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¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 



 

 

MÉXICO  MÉXICO

A Julieta

Jorge llegaba tarde a clase de Biología con la excusa de haber ido a gabinete. Se las sabía todas todas. Con todo el asunto de las tutorías y la inteligencia emocional, invocar a la psicóloga sin levantar sospechas era como un superpoder. Igual le pudo haber dicho que una pelea entre superhéroes y supervillanos destrozó la calle por donde iba su camión.

Todos los jueves la de Biología se la pasaba exponiendo diapositivas y leyendo con su voz de somnífero. Si de ella dependiera el proceso de replicación del ADN, si su voz fuese la coordinadora de la vida, seríamos una ciudad, no, qué va, ¡un mundo!, tan silencioso que el chillar de un perro nos parecería un acto terrorista penado con la disolución de nuestro código genético. Veríamos aquella escalera infinita que se replica dentro de nosotros, perdiendo uno a uno sus escalones hasta apagar con el estruendo de sus restos la voz de nuestra vida. Más o menos como sería nuestro futuro empleo. Pero la ciudad era todo menos silencio. Nadie escucharía nuestra pérdida. Siempre el bullicio de miles de gritos.

Jorge también llegaba tarde los viernes, cuando el de Física ya estaba entrado en la velocidad, el tiempo y la caída de todas las cosas.

—No saben lo mucho que van a extrañar tocar su joven piel—nos decía, mirando hacia la ventana.

Entonces llegaba Jorge.

—Todo me duele y no podía levantarme, ¿usted entiende? —El profe de Física le respondía con un gesto que sólo Jorge parecía entender. Le palmeaba la espalda y luego simplemente lo invitaba a sentarse y ponerse a trabajar muy muy duro.

Sólo yo conocía el secreto de Jorge. Pensaban que se la pasaba dormido, soñando coger con media escuela en un acto sexual multitudinario. (Lo cierto es que Jorge era pésimo teniendo parejas. Todas sus novias lo habían dejado por la misma razón: él quería ver peleas de la UFC mientras cogían. Como ellas se negaban a golpearlo, su mirada siempre apuntaba hacia el televisor. Tenía que ver los golpes. A veces, mientras los veía, se le salían unas cuantas lágrimas que ellas confundían con un orgasmo muy triste.)

Su impuntualidad escolar encubría el oficio de su villanía. Él era el mejor de los villanos que existían en la ciudad. ¡Ningún otro atacaba tan temprano! Yo me preguntaba de dónde sacaba energías, entre el trabajo y la escuela. Algunas veces se le vio peleando a las siete de la mañana contra Nuestro Superhombre (pasado de copas y cubriéndose de la luz a causa de su supercrudéz o tomando Omeprazol).

Ampliación

Ilustración: Pedro Bel

Era una mancha negra en el cielo. Cada jueves era tendencia. Era un supervillano influencer. Encima de su traje negro (una malla para todo su cuerpo que parecía más traje deportivo que de supervillano) se ponía unos tenis Nike blancos con cristales de fantasía.

—Sólo voy a ensuciarlos contigo —le gritaba a Nuestro Superhombre.

Nuestro Superhombre fue llamado así porque ya había muchos otros superhombres en la tierra. Que nosotros tuviéramos a un superhombre especializado en los problemas mexicanos nos daba tanto orgullo que, para que se sintiera en casa, le bautizamos con un posesivo. Nuestro. Que fuera de Guadalajara lo hacía mejor: la Ciudad de México se sentía muy acá, pero ellos no tenían superhéroes, sólo luchadores con nombres estrambóticos que se romperían todos los huesos si intentaban hacer uno de sus saltos desde el RIU.

No era cualquier superhombre, Nuestro Superhombre no podía irse a ningún otro sitio. El gobierno mexicano pidió a la comunidad internacional que le llamara “Su Superhombre”, si lo veían volando en algún otro lugar que no fuese México. El ex Cardenal más televisado del país pidió que su presencia se considerara un milagro propio de nuestra tierra mojada. Quién sabe qué habrá querido decir.

Total que Guadalajara, y en general México, se lo adueñó casi como si lo hubiesen registrado con propiedad intelectual. Lo explotaban y lo adoraban. Un día de estos le iban a cobrar por decir su propio nombre como si declarar la propia identidad fuese publicitarse.

