¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

MEXICO

 

Para Marisol Torres, guionista de cine y amante novia

 

Mediodía, rey de los veranos, en la llanura te tumbas
En manteles de plata y azul de cielo.
Todo muere. El aire llamea y quema el aliento,
La tierra se amodorra con su ropa de fuego.

Leconte de Lisle.

 

 

I

Lily

 

 


Ilustración: Pedro Belushi

Había conducido más de veinte horas seguidas por carreteras soleadas, pueblos casi vacíos, arboledas sombreadas y siniestras o colinas desérticas que no ofrecían tregua a la vista, siempre en busca de la mujer, siempre los ojos en huida, siempre indagando su paradero.

—Ella te señalará la manera —me había dicho la vieja bajo aquella carpa de feria haciendo unos pases de manos sobre la bola de cristal—. No te dejes llevar por las apariencias —señaló con la barbilla la bola de superficie lechosa—, hay muchos charlatanes y pocos visionarios. Soy de estos últimos.

—¿Y qué has visto? —A estas alturas, no tenía por qué dudar de ella. He sido testigo de cosas incomprensibles y tan extrañas como el sonido de voces provenientes de árboles agitados por un viento que no se puede sentir. Voces no humanas que declaman en latín la Eneida de Virgilio al ritmo del oleaje bajo el sol de agosto, por ejemplo, o el vuelo de cuervos blancos con dirección a la luna tragado por una nube de la que jamás salieron.

—Siempre viaja al Este, en dirección al sol. Es lo que puedo ver. Ella llegará a ti. Quien lo engendró es la única capaz de destruirlo… o, por lo menos, de controlarlo.

He estado ahí. Sé a qué se refería. Pueblos completos arrasados. Cuerpos consumidos hasta los huesos. Cenizas. No el tardío molde de los calcinados en Pompeya sino las víctimas sacrificiales devoradas por un fuego azul que brota desde dentro, que emerge de la misma médula ósea hirviente y se consume. Y el recuerdo de mi hija de brazos y mi esposa, envueltas en una llamarada más amplia y ajena que todos los cielos quemantes del verano.

Debí cabecear, en algún momento parpadeé, cerré los ojos. Las manos se me fueron sobre el volante y el brusco movimiento del auto al salirse de la carretera y entrar en terreno pedregoso me despertó del todo. Volví en seguida al camino mirándome el cuerpo, aterrado, revisándome, moviendo las piernas. Conduje por algunos kilómetros, los ojos bien abiertos, cuando vi a la muchacha al borde de la carretera. Llevaba una mochila y hacía autostop. No me detuve y su mirada me culpó durante una media hora mientras conducía a orillas de un mar que se extendía abajo, destellando. Más adelante los párpados se me volvieron a cerrar. Abrí los ojos al máximo. Miré la carretera.

—¿Te gustaría que yo condujera?

Su voz me obligó a voltear. Iba en el asiento del copiloto y me miraba con cara de preocupación. Frené, aterrorizado.

—¿Qué demonios haces aquí? —grité.

—Estás demasiado cansado. Te lo he venido diciendo desde hace como veinte minutos.

—No recuerdo nada de eso. ¿Cómo abordaste mi auto, quién eres?

—¿Te das cuenta de lo que te digo? Me recogiste en el camino. Al principio me ignoraste. Regresaste luego. Me pareció algo estúpido pero dulce, después de todo.

—¡Mierda, sí, creo recordar! —En realidad me dolía la cabeza, recordaba vagamente algo pero tan difuso que no tenía seguridad de nada.

Salió del auto, lo rodeó y metió la cabeza por mi ventanilla.

—¿Ahora me permitirás conducir?

Me corrí al asiento del copiloto, abrió la portezuela, se sentó y tomó el volante entre las manos. No supe cuánto dormí. Recuerdo fragmentos de conversaciones, mis ojos sobre su cuello, el haberme dado cuenta de que era sumamente hermosa. Sus ojos eran azules, con expresión felina. Un cuerpo precioso enfundado en jeans y chamarra de mezclilla. Era la tarde cuando, a la derecha de la curva de la carretera, el desvaído letrero anunció que entrábamos a otro pueblo vacío.

Perigord.

Población: 891.

—¿Te sientes mejor? —preguntó.

—Mareado. ¿Cómo te llamas?

—Ya te lo había dicho —sonrió—, Lily.

—¿Te dije mi nombre?

—Sí —respondió. Las primeras casas abandonadas llamaron su atención—. ¿Qué pasó aquí? Parece que no hay nadie.

