Sacando voces de nuestra cabeza

El diálogo es una parte importante, aunque no imprescindible del cuento. Tiene reglas y cumple funciones específicas, algunas de las cuales están detalladas en el maravilloso libro de Enrique Anderson Imbert Teoría y técnica del cuento.

Veamos sumariamente algunas (*):

  • Organización de la trama.
  • Información y explicación de los hechos a cargo de los interlocutores, con lo que se aligera el material expositivo.
  • Escenificación: similar al teatro.
  • Caracterización: personalidad de los personajes al hablar, o al describir a uno ausente.
  • Excitación a la curiosidad del lector, con pistas, advertencias, promesas.
  • Retrospectiva y presentación: Contar el pasado a la vez que se presenta al personaje.
  • Reducción, en boca de los personajes, de acontecimientos que por estar muy desparramados a lo largo de la trama se pierden de vista: sería, así, una apretada síntesis de la acción.
  • Ambientación: agrega color local, voces características.

Pero, ¿cómo puede escribirse un buen diálogo? A continuación, algunos tips:

  1. Reflexionar: ¿Por qué o para qué estos personajes quieren (o necesitan) dialogar? Hablamos de las motivaciones que llevan a dos personajes en la ficción a entrar en un diálogo. ¿Necesitan intercambiar información? ¿Qué clase de información? ¿Es inevitable que dialoguen porque viven juntos?
  2. Pensar: Para qué necesita el narrador incluir un diálogo (esto se relaciona con lo expuesto aquí (*)). Ésta es una decisión estratégica. Pueden escribirse cuentos sin necesidad de diálogos. ¿Molesta el diálogo el flujo del relato?
  3. También debe pensarse en qué condiciones llegan los interlocutores a ese diálogo. ¿Es la primera vez que dialogan? ¿Hay recelo? ¿Es un diálogo abierto y franco? ¿Qué tipo de emoción embarga a los interlocutores en ese diálogo? ¿Hay relaciones de poder involucradas (uno obliga al otro a entrar en este diálogo)? ¿Hay roles en juego? (diálogos entre un detective y un sospechoso, entre un padre y un hijo, entre un jefe y su secretaria, entre amantes).
  4. ¿Cuál es el escenario donde se desarrolla el diálogo? El entorno a menudo impone un cierto tono a lo que se habla (imagínese un diálogo en una sala velatoria, a cinco metros del cuerpo o, por el contrario, el mismo diálogo dentro de una oficina, o una cancha de fútbol). ¿Cuál es el medio? (diálogo telefónico, chat, carta, cara a cara, por videoconferencia, cada sistema plantea un tono y una forma de dialogar). ¿Hay interferencias y limitantes? (oídos indiscretos, o ruido de fondo, o llamadas telefónicas que hay que atender sí o sí).
  5. ¿Cómo hablan los interlocutores? Una buena ficha de personaje puede ser de utilidad en este caso. Pero, junto con la ficha, es necesario que el escritor interiorice ese personaje: lo escuche hablar.
  6. Los personajes no sólo hablan. Se mueven, dudan, cambian de tono y de emoción en la medida que el diálogo se desarrolla y se revela información. Además, existe un diálogo gestual que tenemos que retratar como apoyatura de lo que los interlocutores dicen.
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Limitaciones en los personajes

Diseñar un personaje es como cincelar un bloque de mármol. Cada vez que establecemos una característica concreta, renunciamos a otras. No diseñarlo (no pensarlo al menos un poco) hace que sus posibilidades sean infinitas y entonces, o bien el escritor termina ajustándose a algún esquema de personaje estándar (el científico loco, el perdedor borrachín, el alumno sabihondo, el músico rebelde, etc.) mil veces retratado y ridiculizado, o bien termina volviéndolo artificioso, y entonces cada acción que ejecuta el personaje parece artificial, poco creíble.

Diseñar es limitar. Y limitar es (irónicamente) dar entidad y autonomía al personaje. Supongamos, por ejemplo, que nuestro personaje Julio, que no tiene demasiadas características definidas o, mejor dicho, potencialmente las tiene casi todas a su disposición, debe visitar a Julia, su novia (Figura 1). Sólo sabemos que Julio es adolescente, que es varón, que tiene novia. Probablemente tomará un taxi y se bajará en la puerta del departamento de Julia. Fin de la historia.