Jorge debió notar eso. Su nombre como supervillano lo coreábamos al verlo pelear contra Nuestro Superhombre. Era un juego que establecimos entre nosotros. Su nombre de supervillano era, como no podía ser otro, Esclavo. Le gustaba que le gritaran:

—¡No, Esclavo, no lo hagas!

Le gustaba que le gritaran eso solo para gritarnos de vuelta:

—¡Si quieren ser mis amos, llámenme!

A veces gritaba un número telefónico al azar que la gente anotaba, esperanzada y lunática como fan de K-Pop o de Selena Gómez. Coger con un supervillano debe ser igual que poner un granito de arena para la destrucción del mundo, hacerlo feliz equivalía a mantenerlo en el camino de nuestra perdición, al menos simbólicamente. Y a muchos nos gustaba la idea del fin del mundo a manos del Esclavo de tenis Nike que iba por ahí volando y golpeando al pobre Nuestro Superhombre mientras lo hacía dudar de su hombría. Guadalajara siempre había cuestionado la sexualidad del mundo, y que un supervillano sensual tapatío lo hiciera tenía todo para ser llamado profecía.

Las peleas de Esclavo en la televisión eran de lo más extrañas. Le gritaba a Nuestro Superhombre:

—Háblame sucio, Mi Superhombre. Tú sabes cómo. Te gusta, lo sabes.

De algún modo, Esclavo fue el supervillano sadomasoquista que no sabíamos que necesitábamos hasta se apareció como una diva en la azotea de La casa de los Perros. El muy mamón estaba acariciándole el lomito a una estatua. Sus labios parecieron formar la orden “¡Quieto!” antes de que le hablara a toda la ciudad.

—Al chile, Mi Superhombre, ya llegué yo.

Muchos lo acusaron de ser otro chiquillo con delirio de grandeza, drogado con pastillas para la depresión o simplemente un suicida excéntrico que estaba por cometer una estupidez pública. A lo mejor podían tumbarlo contra el techo si le lanzaban un chorro de agua con una manguera (total, no sería la primera vez que se hiciera).

Esclavo se divertía al tener excusas para gritarnos cada vez que aparecía.

—¡Los superhéroes y los supervillanos no pagamos la renta con sus aplausos, cabrones! ¿No ven que no voy a tener pensión? Deposítenme una lana en el banco.

La gente no tardó en hacer una campaña de crowdfunding para comprarle un mejor traje al Esclavo. O lo que él quisiera. Alguien debió ponerse de acuerdo para darle el dinero en algún lado. Estudiantes de diseño subieron a internet fotos de trajes que le hicieron y una cuenta de Facebook que se llamaba “El Esclavo Real No Fake” comentaba diciendo cosas como:

—¿Creen que a Mi Superhombre le guste cómo se me ven las piernas con este traje?

Había maestros de la UDG que, en el ánimo innovador de las inagotables reformas educativas, propusieron un concurso de diseño de trajes para superhéroes y supervillanos. Los debates de Mar Adentro se trataron, aquél primer año, sobre la naturaleza del mal, de los abusos del poder, de los golpes.

Cuando Nike se enteró de que un supervillano iba por ahí usando zapatillas de su marca, se puso manos a la obra en la campaña de publicidad más agresiva que hasta entonces habían lanzado. Ponían a chicos corriendo de prisa, batos parkour que subían a los techos, embutidos en mallas como las de Esclavo y decían, ya en lo alto, como si invitaran a pecar:

Just do it, now!

No entendíamos si Nike apoyaba a un supervillano o le pedía que por favor nos entretuviera con su permanente publicidad.

Todos querían tener el tenis de su supervillano favorito.

Jorge fue el primero en llevar los nuevos tenis a la escuela (miren nomás su descaro). Se volvió superpopular, por un lado, mientras que por el otro había quienes lo tildaban de mamón porque ya siempre llegaba tarde. Le decían:

—¡Deberías ser como Esclavo, él siempre llega puntual!

Jorge sólo se encogía de hombros y seguía en lo suyo, quizá pensando en qué otras formas tenía de molestar a nuestro superhéroe local. A veces se quedaba dormido de cansancio.