—No, no hay nadie. Y ni creo que encontremos el nombre de este pueblo en los mapas.

—¿Cómo sabes que no hay nadie?

—Lo sé… luego te lo explicaré. Busquemos un hotel y durmamos un rato ¿quieres?

Anduvimos por calles solitarias. En las aceras ya empezaban a crecer las hierbas. En las zonas de las calles, de las casas, donde el viento no soplaba, los alargados montones de ceniza me pusieron en alerta. Pero en Perigord no había peligro. La muerte ya había pasado por sus tejados, patios e iglesia, dejándolo todo vacío, deteriorado y olvidado.

—Ahí hay un motel —señaló ella.

Entró en la recepción y desde la puerta me dijo que esperara cuando yo echaba a andar buscando abrir las puertas de las habitaciones. Demoró unos segundos dentro, por fin salió.

—¿Es mejor con esto, no? —Me arrojó unas llaves a las manos.

Abrí una puerta. Una cama hecha. Al fondo el ventanal con las cortinas que ella descorrió permitiendo que la luz, que arrancaba destellos hirientes del mar, inundara la habitación. Tiró su mochila sobre la única silla al pie de una mesa y se echó de espaldas en la cama. Se estiró como gatita. Me pareció que ronroneaba.

—¡Ven! —dijo.

Y fui. Me abrazó. Me besó los labios. Sabía a caramelo y olía a flores. No recuerdo que nos hayamos desnudado sino cuando ya lo estábamos y ella rompió el beso, me cogió la mano y se levantó.

—¡Vamos a bañarnos!

El agua estaba tibia y su cuerpo caliente. Temblé cuando entré en ella. Había sido un camino largo y solitario. Temblé y cerré los ojos. Entonces se desataron las visiones. Vi y estuve otra vez con todas y cada una de las mujeres que conociera carnalmente a lo largo de mi vida. El orgasmo duró lo que habían durado todos los orgasmos. Aún más. Su cuerpo olía al aroma de todas las mujeres, de todas las hembras ardientes, de todas las putas con quienes había estado. En sus ojos encontré el sol caliente y el frío anochecer. Fue como morir, nacer y morir otra vez. Y supe. Supe que venía de antes. Que era la mujer primordial.

 

 

Fragmento del libro apócrifo «El principio de la sangre»:

 

De pronto la hembra soñada estaba sobre él. Entonces deseó a la criatura con un fuego nuevo y abrasador que le recorrió como el fuego que los rayos que se veían caer en lo alto de los montes producían en los árboles. Era algo tan extraño que lo revolvió en el suelo y casi lo llenó de vergüenza. Súbitamente, se sintió satisfecho y una sensación de vaciedad en medio de las piernas le anunció algo nuevo, pues este había sido el Primer Orgasmo y él no lo sabía.

Entonces un Eón se movió de entre el Pleroma y descendió de súbito. Algo le decía que en el hombre creado había ocurrido un cambio. La Fuerza emanada desde el interior del ser, y que había ascendido como un grito que estallara hasta las Profundidades del Pleroma, así lo indicaba.

El espíritu le habló durante el sueño:

—¡Adán! —le dijo—. ¡Despierta, Hijo Mío! ¿Qué se agita dentro de ti?

 

 

Caí sobre mis rodillas. La regadera llovía sobre mi espalda. En el desagüe giraban semen y sangre en remolinos tristes.

—Eres una mentirosa ¿Te envió él? —le dije, derrotado, sin levantar la vista.

Ella estaba contra la pared, los ojos cerrados, los brazos y las piernas en X, disfrutando un orgasmo largo que se empeñaba en no desparecer. Suspiró.

—¡Eres extraordinario!

Me levanté. Una línea de luz la recorría por los contornos, silueteándola sutilmente.

—¿Qué harás conmigo?

—Nada. No contigo. —Me abrazó.

—¿Y al llegar la noche?

—Debemos dar con un pueblo habitado.

—Pero ¿qué harás conmigo?

—Ayudarte. En Malebolge se lo reclama.

Me besó en la boca pero yo rompí el beso y ella, seductora, se mordió los labios.

—¿Por qué tú?

—¿No hacías caso tú a tu madre cuando eras pequeño?

—Es que no puedo creer… no puedo confiar…

—No pido que confíes. Mira mis ojos. Tú, que has visto cosas que a otros les están vedadas, mírame. Mírame tú cuyos ojos se han abierto hacia dentro. Tú sabes… sólo tú sabes.

