Revista Axxón » «Humo y arena», Jorge Korzan - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

ARGENTINA

 

 

EN EL PLANETA ROJO

por Edward T. Stockton

Entrega número 22

(publicada en el London Times el 13 de marzo de 1914)

 

Continúa la narración de nuestro famoso Cronista Exclusivo sobre la extraordinaria Campaña del planeta Marte. En esta entrega: A bordo de un Barco de Arena — Exposición de la estrategia del Mariscal Churchill — Una batalla exitosa contra los malvados marcianos.

 

Como se recordará de la entrega anterior, en el derrotero de mi visita al planeta Marte estaba estipulada una entrevista al Mariscal del Éter, Sir Winston Churchill, conocido héroe, líder y artífice de la actual Campaña contra los Marcianos.

Pero un telestato altera mi cronograma: el Mariscal no puede atenderme, graves acontecimientos requieren su exclusiva atención. Se me pide aborde al Barco de Arena HMS Horsell, en misión de patrullaje por la zona conocida como Lacus Solis, hasta que las circunstancias sean favorables para el esperado encuentro.

Queda, entonces, también suspendido mi viaje en dirigible por los cielos del planeta rojo. ¡Mas en compensación, dejo el Cilindro donde viví mi viaje interplanetario para pasar a la Primera Línea de la Guerra!

El Horsell es un impresionante vehículo de sesenta metros de longitud, muy similar a un barco, con el agregado de colosales ruedas de quince metros de diámetro. Estremece verlo acercarse, envuelto en nubes de arena roja desatadas por su inmensa energía.

Para ingresar a bordo, mi persona y pertenencias se ubican en una plataforma cerrada, de unos cinco metros de longitud por tres de ancho y altura, que se eleva mediante una grúa para ajustarse a una compuerta en un costado del Barco de Arena. Como ya se ha explicado en entregas anteriores, esta técnica es habitual, a fin de no emplear incómodas y engorrosas máscaras en el tenue aire marciano.

El Primer Oficial Charles Spencer me saluda cordialmente apenas doy mi primer paso a bordo de la nave. Tan encantador como eficaz, me proporciona un diagrama interno del Horsell mientras me guía hacia mi camarote asignado, en el área de oficiales. Tiene veintiséis años, es de Liverpool. En confianza, me enseña un pequeño daguerrotipo de su novia que vive en Gales del Sur, y me pide incluya en mi Relato sus saludos hacia ella ¡que aquí están, inmortalizados en estas líneas!

El camarote es austero, de dos metros por dos. Mas completamente funcional, con abundante espacio para mis enseres y un ingenioso escritorio plegable. No hay un ojo de buey ni ninguna abertura hacia el exterior: ante todo, me explica el Primer Oficial, hay que asegurar la fortaleza del grueso blindaje, que no solo soporta la presión del aire a bordo de la nave, sino también protege a sus tripulantes del terrible rayo calórico y otras armas de los marcianos. Sin embargo, la iluminación de la estancia es admirable, más clara y limpia que la luz de día. ¡En el techo, una de las maravillosas lámparas de Tesla! ¡Que se encendió apenas entramos en la habitación, en forma completamente automática!

Antes de proseguir, el Oficial Spencer me señala los interruptores para gobernar el artefacto lumínico o llamar al Servicio de asistentes. Sonrío, siendo testigo una vez más de las extraordinarias invenciones desarrolladas junto con el Arte de la Guerra. ¿Cuánto tiempo pasará, me pregunto, para que estas maravillosas creaciones en el planeta Marte sean algo común y corriente en nuestras casas, en nuestra amada Inglaterra?

Prosigo mi recorrida por el Horsell, con visiones más sorprendentes. Como que se me presente al Ingeniero Jefe de la nave, el Señor McKinley, quien junto al Primer Oficial Spencer me muestra henchido de orgullo la Sala de Máquinas. ¡Nada de calderas ni depósitos de sucio carbón! En su lugar, dos enormes y misteriosas esferas rodeadas de complejas estructuras de anillos y gruesos cables. Me encuentro ante los Generadores de Energía Radiante, desarrollados tomando de modelo los generadores de las máquinas de guerra marcianas de la invasión de 1898, con muchísimos adelantos y mejoras. ¡Conmueve el percibir tanta energía y Poder, en un ambiente limpio, pulcro y ordenado como el del atrio de una Iglesia! Energía y Poder aplicados para la Campaña contra los marcianos, tan justa como la Voluntad Divina.

