ARGENTINA |
Uno no suele ser muy consciente del hecho de que todo lo que hace en la vida no sólo puede tener consecuencias insospechadas en el curso de la historia personal sino también en la de todo el universo. Afortunadamente no se es consciente, si no, la parálisis sería suprema, por temor a que un acto insignificante desate el desastre en la otra punta de la galaxia.
Encima, los desgraciados tienden a asociarse y arman unas cadenas estrambóticas de algo que podríamos llamar «causa y efecto» si no fuese porque, con todo el desorden en la cronología que generaron los viajes espaciales, muchas veces el efecto es previo a la causa y uno encuentra que lo que haga mañana puede generar repercusiones millones de años en el pasado.
Como, por ejemplo, esta historia que me tiene de involuntario protagonista en algunos de sus tramos: Todo comienza cuando yo aún no era el primer astronauta de Santa Gregoria de los Cardales ni soñaba con serlo alguna vez. Estaba de lo más tranquilo en mi casa, en Villa Jalfmún, disfrutando de la vida, cuando suena el timbre. Atiendo. En la puerta, una joven, mofletuda, con papeles en la mano, me saluda.
—Buenas… ¿el señor Ignatz Niemand?
—Soy yo.
—Ah, qué tal. Vengo del Instituto Para La Superación Del Individuo. Usted quería información sobre nuestros cursos de idiomas.
—¿Qué? No, disculpe, yo no pedí nada —miento (días atrás me había detenido un individuo jovial en la calle y me dijo que estaba haciendo una encuesta, «¿No es molestia un par de preguntitas?», y yo le dije que no, entonces me da a elegir, entre estos temas, uno de mi interés: Peluquería, Electrónica, Dactilografía o Idiomas. «Idiomas», dije yo, por descarte, sin otra razón de mayor valor. «¿Me puede dar su nombre y dirección?», dice y yo comienzo a dictarle mis datos hasta que en un momento pienso: «¿Por qué carajo tengo que decirle esto a este tipo?», entonces en vez de tercero cé le digo tercero é, donde vive un vecino que odio. Luego, al día siguiente, charlando con la chica del sexto eme, me enteraré que la gordita que ahora tengo frente a mí tocó timbre en el tercero é, discutió con el energúmeno que allí mora, bajó ofuscada, preguntó a la portera, subió maldiciendo a su compañero y tocó el timbre del tercero cé).
—Pero… ¿es usted Ignatz Niemand o no?
—Sí, ya le dije que sí.
—Entonces usted pidió un curso de idiomas…
—No, yo no pedí nada.
—¿Cómo? Acá dice bien clarito —me muestra un formulario—. «Ignatz Niemand, Calle de los Sonidos 19, 3º E».
—Tercero cé. El é es acá enfrente.
— ¡Ah sí! ¡Encima eso! ¿Por qué mintió? —enojada.
— ¿Yo? ¡Yo no mentí! —miento—. Habrá sido alguien que me quiso hacer una broma.
—Sí, dale. Dejate de joder. ¿Querés que lo traiga al que te encuestó, para ver si fuiste vos o no?
—Yo… Yo no pedí nada, creeme.
—Mirá, acá dice clarito Ignatz Niemand, y ése sos vos.
—Sí, soy yo. Pero no pedí NADA. ¿Entendés? N-A-D-A.
—¡No te das cuenta que una está trabajando, desgraciado!
—Me doy cuenta, pero no me interesa ningún curso.
—¡Te lo traigo al que te encuestó, a ver si me decís lo mismo frente a él!
— ¡Chau! —le cierro la puerta en la cara. La oigo gritar, patear, llorar, «Turro», «Hijo de puta». Se va.
La vergüenza por lo hecho me atormenta un par de semanas. Ya sé que les parecerá increíble conociendo al Ignatz Niemand de hoy día, pero en aquel entonces (aunque, como ya dije, con la confusión temporal que hay, difícilmente tenga sentido hablar de «hoy día» y de «aquel entonces») yo era un pusilánime patético que se preocupaba por todo. Afortunadamente, los golpes de la dura vida en el espacio me han curtido el carácter y ahora soy nada más que «patético».
La cuestión es que, pese a que la venta no se concreta, mi nombre y mi dirección quedan en la base de datos del Instituto Para La Superación Del Individuo, y ahí permanecen, guardaditos en una computadora por unos años, y nada pasa. Nada, hasta que llega un email infectado con un virus informático llamado «Demoniacus el Grande», el cual tiene dos particularidades muy interesantes (además de un nombre idiota):
ingresa a las bases de datos y reemplaza una de cada diecisiete direcciones ingresadas por «Casilla de Correo 74 — Guanaco Tierno (provincia de Tierra Adentro)» y
es un virus extraterrestre, originario del planeta Noxiddnanosam.
Ahora bien, ¿cómo llegó este virus a una computadora en Villa Jalfmún en una época en que no teníamos relaciones con otras especies de la galaxia (lo que no implica negar la presencia de alienígenas a lo largo de la historia, simplemente es que estábamos tan preocupados en encontrar enanitos verdes, cabezones grises y gigantes súper-arios que no nos dábamos cuenta de todos los extraterrestres que nos pasaban por al lado) y por qué derivaba uno de cada diecisiete paquetes a una casilla de correo en un pueblito de provincia?