Miré. Y confié en ella. Cuando dormíamos el movimiento de su cuerpo en la cama me despertó. Estaba montada sobre mí. Exigía más de lo que yo podía darle. Su cara era la de un ángel y un demonio, la de un hombre o una mujer, un ser asexuado y lujurioso a la vez. El andrógino clavaba su mirada en la mía. Se separó, el cuerpo desnudo y reluciente como un pez recién sacado del agua. El vidrio de la ventana que ocupaba la mitad superior de la pared se deslizó automáticamente a un lado ante su presencia. Ella salió por ahí, hacia el acantilado. Me incorporé sobre los codos y luego la seguí dejando la cama pero no me atreví a salir. Desde la ventana abierta a la noche la vi sumergirse en el mar y me pareció que la Tierra temblaba. Una especie de eructo marino. Un tifón en Asia. Un terremoto en Japón. Regresé a la cama. Había confiado en ella. Era la primera noche y no había pasado nada que amenazara mi vida. Dormí hasta bien entrada la mañana un sueño sin sueños.

—¡Arriba querido, arriba, debemos llegar al próximo pueblo… pronto! —gritó traviesa, despertándome. Simplemente obedecí.

 

 

II

Fuego azul

 

 

Lily y yo recorrimos varios pueblos muertos a lo largo de la costa. En las aceras, en los porches, yacían los largos rimeros de cenizas con forma de siluetas humanas. Hasta que dimos con una pequeña ciudad habitada dormimos en el auto, sobre la carretera, llenando el tanque en gasolineras sin dueño. Ella se separaba de mí desde la medianoche hasta el amanecer. Despertaba súbitamente. Desnuda se internaba en la negrura de los páramos y las colinas. Yo intentaba dormir otra vez, a veces lo conseguía hasta que los dolorosos chillidos animales penetraban mis oídos. Regresaba renovada sólo para alentarme a continuar.

Entramos en la ciudad poco antes de la medianoche. Pagamos una habitación barata de hotel y nos instalamos.

—No salgas. Quédate aquí. Volveré al amanecer…

—Como siempre…

—Como siempre… —sonrió.

Nunca estuvo más bella y lasciva.

—¿Qué harás?

—Una orgía, por supuesto.

No había otra respuesta. Desde la puerta me miró, entre maligna y divertida, para soltarme una frase hiriente como una daga:

—No te enamores de mí. Sabes que no debes hacerlo.

El resto de la noche escuché gemidos de placer. Pude distinguir por lo menos cinco voces masculinas diferentes. En la habitación de al lado tenían una fiesta, una fiesta muy enloquecida. El sonido de los muelles del colchón, las voces entrecortadas, los gritos, las respiraciones agitadas —confieso que sentí celos—, pronto se trocaron en ruidos gorgoteantes, gritos de horror y, por fin, en silencio. Abrí los ojos. Ella estaba a mi lado, mirándome con deseo. Sus labios se unieron a los míos. Hicimos el amor hasta que el sol entró a través de las cortinas.

 

 

Fragmento del libro apócrifo «El principio de la sangre»:

 

Adán se despertó a medias y aún podía ver la silueta y un rostro impreciso tal como una sombra. Cuando abrió los ojos, el segundo espíritu le susurró con voz de viento:

—¿Qué pasa, Hijo?

Pero la Sombra, la silueta, se negó a desaparecer. Esa «Semilla», ese «Germen de Voluntad» que fue llamado Lilith, se aferró a la existencia y se negó (con el poder que aún conservaba del Pleroma) a desaparecer entre las brumas del sueño. El espíritu vio a la Sombra desprenderse del Hombre y este no recordó nada más, solo la humedad entre las piernas quedó, el vacío en el sexo y la sensación de que algo había sido Hecho.

 

 

Dejamos la habitación y salimos de la ciudad. En las afueras del siguiente pueblo habitado entramos en un típico restaurante para camioneros. Sobre la barra, Lily me sorprendió al poder comer cualquier cosa y no sólo carne. Pidió ensalada pero supongo que fue parte de una broma. En el muro una pantalla de televisión daba un noticiario: hablaban de un pueblo envuelto en un incendio extraordinario.

—¡En la lejanía puede observarse una línea de fuego azul que todo lo consume! Un muro azul, una especie de aurora boreal que ondea de forma sobrenatural. Es espectacular y horrible a la vez.

La reportera llamaba a un testigo.

