El paralelismo evolutivo en cerebros como el nuestro y el de unos insectos que apenas tienen una mínima organización social impacta a los científicos
Es fácil pensar en los insectos, con sus cerebros del tamaño de una cabeza de alfiler, como autómatas que llevan a cabo sus tareas de manera robótica. Pero un descubrimiento sobre el cerebro de una humilde abeja de la familia Halictidae (que se conoce en inglés como «sweat bee» —abeja del sudor— porque es atraída por el sudor humano) no sólo pone de relieve la complejidad del cerebro de los insectos, sino que también ayuda a responder una de las grandes cuestiones de la evolución humana: ¿por qué tenemos cerebros tan grandes?
La inusual estructura social de las abejas ha permitido a los biólogos recoger algunas de la mejores evidencias de que vivir en una sociedad puede aumentar el tamaño del cerebro.
En el panteón de los insectos sociales, las abejas del sudor (Megalopta genalis) tienen una posición inferior. Sus micro-sociedades se componen de sólo dos individuos, una reina y una sola obrera. También pueden vivir por su cuenta, y esta capacidad de cambiar entre un bien social y un estilo de vida solitaria las hace valiosascomo modelos para el estudio de la evolución del cerebro.
Esto es porque muchos biólogos evolutivos creen que el aumento del tamaño del cerebro en relación con el tamaño corporal en los animales como los primates fue impulsado por las exigencias de la vida en sociedad. Esto se conoce como la hipótesis de la inteligencia social —o maquiavélica—.
Setas en el cerebro
William Wcislo, del Instituto Smithsoniano de Investigaciones Tropicales en Balboa, Panamá, y sus colegas, hiceron la disección del cerebro de unas reinas de abejas del sudor, obreras y también en individuos antisociales, y midieron el tamaño de un área llamada «cuerpo seta». Los trabajos sobre las abejas han demostrado que esta región integra la información del resto del cerebro y está asociada con el aprendizaje y otras funciones de la memoria.
Los investigadores encontraron que los órganos seta eran mayores en las reinas de abejas el sudor de lo que se observaba en las abejas obreras y las antisociales. Esto demuestra que las partes del cerebro que están involucradas en las funciones superiores de la cognición, como el aprendizaje y la memoria, están más desarrollados en las abejas reina que en sus subordinados. También indica que la dominación produce diferencias en el tamaño del cerebro en las abejas del sudor.
Wcislo y sus colegas concluyen que las presiones de la vida social, y en particular el tener que mantener el dominio sobre un subordinado, es lo que está impulsando el aumento de tamaño del cerebro de estos insectos. «Incluso en el grupo social más simple posible, las demandas cognitivas ayudan a dar forma a la evolución del cerebro», dice Wcislo.
Estos experimentos son los primeros en probar la hipótesis de la inteligencia social, comparando el tamaño del cerebro de los animales pertenecientes a una misma especie. Las comparaciones anteriores de diferentes aves y primates mostraron que los animales más sociales tienden a tener cerebros más grandes. Sin embargo, muchas otras diferencias entre las especies también podrían influir en el tamaño del cerebro.
Desarrollo aumentado
Sean O’Donnell, de la Universidad de Washington, Seattle, que trabaja en el desarrollo del cerebro en los insectos sociales, incluyndo las abejas del sudor, dice que esta es la primera vez que se ha demostrado que la participación en un grupo social está asociada con el aumento del desarrollo del cerebro.
«Las interacciones sociales parecen imponer importantes desafíos cognitivos que se deben cumplir por un aumento de la inversión en ciertas regiones del cerebro», dice.
Es emocionante, agrega O’Donnell, que se encuentren patrones comunes en materia de desarrollo del cerebro y la estructura de la sociabilidad entre dos abismos de tiempo evolutivo.
«Las similitudes en la relación cerebro-conducta indican algunos profundos puntos en común que pueden haber sido alcanzados por mecanismos distintos», dice.
Referencia de publicación: Proceedings of the Royal Society B, DOI: 10.1098/rspb.2010.0269
Fuente: New Scientist. Aportado por Eduardo J. Carletti
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