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¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

 

TRISTEZA – Graciela Lorenzo Tillard
ARGENTINA

He vuelto por ti y tus gatos me asaltan erizados. Deseo contarte que anoche… pero veo el vacío lecho revuelto y rojo, y recuerdo. Se me parte el corazón de pena y entonces muero.

 

 

Graciela Lorenzo Tillard, nacida en Córdoba, Argentina, ha colaborado con fanzines tanto electrónicos como de papel, y en un par de antologías. Uno de sus relatos es La peste amarilla en la Buenos Aires, que apareció en MENHIR 2 (papel) y en ALFA ERIDIANI 4 (digital). Ha publicado prosa, crítica, infantil y poesía, además de traducciones. La lista detallada puede ser consultada en su página.

 

EN EL MAR DE ÁRBOLES – Luis Saavedra
CHILE

«Perdóname». No lo quiere decir, siente que es una frase burda, incluso cobarde. Ella merece algo mejor. «Gracias», dice finalmente. La muñeca apenas se inclina, pero ya conoce cada gesto y eso significa conformidad. Hace frío, pero es un día hermoso con un cielo irreal de papel lustre azul y algodón. Los cuervos están muy lejos allí y el fragor de las hojas los envuelve en el bosque. «Tengo que dejarte acá, no sé en dónde más podría, pero no es porque yo quiera». Y es cierto, los viejos pierden gradualmente la voluntad, se doblan ante el tiempo y las decisiones de otros, aceptan que la vida salga por las manos y las bocas de hijos, nietos y amables pero autoritarios extraños. «Es mi hijo, ¿sabes? Quiere que me vaya con él». La muñeca fue su regalo a los 68 años, un regalo que sólo él conociera para noches de nieve y recuerdo, un regalo de tibieza de motor iónico y silicona color durazno. Cuando abrió los ojos, ella se enamoró y su amor fue a codificarse a un almacenamiento flash de tres dimensiones muy dentro de su cabeza. Perfecta, hecha a pedido para su tacto que quería algo más sublime que el brutal deseo. «No tengo cómo explicarle qué tú estás conmigo, no sé cómo podría…». A veces sólo bastaba sentir su presencia en el lado correcto de la cama para callar a todos los muertos. A veces fue necesario hacerle el amor despacio contra la piel blanca y luminosa. Ella con la cabeza hacia un lado y la boca ligeramente abierta. Él siempre controlando los tiempos cada vez más largos, más laboriosos. «Siempre te fui fiel, no puedes quejarte, me dediqué a ti desde que te vi». La muñeca viste un sencillo vestido: una falda negra y una camisa de manga larga de color plátano. Tiene las manos cruzadas sobre las rodillas y está sentada sobre los talones. El pelo muy corto, el rostro muy redondo, los labios muy definidos y los ojos negros como el plumaje de un tordo. Menuda, senos que caben perfectamente en una mano de hombre, la sacó de un sueño que tuvo quince años después de la muerte de Naoko. En el sueño estaba rodeado de su familia, pero los ignoraba, y le contaba a ella con descarada seguridad: «Estoy cansado de estar solo». Ella sonreía y contestaba «Sí», y él veía con agrado el desagrado de los demás. Semanas después la recibió en casa, el paquete enorme que venía del sueño. «Ojalá pudiera traerte conmigo, pero es que sería tan… incorrecto». Ve la cara de su hijo primero extrañado, luego molesto. Por supuesto, sería tan desconsiderado llevar el deshonor a su familia. Por ahora, allí no hay cuervos. Vuelve a pensar en el día perfecto, en medio de la nada, a solas con ella, como habían sido los últimos años. Se incorpora dolorosamente y sacude las hojas tostadas del pantalón, aspira una gran bocanada y espera a que el suelo deje de ir y venir. Se da cuenta que la mano no le tiembla cuando acaricia la cabeza de la adorada muñeca con sus ojos llenos de amor para él, como siempre. Había tenido tanto miedo de ese momento, porque ella fue su último capricho y abandonándola renuncia a su voluntad. «Tengo que irme ahora». El manual dice que en la nuca hallaría la cápsula que gatillaría la destrucción de los módulos de memoria. Sus dedos se mueven torpemente, pero al fin encuentra el leve tumor y lo presiona con fuerza hasta que cede, y se imagina que la cabeza se vacía como una clepsidra rota. Ve los ojos de la muñeca cómo se hacen más profundos cada vez. De haber sabido alguna palabra que significase agradecimiento, cariño, regalar la belleza del mundo y toda la compleja trama de relámpagos en su mente, la hubiera dicho. Pero es mejor así, porque una de las pocas cosas que ha aprendido en la vida es a dejar tranquilo lo inexpresable. Se va sin mirar atrás y la muñeca se convierte en un extraño gentil que se queda en el sendero del bosque. Momentos así han ido y venido, pero de pronto se siente realmente viejo y afectado. Siente que no habrá más, que ya es hora. Cuando sale del bosque cuenta las monedas para tomar el bus de regreso y vuelve a pensar que es un hermoso día sin cuervos. Días así se recuerdan para siempre.

