Conectados a la tecnología y desconectados de la vida real, ¿problema o progreso?

«Para mucha gente joven, lo que está ocurriendo en sus pantallas es más importante que lo que pasa justo a su lado, si bien la mayoría está conectada con gente que conoce en el mundo real»

«Alone together«. Juntos, pero solos. Es el término acuñado para definir la nueva dimensión relacional del hombre que traen consigo los jóvenes. Lo vemos a cada momento en esta vida mediada por internet: ocupamos un espacio físico, pero nuestra atención está en nuestra pantalla.

Aún gran parte de la sociedad ha vivido de otra manera y podría reflexionar sobre el cambio, pero para los adolescentes es natural estar en dos realidades a la vez. Ahora bien, son «más superficiales», advierte el filósofo José Antonio Marina. «La ausencia de pensamiento crítico razonado es preocupante», afirma.

«Para mucha gente joven lo que está ocurriendo en sus pantallas es más importante que lo que pasa justo a su lado, si bien la mayoría está conectada con gente que conoce en el mundo real», señala Carrie James, investigadora de la conducta juvenil en internet, que ha publicado un libro llamado Desconectados. Pero, lejos de darle la espalda desde el mundo adulto, en su opinión, debemos hacer por acercarlo, «por ejemplo, en la escuela, donde puede utilizar mucho contenido que los jóvenes comparten en las redes».

«Recuerdo cuando era difícil no saludar al llegar a un sitio», decía el australiano Brendan Spillane durante el Congreso Internacional de Pensamiento (ICOT), que se acaba de celebrar en Bilbao con la participación de grandes expertos que han reflexionado sobre los desafíos del llamado Homo digitalis. Spillane cree que «nos echamos de menos los unos a los otros» y que debemos preguntarnos «hasta qué punto queremos ser aumentados o modificados por la tecnología». ¿Nos dejamos algo por el camino?

James, miembro del Proyecto Zero de Harvard, ha detectado que, si bien internet pone a nuestra disposición un mundo de conocimiento muy amplio, «la inclinación de los jóvenes es a pensar de manera muy estrecha, a centrarse en ellos mismos y en gente muy cercana, conocida en la vida real».

Miedo a quedarse fuera

Otro factor destacable es la dependencia de esa vida paralela en las redes sociales. En EEUU un sondeo reveló que muchos jóvenes estaban «exhaustos» por el uso de las redes sociales, pero sentían que no tenían otra opción. Le llaman FOMO: Fear of Missing Out, o miedo a perdérselo, a quedarse fuera.

A muchos les causa una presión tal que duermen con el móvil bajo la almohada. «Son capaces de ver que no es bueno, pero no pueden parar. Es como una adicción«, describe la investigadora. «Es muy importante para su identidad. Todo el mundo está ahí. Si estás fuera estás perdido. Si no estás y alguien publica algo sobre ti, no puedes responder. Es como un trabajo a tiempo completo». Y admite: «Es perder el control sobre la propia vida».

Tanto es así que algunos jóvenes y adultos van a campamentos sin tecnología, que les obligan a relacionarse cara a cara nada más. ¿Nos volvemos más incompetentes para sociabilizar en la vida real, cara a cara? «Absolutamente», contesta. Y pone el ejemplo de las apps que existen para conocer gente y romper. «Externalizan» la comunicación en las relaciones íntimas.

«Ceguera ética»

La investigación de James profundiza en la modificación de los valores éticos de los jóvenes en la red y ha detectado en muchos de ellos lo que denomina «ceguera ética» en algunos puntos, como por ejemplo, en relación con la piratería, la descarga de archivos ajenos o el copy/paste. Muchos jóvenes, cuando se les pregunta si les preocupaba esa conducta, responden que sólo en cuanto a la posible entrada de virus en el ordenador. Nada más. «Sienten demasiado lejano» al autor y, por tanto, los efectos que pueda causar lo que hagan con su obra.

También en EEUU una encuesta reveló que a la gente le preocupaba menos hacer un copy/paste de internet que hacerlo de un libro. «Les parecía diferente».

El profesor Gabriel Bailly-Bailliere, coordinador TIC del grupo educativo COAS, explica cómo han tenido que modificar su programa de Educación en Valores para abordar todo este tipo de actitudes y conductas. En ese caso, «se les explica a los alumnos, con casos prácticos, que está muy bien que el conocimiento esté compartido, pero si quieren usarlo deben citar la fuente».

