Los críticos, incluido yo mismo, persisten en hablar colocando etiquetas, a pesar de todas las advertencias en contra. Debemos hacerlo así porque es una fuente de conocimientos muy útil, que al mismo tiempo resulta muy divertida.

Bruce Sterling, «Mirrorshades».

En lo que se refiere al género fantástico, los amantes de las clasificaciones nos enfrentamos con una tarea complicada. No sólo es cada vez más difícil establecer fronteras entre las distintas corrientes que forman parte del género sino que, en la actualidad, hasta resulta complicado diferenciar entre literatura realista y literatura fantástica.

Con todo, si entendemos a la ciencia-ficción como aquella narrativa que intenta justificar sus elementos fantásticos (provenientes, en la mayoría de los casos, de especulaciones científicas o sociológicas) por medio del raciocinio y de la cognición, a la hora de etiquetar nos encontramos con relatos cuya inclusión dentro del género resultaría inadecuada o por lo menos dudosa. Sabemos que la fantasía, en cambio, prescinde de cualquier intento de explicación racional, y no es por descuido de sus autores: hay sagas y relatos fantásticos que son tan complejos y rigurosos en su construcción como la ciencia-ficción más hard.

Lo que no deja dudas es que lo mejor que podemos hacer es ampliar las fronteras de nuestras propias mentes y tratar de leerlo todo.

Silvia Angiola

Puso las manos contra el muro y escondió la cabeza. Lentamente se enderezó, estremecida. Levantó los brazos y los sacudió con gesto de impotencia. Se arrastró sobre esas piedras, con dolor, hasta la saliente. Finalmente se puso de pie, triunfal. El vacío la llamaba y respondió: Allá voy.

La luna se retiró tras una nube para que la sombra no muriese.

Interpretación de los jeroglíficos tallados en un minúsculo fragmento de arcilla, hallado a los pies de la Esfinge. Minúsculo fragmento, hallado por casualidad…

«… La leyenda de Ratonamón, el que nació con el nacimiento del Largo Eclipse; cuyos dominios abarcaban lo que abarcaba su mirada; preferido de los Dioses y por ellos bendecido.»

«… De un dátil nació y de su tamaño era y enorme asombro causó. Indignos sacerdotes dudaron de que el elegido fuera, anunciado en las Antiguas Escrituras. Pero el Largo Eclipse había comenzado y con el Largo Eclipse, el reinado del Primer Faraón de Egipto. Y así el pueblo lo quiso.»

«… En su belleza, sabiduría y devoción, investido fue Faraón en la mañana y todos bailaron alegres. Y lo adoraron los escultores y en granos de arena su imagen labraron, esparciéndolos por doquier. Y forjaron los escribas nuevos símbolos y palabras para reflejar sus sagrados hechos. A los Dioses dio nombres, que no al Gran Río. Los Dioses, admirados, prodigaron sus milagros y el Templo floreció como nunca. Egipto era feliz y creía.»

«… Decidió Ratonamón buscar esposa y así lo hizo; urgente pues no había tiempo. Campesina fue su esposa, hija de campesinos y con ellos comió pan y cerveza bebió. Campesina fue, por ser la primera, y la llamó Princesa de Egipto. La amó con locura, como solo amó el Faraón, mas no tuvieron descendencia pues no había tiempo. Y se lamentaron amargamente.»

«… Ahora marcho a la guerra, predijo, y así ocurrió. Con arcos y flechas equipó al Invencible Ejército, montó en su jerbo y a la guerra fue al mediodía, siguiendo la ruta del Sol. Y en la Cercana Duna venció a muchos enemigos; que no a cientos pues no eran tantos. Magnánimo los perdonó, curó y alimentó. Ellos lo alabaron y se postraron, y él les ofreció amablemente acogerlos en su Reino como esclavos. Y también sus tierras de labranza le cedieron, acrecentando así el poderío y riquezas de Egipto.»

«… Buscando una flor para la Princesa de Egipto se extravió Ratonamón. La sed se aferró a su garganta, mas no desesperó el Faraón y a diez metros del Gran Río de una gota de rocío se sació. Cantando su aventura retornó, siguiendo las huellas de los cocodrilos y esta lección enseñó a todos, como un buen padre enseña a su hijo. Y la flor les enseñó.»