Empecemos por la llegada del virus. Resulta que la susodicha computadora estaba operada por una simpática secretaria llamada Margarita Rosa Perales, quien tenía una amiga, Natalia Sturgeon, que era correctora en Ediciones Entalpía, casa editorial que estaba por publicar la biografía no autorizada del ídolo de la canción Christian Martínez, el cual hacía suspirar al romántico corazón de Margarita. El email en cuestión parecía haber sido enviado por Natalia y en su Asunto decía «Creo que esto te va a interesar». El archivo adjunto se llamaba «christian.doc.pif» y Margarita no sospechó nada, incluso después de leer trescientas veintisiete páginas en las que no se mencionaba ni una vez a Christian Martínez (que Margarita fuera simpática no implicaba que fuera inteligente). Por su parte, el bendito virus fue traído a la Tierra por Estanislao Morapio, el autor del best seller Yo visité Gadolinium. Por si no lo saben, Morapio era «un modesto imprentero de Santa Paz de la Vera Efigie, quien, el 15 de Abril de 1983, se dirigía en su auto a Guanaco Tierno (provincia de Tierra Adentro), población donde vivía su madre, doña Regustiana Diquealuego de Morapio. Era una noche sin luna y la ruta 55 se presentaba sorprendentemente vacía.
»A las dos horas de viaje, justo al cruzar el puente sobre el Arroyo de las Tagarnas, su auto misteriosamente se detuvo. Morapio intentó una y otra vez ponerlo en marcha, siempre sin resultado. Para su sorpresa, al levantar el capot descubrió (además de un par de calzoncillos que había perdido el mes anterior) que el motor estaba convertido en una masa hirviente de metal y plástico fundidos.
»Perplejo por este extraño desperfecto, comenzó a caminar por la ruta desierta rumbo al pueblo más cercano. Pero no había dado más de diez pasos cuando un infernal y continuo rugido se hizo sentir por toda la desolada llanura. Cubrió sus oídos pero fue en vano: el rugir estaba cada vez más y más cerca. Desde el horizonte, un par de potentísimas luces lo encandilaron mientras se aproximaban a gran velocidad. Pese a estar aterrorizado, los reflejos de Morapio respondieron y el infortunado imprentero comenzó a correr en dirección contraria hasta que, acorralado contra las barandas del puente sobre el Arroyo de las Tagarnas, se vio obligado a saltar al vacío, salvándose por milímetros de ser atropellado por un camión cargado de cerdos.
»Inconsciente tras haber golpeado su cabeza contra una rama de eucalipto, Morapio rodó por la pronunciada barranca hasta caer a orillas del arroyo donde un par de linyeras robaron todas sus ropas y lo arrojaron a las frías aguas. La poderosa correntada lo arrastró por siete largos kilómetros, hasta desembocar en el Lago Toupolistán, del cual el Arroyo de las Tagarnas es tributario. Su cuerpo inerte fue recogido entonces por un grupo de gadolinitas que estaban de picnic en las cercanías de dicho lago.
»Cuando volvió en sí, Morapio se encontró en el centro de una sala redonda, alumbrada por una luminosidad sin precedentes que parecía emanar de las paredes y del suelo. A su lado estaba un grupo de seres humanoides de extraño aspecto: Su estatura no sobrepasaba el metro y vestían una larga túnica amarilla que ocultaba todos sus cuerpos. Las cabezas de estos seres constaban de una corta y robusta trompa cilíndrica que surgía del medio de un par de globos carnosos unidos entre sí. Todo esto estaba coronado por una espesa melena enrulada, en la cual estaban ocultos unos pequeños ojitos.
»Al ver que Morapio recobraba la conciencia, el que parecía el líder le habló así:
»—No te asustes, Terrícola. Estás en una nave de Gadolinium, un planeta perteneciente a la Confederación de Civilizaciones Extraterrestres, y nuestra misión es observar vuestro primitivo mundo. Hemos notado, con creciente horror, que habéis llegado a un nivel de desarrollo tecnológico que os pone en una encrucijada cuyos caminos conducen uno a la total extinción de la vida sobre la faz de la Tierra y el otro al más absoluto desastre ecológico. Por eso llevarás este mensaje a vuestros Líderes: «Gobernantes Humanos: Deberéis abandonar el uso de la energía nuclear y la tala indiscriminada de la selva tropical, No realizareis más experimentos genéticos, No tirareis basura en las calles y Destruiréis todos los discos de Christian Martínez. De lo contrario, la Confederación de Civilizaciones Extraterrestres os advierte que no se hará responsable por los daños que pudieran ocurrir por el uso incorrecto de ascensores y escaleras mecánicas».
» —Disculpe, quizás esté diciendo una ridiculez —interrumpió Morapio—, pero ¿a ustedes les parece que los Líderes de la Tierra me van a atender a mí, un humilde imprentero de Santa Paz de la Vera Efigie?»
»El rostro del gadolinita se ensombreció con una mueca de desconcierto y frustración.
» —Oia —exclamó.
» —Si quieren, puedo llegar a organizar un petitorio para solicitarle a la Municipalidad de Santa Paz que arregle de una buena vez por todas los baches de la Avenida del Repositor…
»—Y… bueno… pero no es lo mismo.
»—No, claro. Pero, qué quiere que le diga, más no puedo hacer.
»—Lástima.
»—Sí. Una verdadera pena.
»—En fin… más se perdió en la guerra, ¿no?
»—No sé. Depende de qué guerra.
»—Bueno, yo me refería a cualquier guerra.
»—Hmmm, no, no, no, no. No generalicemos, amigo, no generalicemos, que después vienen las lamentaciones y el rechinar de dientes.
»—Los gadolinitas no tenemos dientes.
»—Ah.
»En este momento, una puerta que hasta ese momento había permanecido oculta en la brillante luz se abre, dando paso a otro gadolinita, presumiblemente de mayor rango ya que su túnica era roja y de mejor calidad. Su rostro denotaba irritación y, ni bien estuvo cerca de Morapio, comenzó a propinarle puñetazos mientras gritaba:
»—¡Así que el señoritingo se anda haciendo el melguizo y no tiene queseoques de pintiparar el buzaque! ¡No, si humano tenía que ser, queriendo empergilear más alto que el trefelentiano! ¡Estornino! ¡Jurel de una gran garlopa! ¡Y encima anda eglutando morrijeces sobre las carrucas y las flaturas! ¡Hay que ser pelendengue! ¡Checoslovaco! ¡Ahora, en castigo, se me reviensa bien la catalina y me escamocha en la jitora que le voy a estrubar las traques hasta que se le culven en pedanas! ¡Y ojito con brugular!