Y al final, llego al Puente para saludar al Capitán Archibald Wright. Miembro de la Primera Expedición al planeta rojo, dirigida por Sir Winston Churchill hace diez años, este seguro y aplomado caballero de Newcastle participó en innumerables aventuras y batallas, ganando con bravura su cargo y su nave. Observo el guante negro de su mano izquierda. Con toda tranquilidad, me comenta que perdió esa mano durante la Batalla del Cañón marciano, en unas circunstancias tan terribles como asombrosas que merecen desarrollarse en otra entrega. ¡Todo mientras los asistentes nos sirven el Five O’Clock Tea, y veo cómo el Capitán Wright usa su mano artificial para sostener en forma elegante su taza!

Mientras estoy terminando mi última taza de té, el Capitán me enseña el Puente del Horsell. Amplio, rodeado de gruesas ventanas protegidas por planchas refractarias, todo su interior gira en torno a una gran mesa, iluminada desde dentro y por fuera con lámparas de Tesla. Sobre la mesa, un mapa de la región de Marte que estamos atravesando. Una primorosa miniatura del Barco de Arena, tallada en marfil, indica su posición actual. Delante y detrás, naves similares en un convoy, miniaturas de madera con banderas. El barco que encabeza el convoy es de los Estados Unidos de América; el que lo cierra, del Imperio Alemán.

El Capitán Wright señala la posición del Cañón marciano. Desde ese lugar fueron disparados los cilindros que cayeron en Inglaterra en 1898, con consecuencias harto conocidas. Vencidos los crueles y despiadados marcianos en su intento de conquista, una vez la pujante Raza Humana se recuperó, aprendiendo y aplicando las técnicas marcianas para volar en el Espacio entre los mundos, el objetivo de la Primera Expedición fue impedir que ese Cañón fuera usado nuevamente en contra de la Humanidad.

En esa tremenda batalla ganada con heroico sacrificio, el Mariscal Churchill observó que si bien los marcianos eran unos contendientes formidables y terribles, se encontraban en decadencia, limitados por los recursos agotados de su mundo. Y en base a tal observación diagramó su estrategia, completamente exitosa.

En la Segunda y Tercera Expediciones, los centenares de Cilindros provenientes de la Tierra transportaron, entre otras cosas, los Barcos de Arena. Operando como bases móviles, en convoyes que les permitiesen bastarse por sí mismos, mientras estuviesen siempre en movimiento no serían tan fáciles de atacar por los marcianos, obligados a seguir agotando materiales y energía para detenerles. Y comunicados entre sí, mediante invenciones como el maravilloso Teslascopio del genial doctor Nikola Tesla, los Barcos de Arena podían no solo atacar, sorprender y contener a los crueles marcianos; también tenerlos bajo sitio, ocupando por ejemplo los polos del planeta, para no dejarles acceso al valioso recurso del agua.

De esta manera, en movimiento y asedio constante y persistente, las tropas de la Campaña de Marte protegen a toda la Humanidad de la amenaza marciana. Y el Capitán Wright señala sobre el gran mapa otros convoyes y grupos de Barcos de Arena. Mientras vemos esto, varios oficiales trabajan recibiendo telestatos y comunicaciones, para luego cambiar las posiciones de todas las miniaturas del mapa.

Mas suena una campanilla, y la mirada del Capitán se inquieta. Un oficial se acerca casi corriendo a la mesa, colocando una miniatura roja: ¡marcianos en las cercanías! Se escuchan órdenes rápidas, y suenan las alarmas; un asistente me pide con toda cortesía la taza de té que aún tengo en mis manos, y se la lleva tan velozmente como si desapareciese. ¡Nada importa más que estar preparados y dispuestos para el combate, ninguna otra actividad o tarea deben interrumpir!