«… Llegó la sequía y el pueblo moría de inanición. Por la vida del Faraón temían, aunque nadie hablaba de ello. La palabra asesinato sigilosa se instauró por vez primera en el Reino. Deprimidos estaban los graneros. Y con cien granos de trigo construyó Ratonamón el Dique, en un afluente del Nilo, para domeñar las veleidades del Gran Río. Los Dioses sonrieron. Y la agricultura floreció y el hambre huyó hacia el Oeste. Amigo del Nilo es nuestro Faraón; amo del trigo y la avena, aseguraban. Los niños crecieron sanos y alegres y todos rieron de sus temores de antaño.»

«… Cuando se alzaron las tribus del Oeste y amenazaron a Egipto, y el humo de los incendios ahogó los campos cultivados, dijo el Faraón que ya era tiempo. Le ordenó a su fiel servidor que edificara su tumba. Y al caer la tarde regresó su fiel servidor con la obra ya terminada. Aunque lo reprendió por su pereza, indulgente lo reprendió, porque vio que era magnífica la tumba, retadora su cumbre al cielo.»

«… Ahora marcho a la guerra, predijo, y así ocurrió. Quiso partir solo y solo partió esta vez. Victorioso volveré, proclamó, los Dioses marchan conmigo. Su pueblo le dijo adiós, presagiando el porvenir. Montó en su jerbo y a la guerra fue esa noche, siguiendo la ruta del Sol. Cabalgó lejos, más allá de la Cercana Duna, límite ignoto de su Reino. Allá combatió. Anciano combatió.»

«… Muerto por sus heridas regresó Ratonamón; muerto y victorioso por los Dioses al morir el Largo Eclipse. El Nilo, llorando, las márgenes desbordó; Comerciantes y campesinos rasgaron sus vestiduras. La Princesa de Egipto, con su aflicción y su flor, acompañó al Faraón. Los sacerdotes, gimiendo, dispusieron el último viaje; y su cuerpo en dorado capullo de mariposa embalsamaron para la posteridad. Y por Egipto rogaron.»

«… En dorado capullo duerme el sueño de los inmortales Ratonamón. Solo un día le tomó al desierto devorar su Reino, mas cada grano de las arenas de Gizeh lleva su nombre. Aún hoy silba el viento del Norte sus hazañas y en la piedra perpetúan su grandeza los nuevos Faraones. ¡Reinen gloriosos por los siglos de los siglos!»

En el Valle de los Reyes descansa Ratonamón, Pequeño Faraón, Príncipe de Egipto. Bajo un centímetro de arena, por la Esfinge custodiado, su sepulcro se eterniza. Casi con la punta de un pelo podría ser exhumado su diminuto legado.

El sol calla

Entre sus dédalos,

La luna

Grita en silencio.

Es la madre nuestra

De cada ocaso.

(Huye,

Que no te consuma

La última cena)

Aracne protege a sus hijos aun de ellos mismos. Su existencia cobra el sentido del tiempo que dedica a cuidarlos. Vive por ellos, respira por ellos. Los mantiene por siempre dentro de sus huevos, suaves, tibios, ausentes del mundo.

Permanece sorda a las voces que le piden dejar salir esa vida que palpita dentro. ¿Por qué hacerlo? Si ella sabe bien lo que necesitan. Está tan ligada a esos huevos que salieron de sus entrañas. No precisa escuchar sus voces para saber lo que piensan.

Si alguna cría intenta salir de su albergue, ella la persuade tiernamente. Con sus largos y afilados dedos de terciopelo aprisiona el cascarón quebrado, lo envuelve en pesadas sábanas tejidas con hilos de seda y lo abraza fuerte, para que al sentir el palpitar de su corazón de madre, el rebelde se dé por vencido. Ni siquiera parece darse cuenta de que, en su afán por conservar junto a ella a todas sus crías, algunas ya están muertas, sofocadas por tanta ternura.

Tú que estás en el suave limbo de Aracne, sacude la cabeza, no te dejes engañar por el cómodo calor, rompe el cascarón y corre sin mirar atrás. Cubre tus oídos para no escuchar los alaridos de amor, deja la culpa olvidada en el camino, sigue adelante.

Y cuando estés lejos, sé mariposa si lo deseas, o si no sé mosca, pero sé tú mismo. Oye mi consejo, no permitas que tu cuna sea tu tumba.

El hechicero chasqueó los dedos; un viento suave sacudió la pradera, las plantas nacieron instantáneamente, una nube de mariposas se transformó en soberbio castillo blanco…

—¡Corten!

El hombre del megáfono se acercó al set mientras conversaba con un técnico.

—Esos efectos especiales te quedaron magníficos. —Saludó con gesto de aprobación al actor y se retiraron a un camerino.