Historia lineal

Juguemos a limitar a Julio. Es adolescente, y por lo tanto decidimos que no tiene ingresos propios que le permitan tomar un taxi. De día estudia, por la tarde colabora con su padre en el negocio familiar, así que sólo le queda la posibilidad de ver a Julia una vez que se puso el sol. Nació en una familia de clase media-baja, y sus padres son estrictos (por lo tanto no aprueban que salga de noche, “para eso están los fines de semana”). Decidimos que Julio es un buen hijo (no quiere desobedecer a sus padres), pero también que es un obsesivo, por lo tanto decide contra viento y marea cumplir con la cita. Sabe que Julia lo espera.

Pongámoslo en acción. Julio discute con su madre, e intenta convencer a su padre para que le permita salir. No lo logra. Aparece el conflicto: ¿Qué hacer? ¿Obedecer al mandato paterno o al corazón? Si escapa, entonces deberá juntar monedas para el viaje en colectivo hasta el departamento de Julia. ¿Las conseguirá? ¿Irá caminando? Es de noche. Viajar de noche siempre tiene sus riesgos. Miremos a través de los ojos de Julio. Mientras camina, o espera en la parada de colectivos, o viaja en el vehículo, ve a otras personas. Algunas son extrañas, otras pueden ser familiares. Clientes de su padre, por ejemplo. ¿Le irán con el cuento?

Por un momento, pareciera que Julio nos dice qué piensa, qué quiere hacer y cómo quiere hacerlo. Es como si Julio eligiera en lugar de hacerlo el escritor. La realidad es que, con sus límites definidos, Julio puede ser fácilmente internalizado por el escritor. Y en la medida en que el escritor calibra y sopesa lo que hace su personaje, en función de su perfil psicológico, de cómo se dirige a otros, de sus tics, de sus antecedentes familiares, de sus taras, sus traumas, sus aficiones, etc., el personaje parece independizarse. Y ciertamente no puede hacer las cosas de cualquier manera, necesita a veces encontrar la vuelta, vencer barreras reales o psicológicas, decidir, oponerse a otros personajes o al entorno, esforzarse.

Estas pocas características limitantes que le dimos a Julio abren el juego a la “peripecia” (Figura 2). A veces, incluso, sólo se necesita un personaje y una misión (o un conflicto) para que el relato surja con espontaneidad, para que las acciones y los diálogos fluyan naturalmente, para que los lectores vean la carne del personaje donde sólo hay palabras.
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Sobre ladrillos y coordenadas II

(Sobre un ejercicio realizado en el Taller de Creación de Universos el 26-7-08 en Objeto a. Segunda parte.)

Una idea que le pedimos prestada a la física. Basta con entender la idea intuitivamente para los propósitos de este artículo. Fíjense en la Figura 1. Es una tabla, con una esfera. La tabla está suspendida a varios metros de altura. Los puntos A y B están a la misma altura. La esfera no se mueve.

No importa si la distancia del piso son 100 metros o un kilómetro, da igual. Ahora fíjense en la Figura 2.

Los puntos A y B están a alturas diferentes y la esfera gira. Como se ve, no importa demasiado a qué altura está cada extremo del plano, sino la diferencia de alturas entre uno y otro extremo (en el caso de la figura, 100 metros). Esa diferencia de alturas es la que produce el avance de la esfera.

Usemos otro ejemplo. ¿Por qué se enciende la lamparita del circuito siguiente?

Cuando la batería está cargada, uno de los polos tiene potencial negativo y el otro positivo. Los electrones que forman la corriente eléctrica van del punto de menor potencial (los electrones tienen carga negativa) a uno de mayor potencial. Si la batería estuviese descargada, la diferencia de potencial entre ambos polos de la batería sería mínima y prácticamente no habría corriente. Una vez más, lo que provoca el movimiento es “la diferencia”.

Analicemos entonces lo que le pasa al contador Pereti del post anterior. En la primera frase del ejercicio (“El contador Pereti caminaba”), lo imaginamos en su ámbito natural. Tenemos una coordenada (el contador) e imaginamos naturalmente otras que son afines a este personaje. Intuitivamente tendemos a situarlo en su “ámbito natural”. Esto se parece mucho a lo que pasa en la Figura 1. El personaje y su entorno están “a la misma altura”.