—¡Quemaba… pero era azul! ¡También era tan frío como el hielo y devoraba todas las cosas!… ¡No!… No era así. ¡Se metía dentro, caía sobre todo lo que estaba vivo como una cortina azul transparente y luego penetraba a través de los poros, desaparecía en el interior del cuerpo y luego brotaba en lenguas que lamían hasta que el cuerpo y la hierba y los árboles y los animales se consumían! Sólo quedan cenizas…

Lily me miró sonriendo:

—¡Lo encontramos! —dijo.

 

 

III

El bufón

 

 

Delante, el ejército había acordonado la entrada al pueblo. Ya era de noche y, bajo las estrellas, su resplandor azul traslúcido envolvía todas las cosas, llameando. Lily detuvo el auto. Abrimos las portezuelas y miramos.

—Necesitamos un distractor —me miró sobre el techo del auto, luego volvió al interior—. Esta misma noche. Él ataca en una zona intermedia de la realidad, así que la única manera de que baje la guardia es distrayéndolo. Incitándolo a agotar su furia y a que cambie su ánimo. El distractor podrá hacerlo.

Velé el resto de la noche hasta el momento en que Lily se quitó las ropas y echó a caminar hacia la oscuridad. Al otro lado, el pueblo siguió ardiendo e iluminando el cielo. Escuché risas. Abrí la portezuela y salí. Sentí frío. Arriba, los cables de alta tensión chisporrotearon. Hubo un zumbido eléctrico. Por un instante pensé que se desprenderían y me atacarían como cobras escupiendo fuego. Volví al auto y saqué una chamarra de piel que me eché encima. Me quedé de pie, afuera. El aire olía a frutas pasadas, a huevo podrido, a carne muerta.

—¡Jajajaja! —Sosteniéndose de las piernas dobladas sobre el poste, como un trapecista, había una criatura, colgando cabeza abajo.

A su lado, la luz de la lámpara humeaba en el frío. La pestilencia se disipó. Me pareció que la humedad nocturna que caía sobre la lámpara caliente no era sino la pestilencia que ascendía en el viento, evaporándose. La entidad se desprendió del poste, cayó sobre sus pies en el suelo, sin dejar de reír. Llevaba un gorro de cascabeles en la cabeza debajo del cual sobresalía la más hermosa cabellera rubia. Tenía rostro de mujer y ojos verdes. También tenía senos y el pene colgaba en medio de sus piernas. Comenzó a bailotear de un lado a otro, los cascabeles sonando, a la par que recitaba sonriendo:

—Los tres cerditos estaban encerrados en su casita de paja. Fuera, el Globo Feroz, desinflado, harto de amenazar sin obtener resultado dijo, por fin: ¡Si no salen, aspiraré y aspiraré hasta tragármelos enteros! Los tres cerditos se rieron. Entonces, el Globo Feroz comenzó a aspirar y aspirar hasta que los tres cerditos fueron absorbidos a través de la ventana y quedaron dentro del Globo Feroz, hinchado y satisfecho. Así surgió el cerdito inflable de Pink Floyd.

Me eché hacia atrás instintivamente. En el rostro de la criatura se fue borrando la sonrisa.

—¿Qué, no te gustó? —Se acercó, frunciendo el entrecejo—. El gato de Cheshire envejeció, se cansó de comer queso, dejó de sonreír, desapareció y dijo: ¡Puaj, qué asco de vida! Y enseñó la lengua. Así surgió la lengua de los Rolling Stones.

Cada vez más sorprendido, retrocedí sobre mis pasos. La quijada de la entidad se destrabó y cayó al suelo. Gritó pero su grito provenía de sus ojos desorbitados, de sus orejas que aletearon como alas de murciélago, de sus uñas aceradas. Un grito brutal. Ronco, gutural. Un grito pánico.

—¡Morirás! —Y de lo profundo de su garganta una nube de avispas manó en chorro sobre mi cara. Caí revolcándome en la tierra, pero lo que revoloteaba sobre mí eran pétalos de rosas. Me levanté, enojado.

—¿Qué diablos quieres?

La criatura reía enloquecida. Se orinó frente a mí de pura risa. Luego su cuerpo se retorció hacia atrás como el de un contorsionista. Separó las piernas y el pene cayó sobre el suelo donde reptó como un gusano largo y gordo. Una abertura vaginal se dibujó en medio y subió hasta su inexistente ombligo donde se detuvo. Esos labios como alas se separaron. La jauría brotó: primero asomaron las cabezas que ladraban y tiraban dentelladas sobre mi cuerpo, luego sacaron los cuellos y el resto del cuerpo. Eché a correr. Los seis mastines tenían cada uno ocho patas. Me paré en seco cuando ella brotó de la capa de noche. Levantó la mano y volteé. Los perros se detuvieron, agacharon las cabezas, entristecidos, y lentamente se convirtieron en salchichas gigantes.