En la soledad de la pradera el hechicero se entretiene apagando las estrellas.

En cierta ocasión, abatido por los remordimientos que lo atormentaban al coreografiar la destrucción de todo lo existente, Shivá decidió vestir el mortal pellejo de los condenados. Le pareció que sería interesante saber qué se sentía. Para ello dio libertad plena al costado femenino de su aspecto hermafrodita, asumiendo el aspecto de uno de sus avatares menos conocidos: Juanita, una regordeta y morena señora que trabajó como mucama en el albergue transitorio que frecuento. Su patrón decía que nunca había encontrado a nadie como ella para realizar el servicio de cuarto. En un danzante torbellino de gracilidad y presteza, lavaba, sacudía, extendía, cepillaba y barría, haciendo que sus dos pares de brazos se volvieran un borrón azulado.

Por supuesto, desplegaba este singular espectáculo cuando nadie la observaba. Pero pude contemplar sus cabriolas sin ser descubierto gracias a mi invisibilidad. Y su bailoteo avivó mi añejado rencor: desde que Shivá incineró mis alas con el fuego de su tercer ojo, yo, Kama, el esplendente Ángel del Amor, no soy más que un fantasma cuyo único desahogo es poseer los cuerpos de los amantes que se dan cita en este lugar.

Aunque no siempre logro inculcarles la plenitud de mis artes. Los pobres diablos que vienen aquí, abrumados y egoístas, creen saberlo todo acerca del divino juego, pero apenas consiguen aparearse.

La historia de Iván Sombra Rebelde me sorprendió porque empezó de una forma infantil y anecdótica para convertirse con el tiempo en una de las historias más penosas y trágicas que recuerde.

Todo comienza una tarde de primavera en que un grupo de chavales juega al escondite. Al estar todos reunidos para ver quién se la va a ligar, Iván descubre que todos sus amiguitos proyectan una sombra negra y alargada que no se separa de sus pies, menos él.

Al decirlo, todos los niños se ríen aunque a él se le saltan las lágrimas, no se sabe si de vergüenza por no ser igual a los demás, o de miedo por carecer de algo que todos tienen. Una niña del grupo, un poco mayor que todos los demás, intenta tranquilizarlo, contándole que Peter Pan no tiene sombra porque la había perdido igual que él, hasta que Wendy la encuentra y la esconde, dobladita en un cajón para que no se escape, esperando la llegada de Peter Pan para cosérsela a sus pies.

Todos deciden que el juego del escondite ha terminado. Se tienen que lanzar a la aventura de encontrar la sombra de Iván. No fue muy difícil, la sombra de Iván se acercó a ellos creyendo que comenzaba un nuevo juego en el que todos los niños serían los policías y ella el ladrón.

Ni que decir tiene que fue imposible cazarla. La sombra de Iván había decidido hacerse independiente y a partir de aquel día, tan sólo se unía a su dueño cuando éste dormía o cuando buenamente le apetecía estar con él. Poco a poco, todos los niños, incluso Iván, se fueron acomodando a la extraña situación en que la sombra rebelde de Iván era como un compañero de juegos más.

Con la adolescencia llegaron los problemas. Iván, que era un chico estudioso, pasaba noches enteras preparando los exámenes mientras que a su sombra le dio por irse de copas. En las noches de luna llena, a Iván le silbaban los oídos para que no se quedara dormido, le escocían los ojos como presagio de llanto, perdía las pestañas como augurio de peligro. Sentía que se volvía loco con su lunática sombra.

Según transcurría el tiempo, la sombra rebelde de Iván se paseaba cada vez con mayor frecuencia por lugares poco recomendables y, a su regreso a altas horas de la madrugada, importunaba a su dueño con charletas, canturreos y en algunas ocasiones gritos y violencias que ocasionaron en el pobre Iván una angustia y un suplicio que difícilmente podía explicar a los demás.

Iván Sombra Rebelde se fue convirtiendo en un chico tímido e insociable al tiempo que su sombra iba siendo más extrovertida y más golfa.

Una noche, rebosante de etílico y otras sustancias nocivas, la sombra rebelde de Iván cometió un sinfín de robos y atracos en los que como prueba quedaban las huellas dactilares de su dueño que ella poseía. Cuando la policía se presentó de madrugada en la casa de Iván, se encontró a un Iván anonadado, que acababa de conciliar el sueño con la llegada de su sombra rebelde y que se encontraba indefenso ante los hechos de los que se le acusaba.