Un día, en una de sus peleas, Esclavo sacó un látigo y dijo que él andaba en modo gato.

—Por si quieres darme tan duro como siempre —le dijo, enrollándoselo en la cintura—. Tómalo cuando quieras.

En medio de la pelea se le oyó decir:

Teacher, nuestra safeword es Miau.

Algunas gentes fanáticas empezaron a hacer fanarts de Esclavo con el traje de Gatubela de Michelle Pfeiffer. Lo dibujaron junto al Guasón, y hasta postearon fotos suyas con frases que decían frases motivacionales que acababan por criticar a la socieda’.

Una de las razones por las que todos apoyábamos a Esclavo es que, más allá de hacer lucir ridículo a Nuestro Superhombre, no cometía actos de villanía dignos de mención. Decía que él no sería uno de esos supervillanos destruyendo la ciudad, porque luego se le dificultaba llegar a su trabajo en el camión.

—Yo sí tengo que trabajar. ¿A poco creen que mi familia va a mantenerse sola? Aunque si Mi Superhombre quisiera volverse mi Sugar Daddy, podría retirarme de una vez. Ya saben, compensarme por todos los golpes. Papi, llámame, please.

Era un supervillano troll cuya única meta era hacer que el héroe se levantara temprano, quería sacarlo de la cama para que no pudiera dormir o para que llegara tarde al trabajo. Sus peleas tenían tal coreografía que, de un modo u otro, siempre había quien creaba memes mañaneros con la pelea del día. Siempre sin falta, con una disciplina superheróica.

Una vez, frente a las cámaras, Esclavo le dijo a la entrevistadora:

—Yo creo que Mi Superhombre ha de ser de la calzada para allá, del lado nice, fresón, porque, ¿de qué otro modo puede venir a combatirme todos estos días? Ha de ser un chavorruco que trabaja a tiempo parcial, ya saben, como los maestros que se ponen borrachos en Chapu con chavitos de mi edad, se regresan en Uber en lugar de caminar aunque vivan a dos calles y se excitan cuando les dicen Nuestro. ¡Solo eres mío! —le gritó a la cámara—. ¿No me dijiste que yo sólo era tuyo? Ay no, perdón —dijo, con tono serio—, él me pidió que fuera nuestro secreto.

Un día me acerqué a Jorge y le dije, temeroso, que si por favor me podía enviar saludos en una de sus peleas. Jorge no fingió ignorar de qué hablaba.

—¿No vas a entrar a clase? —le pregunté. Tocaba física. Se había vuelto común que faltara a la escuela. El profesor ya ni siquiera lo nombraba, pero tampoco parecía admirarse por su ausencia.

Jorge me sonrió mientras tomaba su mochila y se largaba de la escuela para siempre.

Esclavo apareció fabuloso frente a las cámaras. En esa ocasión llevaba su látigo de costumbre y un paraguas también, porque, según él, el clima en Guadalajara está tan loco que no tenía idea de si ese día habría de soltarse un granizal.

—Me iba a poner a hacer ángeles en el suelo, pero me faltaba Mi Superhombre para hacerlos conmigo. Y no iba a hacer el ridículo haciendo angelitos solo.

Con la entrevistadora conteniendo la risa, Esclavo aprovechó para dar un mensaje.

—Le mando saludos a mi amigo de la clase. El muy pillo me habló hasta que me quité mi ropa de civil y me las puse. Mi Superhombre, no vayas a ir tras mi amigo también, eh.

Solté una carcajada que se escuchó en el salón. Todos reíamos, reunidos alrededor de los celulares que transmitían en vivo.

La entrevistadora no pudo evitar reírse, al fin.

—No, pero ya, en serio. ¿Por qué les encanta verme por ahí en mallas en todos lados? ¿Son todos una bola de pedófilos o qué?

La entrevistadora enmudeció. Se apartó incluso, sin saber muy bien si aquello era una broma.

—Que me guste que Mi Superhombre me golpee no hace que él sea un héroe al golpearme, ¿saben?

Se levantó el mentón bajo su máscara y pudimos ver los golpes. Jorge. Amoratado su rostro, sonriendo aun así.

—Te estoy esperando, Mi SuperTeacher.

