Aves raras V: Rodolfo Contín

José Altamirano

Rodolfo Héctor Contín y quién te escribe, pichón de ave rara que tal vez al momento de leerme expongas el plumaje disponiéndolo para el primer vuelo de prueba fuera del tibio y engañoso nido de la autocrítica, tienen en común algo que excede la mera amistad. Comparten, además del gusto por este género literario, una pasión donde el éxtasis discurre por la pureza espiritual de un amor que no conoce de barreras y...

¡Epa! ¿qué manera de pensar es esa? ¿que Rodolfo y yo...? ¡Noooo! Mejor aclaro el comentario. Lo que quiero decir, es que con Rodolfo... (¿Cómo? ¿Que esta vez me fui por las ramas no bien empezar? No lo creo, pero de todos modos la observación de un director amerita cuanto menos una pausa para releer la introducción.)

...Y sí; no he respetado la rutina exigida por la revista, cuál es la de comenzar la nota con algún comentario que, dictado por la poca o mucha experiencia, pueda ser útil al pichón de escritor a quién va especialmente dirigida.

Mas pierde cuidado que no te dejaré con la espina. Volveremos a ella no bien cumplido el objetivo de la nota y para ello, menester es comenzarla. ¿Recuerdas, pichón, en la nota anterior las palabras de Andrés Urtubey referidas a la importancia que tiene vencer el pudor de dar a leer lo escrito a personas idóneas? Es más importante de lo que crees. Podrás decir que te basta con la autocrítica y que nadie es más despiadado que uno mismo para juzgar el propio trabajo. Y yo te diré que eso se parece mucho a un autoengaño inconsciente y te daré las razones.

Si escribes —un cuento, por ejemplo— el único que está verdaderamente empapado con el argumento, con el devenir de la acción, con los fundamentos de los personajes y con las motivaciones del relato, eres tú. En alguna parte hay un hipotético lector que es el destinatario natural de lo que escribirás y a él le debes respeto por el tiempo que te dispensará (y con esto me pongo en contra a una buena cantidad de escritores, aficionados o no.) Ese lector, que para mí es imprescindible para establecer una simbiosis sin la cual tendría la certeza de estar trabajando al pedo, necesita de la luz suficiente para que el argumento no le sea oscuro. Precisa "ver" la acción para formarse una imagen hilvanada, debe creer en la verosimilitud de los personajes para otorgarles carnadura y la motivación que tuviste al escribirlo necesita de la coherencia que se encuentra en la lógica, por más que esa lógica sea extraña o fantástica y se dé cabezazos con lo conocido.

En una palabra, el cuento debe ser un objeto que pueda ser asido por el entendimiento del lector sin que se le escurra por grietas o fisuras abiertas por un signo de interrogación.

En otra palabra, los cabos sueltos y las situaciones muy enmarañadas confunden al lector y dispersan la poca o mucha atención que le presta al relato. Y salvo en algún caso específico, no tendrás oportunidad de explicar oralmente lo que no supiste expresar con la escritura.

...Y permíteme una palabra más, ya que la redundancia muchas veces no está de sobra: te puedo resumir la parrafada anterior con un consejo de oro que me regaló un escritor que me enseñó mucho: Sergio Hartman.

"Un cuento" me dijo en ocasión de solicitarme la enésima reescritura de un relato corto, "debe sonar al oído del lector como suena un golpe dado con la uña sobre un cristal noble: claro y sin disonancias. En un trabajo corto no hay lugar para el error, ni tiempo para que el lector lo olvide y te lo perdone."

Es necesario para un aficionado dar a leer un trabajo antes de presentarlo. No a cualquier persona, amigo o familiar. La sinceridad de quién lo lee es tan importante como la aceptación y reconocimiento de los puntos oscuros. Ojo, puntos oscuros y no formas de expresar la situación, ya que eso pertenece al terreno del propio estilo y allí eres dueño.

¿Un recordatorio para dar por terminado el asunto y pasar al personaje del mes? Si lo que escribes es ciencia-ficción, tienes un lugar donde recabar una opinión sobre tu trabajo. Que tal vez no será para nada benévola, pero tampoco hiriente, injusta o vertida con mala leche. Ese lugar es Axxón y te pertenece desde el momento en que se te ofrece en cada número. Es tuyo, usalo.