 

 

 

Luis Saavedra Vargas nació en 1971 en Santiago de Chile. Siempre se interesó en lo fantástico por su estética de colores chillones y luminosos y sus monstruos siempre enfurecidos con buen gusto por las mujeres. Se le conoce mejor como editor del fanzine Fobos y los Púlsares, los libros que recogieron los relatos ganadores del concurso del fanzine, y en esta faceta ha decidido escribir relato largo, pero siempre está la opción del cuento corto, mucho más difícil. En Axxón se le publicaron tres relatos: «El payaso de porcelana» (140), «El río del mundo» (158) y «Ol’fairies Bar» (162). Este último quedó finalista del concurso Domingo Santos 2005, en España, mientras que el segundo fue recopilado en la antología Años-Luz, sobre ciencia ficción chilena. Este relato apareció en la colección Poliedro 3 (2008, Chile), libros que publica anualmente el Grupo Poliedro, colectivo dedicado a la creación literaria fantástica en Chile.

 

HISTORIA DE AMOR – Carlos Almira Picazo
ESPAÑA

Al cabo de los años hemos llegado a perfeccionar nuestras armas ofensivas y defensivas hasta un extremo fabuloso: Águeda desarrolló sus potentes pinzas, agudizándolas, alargándolas y dotando sus tenazas de un poderoso veneno capaz de corroer el acero; pero yo me revestí de una coraza, de un caparazón impenetrable, duro y liso como el diamante. Así, a fuerza de tantearnos, estudiarnos y descubrir nuestros puntos débiles, sin que hasta la fecha ninguno haya logrado aún destruir al otro, nos hemos vuelto inseparables: ni Águeda sabría vivir sin mí ni yo sin ella.

 

Carlos Almira Picazo nació el 31 de mayo de 1965 en Castellón de la Plana, España.
Doctor en Historia por la Universidad de Granada. Autor de una novela en papel: Jesuá, ed. Entrelíneas, Madrid, 2005; de un ensayo en papel: ¡Viva España! El nacionalismo fundacional del régimen de Franco (1939-43), Editorial Comares, Granada, 1997; de una novela en formato digital: Todo es Noche, Prometeus mdq, abril 2007; y de un centenar de cuentos y ensayos, publicados en revistas como Adamar, Axxón, Ed. Badosa, Destiempos, El Coloquio de los Perros, Cañasanta, Diezdedos, Remolinos, Magazine Siglo XXI, El Fantasma de la Glorieta, Revestidos, Tiempos Futuros, Quaderns Digitals, Literae Internacional, Ariadna, Fábula, Cuadernos del Minotauro, etcétera.

 

ANIMALMENTE – Mario Capasso
ARGENTINA

Esa mañana, mientras bebía el siempre demorado primer sorbo de café, lo oí respirar, detrás de mí. El café estaba amargo, así que me levanté y fui por azúcar. Di una vuelta alrededor de la mesa, no lo saludé y creo que tampoco hubo ningún gesto amable de su parte. Como todos los días, mis movimientos de esa hora resultaban algo torpes y pensé que tal vez la primera impresión no sería del todo buena. Pero enseguida también pensé, vaya uno a saber por qué, que ya nos conocíamos de antes. Mientras revolvía el café, lo vi volar hasta posarse sobre el televisor. Ahora sí, el café estaba bien, algo caliente aún. Abrí el diario, busqué la página deportiva, y ya casi lo había olvidado cuando escuché el sonido, áspero e irregular, como una especie de tos. Sin poder evitarlo, lo miré con un gesto de disgusto y me pareció que tendía a ponerse algo colorado; tal vez fue por eso que se alargó un poco y, sin parar de toser o lo que fuese, se arrastró por debajo del mueble de la cocina, donde permaneció oculto.

Se me había antojado una tostada más, me levanté, pero el tarro estaba vacío, o casi. Sólo quedaba una, mordida y mojada. Lo llamé, sin gritar, pero lo llamé. Cuando salió, se puso de pie y estuvo a punto de golpearse contra la lámpara. Quedó junto a la heladera, mientras el caparazón oscuro brillaba. Lo miré pero desistí de retarlo, se me hacía tarde. Saltó a la mesa y se acomodó al lado de un vaso que había quedado sucio de la noche.

Entré al baño y comencé a afeitarme. Entonces oí el rugido. Después la respiración entrecortada y el ruido de alguna cosa al romperse. Miré la hora, debía apurarme con la ducha y eso hice. Al terminar me puse el perfume que usaba para las grandes ocasiones y, casi desnudo, salí.

Había un rastro viscoso sobre la alfombra, hasta la cama. También hubo entonces un silbido. Cuando estuve cerca, me deslicé a su lado y después de unos momentos abrí los ojos. Vi una mueca en su cara.

Toda una invitación.

 

Mario Capasso se ha formado literariamente con Beatriz Isoldi, Nilda Adaro y Federico Jeanmaire. Ha publicado tres libros: EL FUTURO ES UN TROPEL ABSURDO, cuentos, año 1999. EL EDIFICIO, UNA NOVELA EN ESCOMBROS, novela, Ediciones AQL, año 2002. PIEDRAS HERIDAS, cuentos, Ediciones Corregidor, año 2005. Este último obtuvo el 2do. Premio del Fondo Nacional de las Artes, en el año 2003. El jurado estuvo integrado por Ana María Shua, Vicente Battista y Juan José Hernández. Ha escrito, además, un volumen de cuentos y tres novelas que permanecen inéditos.

 

GRAFFITI – Jorge Lineya
COLOMBIA

Amparado por la lobreguez de la noche, el hombre le escribió a la mujer que amaba un mensaje romántico con pintura en aerosol sobre una de las paredes de la catedral: «Mi universo eres tú…», decía el graffiti. Al amanecer todas las cosas y todos los seres existentes eran y se llamaban Laura.

