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(Especial para Axxón) – blogs.clarin.com/mdossantos/


Una interesante nota de Laura Spinney en The New Scientist da cuenta de que los seres humanos tenemos cinco cosas que en realidad no necesitamos, refiriéndose concretamente a supuestos atavismos o resabios evolutivos anatómicos y fisiológicos.

Definimos a un «órgano vestigial» como una estructura anatómica que supo tener una función pero ya no la tiene. Clásicamente se mencionó siempre el ejemplo del apéndice, a pesar de que hoy en día algunos siguen discutiendo si en realidad posee una función o no. La pelea no es bizantina: los creacionistas se niegan a aceptar que haya tales cosas como órganos vestigiales, ya que hacerlo equivaldría a aceptar la evolución. Si existen los unos, por supuesto que existe la otra, y los creacionistas no pueden admitir esto.

 

Los órganos atróficos o vestigiales han cautivado la imaginación de la gente durante siglos. Como expresé en un artículo anterior, el hecho de que poseamos tres músculos para mover unas orejas que permanecerán inmóviles no importa cuánto lo intentemos, nos parece una incongruencia de la naturaleza, porque estamos acostumbrados a pensar en ella como si fuese una fuerza racional y competente que no se condujese mediante el método del ensayo y del error. Es cierto, no debieran existir los órganos vestigiales (dispendio de tiempo y recursos evolutivos) pero, con ese criterio, tampoco deberían existir los genes mutantes patológicos que causan la diabetes, la FOP o el Síndrome de Proteus.

En 1893, el anatomista alemán Robert Wiedersheim confeccionó una lista de 86 supuestos «órganos vestigiales» humanos, los cuales, dijo, «Tenían anteriormente mucha mayor significación fisiológica que la que tienen ahora». Debe reconocerse al pobre germano que los medios técnicos de su época no le permitían definir con claridad las funciones de muchas estructuras. Como además él era anatomista y no fisiólogo, las cosas que no tenían una función obvia iban a parar a su lista.

 


Glándulas «vestigiales»

 

Así le fue: su reporte incluye como «vestigiales» a la hipófisis (que secreta nada menos que la hormona del crecimiento, la prolactina, la tirotrofina, la corticotrofina, la hormona folículoestimulante, la luteinizante, la vasopresina y la oxitocina), los tres dedos más pequeños del pie (¿?), las válvulas venosas (sin ellas tendríamos flujo sanguíneo retrógrado), el timo (que produce los vitales linfocitos T), los ganglios linfáticos (no podríamos vivir sin los anticuerpos que fabrican), la pineal que segrega melatonina y las amígdalas y adenoides, hoy demostradas parte de la primera línea de defensa del sistema inmune. Ninguno de los integrantes de la lista de Wiedersheim es hoy considerado vestigial. En fin.

 

El principal problema es probablemente una cuestión semántica. Mientras creacionistas equivocados y evolucionistas en lo cierto se matan mutuamente, un bando negando que los vestigios existan y los otros intentando probar lo contrario, ya hemos visto que muchas estructuras que se consideraban vestigiales hoy tienen funciones conocidas, y por lo tanto no hay que echar mano ni del Gran Arquitecto ni de la Madre Selección Natural para explicarlos. Gerd Müller, biólogo teórico de la Universidad de Viena, declara sin embargo que «La vestigialidad es un fenómeno biológico muy importante». Y el problema semántico aparece de sopetón: «vestigialidad» e «inutilidad» son dos conceptos muy diferentes. Y da la casualidad de que ni el mismísimo Wiedersheim se atrevió jamás a afirmar que ninguno de sus órganos seudovestigiales fuera inútil. Hoy se sabe que un órgano vestigial puede haber retenido una o varias de sus funciones originales (sería vestigial pero no inútil) o haber desarrollado otras nuevas (con lo que dejaría de ser vestigial). Hay, incluso, órganos que no son vestigiales aunque no tengan función en el adulto, habiéndola tenido claramente definida en fetos o bebés.

En otros casos, muy bien (¿bien?) aprovechados por las falacias creacionistas, la situación es bien distinta, pero ellos no atienden razones fundamentadas en la más profunda biología. Esto sucede con las tetillas de los varones, las más manifiestamente inútiles de las estructuras anatómicas humanas. «¿Para qué las tenemos si no es por la Voluntad de un Ser Superior?» inquieren, impávidos. Da la casualidad de que las tetillas no son vestigiales, porque la definición de vestigial exige que el órgano haya cumplido una función alguna vez, y ya se sabe que los hombres nunca dieron de mamar a los bebés. El biólogo evolutivo Andrew Simmons de la Universidad Carleton en Ottawa señala que la pregunta misma es una falacia: «Las tetillas nunca cumplieron ninguna función. Las tenemos porque los fetos de ambos sexos comparten la misma genética básica, y los varones retenemos una característica que es útil en las mujeres pero no en nosotros, por el simple hecho de que conservarla no conlleva ningún costo evolutivo». O sea: para quitarlas habría que hacer un gasto que no tiene sentido, porque no molestan.