»Dicho esto, se retiró por donde había venido.
»—Je, bueno… ya oyó al Comandante… hubo un pequeño cambio de planes… —explicó el primer gadolinita con su mejor cara de circunstancias, mientras se escabullía por otra puerta—. Pero no se preocupe, si se relaja no duele tanto y, en una de esas, hasta termina gustándole.
»Dos meses más tarde, Morapio reapareció en su casa, saliendo de adentro del lavarropas. Vestía un conjunto de pollera larga tableada y camisa de algodón melange, suéter al tono en el cuello, boina y anteojos negros. Se paseaba a grandes zancadas por el living comedor, enseñando sus genitales mientras exclamaba con insistencia: «¡El churrasco lo quiero vuelta y vuelta!». Su mujer y dos hijos lo miraban perplejos, sin comprender: ¡Morapio había sido siempre un vegetariano militante!
»Cuando recuperó la calma (hace aproximadamente quince minutos) Morapio relató que los alienígenas lo habían llevado a su planeta, donde vivió durante veintisiete años, tuvo seis mil trescientas doce esposas, quinientos cuarenta hijos, setenta cuñados y un millón ochenta y cuatro mil setecientos treinta y tres suegras. Además, combatió en las filas de Gadolinium durante la Guerra Intragaláctica contra las huestes del Imperio Zzrick, recibiendo, por su heroico desempeño, la Cruz de Saint Embarrás du Choix; se retiró con el grado de Comandante Adjunto de la Legión Interplanetaria de la Confederación de Civilizaciones Extraterrestres; fue galardonado con el premio Moinichoiaphor por su prolífica obra literaria, que incluye títulos como Creo que tu madre es un travesti, Yo no soy lo que tú te imaginas y Un semental en el convento; fundó la Agrupación Pro Ayuda al Niño Corrupto y ganó fama y fortuna como el simpático conductor del programa ómnibus Las mañanitas de Gadolinium tienen un qué sé yo que las hace ideales para un salpicado de noticias y buen humor.
»Actualmente se encuentra finalizando su libro Yo visité Gadolinium, en el que recopila todas las notas que recogiese durante su experiencia en dicho planeta y que seguramente se convertirá en el libro de cabecera de todos aquellos que se interesan en el fenómeno OVNI» (Rickettsia, Basidio, ¿Hay vida antes de la muerte?, págs. 142 a 150, Ediciones Entalpía, Villa Jalfmún, 1993).
Por lo que me pude enterar, el virus «Demoniacus el Grande» había infectado la laptop de Morapio durante la ya mencionada Guerra Intragaláctica contra el Imperio Zzrick cuando Estanislao ingresó vía módem a la computadora de la nave enemiga «Zzra’hadd’oopm» y destruyó los programas centrales de navegación, ciento cincuenta y tres bases de datos con información sobre toda la Galaxia y una bocha de jueguitos que estaban muy buenos y es una pena que se hayan perdido. Esta acción de terrorismo informático hizo que el conflicto, muy desfavorable para las tropas gadolinitas, diera un giro de 168 grados y se produjese, diez años más tarde, la aplastante victoria que todos conocemos. Pero toda victoria tiene su costado de derrota, pues, como ya dije, al ingresar Morapio a la computadora Zzrick, infectó su laptop con el virus informático llamado «Demoniacus el Grande», el cual había sido desarrollado en el planeta Noxiddnanosam, hacía más de cuarenta generaciones cuando los Zzricks habían anexado dicho planeta a su imperio.
Este virus había sido creado por un desconocido hacker quien, imbuido de un fervor patriótico, se lo envió al Comando Supremo Y Rebelde «Noxiddnanosam Libre!», la principal fuerza de resistencia contra la ocupación Zzrick. La idea era que, desviando uno de cada diecisiete envíos postales hacia una casilla de correos de un pequeño poblado de un planeta desconocido para los Zzricks, la confusión que se iba a generar entre los odiados invasores sería tan grande que le permitiría al Comando Supremo Y Rebelde «Noxiddnanosam Libre!» atacar por sorpresa y echarlos del planeta. En realidad, el plan original no salió como se deseaba pero la existencia del virus ayudó bastante en la victoria, ya que los Zzricks abandonaron Noxiddnanosam tras una masiva intoxicación con pegamento de estampillas que diezmó a una importante porción de la casta dominante.
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La razón de la elección del número 17 es simple: los noxiddnanosamitas tienen 17 dedos (cuatro por mano y uno extra que les crece debajo del ombligo), de allí que toda su numeración sea en esa base. Pero, ¿por qué «Casilla de Correo 74 – Guanaco Tierno (provincia de Tierra Adentro)»? Esto implica presentar a los Pdjésm’th, una especie con la que aún no hemos hecho contacto pero con la que indefectiblemente deberemos hacerlo dentro de exactamente 591 años para que toda esta historia tenga sentido.
Los Pdjésm’th son una de esas excentricidades que la Naturaleza se permite de tanto en tanto, ya que ellos avanzan en el Tiempo en dirección contraria a la del resto de las especies conocidas del Universo. Esta particularidad los convierte en unos pésimos invitados a una fiesta, ya que cuando creés que se están yendo en realidad apenas están llegando.
Dentro de unos 798 años, desde nuestra perspectiva, perderemos contacto con ellos. Desde la de ellos, estableceremos contacto, el cual se perderá 137 años antes/después cuando nos volvamos demasiado «primitivos, salvajes y decadentes» para esta refinada civilización. Que este mismo desencanto les ocurra con cuanta otra especie tienen contacto no parece darles una pista a los Pdjésm’th de que van a contracorriente, ellos están convencidos que es su apego a una estricta disciplina ética y moral los que los mantiene progresando mientras el resto del Universo cae en la barbarie y las Eras Oscuras.