 

Jorge Lineya es autor de una novela y varias obras inéditas de narrativa y de poesía. Nació en Santiago de Cali, Colombia, el 20 de septiembre de 1964. Participó en algunos concursos en España vía Internet en 2004. Tiene formación universitaria en Ciencias Jurídicas ya que estudió en su país Derecho y Ciencias Políticas, carrera que no concluyó debido a una calamidad personal que lo obligó a retirarse. Es padre de tres hijas.

 

VINE A VERTE PORQUE ME DEJARON EL MENSAJE – Daniel Martín y Daniel Cacharelli
ARGENTINA

Patinando en el huerto tuve la viscosa esperanza de que una guerra nuclear librara a la materia de las garras del espíritu. La audacia crece cuando el miedo está cerca. Criptogramas y flores, cera en el hexágono. Álamos gimiendo en la escollera, y el átomo azul que desespera cuando el isótopo arría su bandera. El estanque se ha tragado la tarde y yo aquí, con la rueda trasera del patín hundida en el humus del cantero. Los heraldos del correo aceitan sus telégrafos, la orfandad de las líneas amartilla su pena de pentagrama inútil colgado de la siesta.

Pienso en Edipo, esa uña encarnada de Occidente, ese jabón que se disuelve en la bañera de la historia, y le pido fuerzas para olvidarte. Siempre te he deseado lo mejor. No me acuses, no envíes tu brigada. Siempre temí perderte, por eso callaba. Dejé cerradas puertas, oí tremendas voces, aullé a las doce lunas, pero ante ti vestí de gala. Voy a morder los cimientos de tu casa, para que lo pienses.

Derrumbado y absorto, contemplo el fluir de mi melancolía. Desde lo infinito de lo pequeño mis gónadas me signan, quiero acariciar tu pituitaria. Henchirte quiero, y me lastima la forma en que soslayas mi presencia. Voy de cántaro en cántaro con el alma rota, sin hallar la fuente donde arrojas tus salmos. Dame un antídoto. Empiezo a convencerme de que fumigaba un campo equivocado, que me afanaba en la labranza inútil de las parcelas más yertas de tu corazón.

La tarde me sorprende y adormece a mi gato con una droga efímera de tierna duermevela. La fiebre que por ti me despeinaba hoy sólo se refleja en las galletitas del ojo del buey brutal de tu letargo. Fuiste como una abeja desovando en mi hexágono. Te dejo estos vestigios a condición de que no divulgues dónde guardo el vértigo que fingen estas manos.

 

Daniel Martín y Daniel Cacharelli fueron los guionistas más prolíficos del controvertido grupo teatral y cinematográfico El Escupitajo Producciones, activo en la ciudad de Córdoba (Argentina) en los años 80 y 90 del siglo pasado (e inactivo en los que vendrán). El grupo produjo tres películas y numerosas obras de teatro. Su obra literaria en prosa ha sido rescatada recientemente en el libro Demasiado Inútil es Regalar Veneno (Ediciones del Boulevard, 2007), adonde fue originalmente publicado el relato que se publica aquí. Actualmente Daniel Cacharelli ha abandonado la palabra para convertirse en mimo, y Daniel Martín disfruta de las ventajas del suicidio en su exilio estético en Australia.

 

PRÓXIMA PARADA: SIBERIA OCCIDENTAL – María Del Rosario Alba Álvarez
ESPAÑA

Por Dios, decídete de una vez, yo me asfixio en este trasto, la península de Crimea está bien, ¿no? ¿Y Mongolia… no te gusta Mongolia?

Los vientos de los Urales me llaman, quince estaciones y volveré a mi infancia, al corazón de Rusia. Al corazón de mis recuerdos sin ti.

 

María Del Rosario Alba Álvarez fue alumna del Taller de Escritura de Enrique Páez (Madrid, España) durante los cursos 2000/01/02. Fue seleccionada para hacer el discurso de presentación del Libro del Taller de 2001 en la sala Clamores de Madrid. En 2002 fue elegida para leer un Cuento de Navidad titulado «El burro de Navidad» en Radio COPE de Madrid. En 2004 para leer la microhistoria «Nathalie» en Radio TELEMADRID. Fue seleccionada en Margen Cero y le publicaron en la Revista Virtual ALMIAR un relato titulado «La elección». En la Revista Virtual EL RINCÓN LITERARIO le publicaron el relato «Estribillo» Tiene un libro de cuentos registrado en la Propiedad Intelectual titulado «La sonrisa glaseada».

 

EL MENSAJE – Erath Juárez Hernández
MÉXICO

Le costó un trabajo colosal abrir los ojos para percatarse de que el cuarto estaba oscuro. Volteó a su derecha y el reloj electrónico marcaba las 8:30 A.M. Había dejado las cortinas cerradas y el sol que siempre lo despertaba no pudo hacerlo esta vez. Odiaba tanto el sonido de la alarma que nunca la programaba; en algún rincón del closet estaban los pedazos de otros relojes para atestiguarlo. Por enésima ocasión se le había hecho tarde para ir al trabajo, pero lo tomó con calma. Un terrible dolor de cabeza, como si se la estuvieran taladrando, le recordó que la noche anterior se había ido de farra con sus amigos. En un rato hablaría a su trabajo e inventaría alguna excusa, aunque no se le ocurría nada para esta ocasión. Se iba a poner de pie cuando se dio cuenta de que no estaba solo en la cama. De reojo la vio. Estaba de espaldas, desnuda. La sábana blanca contrastaba con la piel canela de sus nalgas.