—¡Ha sido mi sombra! —acertó a pronunciar por fin.

Los agentes se miraron entre sí pues entre todas las coartadas que contaban los maleantes y sinvergüenzas, no sabían si aquella era la más ingenua, si el muchacho les quería tomar el pelo o estaba realmente trastornado. En cualquiera de los casos, Iván fue esposado y detenido.

A partir de ahí, Iván Sombra Rebelde comenzó un auténtico calvario. Tras buscar y buscar abogados que acudieran en su defensa, al final encontró uno con la condición de que en su alegato pudiera afirmar que el muchacho padecía una fuerte esquizofrenia. Finalmente Iván fue ingresado en un psiquiátrico mientras que su maldita sombra rebelde se escondía, nadie sabía dónde, lo que duraba la vigilia.

Un anochecer una sombra cruzó una estación de tren. A su paso robó las carteras de los hombres, los bolsos de las mujeres, cadenas y pulseras de metales valiosos, y más de cincuenta personas que había en aquella estación afirmaron que no era un ser humano, que no se podía tocar, que se les escapaba de las manos, que pasaba a través de personas y paredes, que incluso el tren la arrolló pero resultó ilesa y continuó con sus fechorías.

Las huellas dactilares que la sombra dejó tras cometer los actos vandálicos relatados correspondían a un muchacho que estaba recluido en el psiquiátrico de la ciudad y que cuando en su día fue detenido por la policía, lo primero que exclamó fue «¡Ha sido mi sombra!». La prensa volvió a sacar a la luz el extraño caso de Iván Sombra Rebelde.

De esta forma, Iván Sombra Rebelde pudo regresar a su casa ante la incredulidad de numerosos ciudadanos que ni siquiera consideraban ciertos los testimonios de los cincuenta transeúntes que se encontraban en la estación del tren, creyendo que todo había sido un montaje organizado por los padres y otros familiares del muchacho.

Sin embargo, apenas había disfrutado de su recién estrenada libertad, cuando una madrugada en la que continuaba despierto Iván Sombra Rebelde vio cómo su sombra, en lamentable estado de embriaguez, entraba por la ventana para unirse a él.

Se lanzó hacia ella en intentos frustrados de capturarla, castigarla, ahogarla mientras que ella se mofaba de Iván y sus ridículas tentativas. Por último, para demostrar que era la poderosa, tomó un tiesto de la ventana con el que partió la cabeza al muchacho.

Antes de cerrar los ojos por última vez, Iván Sombra Rebelde vio como su sombra se iba diluyendo poco a poco hasta que definitivamente desapareció dentro de él.

En este día las naciones elfas, enanas, globinoides y orcas, acordaron por unanimidad la expulsión inmediata de las naciones humanas de la Organización de Estados Asociados (OEA) por la reincidencia de sus escritores en: «involucrar a elfos, enanos, globinoides, orcos e incluso dragones, gigantes y trasgos en aventuras de interés humano«, lo que a juicio del Presidente de la OEA, y citamos: «es un burdo intento de minar las identidades y tradiciones de nuestros pueblos.»

Infrarroja. Agencia de Noticias de los Elfos Oscuros.

Antes de ponerse el pendiente frotó el metal que rodeaba el zafiro con un bastoncito impregnado en líquido para limpiar plata. Cientos de estratos de tiempo levantaron el vuelo dejando la superficie luminosa y desnuda. Se acercó, curiosa, y la joya le devolvió el rostro adolescente de su abuela, probándose el pendiente ante un espejo.

Llueve.

Las espesas cortinas no cesan de nublar el cielo. Perdimos la cuenta de los días, mientras los noticieros nos hablan de otros rincones del mundo que han sucumbido. Aunque vivamos una conmoción nuestra estrategia es clara: actuamos y vivimos día a día como si nada sucediese y el temporal fuera a pasar.

Convencidos de un método infinito, nos dedicamos a negar la verdad más evidente.

Huyendo del sacrificio en el templo de Apolo (en Atenas) había matado a dos de sus sacerdotes embistiéndolos con sus cuernos. La fatiga y la sed después de la bruta carrera lo detuvieron al lado del agua.

Apenas devuelta de su sueño la bestia se miró en el espejo de la charca donde antes había abrevado: los ojos se le inflamaron a punto de reventarse, horrorizados al ver la imagen reflejada en el agua quieta. Furioso el animal, prorrumpió en fragorosos bufidos contra los dioses que le habían impuesto tan depravado castigo: de su astada y poderosa cabeza de toro, a la altura de la cerviz, le nacía ahora un abominable cuerpo de hombre.