—Pero ¿qué demonios? —grité.

—¡Eso! —dijo ella. Su belleza inhumana partía el aire, lo separaba en dos mundos: detrás de ella, Malebolge aparecía como en un cuadro gótico y yo delante. Me alcanzó y puso una mano sobre mi hombro. A su espalda, la puerta al otro mundo se cerró—. ¡Payaso, Bufón, ven a arreglar lo que has hecho! —gritó al desierto. La entidad apareció a mi lado.

—Lo siento, ha sido una broma —se disculpó, luego añadió—: Tú tienes cuarenta años y buscas tu Demon du Midi. ¿No es eso una hermosa ironía?

Lily rió ruidosamente. Yo no encontré ningún motivo para reír.

—No tiene sexo —dijo, señalando la superficie lisa y plana donde debían estar los genitales de Bufón—, y los tiene todos a la vez. Ella y él, o mejor dicho «ello», será nuestro distractor y aliado.

 

 

IV

Señor del Mediodía

 

 

Keteh Merirí (Keteb Merirí o Quéteb Merirí) es el nombre de un demonio de la tradición hebraica, mencionado en el Libro del Deuteronomio 32:24:

«Mezey ra’av ulechumey reshef veketev meriri veshen-behemot ashalach-bam im-chamat zochaley afar». («Consumidos serán por el hambre, atacados por los demonios y tajados por el demonio Merirí; y dientes de bestias enviaré sobre ellos, con veneno de lo que se arrastra por el polvo»).

Se le identifica como al «Señor del Mediodía y de los Calurosos Veranos» (Demonium Meridianum); se trata de un demonio pestífero que habita el desierto de Judea, donde los judíos enviaban al Chivo Expiatorio, colmado de maldiciones, para que lo recogiera Azazel, el Señor del Yermo (Levítico 16:8-10) y el pueblo quedara limpio. Merirí proviene del término «mryry» que significa amargo, acebo, veneno (Deuteronomio 32:24 y Libro de la Sabiduría de Jesús ben Sira, también llamado Libro de Sirach o Eclesiástico, 11:4 donde se lee: «»bmryry-ywm», en días amargos), y de «aryrh» maldición, anatema. Ambos términos contienen el verbal «ryr», fluir ó «rir», saliva: decir palabras malsonantes. Expresa, pues, maldecir a un pecador y a sus pecados previamente a su ejecución. «Mry» (Meri) significa «cebado». El Chivo Expiatorio es «la cabra sacrificial, cebada, que se arroja al desierto sobre la cual se dejan caer todas las maldiciones y escupitajos del pueblo.» Durante la Edad Media, el término «Mryry» (Meriri o Merirí) en el lenguaje hebreo hacía referencia al demonio.

Keteh Merirí ataca al mediodía, cuando el sol cae a plomo. Recorre las mismas regiones que Lilith, mortífero genio de la noche, recorre al oscurecer. En el Midrash Shojer Tov se menciona que se trata de un «Shed», un depredador que fue creado la víspera de Shabbat en la creación del mundo; no es una criatura totalmente espiritual como los ángeles pero tampoco física como los seres humanos. Está cubierto totalmente de escamas, de vellos y de ojos, por uno de sus ojos puede ver pero este ojo se halla dentro de su corazón. No posee poderes ni en la sombra ni en el sol, sino entre ambos, y rueda como un balón. Gobierna desde la cuarta hora hasta la novena y rige desde el 7 de Tamuz hasta el 9 de Av. Quien lo ve, cae muerto de bruces. Se comenta en el Midrash Rabá: «Todos sus perseguidores lo alcanzaron en la angostura» (Meguilat Eja 1) que hace referencia a este Shed —KetehMerirí— quien gobierna en las tres semanas que median entre el 17 de Tamuz y el 9 de Av. No se debe, pues, caminar solo durante esos días desde la hora cuarta hasta la hora novena, en total seis horas, es decir, se cuentan desde el alba seis horas en las que es preciso abstenerse de caminar solo. Este horario es un horario temporal, durante esta época en Israel son horas de ochenta minutos, en total ocho horas regulares, desde las ocho y cuarto de la mañana hasta las dos de la tarde. En el código de conducta denominado «Shulján Aruj» se explica que esta restricción rige en los caminos por los que no transita ninguna persona, como un bosque, pero no existe dentro de la ciudad.