Sin embargo, si agregamos una coordenada disonante la cosa cambia. Cuando decimos “El contador Pereti caminaba entre los edificios derruidos”, inmediatamente se disparan las posibilidades. El personaje (un contador) y el entorno (los edificios derruidos) no parecen estar a la misma altura. Hay un contraste. Y ese contraste hace que la esfera narrativa avance, provoca el flujo de ideas que enciende la lamparita. Es, en definitiva, el “fiat lux” de nuestro universo.

Si leyeron los posts sobre Pedro Mairal y Rafael Pinedo verán que sus universos nacieron de diferencias de potencial (metafóricas, claro) parecidas a la del contador Pereti, donde las coordenadas planteadas no están a la misma altura (o, si prefieren el ejemplo de la lamparita, no tienen el mismo potencial), y por lo tanto disparan la necesidad automática de crear un universo especial que incluya esas dos coordenadas. Como decíamos en el ejercicio anterior: ¿Qué le pasó al mundo que conocemos para que el buen contador Pereti esté caminando entre esos edificios derruidos y bajo ese sol en enfermo? ¿Qué historia tiene el contador Pereti para contarnos?

Esto es tan sólo un modelo de cómo, partiendo de una serie de elementos (personajes, entornos, acciones), se puede iniciar el Big Bang de un universo narrativo. Por supuesto que hay otros modos.

Les propongo un ejercicio. Escriban en un papel una lista de personajes (variados, al azar), identificándolos por etnia, profesión, edad, especie a la que pertenece, etcétera, y agregando un adjetivo que le dé algún “color”. Por ejemplo:

  • Capitán estelar
  • Psicólogo telépata
  • Cazafantasmas escéptico
  • Bombero cobarde
  • Músico genial
  • Ejecutivo joven
  • Duende ladrón
  • Taxista “versero”

El ejercicio sale mejor cuanto más personajes escriban en la lista y cuánto más diferentes sean esos personajes.

Ahora ubiquen a estos personajes en ambientes donde podrían estar. Otra vez, agreguen un adjetivo o alguna aclaración (puede ser incluso una situación) para precisar algo más de ese entorno.

  • Capitán estelar –> Nave espacial fuera de control
  • Psicólogo telépata –> Estación base en planeta desierto
  • Cazafantasmas escéptico –> Mansión embrujada
  • Bombero cobarde –> Iglesia incendiada
  • Músico genial –> Teatro de pueblo
  • Abogado joven –> Rascacielos corporativo
  • Duende ladrón –> Bosque encantado
  • Taxista “versero” –> Microcentro porteño

Ahora desplacen los entornos uno o dos puestos hacia abajo (los últimos entornos reingresan por el tope de la lista), o hacia arriba (los primeros entornos reingresan por el final de la lista). También pueden elegir mezclar sin reglas, por mera inspiración.

  • Capitán estelar –> Estación base en planeta desierto
  • Psicólogo telépata –> Mansión embrujada
  • Cazafantasmas escéptico –> Iglesia incendiada
  • Bombero cobarde –> Teatro de pueblo
  • Músico genial –> Rascacielos corporativo
  • Abogado joven –> Bosque encantado
  • Duende ladrón –> Microcentro porteño
  • Taxista “versero” –> Nave espacial fuera de control

Elijan la combinación más prometedora (probablemente la que brinda más contraste) para desarrollar una historia, o al menos para imaginar el principio de la historia. (Personalmente prefiero la del taxista “versero” en la nave espacial fuera de control.) ¿Por qué ese personaje está en ese entorno? ¿Cuáles son las consecuencias? ¿Cómo se desenvuelve? ¿Cómo le afecta al personaje? ¿Qué les pasa a los demás que habitan en ese lugar? ¿Qué conflictos surgen?

Si hacen el ejercicio entre varios, entonces mucho mejor: unos escribirán listas de personajes, otros de entornos, y luego las pondrán en común, eligiendo cada cual una posible combinación de personaje y entorno. Esta vez, al ser generados de forma totalmente independiente, los contrastes seguramente serán mayores. En la clase gratuita pudimos ejercitar esta última modalidad.

Hasta la próxima.

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Sobre ladrillos y coordenadas

(Sobre un ejercicio realizado en el Taller de Creación de Universos el 26-7-08 en Objeto a. Primera parte.)

Tomemos esta frase, cuatro palabras:

El contador Pereti caminaba.

¿Qué sugiere esa frase? ¿Qué imágenes aparecen en tu mente cuando leés “El contador Pereti caminaba”?