Sobre la diferencia entre el contenido material y en red, el consultor de innovación educativa Ewan MacIntosh cuenta una experiencia bien distinta: su empresa llevó a cabo un proyecto para trabajar la creatividad con niños de un hospital y encontró que, si bien todos los trabajos se hicieron con tecnología mediante, los niños se sentían orgullosos del resultado cuando se imprimió en revistas de papel, pero no sentían tanta emoción con lo que se publicaba en formato digital. El niño, pese a vivir de manera natural en un entorno digital, se vinculaba más intensamente con lo tangible. En opinión de MacIntosh, al menos el sector educativo ha convertido la tecnología en un fetiche. En muchos ámbitos, acabamos usándola porque nos viene impuesta.

Volviendo a la Ética, Carrie James admite que el uso de la tecnología «nos aleja de valores comúnmente aceptados hasta ahora, pero no tendría que ser así por la tecnología. La tecnología no lo causa. Dificulta el pensamiento ético. Pero la causa principal es que la gente joven no se para a pensar: ¿debería hacer esto?»

Por suerte, ella ve adolescentes que empiezan a ser conscientes de algunos problemas éticos, sobre todo en relación con la privacidad y se ponen de acuerdo en no compartir fotos, por ejemplo.

Mayor participación

Pero James incide también en qué sentido la tecnología está teniendo efectos positivos. Al menos entre los jóvenes está contribuyendo a aumentar su participación social y política. En opinión de José Antonio Marina, que también lo ha comprobado, eso viene favorecido por el anonimato que favorece la red, pero duda de que, si tuvieran que implicarse personal y directamente en una causa, fueran igual de activos.

La investigación de la estadounidense ha descubierto cómo últimamente los jóvenes empiezan a cortarse más a la hora de expresarse por miedo a cómo sus opiniones puedan afectarles en el acceso a un trabajo o a la universidad.

El trabajo

En la vida laboral, es obvio cómo la tecnología nos ha cambiado: el trabajo va en nuestro bolsillo, está en la mesa mientras cenamos, incluso en la mesilla de noche. Pero hay algo en lo que todavía los aparatos son secundarios. Según la reflexión de MacIntosh, cuando el hombre tiene que crear algo grande, algo importante —sobre todo en el mundo del diseño y la publicidad—, se reúne con otras personas en una sala grande con pizarras llenas de notas y paredes llenas de postits. En la escuela, asegura, eso también funciona mucho mejor que la tecnología para implicar a los alumnos en el proceso de cualquier cosa. En cambio, Carrie James cree que las nuevas generaciones no necesitarán tanto esos espacios físicos y podrán resolver cualquier proceso creativo y discursivo en los espacios virtuales que crea la tecnología.

La información

Nuestra relación con la información es otra de las cosas que ha cambiado. El neuropsicólogo americano Robert Swartz, fundador del Congreso Internacional de Pensamiento, observa que la tecnología per se «no ha cambiado el funcionamiento de nuestro cerebro». Pero la disponibilidad de información sí ha modificado nuestras actuaciones y actitudes en relación con ella.

Antes, la información había que buscarla y ello implicaba tiempo y, a veces, desplazamientos. «Ahora llega a nosotros de manera muy rápida». «En Google tienes varias opciones y saltas de una a otra rápidamente», dice. Eso, asegura, «ha cambiado el hábito que teníamos de leer, parar de leer y pensar en lo que uno está leyendo». «No se procesa la información tan bien. La tendencia es a absorber sin pensar. No te das cuenta de si eso es lo que necesitas saber, o de si es una información precisa. Lo aceptas sin hacerte preguntas».

Swartz, fundador del National Center for Teaching Thinking de EEUU, también destaca que ahora «almacenamos mucha menos cantidad de información» porque su disponibilidad hace innecesaria su retención.

Hace una semana, el filósofo Emilio Lledó advertía en estas páginas sobre cómo «la utilización de pequeñas informaciones puntuales nos hace sentir informados». Si confundimos eso con el conocimiento, «podemos volver a la caverna de Platón», alertaba el académico.

 

 

¿Es la pantalla la pared de la cueva platónica? ¿Lo que vivimos a través de ella son sombras? Porque para los jóvenes, como apunta James, es la realidad pura y dura.

En lo que coinciden los investigadores y pensadores consultados es en que la puerta por la que entrar y salir de la hipotética caverna viene determinada por nuestra capacidad de reflexión, de ser críticos, de cuestionar y de frenar, a través de todo eso, la creciente impulsividad e instantaneidad de las cosas que hacemos y decimos.

Fuente: El Mundo y otros medios en Internet. Aportado por Eduardo J. Carletti

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