Ante mi petición, el Capitán Wright accede a que observe la batalla desde cubierta. Con celo profesional, asigna dos soldados de su mayor confianza para que me escolten. ¡El máximo cuidado para un representante de la Prensa aquí, en Marte!

Y se me conduce hacia un vestidor, donde cuelgan encadenadas las impresionantes armaduras de batalla, confeccionadas en las mejores Factorías del reconstruido Londres. Varios asistentes me ayudan a vestirme un grueso overall de lana, tapizado en su exterior por innumerables manguerillas de goma; a continuación, las firmes botas. Me piden que me vuelva a incorporar y me van colocando, y fijando con gruesas correas, la placa pectoral, las hombreras, las protecciones de brazos y piernas: todas hechas de gruesas placas cerámicas refractarias, capaces de resistir al terrible y mortal rayo calórico marciano. Sobre mi espalda me cuelgan una mochila con aire comprimido y agua, donde los asistentes conectan las manguerillas. Todo el conjunto pesa aproximadamente sesenta kilos ¡y todavía faltan el casco y los guantes!

Pero como me fue explicado apenas desembarqué en Marte, y me repiten los asistentes, en Marte la gravedad es menor, lo que hace más soportable la carga.

Me calzan el casco, una capucha maciza que se atornilla en los hombros y la placa pectoral, con una ranura de vidrio muy grueso a la altura de los ojos y otra manguera de gruesa goma que lo conecta a la mochila. Apenas lo tengo puesto, siento un siseo y un crepitar, para luego percibir la voz de un asistente diciendo «señor, haga un gesto con su mano derecha por favor, para saber que me está oyendo». ¡Sorprendente! La voz se oye muy clara; luego conversamos unos instantes para verificar que se me podía oír. Este es otro de los maravillosos inventos del Doctor Nikola Tesla: su comunicador etérico personal.

Y para el final, los guantes. Cuesta entender que unos guantes sean lo más delicado de la armadura, hasta que se los ve: una gruesa tela hecha con muchas capas de goma, forrada con diminutas placas refractarias cosidas una por una, de forma tal que protejan la mano sin restringir sus movimientos.

Doy unos pasos. No siento el peso, sino calor en el cuerpo; mas el movimiento hace circular agua por las manguerillas, y el frescor compensa la molestia. Los asistentes me acompañan hasta el otro extremo del vestidor, donde hay una puerta cerrada con una rueda; tras ella me esperan los soldados. Una vez paso el umbral y la puerta se cierra con la rueda, mis acompañantes abren otra similar y salimos a cubierta.


Ilustración: Tut

¡En cubierta de un Barco de Arena, en vísperas de una batalla en la superficie de Marte! La tensión de toda la gran nave se siente en los pies. Y hasta donde alcanza la vista, el desolado paisaje marciano es humo y arena en diferentes tonos de amarillo, naranja y rojo. Delante nuestro, la torreta delantera gira majestuosamente hacia nuestra izquierda, ostentando sus cañones calibre 20 pulgadas. Los soldados que me escoltan alzan sus armas, intimidantes Gatling de tres tubos. Y señalan hacia unos puntos borrosos en la línea del horizonte: ¡tres trípodes marcianos!

Los cañones abren fuego: siento la detonación en mis huesos, no el estruendo, pues el aire marciano es muy poco denso, y el casco me aísla del sonido. Y me sorprendo al ver al Barco de Arena americano que nos adelanta en el convoy, el Mississippi, torcer su rumbo hacia los agresores, sus ruedas envueltas en nubes de arena, sus chimeneas a todo vapor. Al instante, su casco se ilumina…

«¡Rayo calórico!», grita el soldado a mi derecha, y el de la izquierda me empuja hacia la torreta. ¡Protegidos a su sombra, el arma de los marcianos no nos hace mella! Mas veo al metal de los cañones brillar y enrojecerse.