Levantá la vista de la pantalla y tomáte unos minutos. No sigas leyendo hasta que termines de figurarte la imagen mental de esta frase.

Algunos participantes hablaron de señores de edad madura (alguien dijo “canoso”, a otros les pareció más joven), vestidos de camisa y corbata (algunos mencionaron el saco, otros no), caminando por el Microcentro porteño a la salida del trabajo (o a las tres de la tarde). Otros lo ubicaban dentro de una oficina.… ¿Hay coincidencia con tu imagen mental?

Agreguemos a esa frase tres palabras:

El contador Pereti caminaba entre los edificios.

¿Cambia en algo la imagen mental? Evidentemente el contador ya salió de la oficina. Es una escena de exteriores, y sí, podría ser en el Microcentro.

Agreguemos una palabra más, una solita. Leé con atención:

El contador Pereti caminaba entre los edificios derruidos.

Cuando escribí (y leí) esta palabra, pasó algo que trascendió el espacio de las imágenes mentales. Se produjo un silencio. ¿Te pasó lo mismo? ¿Por qué? Sólo agregué una palabra.

Algunos dijeron que el contador estaba vestido igual, pero que la ropa estaba sucia, gastada, llena de polvo. Imaginaron accidentes, terremotos… Por alguna razón, imaginaron un ambiente polvoriento, seco. La imagen los implicaba de alguna forma: una cosa es ver a un profesional caminando en su “medio natural”, y otra muy distinta es que esa misma persona transite a través de una zona de desastre. Volveremos sobre el tema.

Consultados sobre la escala del accidente o de la catástrofe, la idea general era que podía abarcar una manzana, un barrio, o toda una ciudad.

Un último agregado:

El contador Pereti caminaba entre los edificios derruidos, bajo un sol púrpura.

¿Qué implica un sol que, al menos desde el punto de vista del contador, se ve de otro color? O bien hablamos de un fenómeno atmosférico (sin excluir la contaminación ambiental), o bien le pasó algo al sol. En todo caso, la escala de la catástrofe es mucho, mucho mayor de lo imaginado. ¿Nacional? ¿Global?

Tomemos entonces la frase completa:

El contador Pereti caminaba entre los edificios derruidos, bajo un sol púrpura.

Son sólo cuatro ladrillos que sugieren un mural completo:

  • Un personaje: El contador Pereti
  • Una acción: Caminar
  • Escenario 1: Edificios derruidos
  • Escenario 2: Un sol púrpura

¿Hace falta más? Como lectores, estas cuatro coordenadas nos alcanzan bosquejar ese universo donde transcurre la acción. Esas cuatro coordenadas nos ponen sobre aviso, nos abren la cabeza. Surgen las preguntas: ¿Qué le pasó al mundo que conocemos para que el buen contador Pereti esté caminando entre esos edificios derruidos y bajo ese sol en enfermo? ¿Qué historia tiene el contador Pereti para contarnos?

Volvamos por última vez a la frase que disparó este ejercicio, y probemos cambiar la palabra “caminaba” por sus sinónimos aparentes: avanzaba y deambulaba. ¿Nos sugieren lo mismo? Pueden parecer sinónimos, pero son ladrillos diferentes: coordenadas que apuntan hacia otros puntos del espacio. Si no lo notan, prueben con buscar esos tres verbos en un buen diccionario. ¿En qué caso la acción implica tan sólo un movimiento sin dirección, un contador desanimado por las circunstancias? ¿Qué palabra sirve para hablar de progreso en la acción, de un propósito de nuestro personaje al moverse?

Cuatro coordendas alcanzan para delimitar este universo. Un universo de palabras, claro. Porque de eso se trata el arte del narrar: de pulsar algunas cuerdas en las mentes de los lectores a través de palabras y frases precisas (afinadas), para que vean lo que el narrador desea transmitir. Esto debe hacerse discreta y eficazmente. Así como no sirve tocar todas las teclas del piano a la vez, tampoco sirve llenar nuestra narración de palabras disfuncionales o frases redundantes. Sólo con economía de recursos y una buena afinación “la melodía” narrada será clara, y le permitirá al lector llenar los silencios, involucrarse en el relato creativamente, y aún así arribar al punto exacto donde el narrador quiere que llegue.