 


Tetillas supernumerarias

 

La selección natural busca capacitarnos para sobrevivir. Cuando la capacidad de supervivencia ha sido alcanzada, el organismo sigue reteniendo algunas estructuras no adaptativas ni funcionales, simplemente porque no causan perjuicio pero sí necesitarían un costo adaptativo para deshacerse de ellas. No hay estructuras perfectamente adaptadas a su función o a la falta de ellas. «Y no tiene por qué haberlas», afirma Simmons.

 

Un órgano que se consideraba vestigial es el apéndice cecal. En el Hombre es bastante notorio y muy diferenciado del resto del ciego, tal como ocurre con el de los conejos y los gorilas. Hoy se conoce la función del apéndice: es un «criadero» o «vivero» de bacterias, que evita que sean arrastradas para que las mismas puedan recolonizar el intestino si la flora microbiana se pierde, por ejemplo con el uso de altas dosis de antibióticos.

 

 

Las alas de las aves corredoras son otro buen ejemplo. Los avestruces perdieron la capacidad de volar hace unos 50 millones de años, al desaparecer la necesidad de hacerlo a causa de la extinción de todos sus depredadores. ¿Para qué consumir tanta energía en un vuelo innecesario? Y no han perdido las alas. No, pero están en proceso de perderlas. De hecho, las alas del avestruz ya tienen menos huesos que las alas de un ave voladora, y claramente han perdido las plumas remeras. Cualquier día de estos -en términos evolutivos- estas alas no funcionales desaparecerán. Las tetillas de los machos y las alas del avestruz son muestras de que la selección natural, con todo y no ser perfecta, sí es económica. Nada de todo esto es raro ni sorprendente, y por supuesto no es un problema, salvo para los creyentes en el diseño inteligente, los omnipresentes creacionistas. Porque todas estas estructuras solo son pruebas fehacientes de nuestro pasado evolutivo, y nada más que eso.

 

La lista de Laura Spinney -justo es reconocerlo- configura el Top 5 de los candidatos más probables a ser estructuras o funciones innecesarias. Y como el tema es interesante, pasaremos a discutirlos uno por uno.

 

El órgano vómeronasal

Ya conocemos al órgano de Jacobson: hemos hablado extensivamente de él en un artículo anterior. En los roedores y demás mamíferos, el órgano vómeronasal (OVN) detecta y procesa las señales químicas que llamamos feromonas, casi exclusivamente relacionadas con la reproducción y la función sexual. En los reptiles, le sirve como «radar» para detectar y seguir el olor de una presa.

¿Y en los humanos? No parece servir para nada, porque no tiene neuronas olfatorias, no está conectado neurológicamente con el resto del cerebro y parece más bien un órgano aislado, tanto anatómica como fisiológicamente, del resto del sistema nervioso. De hecho, ni siquiera contiene los genes que, en el olfato, determinan la producción de receptores químicos que se transforman en impulsos eléctricos. ¿Es entonces un órgano vestigial?

 

 

No parece. El Hombre tiene una fuerte reacción no olfatoria hacia las feromonas del sexo opuesto. No es consciente de haber olido nada, pero hay un cambio de humor muy notable, se excita sexualmente y sufre toda una serie de cambios fisiológicos que hacen posible el acto sexual. Todo esto está perfectamente demostrado.

Hoy se piensa, aunque faltan hacer aún algunas pruebas, que el OVN no está conectado por neuronas al resto del encéfalo porque no necesita estarlo. Tal parece que es además un órgano endócrino. Cuando detecta feromonas, simplemente se comunica químicamente con el resto del cuerpo, secretando una o varias hormonas que producen las modificaciones explicadas.

Antes de catalogar semejante órgano como vestigial, los científicos deberán pensarlo cuidadosamente.

 

La «piel de gallina»

La «piel de gallina» no es una estructura sino un reflejo nervioso, y muchos la han considerado vestigial en el ser humano. El reflejo piloerector depende de pequeños músculos insertos en el folículo piloso que lo hace elevarse y quedar erguido. En pájaros o animales cubiertos de plumas, púas o pelo, este reflejo crea una capa aislante de aire que protege a su propietario de las bajas temperaturas, haciéndole además aumentar su corpulencia aparente para amedrentar a un posible depredador. Los vellos corporales humanos, empero, son incapaces de cumplir ninguna de estas funciones.