Casi al finalizar su contacto con los humanos (según su perspectiva, según la nuestra, es al comenzar el contacto), cuando las poblaciones comenzaban a tener su propia identidad y no eran una masa urbana indiferenciada que cubría toda la exhausta superficie del planeta, un animador radial Pdjésm’th descubre la existencia de una ciudad llamada Guanaco Tierno. Dado que para los Pdjésm’th «Guanaco Tierno» es como familiarmente se denomina a «aquel que acaricia la rabadilla de los prepúberes con finalidades estetizantes», la broma fácil no se hace esperar y en unos pocos meses la frase «¿Dónde vivís? ¿En Guanaco Tierno?» se convierte en la muletilla de grandes y chicos. Para cuando los Pdjésm’th llegan a Noxiddnanosam (eso fue hace varios siglos, aunque no es posible precisar esta fecha con exactitud ya que los Zzricks destruyeron, borraron y quemaron todo archivo, biblioteca, computadora o memoria del planeta y para cuando los noxiddnanosamitas lograron librarse de los invasores ya no había quien recordase con certeza cuándo sucedieron los hechos históricos, así que se decidió que cualquier cosa previa a la invasión Zzrick había ocurrido «hace varios siglos»), ya ésta es una parte de su lenguaje cotidiano, por lo que es probable que el misterioso hacker se haya inspirado en esta humorada Pdjésm’th al desarrollar a «Demoniacus el Grande». Que Guanaco Tierno sea el lugar donde habitaba la madre de Estanislao Morapio es, simplemente, una coincidencia y no debe ser interpretado de otra manera.
Volvamos al Instituto Para La Superación Del Individuo, donde mis datos yacían olvidados hasta el ingreso de «Demoniacus el Grande». El virus, al activarse, «me encargó» las cinco cajas del curso de inglés, las cuales fueron enviadas inmediatamente a la bendita Casilla de Correo 74 en Guanaco Tierno. En donde podrían haberse quedado llenándose de polvo si no fuera que, hará cosa de unos siete años, un grupo de Ae’n Çalgirp, huyendo de una muerte segura por haber expresado disconformidad con el régimen de Magr’stebra el Grandiosamente Imponente, terminaron, tras un largo periplo, en esta pequeña población. Debido a la obsesiva compulsión de los Ae’n Çalgirp por hacer orden y acomodar hasta lo acomodado muy pronto el plantel del correo de Guanaco Tierno estaba completamente conformado por estos refugiados.
Estos buenos muchachos inmediatamente notaron la descomunal acumulación de cartas y encomiendas en la bendita casilla de correo 74. Lo lógico hubiera sido eliminar tanto papel perdido, o, al menos, devolverlo al remitente. Pero los Ae’n Çalgirp se tomaron muy a pecho la idea de que el correo debe de ser entregado a toda costa. Así que trataron de contactarse con el propietario de la casilla, quien resultó ser un Pdjésm’th llamado Yvael No’dpj.
Claro que cuando los Ae’n Çalgirp lo encontraron Yvael aún (según su perspectiva) no había estado ni en Noxiddnanosam ni en el decadente planeta Tierra y, por lo tanto, no tenía la más puta idea de lo que le hablaban. Pero hacía veintisiete años (¿o dentro de veintisiete años?) sí iba a estar en Noxiddnanosam, adelantándose varios siglos a sus congéneres, donde se encontró con una pujante y avanzadísima civilización que conocían mucho acerca de los Pdjésm’th, quizás hasta demasiado. Esto desconcertó al pobre muchacho, ya que había llegado de pura casualidad a ese inexplorado sector de la galaxia, arrastrado por una feroz tormenta cuántica que lo alejó incontables años luz del espacio conocido por los Pdjésm’th. Y, como los Pdjésm’th de los cuales los Noxiddnanosamitas hablaban eran mucho más poderosos y avanzados que sus contemporáneos, Yvael erróneamente dedujo que, en realidad, los habitantes de este desconocido planeta lo estaban confundiendo con uno de sus dioses, por lo que pensó que no sería mala idea volver a casa, avisarle a unos amigos, regresar a Noxiddnanosam y sacarle el rédito a la situación. También, lamentablemente, conoció la leyenda del misterioso hacker que venció a los Zzricks con el virus informático «Demoniacus el Grande». Al escuchar la historia, Yvael tuvo una confusa mezcla de sensaciones: por un lado le causó muchísima gracia que el virus desviase el correo a una población llamada «Aquel que acaricia la rabadilla de los prepúberes con finalidades estetizantes», y por otro le despertó un extraño temor supersticioso cuando recordó que veintisiete años antes un grupo de carteros Ae’n Çalgirp le había dicho que era dueño de la famosa casilla de correo 74. Y esta confusa mezcla le dio la mala idea de desviarse un rato hacia el primitivo planeta Tierra (donde alguna vez su tatarabuelo fuese Embajador Adjunto, en una mejor época, cuando esos humanos sabían comportarse civilizadamente, no como ahora que apenas recuerdan cómo usar la energía atómica), adquirir la casilla y cumplir con tan ridículo destino, no sea cosa que algo malo le pase, ¿no?, demostrando sin proponérselo la ambivalencia de las cábalas y oráculos, ya que lo que después —¿o antes?— le pasó a Yvael no fue muy bueno que digamos. Al menos para él. Cuando salía del sistema solar y entraba en la nube Oort una horda de Bbreeeps salvajes atacó su nave, lo violó y luego se lo almorzó, no sin antes entregar el corazón aún palpitante de Yvael al Omnipotente y Maravilloso Gahr’zut, Dios entre Dioses, Arriero de la Tormenta y Padre de los Truenos que hacen «Bbroooomp!», obteniendo así una copiosa cosecha de humuluhulumulukuvulus y aumentando la fertilidad de sus a-aswokhs en un 85%.