No podía creer que tuviera tanta suerte. No recordaba cómo había ido a parar ahí esa mujer y si la noche anterior hubo sexo. La chica estaba presente, él estaba desnudo, era lo único que importaba. No iba a perder la oportunidad de tener acción después de tantos meses de abstinencia. Se acercó un poco para despertarla cuando el timbre de la puerta sonó. Al infierno, no voy a contestar, pensó. Pero seguían insistiendo. Sus dedos apenas rozaron el pelo de la chica, como si temiera despertarla antes de tiempo. Se amarró una toalla alrededor de la cintura y, con el rostro desencajado del coraje, salió a ver quién lo interrumpía cuando iba a echarse el polvo de su vida. Se asomó por la mirilla de la puerta.

—Lo que me faltaba —dijo entre dientes.

Un muchacho, rubio, de rostro casi angelical, con una Biblia en la mano tocaba con insistencia.

—Me lleva el demonio —masculló y abrió la puerta de golpe.

El muchacho no dejaba de sonreírle y de mirarlo como si escudriñara en lo más recóndito de sus pensamientos, y eso a él empezaba a incomodarle.

—¿Se puede saber cuál es la insistencia? —dijo, bastante molesto.

—Disculpe si lo desperté, pero es que le tengo un importante mensaje de nuestro señor Jesucristo —contestó el muchacho.

—Mire, aquí en esta casa somos católicos, no aceptamos propaganda de sectas y además no tengo tiempo ni ganas de escuchar ningún mensaje de nadie, así que gracias y nunca regrese —dijo, y cerró la puerta de golpe.

El timbre volvió a sonar, esta vez con más insistencia. Abrió de manera violenta.

—Me lleva la chingada ¿pues qué no entiendes, carajo? —gritó. El chico ni se inmutó, seguía mirándolo de esa manera.

—Se trata de su salvación, aún es tiempo de que se arrepienta de todos sus pecados. Lo que está haciendo en estos momentos puede esperar, el mensaje que le traigo es de vital importancia para usted —le contestó.

Esa mirada tierna comenzaba a desesperarlo; odiaba esa mirada.

—Regresa mañana ¿sí? Te prometo que con gusto te escucharé —mintió con todas sus ganas e intentó sonreírle y sonar amable.

Jaló la puerta poco a poco mientras el chico iba asomándose por el hueco que quedaba entre la puerta y la pared, hasta que se cerró por completo. Esperaba que esta vez se hubiera ido y no volviera a molestarlo. Se imaginaba que la muchacha ya estaría despierta por tanto ruido y a lo mejor se vestía para irse, y eso era algo que no iba a dejar que sucediera.

Se asomó rápido a la recámara y ella seguía ahí acostada, ahora con la sábana hasta los tobillos. A punto de quitarse la toalla, ya listo para el ataque, el timbre volvió a sonar. Esta vez ya no se dirigió a la puerta: fue al ropero donde escondía una pistola. Le voy a poner el susto de su vida a este cabroncito de mierda, pensó.

Corrió a la puerta, en el camino se le cayó la toalla dejando su erección al descubierto. No le importó, abrió la puerta de par en par. Nada, se había ido.

En el suelo le habían dejado una Biblia, con un mensaje.

PARA SALVARSE, LEA EL SALMO 23 EN VOZ ALTA. ES SU úLTIMA OPORTUNIDAD.

¿Pero qué coño se trae este cabrón con mi salvación?, se dijo. Cerró la puerta y mientras lo hacía se le hizo bastante extraño que la calle estuviera desierta. Un viento frío se coló por debajo de la puerta y fue como un cubetazo de agua del ártico. Su erección se convirtió en algo peor que un mal chiste. El sol parecía ocultarse, como un eclipse programado para él y la ocasión. De pronto tuvo la urgencia de leer el dichoso Salmo, pero la Biblia se le resbaló de las manos.

—Me lleva el demonio —alcanzó a decir.

—Así es, y no me gusta que me hagan esperar en la cama —dijeron a sus espaldas.

 

Erath Juárez Hernández nació el 12 de julio de 1970 en Jalacingo, Veracruz, México, pero desde comienzos de la década del ’80 vive en la isla de Cozumel. Empezó a escribir hace poco tiempo. Buscando cómo mejorar su escritura encontró los talleres literarios y vemos el resultado, o parte de él. Es padre de seis hijos y le encanta todo lo relacionado con el terror, dos afirmaciones que parecen muy ligadas.

 

LA CARACOLA Y LA SIRENA – Javier Martínez Villarroya
ESPAÑA

Desde el principio lo que hizo fue estrangularme. Se agarró a mí como si fuese un madero, para escapar de su particular naufragio. El tiempo me convirtió en su amante más sincero. Me recriminó que mis abrazos no tenían pasión, confundía tal palabra con desesperación. Para poner a prueba la fortaleza de mi abrazo, convocó a Naufragio. Desde ese momento la salinidad de su saliva me ahogaba, y sus besos, de humo, no me reanimaban. Me pidió una última prueba. Si la amaba, ¿por qué no morir por ella? Cabalgó noche y día sobre mi miembro, pretendía vaciarse de sus propios adentros. No fue suficiente. Quería sentir las contracciones de la gran muerte. Me dejé ahorcar en la plenitud de un fornicio desesperanzado. Por fin ella sintió la vida recorriéndola, la que se me iba. Ahora soy Genio. Aguardo su retorno en una concha marina con forma de falo. Sé que de nuevo vendrá a frotarme. Le preguntaré: «¿Cuál es tu deseo?» Y ella, sin reconocerme, me responderá: «El amor franco, apasionado y verdadero». Entonces la convertiré en sirena. Convocará naufragios para enamorar a marinos desesperados y, con un beso, robarles su último aliento. Disfrutará el amar más allá de su sexo, piernas de pescado. Beberá la sal que le echó a su vientre, hirviente, por una felicidad imaginaria. Y entonces caracola y sirena ulularán por fin juntas, sin tierra de por medio, en un mar de formas deshechas por el gran sueño.