 

 

Yo había dormido mal durante tres horas. Las palabras y las letras del libro se me confundían en un Pandemonium. Lo cerré y lo guardé en mi mochila. Bufón viajaba sobre el techo del auto, tieso como una esfinge o una gárgola, husmeando el aire. Lily condujo hacia el pueblo mientras el ejército caía dormido debido al hechizo que había arrojado sobre ellos con un ligero movimiento de los dedos. Los militares se desvanecían a nuestro paso, derrumbándose de golpe, cuan largos eran, a nuestro alrededor. Todo humeaba y aquello que había estado vivo se dispersaba en el viento desde su propio rimero de cenizas con formas humanas, animales y vegetales. Era casi el mediodía cuando llegamos al centro del pueblo.

Recorrer sus calles era visitar el corazón mismo de la desesperanza. Sentí lo que los teólogos llamaron la acedia: esa pérdida de consuelo espiritual, ese vacío inexplicable en el corazón, los inmensos deseos de llorar, la sensación de desaliento, de desasosiego extendido al todo, y de que ya nada importaba. El sol caía a plomo. El calor aumentaba cada vez más aunque sólo yo lo sufría. Sudaba y me secaba el sudor que escurría de mi frente, pero los pañuelos eran insuficientes. El sudor mojaba mi ropa y formaba charcos en el suelo del auto.

Lily condujo con lentitud. Fui yo quien lo vio. Parecía una mantarraya de pie, cubierta de escamas brillantes bajo el sol. En cada escama tenía un ojo que veía fijamente y que dolía mirar. Entre cada escama brotaba un vello rígido. Estaba en la esquina de una casa de madera, entre las hierbas y basura de un jardín venido a menos contemplando la desolación que había provocado. Era una figura monstruosa que parecía una sábana tendida al viento caliente y reverberaba como una flama para aumentar aún más su propia irrealidad. Abrí la portezuela con el auto aún andando y me precipité a la calle. La entidad se plegó sobre sí misma en una bola perfecta que echó a rodar. Corrí tras ella. Me llevaba ventaja y desaparecía al doblar las esquinas, haciéndome tropezar y casi rodar a la vez yo mismo por el suelo. La criatura rebotó tres veces, cada vez más alto y alcanzó una cuesta que subía a una carretera. Subí como pude, resbalando entre las piedras sueltas. Delante, se levantaban los edificios bajos de un complejo deportivo. El sudor y el sol me cegaban. El calor, creí, me desmayaría sobre el pavimento caliente y reverberante, entonces él provocaría ese fuego que haría hervir mi sangre y todos mis fluidos corporales desde dentro, hasta convertirme en cenizas volátiles en ese día maldito.

Persiguiendo la esfera rodante que apestaba a saliva, que hedía a sangre quemada, me encontré en una zona fría que el sol ardiente no alcanzaba a iluminar, un área sombreada entre el techo de las instalaciones deportivas y una cancha de tenis. Tan sólo me moví unos centímetros. Ya no estaba ni debajo de la sombra ni en la luz. Esa área entre dos realidades azotó mi columna vertebral como con un látigo o me penetró desde la coronilla como una cuña. Fue entonces que comprendí.

No posee poderes ni en la sombra ni en el sol, sino entre ambos.

Había perdido de vista a la esfera. Escuché una voz profunda que me daba la inquietante sensación de provenir de mis entrañas y que a la vez me envolvía de aire enrarecido y caliente.

—Yo puedo ver y leer en lo más profundo de tu corazón —dijo la voz—. Yo soy el purificador, aquél que limpia los yerros. Sé cuál es el más oscuro de tus secretos y el tamaño de su significado. Sé cuál es tu pensamiento más íntimo y el de todos los Hombres. Estás aquí porque no comprendes la misión que me ha sido encomendada y a pesar de eso te asemejas a nosotros al perseguirme.

—No —dije—. Has tomado vidas inocentes. Te llevaste seres que no tenían que ser tomados… Te llevaste a mi hija. Tomaste a mi esposa.

Sentí dolor en el estómago. Dolor y calor.

—¿A que no puedes quemarme a mí? ¡Bola de pelos! —Bufón apareció en la zona soleada. Al voltear a verle, abandoné la zona intermedia y escapé al fuego.