Pero el triste final de Yvael no importa para esta narración. Lo que sí importa es que él se negó tan rotundamente que los carteros Ae’n Çalgirp no tuvieron más remedio que aceptar su palabra. Lo que no quiere decir que se quedaron tranquilos, y cuando descubrieron que un virus informático había sido el responsable de que todos esos envíos se hubieran acumulado en la casilla 74 no lo dudaron ni un instante: incendiaron la oficina de correos de Guanaco Tierno (ya que es costumbre de los Ae’n Çalgirp quemar sus viviendas cuando se mudan, en recuerdo del acto de abandono del hogar paterno que hiciese el dios creador Çã’sooza quien, según se lee en la Tablilla 15, Columna II, Canto 4, versículos 33 al 36 del Ü-Khy o «Sagrada Epopeya Donde Se Narra El Origen Del Universo Y De Casi Todo Lo Que Hay En Él»: «Prendióle fuego Çã’sooza a la casa de L’lorr, sin mirar atrás, prendióle fuego a la casa de su padre, diciendo: ‘Prenderé este fuego en tu casa para que arda y salga quemada tras este incendio’, así decía Çã’sooza mientras acercaba la antorcha a la casa de L’lorr, a la casa de su padre, sin mirar atrás») y partieron por todo el planeta Tierra en busca de los propietarios del correo perdido. ¿Adivinen quién fue el único al que no pudieron encontrar?
Pero lo encontraron al profesor Geschwür am Zwölffingerdarm, quien no tuvo mejor idea que darles una nave y decirles que «el Capitán Niemand va seguido por la estación Esion Fotra IV, yo que ustedes probaría por allí», consejo que siguieron al pie de la letra.
Cuatro meses después me encontraron en Esion Fotra IV, más precisamente en el bar de Fwarcdrof, tomando unas cervezas con mi buen amigo Mutx Ketoff, quien me contaba un chiste (Mutx Ketoff es un rek’c ufreh-tom de la provincia K’co Cymk’cus de la República Nam-uo Yk’cuf, los cuales son considerados los más graciosos de todo el sistema Tih Sta E):
—Resulta que va Jh’a-y-mhi-to caminando por la calle y se encuentra con la maestra. «Hola, Jh’a-y-mhi-to», dice ella «¿Querés meterme el dedito en el ombliguito?» «¡Por supuesto, señorita!», contesta él y se lleva a la maestra a un potrero cercano. Al rato Jh’a-y-mhi-to dice «¿Le gustó, señorita?». «Sí», contesta la maestra. «Pero ese no era mi dedito… » dice Jh’a-y-mhi-to, y la maestra responde «Bueno, ese tampoco era mi ombliguito… y los bichitos que te están picando cerca del dedito se llaman ladillas». ¡Jjjajjjja jj! ¿No es graciosísimo?
—La verdad, creo que se pierde bastante en la traducción —digo yo y en eso escucho que alguien dice a mis espaldas:
—¿Usted es Ignatz Niemand? ¿El famoso Capitán Ignatz Niemand?
La experiencia me enseñó que cada vez que alguien me hace esta pregunta termino de culo en el suelo y con un ojo en compota. Ni me molesté en contestar, tiré la mesa y las sillas y corrí por los atestados pasillos de la estación.
Y el Ae’n Çalgirp atrás mío, llamándome a los gritos.
Como no podía perderlo me subí a mi nave, pisé el acelerador y enfilé hacia el supraespacio gamma (para los que no están muy familiarizados con el viaje interestelar, sería el equivalente de ir a campo traviesa por un terreno pedregoso y lleno de pinchudos yuyos durante una descomunal tormenta para acabar en un bosque donde se dice que hay una jauría de lobizones hambrientos de carne humana).
Obsesivo como pocos, el Ae’n Çalgirp me siguió.
Me metí en una nube de cationes. Atravesé el cinturón de asteroides G3P (que más que cinturón es un corsé). Disparé una cortina de epsilones. Arrojé clavos miguelito. Pero no había caso. No importaba la maniobra evasiva, él iba atrás mío, firme en su propósito, tocando bocina. Así que no me quedó más remedio que recurrir a una medida desesperada: El Giro Snakefinger Lithman. Que consiste en hacer un triple barril en reversa cambiando cada cinco segundos de hiperespacio (los detalles técnicos de esta peligrosa maniobra pueden leerse en el «Manual de Espacionavegación Avanzada» de Nigel Senada — Edweena Publishing House, Vileness Fats, 1972). Un movimiento en falso y acabás perdido en un vórtice espacio-temporal de clase Theta 9, lo que en criollo significa que si tenés la suerte de salir de él, rezá para que toda tu individualidad lo haga en el mismo momento y en el mismo lugar (a menos, claro está, que te guste que tu hígado aparezca a veinte años luz y a treinta siglos de distancia de tus riñones y ambos a ocho metros y cinco minutos de tu cerebro. Y aún en este caso uno puede considerarse afortunado, ya que la muerte es instantánea. Mucho peor es terminar desparramado por todo el continuo espaciotemporal, transformado en un fantasma cronosinclástico, créanme).
No estaría contando esta historia si no lo hubiera logrado. Y si bien esta maniobra me sirvió para perder definitivamente a mi perseguidor, lamentablemente, también me sirvió para ir a parar a la órbita del planeta Kevork, donde me atraparon y me acusaron de ser un espía pebcak.