Rodolfo Héctor Contín vive en Loma Hermosa y es Director de Arte de Axxón. Sus tapas e ilustraciones le han valido no pocos premios y si bien no escribe ciencia-ficción, el género lo fascina. Es un lector compulsivo, capaz de leer un libro por día y si le queda algo de tiempo y tiene un interlocutor a mano, hablar obsesivamente de computación, aunque el interlocutor sea una persona como yo, para quien la computadora se circunscribe a un programa de escritura y dentro del mismo, a una media docena de aplicaciones específicas; no más sino se me embrolla la cosa.

Hacerse una idea de quién o qué cosa es Rodolfo no es nada fácil para el que no lo conozca, aunque tal vez con lo que siga (verídica anécdota) logre ilustrártelo en parte. En el bar de San José 05, siempre evito sentarme a solas con Rodolfo. Conociéndolo, sé que no mucho más allá del saludo y alguna breve alusión al amor compartido, comenzará a hablarme de su obsesión, por más que le haya repetido hasta el cansancio que para mí la computadora es sólo una máquina de escribir con pantalla en vez de papel.

Resulta que cierta vez, me encontraba sentado y en soledad a la mesa del boliche de San José 5, esperando el abarizaje del resto de los pajarracos y abocado a la concienzuda tarea de revolver el azúcar del cortado que me acababa de traer el Gallego, cuando siento que alguien arrastra una silla frente a mí y toma asiento. Levanto la vista y me encuentro con la sonriente cara llena de pelos de Rodolfo.

—¿Qué tal, José?

—¿Qué tal, Rodolfo?

—Bien, salvo por el drama de...

—No me hablés de eso que me da ganas de llorar. Contame algo bueno.

—Te cuento algo grandioso, entonces. ¿Sabés que ayer me pasé la tarde buscando la manera de insertar un hipervínculo dentro de un campo con referencias cruzadas?— me soltó de manera totalmente previsible.

—Haaá, mirá vos, que interesante. —(Siempre que no entiendo un joraca de lo que me hablan pongo cara de interés para no pasar por un ignorante total y respondo con la misma boludez de compromiso.)

—Más bien que es interesante, macho. Pero mirá que sonsera: cazás un algoritmo que sea capaz de otorgar una frecuencia sincrónica a las autoformas de un archivo editable y configurás las tabulaciones de manera tal que el control de cambios active un macro. ¿Qué tenés?

Me trago el cortado para saber al menos que no tengo un café frío entre las manos y hacer tiempo para que Rodolfo se conteste a sí mismo. Pero no, el guacho me mira adelantando expectante el rostro e insiste:

—¡Dale, che! ¿Qué tenés, ha? Pensalo un poco, José...

Como no quiero hacerlo esperar hasta que las ranas muten y sean unas cosas peludas y con dientes, frunzo el entrecejo y apoyo el mentón en la palma de la mano, como vi en una reproducción de la escultura de un tal Rodín, creo. Chasqueo la lengua dándome por vencido y meneo la cabeza con pesar:

—¿Sabés que no caigo, Rodolfo? Pasa que hoy ando medio lenteja...

—¡Tenés un 0,789% Ram de ahorro!

Lo miro y digo, con el debido tono admirativo:

—Mirá vos. ¡Sos un genio, Rodolfo!

El responde haciendo un ademán con la mano, como restándole importancia.

—Bah, no es nada. Cualquier idiota lo puede hacer.

Y, suerte para mi ego, para entonces ya arribaron algunos especímenes que graznan en su propio idioma. Con un mínimo de sutileza, lo dejo con ellos y me arrimo donde Andrés o Waquero: para enterarme de las últimas andanzas de Superman o para sufrir una charla escatológica, cualquier cosa es preferible. (Sufrir es lo que viene a continuación: una nota realizada a pura aproximación e instinto. ¡Qué Asimov me ayude!)

—Rodolfo, ¿tu obsesión por la computación nació a causas de un acontecimiento en particular o sos loco de nacimiento?

—Nació el día en que un amigo regresó de un viaje que hizo a Inglaterra, trayendo consigo una antigua Sinclair de 2 K de Ram (eso fue lo que entendí). La vi y se la requisé, se la pedí prestada o se la robé, como vos quieras. Primero la miré, la admiré, palpé sus formas y después la amé desesperadamente. Fue algo hermoso, fue sentir que mi vida, mi mundo, todo, había cambiado para siempre, que nada sería ya igual y que estaba asistiendo a un cambio en mi existencia, un cambio en la cultura, algo totalmente nuevo. Una bisagra que abría la puerta a un acceso inédito, un camino nuevo a transitar.

—Cómo empezó tu relación con Axxón?

