Los virus usan una «inteligencia de colmena» para centrar su ataque

Una táctica de conducta que es habitual en los insectos parece dar ventaja a los virus en la eterna lucha entre ellos y su hospedador, y la extraordinaria prueba de esto se puede ver en un vídeo

El vídeo atrapa al virus de sólo unos pocos cientos de nanómetros de tamaño en el acto de saltar sobre células que ya están infectados. Esto les permite concentrar sus energías en células no infectadas previamente, acelerando cinco veces la propagación de la infección.

Geoffrey Smith y su equipo de virólogos en el Imperial College de Londres tenían curiosidad sobre el virus Vaccinia, y prepararon un microscopio de vídeo para ver cómo el virus se propaga por las células.

Vaccinia fue utilizado en la vacuna que libró al mundo de la viruela hace 35 años. No causa enfermedad en seres humanos o cualquier otro animal, y su origen es desconocido.

La idea tradicional de cómo se propagan los virus es así: un virus entra en una célula y secuestra su maquinaria para hacer sus propias proteínas virales y replicarse. Luego miles de virus replicados se extenden a las células vecinas para causar estragos.

Cuando Smith observó el virus Vaccinia infectando células de hígado de mono, pensó que se estaba extendiendo demasiado rápido. «La replicación del virus lleva de 5 a 6 horas, pero se extiende de una célula a otra en 1 a 2 horas», dice.

Vaccinia ss conocido por transmitirse de célula a célula de una forma característica. Después de fijarse a la membrana celular de su objetivo, libera una proteína que entra en la célula, donde se comunica con la actina, una proteína que ayuda a mantener la estructura de la célula. La actina responde haciéndose más larga y luego se une con el virus, aún ubicado en la superficie de la célula, como la llamada «cola de actina». Esta cola ayuda a que el virus se despegue de la celda y encuentre la próxima víctima.

El equipo de Smith etiquetó el virus con la proteína fluorescente verde, y etiquetó algunas —pero no todas— las células con un marcador rojo que señala la actina. Ellos encontraron, para su sorpresa, que un virus que deja una célua viaja hacia otra y simplemente rebota en ella si ya contiene el virus.

Los investigadores pudieron saber que un único virus había recorrido más de una celda porque algunos virus que dejaron una célulaa con una cola de actina sin color recogieron una cola roja de actina de otra celda. «Esto significa que el virus puede cambiar sus colas de actina cuando rebota en la superficie de las células», dice Smith. «Esto permite que el virus llegue a las células distantes realmente rápido».

Smith reconoce que dos proteínas virales que están presententes en la superficie de la célula infectada efectivamente le dicen al virus que no moleste reinfectando esa célula. Cuando miró las cepas de virus carentes de estas proteínas, la propagación del virus se enlenteció en la catidad esperada sin el mecanismo de «infección por rebote». «Es como si las proteínas le dujeran a los virus: ‘Hey chicos, no hay que venir aquí'», dice Smith. «Si lo piensas bien, tiene sentido, es muy darwiniano».

Este hallazgo es «bastante lindo», dice Erik Barton, un virólogo de la Universidad de Purdue, Indiana. «Lo que me parece más fascinante es que indica que los virus pueden funcionar con una especie de «mentalidad de colmena» primitiva para garantizar el uso eficiente de los recursos de la célula huésped, similar a cómo las abejas obreras les dicen a las otras dónde localizar las mejores fuentes de alimentos.»

Encontrar maneras de bloquear las proteínas de la superficie celular podría proporcionar nuevos fármacos antivirales, añade Barton.

Tim Harrison, un virólogo molecular en la Universidad de Londres, está de acuerdo en que la idea es interesante, pero señala que la teoría no puede aplicarse a todos los virus. «No estoy seguro de lo importante que será esto. Depende de cuán extendido está el fenómeno entre los virus y si se da en el cuerpo como en un cultivo celular.»

Referencia de publicación: Science, DOI: 10.1126/science.1183173

Fuente: New Scientist. Aportado por Eduardo J. Carletti

Más información: