La poesía corre siempre el riesgo de cometer incesto con la magia y la religión. Cuando la transgresión se consuma, se convierte entonces en una poesía esotérica, un rito de iniciación en el cual las palabras son a la vez velo y vestíbulo de una verdad que está más allá, en otra parte que no conocen las palabras. El acto de crear, el momento mismo de la creación es, en estos casos, la experiencia más cercana a la mística, que es, por definición, no verbal.
Puede argumentarse que una poesía que solicita el conocimiento de claves ocultas o de guiños cultivados es hermética. Para que la ostra vuelva a abrirse y permita la esperanza de una perla es necesario, entonces, creer. Creer en la experiencia literaria. ¿Qué quiere decir, en este caso, creer? Sospecho, con temor y dudas, que cuando las palabras no nos remiten a un código familiar y domesticado debemos leer en ellas los nombres de un planeta desconocido, nombres para llamar a seres animales y vegetales surgidos tal vez del silicio y no del carbono, piedras desmesuradamente pequeñas para imaginar su peso atroz, rocas ásperas a la vista y dulcemente verdes al tacto, colores que el arco iris ha olvidado.
La alegoría, la metáfora, la utopía y las imágenes expresivas; hacen de la poesía un caldo de cultivo apto para los géneros más al borde (terror, ciencia ficción, literatura fantástica en todas sus formas).
Es mi intención mostrar cómo ciertas escrituras abrieron campos, presentar joyas e inaugurar visiones.
O sea; las primeras, las clásicas, las más osadas y las nuevas. Entre modos distintos de expresarse mediante las palabras; puentes colgantes tendidos sobre lo incierto.
¿Por qué hoy me extiendo en mis prolegómenos y siembro de indicaciones estos rumbos? Pues es que mis invitados no se consideran usualmente escritores del género, y ni siquiera poetas. Pero hay más poesía y horror, valiente horror del ojo clavado en lo fantástico —sublime presa— como pocas veces he conocido.
Arriésguense pues conmigo, por los caminos de Xanadú.
Los dejo en buena compañía...
¡Oh Hombre, presta atención! ¿No es cierto que algo se remueve en el fondo, ahí donde le dejamos un lugarcito a esa superstición llamada "alma"?
Pues este huésped tiene en común con el aludido en nuestra galería de exquisitos monstruos (o sección "derecho de réplica") la traición cometida por su propia sangre. Ya veremos...
Andrea PASTOR, 1999
Hablo de Kafka. Sus noches de asomarse a la pez del alma hasta derramarse en el papel, y luego reunir a sus criaturas malditas bajo llave. Todo ardería con él, mas no se hizo su voluntad. Fue desenterrado, desempolvado, y publicado.
Legado de frío y horror. No son sus fantasmas los del escalofrío, sino los nuestros. La cotidianeidad diurna preñada de oscuridad, que ya vio la luz y fue El Castillo, El Proceso... La Metamorfosis (claro).
Francis PICABIA
Hay un modo único, engendrador, de experimentar toda poesía, gota que oigo caer, veo caer, digo caer. Se trata de luchar duramente con su lenguaje. Si al cabo del combate uno no puede narrarlo con otras palabras y otros gestos, si sentimos que ya no somos el mismo de antes, que algo ha cambiado en nosotros (no importa si creencias, sentimientos o actitudes) entonces quiere decir que la poesía ha tenido lugar, que ocupa ya su lugar dentro de nuestra mente y de nuestro cuerpo.
La ostra se ha abierto. Dentro de nosotros brilla una perla.
—(Mario Trejo, fragmento de "El Combate Verbal - una fábula")