-*-

Dando vuelta la página, les sugiero que vuelvan a leer los artículos de “El tratamiento de las ideas” (I y II, sobre todo), e intenten relacionarlo con el pobre contador Pereti. Porque va surgiendo una posible manera de tratar ideas para crear universos. Yo la llamo “Diferencia de potencial”.

Lo desarrollaremos en el próximo post.

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Eliminar, mutilar, extirpar…

Dos experiencias recientes me llevaron a escribir un correo electrónico que ahora comparto. La primera es la relectura de Taller de corte & corrección, de Marcelo Di Marco: un libro muy recomendable para quienes quieren afinar sus habilidades narrativas. La segunda, la participación en el taller virtual MáquinasyMonos, que promueve Axxón y su director, Eduardo Carletti. Hay una tercera, atemporal, que fue la experiencia haciendo taller literario con Carlos Gardini.

El mail tiene que ver con la actividad específica del taller literario, pero releyendo, veo que puede ser útil más allá de ese ámbito. Lo traslado tal cual:

Esto que voy a decir no es una norma del taller, ni nada que se parezca. Son ideas que me sirvieron en su momento.

Hay diferentes etapas en la corrección de un cuento. Rara vez sale bien a la primera, sobre todo si el cuento es largo. Lo primero que hay que hacer es perder el miedo a reescribir el cuento. En general, durante las primeras instancias, no estamos “corrigiendo” el cuento. Lo estamos reescribiendo. Acá no se usa bisturí láser, sino hacha y tijera de podar. Eso significa adoptar nuevos puntos de vista o ideas que le dan más fuerza al cuento, replantear escenarios, cambiar de lugar frases o párrafos, condensar varias oraciones en una, investigar ciertos temas, desechar precisiones innecesarias, eliminar párrafos, afinar las fichas de los pesonajes (porque tal vez necesitamos definirlo más en su forma de hablar, en sus motivaciones, etc.), deshacerse de las muletas que nos sirvieron para empezar el cuento (pero que en el cuento terminado no son funcionales), etc.

Noto que muchas devoluciones de parte de los autores se limitan a corregir frases. A mí me pasa mucho eso, pero lo que me dio auténtico resultado fue reescribir a conciencia. En esta etapa, por lo general, CORREGIR NO ALCANZA. Por ejemplo, eliminar el ripio no suele ser el objetivo fnal, a menudo no es más que una forma de darnos cuenta que el camino que definimos está mal trazado (imaginen el ripio como un pastizal que desborda los bordes y se mete en el sendero de piedra que construimos, que es el cuento).

Reescribir es terrible, es como si mutiláramos un animalito (en vez de sacarle la espinita del pie con una pinza de depilar), pero no hay otra forma de trabajar un texto nonato. Hay excepciones, donde el cuento nos sale bien de una, o casi bien, o hemos meditado por eones la historia y las palabras en nuestro cerebro, pero eso pasa pocas veces. Con el tiempo, nos damos cuenta de entrada qué es lo que funciona, y evitamos ciertos derroteros, frases inútiles, muletillas, imágenes remanidas o formas de expresión retorcidas. Con el tiempo.

Una pista que ayuda es que, por lo general el autor NO VE esas imprecisiones (no creo que sean errores, porque no hay una receta), así que los comentarios de los lectores dedicados a analizar el texto ayudan.

Ojo, también pueden distraer. Y acá voy a balancear la cosa un poco: los planteos de los demás tienen que ayudarnos a definir el objetivo del cuento, a reforzar lo que no se aprecia claramente, a elegir incluso alternativas narrativas (cambiar puntos de vista, planteos, etc.), pero a veces los lectores (yo soy un ejemplo de esta barbaridad) ponen mucha sibjetividad en las críticas. La subjetividad es una exploración alternativa del relato. A veces sirve, a veces no.

OK, me pasé de la raya.

Alejandro

 

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Hablando sobre el género fantástico

El 13 de junio se celebró en Objeto a (Niceto Vega 5181, Ciudad de Buenos Aires) una mesa redonda llamada “Los motivos de la literatura fantástica”, de la que participaron Ana María Shúa (escritora, guionista), Carlos Gardini (escritor, traductor), Luis Pestarini (editor, traductor) y Hernán Domínguez Nimo (escritor, redactor publicitario).