—Como no podía ser de otra manera, dibujar en la computadora me apasionó no bien nació la posibilidad. Bueno, resulta que cierta vez me encontraba parado en un kiosco mirando las tapas de las revistas, cuando el viento volvió las páginas de una "Fierro" y las detuvo en un dibujo que inmediatamente reconocí como realizado en computadora. Pertenecía a un artículo donde se informaba que Eduardo había creado a Axxón. Me puso muy contento encontrarme con que al menos había otro que compartía mi gusto por el dibujo en computadora, así que le escribí una carta a Eduardo, lo conocí y aquí estoy.

—¿Dibujar en computadora entra en la denominación general de arte?

—Sí, seguro. Yo me considero un artista, de eso no tengo dudas. El hecho de que existan artistas que dibujen con lápiz, témpera u óleo no quita la existencia de quienes dibujamos con computadora. La máquina no es más que otra herramienta que se suma al arte, como el lápiz o el pincel. Además formo parte de una familia donde la palabra arte es amplia. Mi hermana es Maestra Nacional de Artes Visuales...

—¿Maestra?

—Su título dice eso... te decía: tengo una hermana que es bailarina, otra instructora de teatro. Todos están relacionados de alguna manera con estudios formales de arte, menos yo.

—¿Por qué? ¿No hay algún movimiento en el mundo del arte que contemple el dibujo por computadora?

—Sí que hay, he visto muchos trabajos al respecto. No es que yo dibuje por estar en Axxón. Estoy en Axxón porque en la revista tengo la posibilidad de dar a conocer mis trabajos. Claro que debo reconocer cierta segregación o mejor dicho, desubicación respecto al resto del mundo artístico. Es que si dibujás en el ámbito computacional, lo que hacés es arte, pero cuando intentás pasar al ámbito artístico, te dicen que lo que hacés es computación.

—¿Es que el arte convencional no reconoce como parte al dibujo por computadora?

—No es que no lo reconozca. Pasa que el arte a través de la herramienta llamada computadora no se ha concretado en hechos relevantes dentro del mundo artístico.

—¿Dibujar con computadora sigue las pautas rígidas que dictan las fórmulas matemáticas o es necesaria la inspiración artística?

—Para dibujar con computadora o con cualquier otra herramienta, necesariamente necesitás de la inspiración.

—¿Observás alguna rutina a la hora de convocar la inspiración?

—Trabajo por obsesión. Hay motivos que me atraen y me obsesiono con ellos y los dibujo hasta ver que mi obsesión se realiza o cambia de rumbo. Hay motivos que para realizarlos necesito un año o más. Para nada la cosa pasa con sentarse frente a la máquina e idear la fórmula matemática que lo lleve a cabo.

—¿Cómo se dibuja una tapa de Axxón?

—Hay varias maneras. Algunas de las tapas surgen a partir de un dibujo donde miro como se mueven mis manos y después trato de imitar con fórmulas ese movimiento

—¿Imitar con fórmulas matemáticas el movimiento de...? ¿¡Cómo carajo te pensás que puedo explicar eso?!

—Y... así, je (se encoge de hombros) Por ejemplo, mirando el movimiento de mi mano que dibuja una palmera... Quería dibujar una palmera, ¿entendés? (no entiendo un soto)

—¿Hiciste una palmera a partir de una fórmula que ideaste mirando el movimiento de la mano?

—No precisamente. Mirá; el dibujo no tiene que estar necesariamente definido. Utilizás un algoritmo o una fórmula si querés llamarlo así, para que ese algoritmo te dibuje lo que deseés, en este caso una palmera.

...Claro que esto me plantea ahora una duda existencial: no estoy seguro de si estoy aprendiendo a dibujar en la computadora o si, por el contrario, le estoy enseñando a dibujar a la máquina.

(¡Peligro!, me estoy metiendo en un pantano tecnometafísico del que no sé si saldré. Tironeo a Rodolfo de la barba para atraerlo a la realidad de la nota)

—Siempre pensé que las tapas de Axxón eran aleatorias...

—Son aleatorias en cierta medida. El caso es que podés hacerlas totalmente aleatorias, pero si insistís con ese método, el que las ve se va a cansar pronto de dibujos que surgen al azar desde un algoritmo. Se cortaría la comunicación que debe existir entre el dibujante y quién recepciona el dibujo. Podés comunicarte con líneas y elipses y también con los colores, pero también es necesario lo figurativo. Llega más que lo meramente abstracto. Claro está, en lo figurativo tenés que imponerle limitaciones a la fórmula, ya que si le das demasiada libertad para que dibuje, por ejemplo una cara, la máquina te dibujará algo que se parecerá muy poco a una cara. Por el contrario, si la restringís demasiado, te dibujará una cara demasiado simple. Lo importante es encontrarle a la fórmula el punto justo.