 

 

 

Javier Martínez Villarroya es doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona. Ha trabajado en Atenas y México especialmente investigando sobre mitología y simbolismo, y actualmente vive en Hong Kong, ganándose el pan de cada día con la promoción cultural, y disfrutándolo, entre otras cosas, con la tarea de la escritura.

 

UN CRIMEN PASIONAL – Marcelo Difranco
ARGENTINA

Casi al mismo tiempo que terminaba su cigarrillo, Alex vio aparecer la imagen de Javier en el espejo retrovisor, caminando apresurado por la vereda. Volvieron las náuseas y el derrumbe de todos los órganos sobre su estómago, y el malestar intestinal que se agravaba al recordar que en el bolsillo derecho de su campera estaba el arma. Alex la tocó, esperando que se hubiera esfumado, para poner en marcha el auto y olvidarse del asunto de una vez por todas. En realidad, si lo pensaba bien, ya casi lo había olvidado, y sólo se estaba dejando ganar por el orgullo; algo imperdonable en una persona racional e inteligente como Alex creía ser. Pero Javier seguía avanzando hacia el edificio, y tocaría el timbre de su casa.

Contestaría Carla, su esposa.

Lo haría pasar. Javier subiría.

Francamente, pensó en ese momento, la traición de Carla le parecía lógica, predecible y hasta perdonable. Hacía años que no se amaban y eran perfectamente conscientes de ello, pero ninguno iba a ser el primero en admitirlo. Pero lo de Javier era imperdonable. Una cosa es la traición amorosa: el amor a una mujer tenía un inevitable componente instintivo y fisiológico, algo irracional que estaba destinado a agotarse en algún momento. La amistad, en cambio, era algo absolutamente gratuito, ambas partes disfrutaban sólo de la presencia del otro sin buscar nada a cambio. Algo inútil, pero por eso humano.

Ver a Javier tocando el timbre del departamento le parecía tan sucio que era capaz de convertir el dolor de las entrañas en odio puro. Imaginarlo en la cama con Carla era insoportable, por ser la puesta en escena perfecta de su escasa fe en la humanidad. Hasta lo más sagrado, pensó, era aplastado por el instinto. Ese instinto que le hacía aferrar el arma y palpar suavemente el gatillo.

Nunca había disparado, pensó, parado en la puerta.

La primera vez que los había sorprendido, en la misma situación, se sintió hasta orgulloso de haber vencido la locura del odio. En esa ocasión, Javier y Carla se habían avergonzado y humillado ante él, conscientes de lo monstruoso del hecho. El llanto de su esposa y la vergüenza de su amigo habían sido suficientes, al punto de haber sentido que esos dos monos en celo pertenecían a una etapa del camino a la civilización suprema que Alex había superado hacía mucho tiempo.

Una semana después, en la soledad de su nuevo departamento, el malestar se había hecho intolerable, y se maldijo. Maldito era por ceder a la animalidad, y maldito por aceptar la humillación.

En el ascensor lo sintió claramente.

No se lo merecían, no merecían su perdón. Esos dos hijos de puta. En mi propia casa, en mi cama.

Al abrir la puerta, la cabeza, en donde se estaba concentrando toda la sangre de su cuerpo, le estallaba en mil pedazos. Apenas vio la ropa tirada en el living, ya que sus ojos sólo buscaban la puerta de la habitación. La abrió finalmente para encontrar la misma vista obscena de su amigo desnudo sobre su mujer desnuda. Pensándolo bien, las caras de sorpresa de Javier y Carla eran hasta graciosas, y Alex se hubiera reído con ganas si no fuera porque los dos disparos le hicieron perderlas de vista.

Le pareció conveniente disparar un par de veces más, hasta que la sangre bajara de su cabeza y dejara de golpearle los oídos.

Si hiciera un balance del momento, como haría una y otra vez en el futuro cuando volviera a sentir el malestar royendo su alma, la contemplación de la pareja muerta era realmente algo parecido a la felicidad.

Casi les hubiera pegado dos tiros más, pensó mientras manejaba.

Alex sacó la chequera, esperando a que el funcionario de BioClon terminara de imprimir la factura.

—Este mes no sé que pasó, se lo juro —dijo el funcionario—. No dimos abasto. Tuvimos un récord de dos mil quinientos tres asesinatos, al punto que tuvimos que comprar, escuche bien, comprar clones a la competencia. A un precio vil.

Le extendió la factura a Alex. Casi sin mirarla empezó a hacer el cheque.

—¿Le sirvió? —preguntó el funcionario.

Alex le extendió el cheque.

—¿Si me sirvió qué?

—Matarlos.

Alex pensó un instante.

—Sí, me sirvió.