Más allá, donde debería estar el Mississippi, mis ojos distinguen un relámpago de color azul. ¡El famoso Rayo de la Muerte del Doctor Tesla! Y luego otro destello azul, que casi nos ciega. ¡El Horsell descarga contra los Marcianos la terrible arma! Pasan uno, dos minutos, y sentimos el bramido de un trueno. Los soldados gritan. ¡Al menos un trípode marciano ha estallado!

Sin embargo, en torno nuestro solo se ve humo y arena; la batalla no ha terminado.

Una sombra ominosa se borronea ante nosotros.

¡Un trípode se presenta a nuestros ojos! El Horsell acelera a todo vapor para esquivarlo, mas nuestro oponente es más veloz. ¡El impacto es tremendo, la parte superior del trípode se abre sobre cubierta!

¡Para nuestro horror, nos enfrentamos cara a cara con un marciano!

Se recordará, en las primeras entregas de esta Crónica, la descripción del espécimen sumergido en formol, conservado en el Museo de Historia Natural de Londres: una bestia horrible, ajena a la Voluntad de Dios. Mas su visión no puede compararse a lo experimentado ante un marciano vivo en combate. Grande como un oso, los ojos rojos sin pupilas pletóricos de odio enfocados sobre nosotros, sus tentáculos moviéndose rápida y amenazadoramente… Una imagen de pesadilla, proveniente del más siniestro Averno.

Los soldados que me acompañan no dudan, avanzan y abren fuego. La espantosa criatura se sacude perforada por decenas de disparos hasta que, vacía de maldad, se derrumba sobre cubierta y queda inmóvil.

Tensos y alertas, esperamos otra horripilante aparición, que gracias al Cielo no ocurre. Mientras tanto, el Horsell cambia nuevamente de rumbo, y el trípode que nos embistió es dejado atrás. La torreta vuelve a moverse ante nosotros, los cañones vuelven a rugir una, dos, tres veces. Y luego, sentimos en nuestros huesos la vibración de una sirena: ¡la batalla ha concluido!

El Horsell dispara bengalas, como aviso a los demás vehículos del convoy y también como festejo. Mas sentimos la aceleración: hay que seguir la marcha, continuar la estrategia, obedecer las órdenes del Mariscal Churchill: jamás detenerse, siempre combatir.

Ingreso al Barco de Arena excitado, orgulloso de ser testigo y parte de tamaña gesta del esfuerzo y tesón inglés, de la Ciencia y el Espíritu Humanos. Me costará dormir esta noche, plasmar en palabras todo lo vivido.

¡Y todo lo narrado es apenas el comienzo de esta extraordinaria y sorprendente aventura!

 

 


Jorge Korzan nació en Buenos Aires en 1969. Es docente y consultor informático. Forma parte del taller literario «Los clanes de la luna Dickeana». Varios artículos suyos pueden leerse en nuestra revista, para la cual creó la sección «Futuros».

Ha publicado en Axxón el cuento corto HAY QUE SER REALISTA, y los artículos 40 AÑOS DE ADOLESCENCIA O ¿POR QUÉ NO ESTAMOS AHORA EN LA LUNA? y CIENCIA FICCIÓN Y REALIDAD.

Este cuento ha sido publicado por primera vez en la Antología Steampunk – Cuentos del Retrofuturo, de Ediciones Ayarmanot.


Este cuento se vincula temáticamente con MARTE HUMANO, de Sergio Alejandro Amira.


Axxón 280

Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Steampunk, Guerra interplanetaria, Invasión : Argentina : Argentino).

Una Respuesta a “«Humo y arena», Jorge Korzan”
  1. Teresa dice:

    Jorge es un magnífico escritor, de cuyo talento ésta es una muestra perfecta. Pocos cuentos steampunk logran meternos tan de lleno en la atmósfera del subgénero, transportándonos a otra época con tal eficacia. Además, presenta un increíble manejo del lenguaje.
    Muy subjetivamente, sigue pareciéndome el mejor cuento de una gran Antología.
    Felicitaciones a Axxón por hacer llegar este cuento a miles de personas.
    Una verdadera alegría para los que conocemos la calidad de Jorge.

  2.  
Deja una Respuesta