La guerra entre los kevork y los pebcak era el más reciente episodio del colapso de la Federación Zinkwatshulaik y que ya estaba tomando visos de tragedia. Esta Federación había sido creada tras el derrumbe del Imperio Zzrick por la victoriosa Liga Aliada de Unidad Planetaria Contra el Imperialismo Zzrick (a la cual pertenecían la Confederación de Civilizaciones Extraterrestres, la Confederación Unida de Civilizaciones Galácticas, la Unión de Planetas Prolíficamente Poblados y el Concilio Planetario II) con el sólo propósito de controlar un cuadrante bastante belicoso de por sí. Al producirse el enfrentamiento ideológico entre la CCE y la UPPP (lo que tuvo como resultado la desaparición de la LAdUPCeZ y casi un siglo de tensiones en todo el Cosmos), la Federación Zinkwatshulaik quedó dentro del área de influencia de la UPPP y, por más de setenta y cuatro años, una cierta paz reinó en la región. Al disolverse la UPPP, hace veintitrés años, y como consecuencia del terrible grado de superpoblación alcanzado por la UPPP que hizo que un día, al decir de un testigo, hubiese «más gente de la que entraba y de repente nos empezamos a caer todos por el horizonte», la Federación quedó librada a su suerte. Pronto los viejos odios afloraron a la superficie y antiguas rivalidades, olvidadas por siglos, salieron a la luz y todo el cuadrante se convirtió en un campo de batalla. Primero fueron los Pamexum contra los Barff y los Kevork, luego los Kevork contra los Barff y los Pamexum, luego la Guerra Civil Barff, la Guerra Santa de los Tarkin contras los Impíos Jeps, la Venganza de los Jeps, la Crisis de los Pebcak, el Cisma Pamexum (que los dividió en la República Pame y el Cónclave Xum), la Microguerra Ized – Inem, la Invasión de los Inem al Feudalato Disidente Paztrum, la Réplica Pebcak que acabó con los Ized, la Operación de los Xum contra~los Tarkin, el Contraataque Barff a los Pamexum (quienes se juntaron sólo para la ocasión), el Nuevo Cisma Pamexum (que originó al Albaceato Pam y a la Camaradería Exum), la Disolución de los Jeps, la Guerra Fría de los Morlaks contra los Paztrum y los Inem, la Guerra Independentista JaDreZor contra la Dominación Reecot y ahora la Lucha Kevork-Pebcak por los Territorios Irredentos al Sur del Sistema Qraqardíz.
Dicen que no hay que juzgar a una persona por su aspecto exterior. Pues bien, parece que los kevork se han tomado este principio al pie de la letra porque ni yo ni ningún otro de los que estábamos en la celda teníamos el más mínimo parecido físico con un pebcak. «Justamente, por eso es que son espías» fue la explicación que recibí a mis protestas.
Quiso la suerte que entre los invitados oficiales a la ejecución pública de los «sucios perros enemigos» estuviese mi entrañable amiga Maripili Soterrada, quien exclamó:
—¡Ey! ¡Paren! ¡Ése no es un espía! ¡Ése es Ignatz Niemand!
Con eso hubiera bastado. Al fin y al cabo, Maripili era una reconocida espía halsbrünstigpfefferbeilebendigem y su palabra contaba como la opinión de un experto. Pero la desgraciada siguió~diciendo:
—¡A quién se le ocurre que semejante pelotudo puede ser un espía! ¡Si yo les contase…!
Y les contó. Mierda que les contó.
Yo no soy un tipo al que le cuesta admitir sus fallas, no tengo problemas de revelar mis múltiples falencias, mis torpezas más patéticas. Pero lo que sucedió en Nosredna XLVI cuando conocí Maripili me da tanta vergüenza que no me animo a reproducirlo acá. Sólo, porque es parte importante de este encadenamiento causal de casualidades, mencionaré que en algún momento de la bochornosa anécdota salía a relucir la leyenda del Planeta Perdido de los Torremonteros.
Esta leyenda, resumidamente, dice lo siguiente: Los torremonteros que actualmente pueblan por millones el cosmos son todos descendientes de una expedición que salió desde su mundo rumbo al séptimo planeta de su sistema solar hace cientos de miles de años. Finalizada la misión, los torremonteros regresaron a su hogar pero no sólo nunca llegaron sino que terminaron a varios años luz de su origen. Las causas de este desvío se desconocen, puede que se haya debido a una distorsión supraespacial, a un error en los sensores o, incluso, a la ineptitud de los torremonteros que enfilaron en dirección contraria, alejándose. Lo cierto es que jamás pudieron volver a encontrar su mundo natal, del cual no recuerdan ni siquiera el nombre, pese a que lo han buscado desde entonces. Lo único de que están seguros es que era un planeta precioso, lleno de placeres y delicias y que en una montaña sagrada se ocultaba el secreto de la inmortalidad y la eterna juventud.
Durante mi vergonzante visita a Nosredna XLVI, y por razones que no vienen al caso mencionar, encontramos un viejo manuscrito sanegóresanóz que describía una ruta hacia algo que bien podría ser el Planeta Perdido de los Torremonteros. Los sucesos posteriores (los que causaron mi gran oprobio) hicieron que jamás pudiéramos ir a comprobar la existencia del buscado planeta, ya que el manuscrito se perdió en mi huida de Nosredna XLVI.
Cuando Maripili terminó de contar el incidente que me avergüenza, toda la multitud en Kevork estalló en una carcajada, incluso mis compañeros del patíbulo, quienes murieron con una sonrisa en los labios. Pero uno de los presentes, un auténtico espía pebcak, dicho sea de paso, no sólo disfrutó de la hilaridad de la anécdota sino que recordó haber visto hacía un par de años en manos de un coleccionista de antigüedades de Mesfouters un manuscrito que se parecía bastante al que Maripili había descripto. Así que ni bien terminó con sus labores intrigantes (que dieron como resultado el exterminio de treinta mil kevorks en la colonia de J’ythou B’) se dirigió a la casa de este coleccionista, lo asesinó y robó el manuscrito.
