta más allá de Yerbal, totalmente erguido y aferrado al manubrio. Al otro lado de la avenida había quedado, rebotando en el asfalto, el casco con lo que usualmente lleva adentro y protege.
El cuerpo al otro lado conquistó el norte por el centro de la calle dejando su reguero de sangre a modo de marca. Cayó a casi doscientos metros de la avenida.
Ahora descansa en el cementerio de Flores, su barrio, en un solo cajón cabeza y cuerpo. Una placa de bronce puesta por las dos tribus reza: "Martín Arregui, campeón de las cruzadas, verano del ochenta y ocho. Tus amigos y camaradas te saludan". Luego de esto ya no hubo quien se animase a las cruzadas, preferían el autódromo o los bosques de Ezeiza.
Si pasan por los cruces citados una madrugada de viernes o sábado, pueden llegar a ver una espectral sombra silenciosa cruzando a cien kilómetros con su moto y sin cabeza. No es un buen presagio, pues lo más probable es que ustedes o algún otro se asuste, pierda el control del vehículo y provocando un accidente, como si se tratase de una postrer venganza.
Juan Ignacio Muñoz Zapata - Colombia
36
El fragmento 36 debe estar dedicado a esos fantasmas que llegan de otros planetas y bajan desde las nubes como bolsas de aire. Estos fantasmas traspasan las paredes de los cuatro elementos: la coraza de fuego que guarda la bomba en su corazón; la caverna de roca, cuna y tumba de la civilización; los mares de agua nefasta y los lagos subterráneos; y el mismo aire. Vienen a enseñarnos la Biología de la Resurrección. "No hay mayor cárcel que vuestro concepto de vida", nos dicen en medio de lloriqueos. Si la Biología de la Resurrección la practicó el Cristo, que no tenía nada de fantasma ni siquiera cuando se presentó después de muerto a los apóstoles, los que no lograban controlar sus estómagos debido al miedo que tenían a ser descubiertos principio de una epidemia, ¿por qué no escuchar a estos habitantes de Plutón? Freud ya nos había hablado de ese principio de muerte y vida, ¿pero qué hacer cuando bajan del cielo globos translúcidos, imágenes cinematográficas superpuestas en nuestro globo (Buñuel, Buñuel, Buñuel, dónde estás que no te vemos)? Aparecerá el teólogo, el crítico, el defensor del Eros, y dirá que la pulsión de muerte no es más que la proyección mental de un niño perverso, o de un grupo de niños perversos cuya guarida es una fábrica abandonada que, cosa curiosa, era antes una casa editorial prestigiosa. El 36 por matemática diabólica, 6 + 6 + 6; los fantasmas, por añadidura ontológica.
37
Rizando el rizo. Los niños perversos y los apóstoles encerrados en su guarida. Los unos por perversidad los otros por miedo y, también, por perversidad. Esperan la llegada del fantasma para inyectarle una dosis de vida. Los niños con una aguja hacen explotar el fantasma y lo convierten en un animalito muerto; los apóstoles ven llegar a Jesús y le entierran los dedos en las llagas.
Axxón 184 - abril de 2008
Ilustrado por Valeria Uccelli
Cuentos breves de diversos autores (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Fantasía: Varios temas: Varios países).