 

 

Es por este motivo que la «piel de gallina» humana ha desarrollado una nueva función: no reaccionar al frío ni a la visión de un predador sino a los estados de ánimo y las emociones. Rabia, miedo, odio, amor, todas ellas, en la dosis adecuada, dispararán la erección del vello corporal, lo que sirve de clara señal visual para nuestros congéneres.

Otro candidato dudoso que no debe ser calificado de vestigio así como así.

 

El tubérculo de Darwin

Se trata de un engrosamiento o punta ubicado en el borde de la oreja, más exactamente en el tercio superior del hélix, y se llama así porque Charles Darwin lo describió por primera vez en «El Origen del Hombre».

Los monos lo poseen, y asimismo el 10% de las personas.

El punto de Darwin corresponde, en los animales, a la punta de la oreja, y es gobernado por el mismo gen en ellos y en nosotros. Como nuestra oreja cambió radicalmente de forma respecto de la de los monos, en verdad este tubérculo no cumple ninguna función excepto poner nerviosas a las mujeres que lo poseen. Por lo tanto, se dirigen al cirujano plástico más cercano y le piden que se lo extraiga quirúrgicamente por motivos estéticos.

 


Tubérculos de Darwin en humanos y monos

 

Este tubérculo es en verdad un atavismo (la punta de una oreja en una oreja que no tiene puntas) pero ello no significa que sea un órgano vestigial. Y no lo es porque, como el ser humano no tiene punta de oreja, la aparición de una punta no es un vestigio sino una malformación congénita. Menor, pero malformación al fin. Tres a cero.

El cóccix

El tan famoso «huesito dulce» con que llega a su fin nuestra espina dorsal, es un órgano vestigial si se lo considera un resto de la cola de los demás mamíferos. Pero, una vez más, en nosotros ha tomado una nueva función: es el punto de inserción de los músculos que mantienen nuestro ano en su lugar. Si no tuviésemos cóccix, el ano se nos caería y deberíamos andar siempre levantándolo del suelo, una situación bastante vergonzosa, sobre todo cuando el orificio en cuestión no está limpio a un correcto 100%.

 


Niño con cóccix hiperdesarrollado («cola»)

 

El coccix humano está formado por la fusión de entre tres y cinco huesos, y no es infrecuente que un niño nazca con esta estructura superdesarrollada, es decir, con cola. La misma le es amputada sumariamente. Pero estamos, una vez más, hablando de una malformación, porque los seres humanos normales no tienen cola.

Tampoco. El coccix tampoco es un órgano vestigial.

 

Las muelas del juicio

En realidad nuestros terceros molares, son piezas dentarias presentes en todos los primates. El antropólogo Peter Lucas de la Universidad de Washington manifiesta que son resabios evolutivos. A medida que los primates reducen el tamaño de la mandíbula, se van quedando sin espacio para alojar a los terceros molares. Esto hace que crezcan más pequeños y débiles, hasta, de hecho, ser no funcionales para la mayoría de las personas. No mastican porque no hacen contacto con sus homólogos superiores o inferiores.

 


Muelas del juicio problemáticas

 

En realidad, al 35% de las personas ni siquiera les aparecen, por lo que parecemos estar en el camino evolutivo correcto para deshacernos de ellos, por lo que, de todos los que hemos hablado en este artículo, las muelas del juicio son los únicos órganos vestigiales demostrados que poseemos los humanos.

Es decir: hay una única cosa que no necesitamos.

 

 

MÁS DATOS:

 

Jacobson, el órgano vómeronasal Divulgación de Axxón

 

 

2 Respuestas a “«¿Cinco cosas que ya no necesitamos?», Marcelo Dos Santos”
  1. Cuervo dice:

    No se quien eres. Pero tenemos órganos vestigiales.

    Te olvidas del apendice, que perdió toda función pràctica..

  2. Miguel dice:

    Hola Marcelo. Te he buscado en FB y quizá estés pero casi me alegraría que no hubieras caido en ese policial sitio web.
    QUerria hacer algunas correcciones ortográficas a un magnífico artículo que publicaste para axxon quizá hace una pila de años pero no puedo encontrar la fecha, solo tengo este enlace http://axxon.com.ar/rev/193/c-193divulgacion.htm y quería saber si hay alguna dirección a la que enviartelas.
    Quizá comentándolas aqui? Por favor, no dudes en usar mi correo para respoderme si asi lo estimas oportuno.
    Felicidades por tu trabajo y saludos

  3.  
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