—A mí me da un poco de lástima —dijo el funcionario—. Con lo que cuesta clonarlos. Los suyos estaban perfectos, iguales a los originales.

El funcionario miró el cheque al trasluz, hasta concluir que era de los buenos. Finalmente se dieron la mano y se despidieron.

Casi llegando a la puerta, Alex se volvió.

—Dígame una cosa. ¿Sufren?

—¿Quién, los clones?

—Sí, ¿sufren realmente?

El funcionario le ofreció su mejor sonrisa:

—Claro que sufren —dijo, guiñándole un ojo.

 

Marcelo Difranco nació en Buenos Aires, Argentina, el 14 de diciembre de 1963 y reside actualmente en Ranelagh. Su vinculación más fuerte con la ciencia ficción pasa por el programa radial «Capitanes del Espacio», del cual es co-conductor.

 

LA DAMA DE BLANCO – Jorge Durán
ARGENTINA

Ella sale a caminar y a pasear su mastín blanco por la vereda del cementerio de La Recoleta en Buenos Aires.

Alta la noche…

De madrugada…

La niebla es baja y muy espesa… Se mezcla con el humo del cigarrillo que fuma ávidamente. Boquilla muy fina y larga. Zapatos blancos, pantalón blanco, suéter blanco de cuello alto, la melena también blanca y suelta que el aire lleva hacia atrás.

Tic-tac. Tic-tac. Tic-tac. El tacón de su zapato como un metrónomo.

Paso felino, elegante, seguro. Él la ha visto desde su balcón y también aprovecha para sacar a pasear a su salchicha. Busca un pretexto, lo apasiona esa mujer… Esa figura…

Ella va y viene. Va y viene.

Él hoy ha decidido abordarla.

¡Pobrecito!

Hace muchos años que vive en Recoleta pero no conoce el mito de la dama de blanco.

Su soltería lo tiene confundido, un poco ido de las realidades pero también de los mitos.

Él lo que realmente quiere es una compañera, un amor, un amorcito, y vive escuchando boleros y bailando con la escoba.

Cuando Ella pasa frente a él y suelta el mastín, él se acerca.

—Perdón. ¿Me da fuego?

Ella se detiene sin mirarlo.

Él insiste otra vez:

—Perdón, ¿me da fuego?

Ella gira el cuerpo y busca su rostro.

Él por tercera vez, tímidamente, vuelve a pedirle fuego.

—Yo no fumo —contesta dulcemente ella.

—Pero…

—No, no fumo. Ya lo hice durante muchos años cuando estaba viva.

Engancha entonces el collar de su mastín y atraviesa los portones del cementerio caminando rápidamente, sin asentar los pies en el suelo.

Su mastín blanco corta la noche con un aullido sostenido.

 

 

 

Jorge Duran fue estudiante en el conservatorio músico-actoral de la profesora Rita Alberto en Villa Huidobro (Córdoba), Argentina. Participa de talleres radioteatrales en la Provincia de Mendoza, Argentina. Participa durante un año y medio de talleres en el conservatorio Nacional de Buenos Aires. Alumno de la directora Galina Tolmacheva, «regisseur» del Instituto de Arte Escénico de la Universidad Nacional de Cuyo. Fundador en la ciudad de Mendoza del Teatro Independiente del Hombre. Director de la puesta en escena de La Mujerzuela Respetuosa de Jean Paul Sartre en Mendoza. Co-fundador de Pequeño Teatro en Mendoza. Ayudante de dirección de la obra de Hugo Betti Delito en la Isla de las Cabras, en Mendoza. Co-fundador del teatro independiente La Avispa en Mendoza. Actor en las siguientes obras: Trescientos Millones, de Roberto Arlt. El Puente, de Gorostiza. Farsa y Justicia del Corregidor, de Alejandro Casona. Un amante en la Ciudad, de Ezio de Rico y otras. Tiene una novela y un radioteatro escritos que permanecen inéditos. Ganador de un concurso de la sociedad mendocina de escritores por su cuento Marcelina. El mismo cuento fue publicado por la revista Mediterránea, de Córdoba. El 29 y 30 de enero de 2006 sube a escena con su puesta y dirección la obra de Guilherme Figueiredo La Zorra y las Uvas, en el teatro del Colegio Esquiú de Mar del Plata, Argentina.

 

FICCIóN BREVE DE AMOR N° 3 – Antonio Peláez Barceló
ESPAÑA

Yo no creo en ti, pero me dices que he sido un tipo estupendo y que por eso tengo que amarte, a ti, que dices que nos has creado a todos y… ¿Dónde está ella? Entérate, dios de pacotilla: me he matado por ella. ¡¡¡Y no la veo!!!

 

Antonio Peláez Barceló, según dice Axxón, es madrileño desde 1972 y economista de formación; actualmente dirige la radio on-line sobre cine «Radiocine» y la productora de publicidad y eventos «Tracia». Montador de cine, director de algunos cortometrajes y colaborador habitual como crítico en varias radios españolas, acaba de estrenar en España el monólogo musical «Callas: Canta o vive», sobre la figura de la soprano María Callas y pretende que esta obra teatral dé casi tantas vueltas por el mundo como Axxón.