En eso, se escuchó un sonido en el cielo, similar al del vuelo de un avión supersónico. Un hombre de complexión similar a Nuestro Superhombre se aproximó volando hasta Esclavo y, levantándolo del suelo, quitándole el látigo que éste había llevado para jugar, le envolvió el cuello con él y se lo llevó volando. En Twitter la gente subió videos fragmentarios, pequeños instantes del recorrido en que Esclavo gritaba Miau una y otra vez. La gente creyó que era una broma, al oírlo gritar así. En realidad, Esclavo debió pensar lo mismo. Que Su Superhombre estaba haciendo lo de siempre, aunque se estaba saliendo de control. Con las manos en el látigo, siguió gritando, esperando quitárselo de encima. Pero cuando parecía zafarse, el otro se detenía y lo envolvía con más fuerza sólo para seguir volando hacia su muerte.

La gente vio el cuerpo de Jorge colgado del puente Matute Remus, mientras iban a trabajar. Se detenían momentáneamente. La pitadera era un funeral siniestro, una banda de guerra sucia y terrible.

Esclavo no había hecho nada más que pasarle un mal rato a un sujeto que iba por ahí haciéndose el héroe. No merecía morir por eso. Que un chiquillo fuese colgado de un puente era la señal inequívoca de que todo se había jodido y no había nada que pudiéramos hacer para enmendar el daño que habíamos hecho al aplaudirle mientras se peleaba con Nuestro Superhombre.

Cuando bajaron el cuerpo y gente supo que Jorge era Esclavo, que había muerto a manos de un farsante de héroe, que apenas estaba en la prepa, que no tenía ni diecisiete años, que su madre no paraba de llorar junto al ataúd… cuando todo eso pasó, la gente salió a las calles, asistiendo al funeral de aquél supervillano. No, de ese chiquillo cualquiera que nos caía bien a todos y que no merecía morir.

Su madre dijo para las cámaras que él había sido un buen hijo, aunque se dedicara a ser un villano. Eso no lo hacía malo. En aquellos días nos enteramos que Jorge usaba la campaña de crowdfunding para ayudar a su madre.

Desde entonces, más y más supervillanos salieron a las calles, inspirados por Esclavo. La injusticia de lo que había ocurrido merecía su valor. Los villanos se sentaban en el techo de La Casa de los Perros, se acostaban sobre el Palacio de Gobierno y la Catedral. Todos iban vestidos con trajes que los estudiantes de diseño habían confeccionado para Esclavo. Sobrevolaban el centro de la ciudad, oscureciéndolo de pronto. Eran tantos y todos esperaban por él.

Nuestro Superhombre no se apareció por un tiempo. Sin embargo, los héroes y los villanos tienen la misma debilidad por las cámaras. Cuando se apareció en el centro, quitándose una sudadera que ocultaba su traje y exponiéndose frente al Degollado como si fuese a presentarse ante una orquesta que esperaba por él, gritándoles a los villanos que bajaran, que aquello podía resolverse sin violencia, todos descendieron como cuervos a la espera de un festín.

—Tú hiciste que sólo me gusten los golpes —le dijo uno de ellos, con rabia.

Las cámaras captaron el momento en que se quitaba la máscara. Era uno de nuestros compañeros de la escuela.

—Veamos si logro que te gusten a ti también.

Comenzaron a golpearlo, sin darle tiempo a nada. Uno de ellos le quitó la máscara y apuntó su rostro hacia el público.

—Chicos, su profe de Física ya no va a jugar al superhombre con ustedes.

Los gritos de Nuestro Superhombre recorrieron con su superfuerza toda la ciudad, lo que acabó por dejarnos en silencio a todos. Su grito se sintió justo. Nos regalamos el silencio para oír mientras se iba. Su muerte fue lo único que se escuchó en la ciudad durante casi un minuto.


Daniel Centeno (Los Mochis, Sinaloa, 1991). Autor de Puerta cerrada (Paraíso Perdido). Ganador del XXXV Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción con el cuento Noturo. Mención honorífica en el XVI Concurso Nacional de Cuento Juan José Arreola. Ha publicado en las revistas Luvina, Visor, Tierra Adentro, Opción (ITAM), La Cigarra y Rojo Siena. Becario del FONCA (2017-2018) en la categoría de Cuento.

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