Bufón echó a correr y tras él, la entidad hecha una bola. Fuegos azules e inocuos fuera de su área de poder escapaban de debajo de la esfera y se alejaban por la carretera. Corrí tras ellos. Inesperadamente, Bufón llegó a una de las zonas limítrofes donde él podría ejercer su poder.

—¡No, Bufón, por ahí no! —Se detuvo en seco al borde de la sombra y de la luz y lo encaró. La esfera se amplió a todo lo que daba, amenazando con caerle encima y cubrirlo.

Y la voz cantarina de Bufón llenó el espacio.

—Había una guerra contra los turcos, como dijo Calvino. El caso es que esta guerra no se pelearía con vizcondes demediados, barones rampantes o caballeros inexistentes. Al general cristiano se le ocurrió enviar a las tropas enemigas, debidamente caracterizado de turco, al mejor cuenta chistes del país en un claro homenaje a los Monty Phyton. Las tropas turcas comenzaron a caer como moscas en cuanto el mejor cuenta chistes comenzó a contar su mejor historia y cada guerrero la contaba de boca a oreja antes de caer muerto de risa. El general turco decidió contraatacar enviando al mejor contador de historias tristes a las tropas cristianas, antes de que sus propias tropas fueran diezmadas por completo. La treta dio resultado: los guerreros cristianos comenzaron a morir en un océano interminable de lágrimas. Entonces el general cristiano, que recorría las filas de sus soldados ahogados en llanto (los cadáveres flotaban bocabajo y las lágrimas no paraban de manar de sus ojos abiertos y vidriosos, aún después de muertos), encontró al contador de chistes muriendo de tristeza. «¡Vamos, vamos, no tienes por qué morir!» le aseguró el general. «A ver, recuerda tu mejor chiste y cuéntalo. Verás que así te sentirás mejor». Poco a poco, el contador de chistes desmadejó una historia tan graciosa que el general agonizó entre estertores de risa. Entonces, el contador de historias graciosas dejó de reír ante su propio e inspirado chiste y murió en medio de un llanto incontenible al darse cuenta de que nadie había ganado la guerra.

Él se quedó inmóvil. Una risa que sonaba a agua hirviendo brotó de su cuerpo de mantarraya y surgió a chorros contaminando de humos sofocados la atmósfera. Cayó extendido sobre la carretera. Se agitaba y reía. Parecía una lámina de metal irregular atravesada por un ataque epiléptico. Aquello fue lo más extraño que había contemplado hasta el momento. La risa lo había agotado como Lily dijera, haciéndole cambiar de ánimo. Tampoco esperaba lo que siguió a continuación. Lily abrió con los dedos la puerta ondeante de Malebolge, brotando de repente. De los pies de Bufón salieron garras que se engancharon en el pavimento, su cuerpo se inclinó hacia delante. La esfera voló sobre sus espaldas y se abrió. Lily separó los brazos y él la cubrió. Madre e hijo se unieron en un beso, en un abrazo obsceno. Ella separó las piernas y su sexo se abrió. Él la penetró ahí mismo. El aire reverberaba amenazando estallar. Parecía una sanguijuela gigante pegada a una mujer. Un dolor de cabeza lacerante me hirió.

—Ahora yo tengo a mi hijo —dijo Lily—, y tú tienes el don de ver y atraer a los seres escapados de Malebolge. Nadie de los que reclaman en lo Ínfero te olvidará.

—Pero ¿eso es todo? ¿Qué castigo recibirá? ¡Quiero verlo… quiero verlo sufrir!

—Tu mundo es la antesala de Malebolge. Quédate con la proporción de placer y dolor que te toca y no toques esta puerta. Recuérdame siempre… prometo que nuestro propio hijo crecerá orgulloso de ti.

Lily se volvió y entró con su hijo en brazos mientras este le hacía furiosamente el amor. Pude ver los círculos concéntricos que descendían en embudo al otro lado cuando comenzaron a desaparecer. Bufón gimió como un cachorro y saltó dentro antes que la puerta se cerrara. Y yo me quedé ahí, solo, sintiéndome usado y desusado, lleno y vacío, destruido y pleno. Volví al auto y conduje sin ver y sin rumbo fijo durante mucho tiempo.