 

CI YACET PULVIS, CINES ET NIHIL – Daniel Frini
ARGENTINA

¿Te acordás? En la esquina del comedor que usábamos como sala de estudio había un mueble chiquito en forma de rinconera. Allí poníamos los dos relojes despertadores, de aquellos a cuerda. Uno era rojo y nuevo, el otro de un verde pastel desteñido de tanto marcar el paso del tiempo. Nos asombrábamos del poder que parecían tener: jamás logramos que dieran la misma hora. En el centro estaba la mesa de gruesos tablones de madera, con algo de estilo Luis XVI, que alguna vez fue hermosa. En ella se amontonaban los libros de física, las tazas usadas, el mate olvidado del día anterior, los pedazos de pan y los restos de paquetes viejos de galletitas. En esa mesa pesada escribimos nuestros nombres. El mío, una docena de veces; el tuyo, una sola vez.

Solías venir de mañana temprano, y en más de una oportunidad revolucionaste el sueño de mis compañeros de alquiler de casa. Sin embargo, nada importaba. Abrías tu carpeta y nos poníamos a estudiar. De esa manera empezamos. Aprendimos a saborear nostalgias, a pelear por un pedazo de historia. Y fue así, bien simple, bien de todos los días, que aquel otoño comencé a quererte.

Algún diario de los que escribía debe guardar la fecha en que te lo dije y empezamos a pertenecernos. Por aquella época inventé historias donde éramos los protagonistas. Soñé desde la casa hasta los hijos. Te hice dibujos, cartas y poemas. Nos peleábamos, nos encontrábamos, nos queríamos.

Nadie debe haberlo notado, pero en esos días el sol era más naranja que de costumbre, y el cielo un poco más azul. Eso fue cuando estuvimos juntos.

En alguno de esos instantes en que vos eras mi tiempo, me aislé. Desde entonces, mi mundo estaba compuesto sólo por los momentos que compartíamos. Nada más.

Pero un día —y eso no creo que lo digan mis diarios— te perdí. Seguí viéndote. Físicamente estabas allí a mi lado, pero no logro explicarme cómo es que ya no nos encontramos más. El silencio se metió entre los dos y no supe siquiera si aún me amabas. Respeté tu decisión, pero quería que al menos me lo dijeras.

Traté de hablarte, pero no pude. Y me puse a esperar.

Despacio, el sol cambió su color a un opaco blanco ceniza y mi cielo se llenó de manchas oscuras, cada una más terrible que las demás. Dejaron de importarme mis amigos y hasta, cosa curiosa, dejó de importarme tu persona, que poco a poco se esfumó de mi lado. Sólo esperaba tu palabra. Solía pasar horas con la mirada fija en el picaporte de la puerta, esperando a que tu voz entrase a decirme el porqué, pero nunca volvió.

Con los meses, me deprimía más y más. Llegó un tiempo en que podían gritarme en los oídos y ni siquiera pestañeaba. Soñaba que la puerta me hablaba con una voz que parecía la tuya, pero no podía entender qué decía; entonces, yo seguía aislándome.

Sin embargo, un día tan húmedo como sólo se puede encontrar en abril, abrí por fin mi mente al mundo, puse mis pensamientos en orden y decidí que no vendrías. Vi nuevos pájaros y nuevas nubes, cosas que no estaban antes, y en la casa gente que no recordaba. A la medianoche, salí al patio; miré a una luna distinta, y me suicidé.

Muchos, muchos años han pasado desde entonces, y nunca más te vi. Seguiré vagando por los lugares queridos y sé que en algún momento, en los siglos venideros, encontraré tu voz.

Hoy volví a la casa. Parece que nadie la ha habitado desde aquellos días. Me recibió una red de telarañas. Ci yacet pulvis, cines et nihil. Aquí yacen polvo, ceniza y nada.

Mis diarios han desaparecido.

Mi nombre ya no está escrito en la mesa. El tuyo sigue allí.

Los dos relojes aún juntan tiempo en la rinconera. Aunque parezca mentira, siguen llevándose endemoniadamente mal.

 

Daniel Frini nació en Berrotarán, Córdoba, Argentina, en 1963. Ingeniero, redactor y columnista en revistas humorísticas del interior del país. En 2000 publicó en libro «Poemas de Adriana». Ha colaborado en los blogs «Antología Literaria», «Químicamente Impuro», «Ráfagas, Parpadeos», «Breves no tan Breves», «La Alegre cocina de Peloncha», «Cuentos y más», «Educared-TamTam», «La Oveja Negra», «Axxón» y los fanzines «Terrorzine» (Sâo Paulo, Brasil) y miNatura (La Habana, Cuba). Fue finalista de la Convocatoria Axxón Ficciones Breves 2009, categoría Microrrelatos, con el cuento RECHAZO

 

TU CORAZÓN EN MI PALMA – Sarahí Alanís Navarro
MÉXICO

Conservo en mi puño un pedazo de tu corazón, húmedo y ardiente, el pecho tibio y agitado de un ave, la vida contenida en la palma de la mano, que extiendo para mirar cómo te vas nuevamente.

 

Sarahí Alanís Navarro es mexicana, nacida en 1977. Es psicóloga, se dedica principalmente a la investigación. En estas áreas ha tenido satisfacciones, con frecuencia relata algunas de sus vivencias. A veces resulta un cuento, otras un relato o un día más en su diario.

 

EL PODER DE UNA LÁGRIMA FURTIVA – María Eugenia Pereyra
COLOMBIA

No la aterraron los encendidos ojos ni la cola que asomaba detrás de la figura. Mas ese húmedo rubí que rodaba con pasmosa lentitud por la mejilla de aquel ser la hizo estremecer. ¿Lucifer lloraba? Sor Adelaida no soportaba ver sufrir a nadie… se entregó.