—¿Qué tiempo demanda una tapa de Axxón?

—Depende. Algunas un par de días, otras un par de meses y otras un par de años.

—O sea, que a algunas todavía las estás dibujando.

—Y... sí. Hay un orgullo personal, un afán de perfeccionismo que te lleva a que determinado dibujo no lo puedas terminar. Siempre que lo atacás, ves una manera diferente de perfeccionar la fórmula, de pulir el algoritmo, de pensar los distintos matices el color, la textura... es como escribir. Si a un escritor no le satisface lo escrito y es consciente, lo va a pulir tantas veces como veces crea necesario.

—Hubo tapas de Axxón que cada vez que se abrían mostraban una variación en sus formas, en un número tal que las volvía prácticamente irrepetibles.

—Vos lo dijiste: "prácticamente irrepetibles", porque en realidad, esas tapas que partían de una fórmula aleatoria son finitas, dependen de la capacidad del lenguaje de la máquina y del programa que utilicés. Yo uso uno cuyas variaciones aleatorias alcanzan sólo a las 4.000.000.000 de formas, pero hay programas que no paran hasta agotar las variaciones posibles.

...Y ahora que lo pienso, mirá que interesante: el hecho de manejar algoritmos aleatorios podría desembocar en una "originalidad masiva", ya que si, por ejemplo, de alguna manera programás un telar con esta fórmula aleatoria, este te brindaría una serie prácticamente infinita de diseños, todos diferentes entre sí, todos originales.

(Y otra vez Rodolfo que amenaza con una peligrosa dispersión, esta vez justo en momentos en que desde la cocina —estamos en un aparte del taller en casa de Aníbal— llega el delicioso aroma de las milanesas de Gladys fritándose. Lo despierto de su ensoñación con un par de amables golpecitos en las mejillas y encaro la parte final de la nota.)

—¿Es verdad que las primeras tapas de Axxón las programabas a mano?

—Verdad. El primer año que colaboré en Axxón no tenía computadora ni acceso a una con capacidad suficiente para dibujar. Las tapas las escribía a mano y se las daba a Eduardo para que las pasara a la máquina. Escribía el programa completo a lápiz y bueno... funcionaba.

—No sé si los lectores se van a tragar esto...

—¿Cómo creés que se programaba antiguamente? Ojo que yo programo desde hace mucho tiempo, desde el año 67, cuando los programas se hacían escribiéndolos en planillas que luego se pasaban a tarjetas perforadas. Para las tapas, pensaba las formas y las transformaba en algoritmos que escribía en papel. No era tan difícil...

(En el comedor, los papeles, libros y videos se descartan a cambio de platos, vasos y cubiertos. Los lobos aúllan de hambre y Alejandro nos conmina a terminar la charla dando significativos golpecitos a su reloj, que marca la 1,15 hs. de la madrugada)

—Yo siempre fantaseo con que al menos un aficionado se interesará por la nota realizada a un escritor, comentarista o, como en este caso, a un dibujante de computadora. Si ese pichón también dibuja, o al menos quiere iniciarse en esta forma de arte y le interesaría ponerse en contacto con vos ¿qué le digo?

—¡Que lo haga sin pensarlo dos veces! Que inicie un contacto a través del correo de la revista, lo recibiremos con los brazos abiertos.

—¿Vamos a comer?

—Vamos.

Las milanesas están buenísimas y el puré que preparó Aníbal, insuperable. Entre las gordas formas de las botellas de gaseosas se destacan las gráciles de un tinto que no está nada mal. Tendría que preguntar quién se ofrece para la próxima nota, pero sé que no me van a dar bola. Mejor los agarro de sorpresa cuando llegue el momento. ¿Tal vez Tatiana? ¿Gladys, el ángel tutelar de nuestros estómagos? Daniel Vázquez promete ser algo desabrido, es el pájaro más normal (aparentemente) de la nidada. Alejandro no se vería mal al horno, con papitas y un buen adobo. Tal vez lo visite a Martín Brunás en su departamento del Borda... ¿qué tal si Carlitos Ferro?

O sea que el próximo invitado será una incógnita, pichón. Nos volveremos a encontrar.

¿Cómo? ¿Que dejé colgada la explicación de cuál es la relación que me une a Rodolfo? Si así parece, es que la censura no dejó pasar el detalle en la ilustración de Rodolfo que preside la nota y que identifica nuestra pasión y sufrimiento... por Huracán, el club de nuestros amores. (Dicen que somos poquitos / pero al globito lo quiero igual... )