Las indicaciones eran claras, en la medida de que puede ser claro algo escrito en un texto antiguo. Al parecer había que comenzar el periplo en el sistema Edreveneple, entre las órbitas de los planetas Ojorognorop y Ajnaranahcrag. Cuando en el primero comienza la estación de las lluvias y en el segundo está por terminar la temporada de las berenjenas ambos mundos determinan una recta que, a los siete novenos de su longitud, cruza por encima de un pequeño agujero negro custodiado por el temible demonio C’Ulso’Usmam-Ain. Quien quiera ingresar por este túnel subespacial deberá ofrendarle diecisiete galligüinos vírgenes y contestar el siguiente acertijo: «¿Cuál es el animal que a la mañana camina en cuatro patas, al mediodía en dos y a la noche en tres?». La respuesta es el sarcomieloso colirrayado (y no el Hombre, como puede hacernos creer nuestro condicionamiento cultural), un tímido marsupial de los bosques de Séptima Aumentada que, efectivamente, desde el amanecer hasta las doce es cuadrúpedo, luego es bípedo hasta caer el sol, cuando se vuelve trípedo hasta que se duerme. Resuelto este enigma, C’Ulso’Usmam-Ain le abrirá las puertas del agujero negro y le entregará una vela al solicitante.
Ya del otro lado del túnel uno se encuentra en el cuadrante «. Debe entonces ubicar la estrella conocida por los Greihs como «Ojo Rojo de Macoolmafinn» y mantenerla siempre a dieciocho grados hacia la derecha en la consola de navegación. Luego de recorrer quinientos cincuenta y tres minutos luz se llega a un sector del espacio donde se divisan los pulsares Yction X-3 y Phos M-9. El punto en el que las emisiones lumínicas de ambas estrellas pulsantes se cruzan marca la dirección hacia donde el viajante debe dirigirse. Es ahora cuando debe encenderse la vela y, manteniendo una velocidad crucero de warp-25, navegar en línea recta hasta que de la vela no quede más que un charco de parafina. Si todo va bien, uno se encontrará orbitando un mundo que es el Planeta Perdido de los Torremonteros, siempre y cuando sea verdad lo que el explorador Greebo Oggle le contó al Emperador Boromil V.
Aparentemente no lo era, aunque en sesenta y cuatro mil quinientos treinta y siete años las cosas pueden cambiar un poco. En principio porque en los últimos diecisiete mil doscientos años habitó ese planeta una especie inteligente que no tiene ninguna similitud genética con los torremonteros, ni siquiera remontándonos muy atrás en la historia evolutiva de la vida en dicho planeta. La historia de esta especie debería dejarnos una enseñanza a las restantes del cosmos, que andamos coqueteando con la destrucción masiva y la energía nuclear: Hace poco más de trescientos años la mayoría de la población había progresado considerablemente en el campo tecnológico, aunque no dominaban las sutilezas del vuelo espacial. Esta especie era muy territorial y belicosa y toda su larga historia estaba plagada de guerras, cada vez más sangrientas y cada vez más masivas. La tensión fue creciendo a lo largo de los últimos siglos hasta que hace unos trescientos años se produjo una guerra devastadora, con tremendas armas de destrucción que aniquilaron a toda la población excepto a un pequeño grupo de cazadores-recolectores que vivían en el desierto de !Kwalamalahamamala, los~Nayabalambaybay, quienes se salvaron porque su árido hábitat fue el único lugar donde la letal lluvia radiactiva no llegó. Pasado un tiempo, los Nayabalambaybay encontraron que la presión civilizadora que los había ido arrinconando a lo largo de la Historia en este duro desierto no existía más y comenzaron a expandirse. Así, con el correr de los años fueron extendiéndose por el globo, descubriendo las ruinas de la antigua civilización que, con diversos matices culturales, había dominado al mundo hasta hacía muy pocos años. Dotados de una poderosa capacidad adaptativa (producto de haber vivido por milenios en un territorio hostil), los Nayabalambaybay enseguida comprendieron las funciones de las diversas tecnologías que iban encontrando en su camino y, si bien no podían generar nuevas invenciones a partir de éstas, rápidamente aprendieron a utilizarlas y construir otras similares.
El espía pebcak no conocía a los torremonteros pero estaba enterado de su pacifismo natural y de su filosofía de respeto por todas las especies vivientes, grandes y pequeñas. Por eso, cuando aterrizó en lo que creía que era (y probablemente lo fuese) el Planeta Perdido de los Torremonteros, salió desarmado de su nave, con rostro afable y exclamando «¡Hola, amigos! ¿Cómo están?». El hoyo de bala que apareció en medio de sus cejas fue la respuesta que recibió por parte de los nayabalambaybay, quienes enseguida descuartizaron su cuerpo y lo devoraron en un banquete ritual. Luego pasaron a estudiar el singular pájaro de combate que este extraño animal había traído para ellos y un año más tarde la tribu yanambay-kambay había subyugado a las demás tribus nayabalambaybay y se disponía a atravesar las distancias del espacio con su flota de ciento veinte naves estelares.
La horda nayabalambaybay fue finalmente vencida en la batalla de Azhjioh por el ejército de la Liga Aliada de Unidad Planetaria Contra la Horda Nayabalambaybay (la cual era, básicamente, la Liga Aliada de Unidad Planetaria Contra el Imperialismo Zzrick reunificada a la que se sumó la Asociación Planetaria Sin Fines de Lucro, porque, al decir de su presidente, el chikkalbalam Poniaondi Dernuchin, «no podíamos quedarnos afuera de la joda como la última vez»), pero en los diecisiete meses que duró la salvaje incursión de estos primitivos seres más de cuarenta sistemas solares fueron arrasados y sus habitantes diezmados. Entre ellos estaba el de Kytenal Ñorda, centro financiero de gran parte de la galaxia y en el que estaban depositados los fondos de la Comisión de Astronáutica de Santa Gregoria de los Cardales.