Tiró siete monedas sobre la mesa y aguardó… Ella lo miró con sus ojos de mar, puso sus manos sobre la esfera y declaró… Veo un hombre yermo, busca la veta pura y fresca.

A la pitonisa desde ese día comenzaron a secársele los ojos.

Penélope, esperando a Ulises con virtud, de día teje un sudario para su suegro, Laertes, y lo desteje por las noches.

Lejos de Ítaca, para emularla o para corresponderle, Ulises de día hace y por las noches deshace la guerra.

En las lejanas tierras de Basúl existe una biblioteca secreta en la que se encuentra, bajo el celoso resguardo del viejo sabio Azrael, un libro tan intrigante como antiguo. Su austera cubierta de cuero no ostenta título alguno, los únicos caracteres visibles se encuentran impresos en el lomo: son los símbolos griegos α —principio— colocado en el extremo inferior y Ω —fin— en el extremo superior.

Aquellos pocos que han tenido la buena fortuna de ser seleccionados por el meticuloso Azrael como candidatos aptos para consultar el libro, lo han encontrado siempre en posición invertida, con el símbolo α señalando hacia el cielo; no menos digno de mención es el hecho de que hasta el momento, por convicción propia, han rendido siempre obediencia a la imperativa consigna de Azrael: «Todo aquel que tema la ira de Dios, coloque el libro de cabeza antes de partir».

Hurgando sus amarillentas y frágiles páginas, los pocos testigos se han sorprendido en un inicio de encontrarlas vacías, hasta que al final, escrita en el idioma primigenio de Basúl, leen la historia que dice: «…fue así como Raquim, quien llevaba colgando del cuello el Reloj de Arena de la Eternidad —el símbolo α estaba grabado en su base superior y el Ω en la inferior— decidió dejarlo todo para vagar por el desierto y seguir un misterioso camino de huellas que llegan hasta Dios.

Bajo el extenuante sol cayó Raquim exánime incontables veces, siguiendo las huellas misteriosas que dejó impresas el primer hombre que buscó a Dios; mientras él caminaba, la arena del reloj fluía ininterrumpidamente de α hacia Ω.

Para su sorpresa el camino llegó hasta el borde de un vasto abismo cuyo fondo era imperceptible; parado sobre el borde se sintió embargado por un profundo terror, mas determinó que no era tiempo de acobardarse y entregó su ser a las profundidades. La caída invirtió la posición del reloj y el curso del tiempo fluyó de Ω hacia α.

Una vez finalizada la lectura y viendo desvanecida su perplejidad durante el camino, más de un lector sospechó que colocando el libro de cabeza, la posición del reloj en caída libre se invertía nuevamente, y como en el inicio, el tiempo fluía de α hacia Ω, e infirieron que el pobre Raquim en realidad seguía las huellas que él mismo había dejado antes, un incontable número de veces, pues al ser modificado el curso del tiempo la búsqueda de Dios nunca terminaba y retornaba siempre al inicio. Para sus adentros decían: «Entonces el hombre jamás encontrará a Dios, mientras tema su ira».

Cada vez que digo «¡Hágase la luz!» en alguna dimensión ignota se origina un universo nuevo, que dentro de miles de millones de años me adorará como a un Supremo Hacedor.

Entró en la habitación hecho una furia, con la certeza clavada en el pecho y la palabra asomando por la boca:

—¡Adúltera!

Ella despertó avergonzada.

A la copa de un árbol subí. En su nido, muy enamoradas, dos carracas soñaban.

—Niño, ¿no tienes dónde dormir? —desperezándose me preguntaron.

—Es lo que veis.

—¿No tienes padres?

—Lejos están.

—Aquí hay sitio para ti. Ven; frío has de tener.

Me acurruqué junto a ellas y plácido dormí.

Cita científica:

«Tengo quince años, dos hermanas, tres perros y un novio»

(M. A.)

Jengibre despetalaba una flor, pétalo por día, mientras andaba el costado de la muralla. Para no caminar dos veces el mismo lugar, decía. Muchos días y lugares atrás, al llegar al límite de Chin, sus carnes tuvieron tiempo de cansarse, en un instante de mirar, todo lo que no se habían cansado en años de marchar.

«Es demasiado… es muy alta», dijo un oficial. Demasiado hubiera podido ofender a Jengibre. «Y muy larga», dijo otro.