 

 

V

Epílogo

 

 

En un restaurante cualquiera, vi en el noticiario a una hermosa reportera en minifalda —debido a la ola de calor y erotismo desatado que azotaba el mundo—, que anunciaba frente a las cámaras:

—Misterioso objeto encontrado hoy a la medianoche. Se trata de una estatua del dios Pan que late o vibra y fue descubierta por un par de arqueólogos en el estado americano de Oregón. La estatua ha confundido a los especialistas, quienes empezaron a atribuirle poderes sobrenaturales tales como el aumento del número y de la intensidad de las orgías que por las noches se realizan en las playas de todo el planeta…

Escucho la voz que lentamente se va apagando en la moribunda tarde del final del verano y sé que tendré que esperar un año más para enfrentarlo. No sé si Lily estará conmigo. No sé si volveré a encontrarme con Bufón. De lo que sí estoy seguro es que, aunque la vida me vaya en ello y no tenga aliados en esta cruzada personal, no cejaré hasta enviar al último de los escapados de Malebolge al lugar al que pertenecen. Lo sé. Lo sé cada noche que me asaltan las visiones de seres con patas de cabra danzando en círculos de piedra bajo la luna. Lo sé cuando descubro pueblos congelados en plena primavera o cuando los cuervos me anuncian al oído que ellos están por llegar. El universo nació en violencia y en violencia ha de terminar. Por lo menos este universo. Demasiado tenemos con esta verdad para que las entidades de otro cosmos, aún más oscuro que este, contaminen el nuestro aumentando la parte de placer y dolor que nos toca por derecho… Sobre todo por las noches, cuando mi cuerpo recuerda el cuerpo de Lily y no puedo dormir, y el dolor de la ausencia dura lo que todos los orgasmos, lo que todos los recuerdos, lo que todas las separaciones, lo que todo aquello que vi y conocí en los ojos azules de ese demonio vuelto mujer.

 

 

Fragmento del libro apócrifo «El principio de la sangre»:

 

La Sombra observaba a Adán con deseo y cuando quería entraba en sus sueños o se acoplaba a su cuerpo mientras descansaba bajo los árboles. Y este es el origen del Súcubo o demonio hembra que atormenta a los hombres en las noches, teniendo sexo brutal con ellos, pero que solo acude a esos hombres que son lujuriosos, pues entre los demonios hay un dicho: «No obtendrás nada que no hayas deseado», así hasta los más castos son atormentados por los demonios, inundándolos estos de deseos y tentaciones, pero si el hombre o la mujer sucumben a la tentación, entonces los demonios se acoplarán; pues también se dice: «A los demonios se les recibe en la Cámara Nupcial en imagen» y esto significa que si un hombre o una mujer se acuestan con demonios atraerán a aquellos que se parezcan en imagen a los deseos de su corazón.

 

 

NOTA

Demon du Midi: Demonio del Mediodía en francés. Llámase así a la condición denominada «Crisis de los 40» que se presenta en algunos hombres al alcanzar la madurez. [Nota del autor]

 

 


Pé de J. Pauner es un narrador, ensayista, crítico de cine y biólogo mexicano que ha hecho activismo y performance. Ha publicado novela erótica y ha sido antalogado en latinoamérica, Australia y España. En el género de la Ciencia Ficción ha publicado el ensayo «Las cinco grandes utopías del Siglo XX» en la web española Alfa Eridiani.

Hemos publicado en Axxón, además de varias ficciones breves: EL HOMBRE EQUIVOCADO, EL OTRO MESÍAS, NOCHES DE BANTIAN, LA NOCHE DE TEMPOAL, AHÍ FUERA, LA BÚSQUEDA DE AUSENCIA, DESPOJOS, ASÍ PERMANECE HERMOSA LISA MARIE (ANTICUADA CANCIÓN PARA SONÁMBULOS), UNA MUERTE EN CASA, UNA PEQUEÑA MENTIRA, LAS ENSEÑANZAS DE GAN BAO, LA IMPRONTA, EL HOMBRE DEL SIGILO y UN FAQUIR DE ESNAPUR.


Este cuento se vincula temáticamente con ALGUNAS COSAS QUE VI EN EL DESIERTO, de Pablo Dobrinin; NOCHES DE BANTIAN, de Pé de J. Pauner y UNA HISTORIA DE SIETE DEMONIOS (Cuento clásico), de Frank Richard Stockton.


Axxón 251 – febrero de 2014

Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Fantasía : Religión, Seres demoníacos : Mitos : México : Mexicano).

Una Respuesta a “«Mediodía», Pé de J. Pauner”
  1. Sebastián Salamanca dice:

    Que buen texto, me atrapó de inmediato en las sensaciones de cada momento. :)

  2.  
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