—O sea, este…, usted comprenderá, Capitán Niemand —me decía el profesor Zwölffingerdarm—, no es nada personal, esteee…, pero por el momento…, este…, la situación es desesperante… y la verdad yo no quisiera decirle esto pero…
—No se preocupe, entiendo a la perfección —le contesto, y no mentía, por supuesto que entendía a la perfección lo que pasaba, siempre el que la liga es el pobre laburante y mientras tanto los garca de siempre se llenan la barriga con el hambre del pueblo. ¡Ah, si los pudiera agarrar a esos hijos de puta oligarcas comemierda! Los metería en celdas subterráneas y arriba de éstas construiría letrinas, así la gente podría cagarse en ellos como ellos se han cagado en nosotros desde tiempos inmemoriales. ¡A ver qué les parece, culastrunes narizparriba!
—Igual es una situación momentánea, no es nada definitivo…
—Quédese tranquilo, Geschwür, no hay drama, ya veré qué puedo hacer.
Costó poder hacer algo, la verdad sea dicha, porque, bueno, el colapso financiero alcanzó a toda la galaxia y el laburo escaseaba que daba calambre. Al final, y haciendo de tripas corazón, nos juntamos unos cuantos y pusimos una remisería. Al principio éramos Lardei Eskukada, Mutx Ketoff, Sarbo Qathemochl, Marianela Sotomayor y yo, pero después se fue sumando más gente, las cuentas se fueron haciendo cada vez menos claras y si conservamos la amistad fue sólo por casualidad. Pero ésa es otra historia.
Una tarde iba a buscar a un cliente al cuadrante «»» cuando algo se atraviesa en mi camino y se estrella en el parabrisas. Freno la nave, me pongo el traje espacial y, puteando porque hacía dos meses que había dejado de pagar el seguro, salgo afuera a ver qué corno atropellé.
Un ángel, lo que atropellé era un ángel, que agonizaba enredado entre los ejes del tren de aterrizaje de la nave. ¡Pobrecito! Aleteaba de tanto en tanto y me miraba con sus líquidos ojos celestes, como pidiendo ayuda. No pude menos que apiadarme y le quebré el cuello, para que no sufriera más. Y no me pareció justo dejarlo ahí tirado, en medio del cosmos. Por suerte estaba cerca de un cinturón de esos asteroides que uno no da dos mangos por ellos, así que fui hasta uno de ellos a enterrarlo.
Me sorprendió encontrarlo habitado y con una civilización, primitiva pero civilización al fin. Pero más me sorprendió encontrar allí, aunque muy deteriorada, a la nave del cartero Ae’n Çalgirp que me perseguía hace unos años. Al parecer, el tipo tuvo la suficiente suerte de salir entero del vórtice espacio-temporal de clase Theta 9 algunos millones de años en el pasado y a muchos años luz más hacia el oeste de donde lo vi por última vez, precisamente sobre una colina de este pequeño planetoide del cuadrante «»» donde pasó el resto de su existencia como náufrago acompañado por los antepasados animales de los pobladores del lugar, escuchando una y otra vez los cassettes del bendito curso de inglés.
Y es a causa de todo esto que hoy, en cuanto desciendo, una comitiva se me acerca y el que parece el líder me saluda:
—Hello, my name is Richard. I’m a student. How are you?
Saurio nació en Buenos Aires en 1965. Dice estar preocupado por su futura muerte, lo que estimula en él la necesidad de aprovechar el poco tiempo que le queda dedicándose a cuanta arte, ciencia o religián se le cruza en el camino. Ha escrito dos novelas, El vacío del bostezo y La indiferencia de los peces, dos libros de poemas y uno de humor, Un libro al pedo y sostiene sitios de Internet: La Idea Fija (donde entre otras muchas cosas desarrolla su historieta Los cartoneros del espacio) y El Maravilloso Mundo de Saurio.
Hemos publicado en Axxón sus ficciones: NO ME PIDAS UN MILAGRO (147), LAS FRONTERAS SE HAN HECHO PARA SER CRUZADAS (149), BACH HA MUERTO (151), ¿QUÉ ES EL «SECRETARIADO CUÁNTICO»? (152), ¿QUÉ ES EL DOLFISMO ORTODOXO? (155), EL CAMINO DE WEESCOSA (155), LA PSICOSTASIA ENTRE LOS GRIEGOS (155), ¿DÓNDE QUEDARON LOS BUENOS MODALES? (157), ¿QUÉ ES LO QUE ESTÁ CONSTRUYENDO? (157), SER DE LUCES (158), (NO ALIMENTEN A LA) OSTRA, en co-autoría con Inmaculada Rumbau (162), PULPIFIXIÓN (168), NO ES PALABRAS (171), PELIGROS DE LOS REFRANES II (174), PELIGROS DE LOS REFRANES I (180), VAMOS AL BOSQUE, NENA (181) PIG BANG, LA CADENA DE LA FELICIDAD, DESDE ESTAS HERMOSAS PLAYAS TE RECORDAMOS CON CARIÑO Y DESEAMOS QUE ESTUVIESES AQUÍ CON NOSOTROS, VUELVO EN SIETE MINUTOS, EL FIN, LOS MEDIOS Y LA PROPIEDAD TRANSITIVA
Hemos publicado en Axxón sus artículos: ¿DÓNDE NADIE HA IDO ANTES? (157), NO ES LO MISMO SER OSCURO QUE ESTAR PINTADO DE NEGRO (159)
Hemos publicado en Axxón sus traducciones: LA INTELECTUALIDAD LIBERAL, de Luke Jackson (Estados Unidos) (168)
Este cuento se vincula temáticamente con PIG BANG de Saurio, LA CADENA DE LA FELICIDAD de Saurio, DESDE ESTAS HERMOSAS PLAYAS TE RECORDAMOS CON CARIÑO Y DESEAMOS QUE ESTUVIESES AQUÍ CON NOSOTROS de Saurio, VUELVO EN SIETE MINUTOS de Saurio
Axxón 209 – julio de 2010
Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Viaje espacial : Contacto con extraterrestres : Humor : Argentina : Argentino).