Se habló mucho sobre el género fantástico y los géneros en general. Los invito a compartir algo de lo que se dijo:

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El tratamiento de las ideas (III, de cosecha propia)

“La duna del 40º aniversario” es un cuento de ciencia ficción que ganó el Premio Axxón en 2001. Es un cuento de “ideas”, inspirado por un artículo aparecido en Investigación y Ciencia en diciembre de 1997, titulado: “Los sonidos de la arena” (Franco Nori, Paul Sholtz y Michael Bretz de la Universidad de Michigan).

En dicho artículo se analiza un fenómeno bastante documentado: los sonidos originados por los arenales en algunos desiertos y playas. Los habitantes de esas zonas creen oír campanas, trompetas, sirenas, órganos, tambores, murmullos, gemidos, ruido de motores, truenos e incluso golpes metálicos. Este fenómeno por sí sólo alcanza para disparar la imaginación. De hecho, con una buena ambientación, se podrían haber logrado estupendos cuentos de terror o fantasía.

Pero en mi cabeza sobrevolaban otras ideas.

Uno de los libros que me marcaron como escritor es La persistencia de la visión, una selección de cuentos de John Varley de mediados de la década de 1970. En español fue publicado por Ediciones Martínez Roca (1984), y posteriormente en el marco de la Biblioteca de Ciencia Ficción (nº26, Ediciones Orbis). Dentro de ese volumen, me había sorprendido gratamente el cuento “El fantasma de Kansas”, y particularmente la idea de un “artista meteorológico”. Un artista capaz de manipular las variables climáticas (dentro de un domo lunar, hablamos de una formidable tecnología de control del clima) para producir un efecto estético. La originalidad de la propuesta me deslumbró.

Inmediatamente me apropié de la idea: la escala de la obra de arte, los conceptos científicos necesarios para dar vida a esa obra, la experiencia inmersiva de los espectadores… Pero no quería escribir la misma historia. De hecho, advertí que cuanto más “dura” fuera la historia en términos científicos, más impactante sería la propuesta emocional y estética.

De modo que imaginé un artista de dunas, y una presentación especial: la última de su carrera.

Pero necesitaba un conflicto.

Dado que la historia se desarrollaba en e Kalahari, me puse a investigar en qué creían los nativos, y me encontré con la fábula de “La luna y la liebre”. Usé una versión muy libre de ese relato para “La duna…”

Con estos elementos, escribí ese cuento casi de un tirón.

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El tratamiento de las ideas (II)

Otro aporte sobre el tema de los disparadores y el tratamiento de las ideas. En este caso, se trata de la novela Plop, premio Casa de las Américas en 2002 (editada en la Argentina por Interzona, 2004), del argentino Rafael Pinedo. Se trata de una descarnada historia de supervivencia, ambientada en un futuro post apocalíptico.

Entrevistado para la revista Axxón, en Marzo de 2004, Pinedo hablaba de las imágenes que habían generado la novela y del mundo despiadado en que la ambienta.

—¿Cuándo y por qué surgió Plop?
—La novela surge de un par de imágenes que me aparecieron y se combinaron: la de una persona que está en el fondo de un pozo (el primer título era Desde el fondo) y ve como lo van tapando de tierra, y la de una mujer que pare un hijo caminando. Para darles coherencia tuve que armar todo un mundo. No tengo idea por qué. El primer texto es de septiembre de 1997. Cuando la novela ganó el premio, en enero de 2002, la estaba por reescribir completa.
 

—¿Por qué es tan descarnada? ¿Fue premeditado o te condicionaba el ambiente?
—Las imágenes generatrices eran descarnadas: una realidad en la que una mujer puede parir caminando no da para situaciones agradables. El resto fue surgiendo a partir de la intención de generar una sociedad coherente, para lo que tuve que leer bastantes libros de antropología (básicamente Malinovsky).

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El tratamiento de las ideas

En literatura hay un tópico: el temor a la página en blanco. La falta de inspiración en el punto cero de la creación literaria. Tengo el prejuicio de creer que si alguien tiene ese problema, seguramente es escritor profesional, con la fecha de entrega pendiendo entre la página virtual del procesador de texto y su atribulado cerebro. El resto de los mortales no se sienta a escribir si no tiene algo que decir.
 
Pero hay sistemas para vencer la página en blanco. Son triviales, sirven para conseguir un concepto al cual aferrarse. O para ejercitarse en la rutina de llenar páginas. Mi colega Axxonita comentó una de estas herramientas en su blog. Pero hay otras. La interpretación lúdica del I Ching o de una tirada del Tarot puede dar paso a una historia. Otros usan fotos, ilustraciones, música.

