Una colisión interplanetaria colosal no suena como una cosa buena… pero sin ella, las cosas podrían haber resultado muy diferentes
A cien millones de años en la vida del Sol, el polvo que sobró de su formación se ha ido coagulando gradualmente en cuerpos en órbita en el Sistema Solar naciente. Hay pequeñas bultos rocosos cerca del Sol y cuerpos más grandes, más helados, en el profundo frío exterior. Hasta ahora, sin embargo, hay poco que distinga a la tercera roca desde el Sol de cualquiera de las otras.
El Sistema Solar en el que se encontraba la Tierra bebé era un entorno inestable, lleno de trozos de roca zumbando por ahí en órbitas irregulares. Hace unos 4.500 millones de años, uno de ellos, un cuerpo del tamaño de Marte, aporreó a nuestro planeta. El resultado fue una completa reorganización. Algo del material de impacto se sumó al planeta, y el resto fue lanzado en órbita junto con los pedazos de la Tierra que fueron desplazados por la colisión, y allí se formó la Luna.
No suena como un acontecimiento particularmente propicio. Pero por suerte, el resultado fue un satélite anormalmente grande en comparación con su planeta madre. No hay nada que se le parezca en el Sistema Solar, donde los satélites son cuerpos relativamente pequeños que, o se formaron por una lenta acreción de los desechos en órbita, o fueron capturados al pasar. En otros lugares, la historia parece similar. Colisiones gigantes en otros sistemas solares producen abundante polvo, visible para el Telescopio Espacial Spitzer, que observa el infrarrojo, pero aunque se han encontrado algunos sistemas polvorientos, las colisiones suficientemente grandes como para producir algo parecido a la Luna parece que ocurren tan sólo en un 5 a 10 por ciento de los sistemas solares; y la cantidad de casos en que esto ha sucedido es mucho menor aún (The Astrophysical Journal, vol 670, p 516).
Porque el tamaño de la Luna ofrece un firme sostén gravitacional que ayuda a estabilizar la inclinación, o «oblicuidad», del eje de la Tierra. Esto impide que se produzcan cambios excesivos en el patrón de calentamiento solar en la superficie del planeta, que podrían dar lugar a cambios climáticos extremos, incluyendo períodos frecuentes en los cuales todo el planeta se congele. Esto es una gran cosa para nosotros. «Las condiciones podría ser perjudiciales para la la vida compleja basada en tierra, si no hubiese Luna y la oblicuidad variase significativamente», dice David Spiegel , un científico planetario en la Universidad de Princeton.
La Tierra podría haber engendrado vida sin su luna enorme. Incluso con una superficie helada, el agua bajo podría ofrecer un hábitat decente para las criaturas del mar, dice Spiegel. Sólo que es poco probable que estuviésemos nosotros allí para apreciarlo.
Fuente: New Scientist. Aportado por Eduardo J. Carletti
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