 

María Eugenia Pereyra nació al pie del Mar Caribe en Cartagena (Colombia). Pero en Bogotá D.C. creció y se graduó como Arquitecta en la Universidad de los Andes, especializándose luego en urbanismo en Italia. Sus autores y lecturas preferidas: todos y todas, desde Andersen, pasando por Verne, Poe, Asimov, Dostoyeski, Tolstoy, Víctor Hugo, Tolkien, hasta llegar a Sábato (El túnel es el preferido, el que más la impactó), García Márquez, y la literatura latinoamericana contemporánea. Siempre quiso escribir, pero el trabajo se lo impedía. Ha publicado algunos artículos en periódicos y una página infantil en la separata del diario EL PAíS (de Cali). Alfaguara Infantil publicó La mariquita vanidosa en 2007, y ahora va por su 3ª edición. Además, una buena cantidad de sus relatos aparecen en Internet, principalmente en Forjadores, en MiNatura y en Biblioteca Imaginaria.

 

FRÁGIL – Kalton Bruhl
HONDURAS

Me parece verte en la penumbra de tu habitación, acariciando el espacio vacío a tu lado sobre la cama, el lugar donde ahora sólo descansa una ausencia.

Tan frágil. Tan sola.

Y no sé cómo alcanzarte, y no sé cómo decirte que no me tienes que culpar por estar sola, porque yo nunca dejé de soñar. Fuiste tú quien despertó.

 

Kalton Bruhl es abogado, nació en Tegucigalpa, Honduras, en 1976. Obtuvo el primer lugar en el concurso de cuento auspiciado por el Grupo Ideas de Honduras en 1994. En 1995 obtuvo el tercer lugar en el mismo concurso. Finalista del premio ángel Miguel Pozanco, España, 2004; finalista en el Primer Concurso de cuentos de la Revista Altura, España, 2005; finalista en la Convocatoria Axxón Ficciones Breves 2009, categoría Minirrelatos, Argentina, con el cuento EL MURO; finalista en el concurso de cuentos de terror, ediciones Fergutson, España, 2009.

 

EL FUEGO – Marcelo Torres
ECUADOR

Hacía un poco de sol a pesar de la bruma, salí a fumarme un cigarro y no tenía fuego. Iba demasiado colorido, creo yo, para el clima que hacía, simplemente no encajaba. Una chica estaba sentada en la misma esquina donde pensaba ir yo a fumar, era igual que ella, incluso se vestía como ella, no quería ni verla, no quería ni saber que existía alguien así, pero igual me acerqué.

—Perdona, ¿tienes fuego?

—Eh, sí… espera. Toma, pero creo que no funciona.

—Haremos que funcione. —Qué idiota, por Dios, qué poca gracia tengo.

Después de unos pocos intentos sin fuste alguno, que practiqué sólo para demostrar mi terquedad, ella me habló.

—Espera. Toma, enciéndelo con mi cigarrillo.

La miré, como se mira al hombre que te extiende en su mano un revólver para que te vueles la sesera, y acepté muy lentamente, mientras ella miraba mis dedos escurrirse entre la silueta del cigarrillo.

—Gracias, muchas gracias.

—De nada, hombre, ya ves tú.

—Te pareces a una persona que conocí. A una novia, bueno, ex-novia. Es increíble el parecido —no sé por qué se lo dije—, espero que no te moleste que te lo diga.

Pero claro que le molesta, ¿tú qué crees?

—Vaya, nunca me habían dicho algo así. No sé qué pretendes, pero no m…

—No pretendo nada, olvídalo, lo siento. Gracias por el fuego.

—No me interesas.

No me interesas. Uno no dice «no me interesas» a no ser que haya visto antes algo que no le interese por un lado y algo que sí le interese por el otro, además, ha pasado tan sólo un minuto de conversación y ya me ha dicho eso, lo que quiere decir que me lo dice porque le interesa algo, ya que no he sido pesado ni maleducado al hablarle. Eso significa que me dio un repaso, no sé si con la mirada o con la intuición, pero me dio un repaso, como el que yo le di a ella. Por otra parte, yo la he interrumpido para finiquitar la conversación, ¡a mí sí que no me interesa ella!, sólo comentaba el parecido, además ésta tiene tres tetas, he sido cortés y ni se las he mirado, pero por Dios, ¡que son tres!

No me interesa nada que tenga que ver con ella, que se llevó hasta los colores. Pero ahora, ahora que has dicho «No me interesas», ahora, ahora es cuando me interesas. La miro y le suspiro muy bajito:

—Porque no me conoces.

 

Marcelo Torres nació en Ecuador, en la capital Quito. Se destacó desde muy temprana edad como dibujante, sorprendiendo a los cuatro años a su madre regalándole el elenco de la serie de televisión «Las Tortugas Ninjas» dibujadas con crayones. A los 18 años, su madre, en peligro de muerte le pide que la acompañe al sitio de la curación, ese sitio era España. Desde entonces, estudió ilustración en la escuela de artes y oficios en Murcia y hoy es un pluriempleado, en suelo extranjero, con muy poco sueldo. Pero su amor por las letras y el dibujo lo ha hecho superarse y no perder la fe en sí mismo.

Axxón 201 – octubre de 2009
Cuentos de autores varios (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Fantasía : Temas diversos : Internacional).
Ilustrado por Valeria Uccelli