Todos estos métodos suponen que la inspiración es algo externo, algo que llega. No estoy seguro de que sea así. En mi opinión, una mente curiosa llega tarde a temprano a una intuición inspiradora, fruto de un procesamiento no lineal de todo eso que ha visto y leído. Pero para eso tiene que haber visto y leído. En este sentido, la inspiración puede ser buscada.
 
Lo que a mí me preocupa, más que la página en blanco, es qué hacer con una idea, una vez que ésta aparece. Ese proceso suele ser más complejo. No hay recetas que nos digan cómo, partiendo de una idea en germen, podemos llegar a un relato.
 
Las ideas pueden surgir de un proceso especulativo sobre un hecho que conocemos, o de una noticia científica, o de juntar dos conceptos dispares. Pero una vez que tenemos la idea, ¿qué hacemos con ella? ¿Cómo la desarrollamos? ¿Cómo le damos una forma literaria? ¿La usamos como escenario, o como componente esencial en el conflicto?

Entrevistado por Alejandra Laurencich, el escritor argentino Pedro Mairal (Una noche con Sabrina Love, El año del desierto, Salvatierra), ofrece su propia experiencia al respecto (1):

“…lo que veo es que hay autores que generan un personaje y después lo someten a una serie de peripecias, obstáculos. A mí me funciona al revés: pienso una serie de dificultades y después pienso quién es el personaje que la pasaría peor…

”En El año del desierto, [decido que] va a suceder la historia argentina hacia atrás, como una especie de pesadilla, y va a pasar de la actualidad a un deterioro, va colapsando todo hasta casi la fundación de Buenos Aires. Va a haber como una aceleración de la historia, hay guerras, guerras civiles. Si meto un hombre ahí, se muere en el capítulo 2: tiene que ir a pelear. O es la historia de un desertor. También lo pensé, pero tenía que estar desertando todo el tiempo, era un poco agotador. Además en este último siglo, varió mucho más la vida cotidiana de las mujeres que la de los hombres. Entonces me servía mucho más un personaje femenino. Que lo contara una mujer. Bueno, ¿de cuántos años? Una mujer de 23 años que trabaja de secretaria, ahí se va definiendo el personaje. Traté de hacer eso…”

Sobre el “germen” de la historia, Mairal comenta:

“Yo vi, en un momento, una torre de esas del microcentro, en un pajonal. Esa fue una imagen que me venía dando vueltas. [Me] decía: ¿cómo voy a llegar a eso? Y después vi la máquina del libro. Porque además estaba sucediendo afuera en la calle. Tuvimos cinco presidentes en diez días en el 2002, en el 2001. De golpe había una situación de crisis muy fuerte. Me acuerdo que yo laburaba en un lugar donde se colgó Internet. Y alguien dijo: “Uy, se colgó para siempre”. Y nos lo creímos…

”Había una especie de tiempo para atrás, y lo que yo hice fue tomar ese registro y acelerarlo o potenciarlo hasta la destrucción total. No había más electricidad, no había más agua. Pero cuando vi la máquina, esa mañana que me acuerdo que la vi, vi todo el proceso del libro. Me puse anotar todo lo que se me ocurría. Me puse a anotar, a anotar, a anotar cosas. Después me llevó un año entero escribirlo…”

En este caso, el proceso puede resumirse en:

  1. La aparición de una imagen surrealista.
  2. La pregunta: ¿Cómo se llega a eso?
  3. La asociación con otra idea (en este caso, de la realidad).
  4. La pregunta: ¿A quién conviene que le pase esto?

Y luego de esto, la cosa comienza a definirse. En otros posts, rescataremos otros testimonios que reflejen de qué manera los escritores tratan las ideas.

(1) Trascripción extraída de
http://www.hablandodelasunto.com.ar/

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El primer párrafo

A la hora de construir un universo narrativo extraño (diferente a nuestra experiencia diaria), es necesario que el lector capte desde el principio esa extrañeza. El lector no es un ente que absorbe información pasivamente. En el acto de la lectura, elabora y especula sobre la información que contiene cada párrafo, aún antes de terminar de leerlo. Salvo raras excepciones, el objetivo del escritor es encausar esas especulaciones en una dirección coincidente con la del avance del relato.