«Como la verga del emperador», dijo el guardia chino que estaba conferenciando a los gritos con los asombrados mongoles desde lo alto de la muralla. «Animales salvajes del desierto, vayan a aprender a arar con sus cuernos en las estepas. Todo lo que crece y lo que respira de este lado de la muralla, todo lo que se pisa y lo que se toca de este lado de la muralla es del emperador. Vuestras mujeres están fornicando con los yaks mientras ustedes corren tras el viento y pelean contra las piedras».

Jengibre arguyó para los cansados suyos que la muralla no era tan larga ni tan alta, pero quizá ese no era el mejor lugar para atravesarla. Cortó despreocupadamente una roja flor hermosa que crecía, para tranquilidad de biólogos y literatos, en una planta, le arrancó un pétalo, lo dejó caer a su izquierda, y dijo «Vamos hacia el norte». «Al Norte», dijo el Khan, y aunque nadie dijo Sur, sus guerreros supieron entonces que existía la verga del emperador.

Muchos días hacen meses, y si bien pocos hombres suman cien años, se sabe que los meses llegan a hacer años y los años siglos. Uno de esos días, hecho el alto diario para descansar, comer, y arrojar un pétalo rojo al aire: «Los pájaros se comerán los pétalos», dijo un hombre, descubriendo su hambre y su cansancio.

«Nunca vi un pájaro tan rojo como esta flor, así que no es probable que los pájaros la usen como alimento. Además, si encontramos un pájaro tan rojo como esta flor, será también un hermoso premio para lo que hayamos andado. Amo esta flor», dijo Jengibre, y le arrancó un pétalo más, que cayó al suelo como si fuera un copo de nieve. Y siguieron los hombres caminando, cabalgando los caballos, los perros ladrando.

Los pétalos cayeron uno a uno, sol a sol. El último llegó cuando la helada tundra congelaba los sueños y las barbas de los guerreros y las crines de los caballos. Los lobos aullaban en la distancia sus cantos que hablan de hambre y de peligros sobrenaturales. Jengibre miró la flor, tomó el pétalo entre sus dedos, que parecían débiles ante el suave destello. Miró a sus hombres, y vio más hambre que cansancio. Tiró una y dos veces. El pétalo salió. Su segador lo soltó hacia el costado, como sembrando. El pétalo tomó altura de la mano del viento, y brilló de la mano del sol que tajeaba apenas las nubes. Los hombres siguieron su vuelo por un momento, y digo bien, porque algo en los hombres vuela cuando ven volar. Luego lo perdieron de vista hacia el sur.

No fue Jengibre el único en dejar caer una lágrima, pero sí el único que extendió la mano hacia el sitio donde el pétalo rojo desaparecía.

«Sigámoslo», dijo, arrojando al suelo gris el resto de lo que fuera una flor. Sus ojos tenían un brillo extraño, como de lobo, terrible porque también era de hombre. La hueste partió entonces hacia el sur. Cuando quisieron detenerse, Jengibre les dijo que la muerte todos los hombres ya la tienen segura, lo demás, hay que conseguirlo. Que mientras tenga fuerzas, un hombre no debe hacer hoy menos de lo que hizo ayer, y él aún no había visto el penúltimo pétalo, por tanto aún no habían andado lo que el día anterior. Que además él no quería perder de vista al último pétalo que volaba hacia el sur, casi en el horizonte. Nadie más que él veía ese pétalo, pero nadie discutió, porque nadie sabe lo que ve un lobo en su mirada ni lo que pone un hombre en sus palabras.

Desanduvieron camino sin descansar ni día ni noche, hasta que llegaron a un sitio que a todos se les antojó conocido. No sé por qué, ya que el guardia chino que entonaba obscenidades unos meses antes tenía ahora los ojos grandes como un salvaje del oeste mientras los miraba en silencio llegar de a miles.

Jengibre ordenó detenerse. «¿Alguien ha visto un pétalo de rosa? Acabo de perderlo de vista. Pero he aquí que… ah, ya entiendo. Tiene que estar del otro lado de esa muralla.

«Eh, señor guardia. Sé que el viento en China no es culpa suya, sino del señor de la verga larga. ¿Sería usted tan amable de devolverme mi pétalo de flor?»

Cita casual:

«Si los países ricos no hacen nada por llenar la grieta sísmica entre la mitad excesivamente próspera del planeta y la mitad hambrienta, ya nadie estará seguro, por importantes que sean sus armamentos»

(Robert Mc Namara, ex bombardeador de Vietnam, en 1972)