Lo ideal es brindar esta información “diferencial” de manera oportuna, evitando las grandes parrafadas explicativas. Detener el avance del relato, como diciendo “¡Un momento! Ahora me voy a poner a explicar todo”, suele ser bastante antipático para el lector. Salvo que estuviese esperando esa explicación, pero eso no ocurre en el primer párrafo, que es cuando necesitamos comenzar a delimitar el universo de nuestro cuento.

Hay varios recursos para hacerlo. Éstos son algunos:

  1. Breves explicaciones situadas estratégicamente.
  2. Detalles inquietantes que desencadenen una especulación. Lo ideal es que al término de esa especulación el lector comprenda que el universo narrativo no es el de su diaria rutina.
  3. Uso de palabras específicas (de índole técnica, científica, que pertenecen a un argot en particular) o palabras inventadas que sugieran ideas poco convencionales (por ejemplo una palabra que resulte de la fusión de otras dos, o una abreviación).
  4. Destilar información en los diálogos.

Parte del secreto del éxito en este cometido, consiste en apuntar a dos (o más) pájaros con un solo tiro. Pero eso se verá mejor con un ejemplo. Tomemos el primer párrafo del cuento de John Varley, “Incursión aérea” (1977). El cuento pertenece a la antología En el salón de los reyes marcianos y otros relatos (Ediciones Martínez Roca, colección Super Ficción. Barcelona, 1984).

Me despertó bruscamente la llamada de la alarma vibratoria que me hacía retumbar en silencio el cráneo. No se detiene hasta que uno se sienta, así que eso hice. Por todas partes a mi alrededor, en la oscuridad de la sala de literas, los componentes del Equipo de Captura dormían solos o en parejas. Bostecé, me rasqué las costillas y le di a Gene una palmada en uno de sus veludos costados. Se dio la vuelta; una despedida muy romántica.

Podemos desglosar el texto en diversos niveles.

Primer nivel (la acción): Se despierta bruscamente, bosteza, se rasca, se despide de su pareja.

Segundo nivel (de entorno): Tiene una alarma en la cabeza, que no se detiene hasta que se sienta. ¿La están monitoreando? ¿En qué clase de sociedad se puede dar esta clase de intrusión? Suena a que es una sociedad autoritaria, o que la protagonista presta un servicio público (bombero, médico de emergencia), o que están en guerra, o recluida en una prisión. Pero, además, ¿qué nivel tecnológico hay en esa sociedad que puede poner alarmas en la cabeza? Por otra parte, la protagonista no duerme en su cuarto o en una celda, está en una “sala de literas”. ¿Qué significa?

Tercer nivel (de relaciones): Hay otras parejas en la misma sala en que nuestra protagonista despierta. Su pareja sigue durmiendo, no le presta mucha atención. Ella no se ofende. Suena a que todo es bastante promiscuo. Allí parece haber cierta prescindencia en las relaciones. Hay necesidad, no afecto. ¿Es una promiscuidad parecida a la que puede darse en un campo de batalla, entre pares? ¿O más bien se parece a la promiscuidad buscada en una fiesta organizada por un hedonista millonario? Ella, además, forma parte de algo llamado Equipo de Captura (pertenece a un a institución, tal vez policial o militar).

Cuarto nivel (del personaje): Es un relato en primera persona, lo que nos da pistas sobre quién es la protagonista. Es una mujer, delgada (se rasca las costillas). Habla de manera precisa, casi quirúrgica. No se detiene en describir lo que pasa porque está apurada. Usa frases cortas, pero salpicadas de detalles oportunos. ¿Qué clase de cultura tiene para hablar así? ¿A qué se dedica? Habla como si ésta fuera su vida. No es la primera vez que le pasa. No se queja, es pragmática (“No se detiene hasta que uno se sienta, así que eso hice”). La última frase nos dice que, a pesar de todo, espera otra cosa de la vida, o al menos de su pareja. No lo hace directamente, sino a través de un comentario irónico. Tal vez ella use la ironía como mecanismo de defensa contra ese entorno hostil, al estilo de los cirujanos y los oncólogos.

Por supuesto que en esta interpretación hay muchas subjetividades. Pero el lector es un sujeto. Además, a medida que avance el relato, seguramente algunas de estas especulaciones subjetivas se irán corrigiendo. Pero ya tenemos la información suficiente como para dejar nuestro juicio abierto, tenemos una señal de alarma que indica que no es nuestro universo. Y todo eso en ochenta palabras.

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