«Los amantes de piedra», Rubén Serrano
Agregado en 6 julio 2009 por admin in 198, Ficciones, tags: CuentoESPAÑA |
Al atardecer, pocos minutos antes de que se pusiera el sol, salà del hotel donde me alojaba con la intención de dar un largo paseo por la playa.
Era verano y yo estaba disfrutando de mis vacaciones en un pequeño pueblo costero del norte de la PenÃnsula. HabÃa ido hasta allà con la intención de descansar, pero no descartaba la posibilidad de vivir alguna extraordinaria aventura o sumergirme en un intenso idilio amoroso. Esta última era una idea especialmente atractiva y sugerente para mÃ. El tiempo estival habÃa despertado en mà sentimientos de amor y me invitaba a soñar con hermosas sirenas surgiendo del mar, con hábiles amazonas cabalgando sobre sus espléndidas monturas por la playa, o con la diosa Venus, desnuda e inmóvil sobre una gran concha, tal y como la pintó Botticelli.
SÃ, yo sentÃa que el verano era un tiempo para el amor. Además, el lugar, el entorno, también contribuÃan a aumentar esa sensación. Estaba inmerso en un mundo nuevo, un mundo pacÃfico, romántico e inocente, poblado por criaturas agradables y seres benignos, sin los demonios de la gran ciudad. Parajes tranquilos, verdes paisajes, mares de aguas azuladas y atardeceres de fuego. Sin duda, era el escenario perfecto para el amor…
Por eso, cuando ella pasó a escasos metros de mÃ, a lomos de un blanco corcel, galopando suavemente como llevada por el viento, sentà que un extraño fuego recorrÃa todas y cada una de las partes de mi cuerpo, asà como de mi alma.
Yo acababa de llegar a la playa y me habÃa sentado sobre una roca para quitarme los zapatos, con el fin de caminar descalzo sobre la arena. Inmerso como estaba en esta tarea, apenas si me di cuenta de su llegada, y solamente cuando oà relinchar a su caballo alcé la cabeza y pude contemplarla durante unos breves segundos.
Fue como una aparición maravillosa: parecÃa una diosa, una diosa de la belleza y del amor, flotando en una nube de luz blanca y esponjosa.
Era realmente hermosa. Unos grandes ojos claros destacaban en aquel rostro divino, casi tanto como los rosados labios. Una gran cascada de cabello dorado, decolorado por el sol veraniego, caÃa delicadamente sobre sus hombros, acariciando con suavidad su piel bronceada, mientras el vestido de fina gasa dejaba entrever sus contornos juveniles.
Creo que en aquel instante dejé de respirar y pude escuchar los latidos de mi corazón golpeándome salvajemente en las sienes. No cabÃa duda de que me habÃa enamorado. Me sentÃa atraÃdo por aquella muchacha desconocida…
Sin embargo, ella ni siquiera se habÃa fijado en mÃ. HabÃa pasado como una exhalación, con la mirada fija en el horizonte, sin ver nada de lo que tenÃa a su alrededor.
Y yo permanecà allÃ, inmóvil, observándola mientras se alejaba. SentÃa que se me escapaba, pero sabÃa que no podrÃa hacer nada para retenerla. Aquello me dejó aturdido y confuso, como si algo dentro de mà me dijera que eso no podÃa estar ocurriendo. HabÃa encontrado a la mujer de mi vida y ella habÃa pasado de largo. Era absurdo. Los dioses no permitirÃan algo asÃ… ¿O sÃ?
Por si acaso, decidà seguirla. Me sacaba bastante ventaja, pero eso no me impidió echar a correr tras ella. TenÃa que saber adónde se dirigÃa, dónde vivÃa, quién era…
La vi a lo lejos: habÃa descendido del caballo y se habÃa sentado en una roca a contemplar el mar. O, al menos, eso me pareció en un primer momento. Luego, al aproximarme más, descubrirÃa que no era el mar lo que observaba, sino un peñasco de roca gris que se alzaba entre aguas turbulentas. ParecÃa embelesada, como si aquella peña ejerciera algún extraño influjo o atracción sobre ella.
Decidà que no era apropiado perturbar su tranquilidad en ese momento, asà que me abstuve de acercarme. No querÃa que sintiera que estaba invadiendo su intimidad. Por eso me quedé donde estaba, deleitándome en la contemplación de mi amada, recorriendo todo su cuerpo con la mirada, como quien examina una valiosa antigüedad o una piedra preciosa.
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No pasó mucho tiempo antes de que el peñasco atrajera mi atención. Ella permanecÃa con los ojos clavados en él y yo miré para intentar averiguar por qué. Al principio, nada más vi una roca normal y corriente; pero un examen más atento me reveló la existencia de una especie de figura humana que parecÃa estar esculpida en la piedra. Sus rasgos no eran muy nÃtidos, pero no cabÃa duda de que allà parecÃa verse la forma de un hombre sentado, en actitud de espera…
«Una espera de siglos», pensé.
Sin darme cuenta, las primeras estrellas hicieron su aparición en el cielo. Ante la inminente llegada de la noche, la joven se levantó, subió a lomos de su caballo y regresó por donde habÃa venido, mientras yo permanecÃa aún con la mirada fija en la solitaria figura del hombre petrificado.
* * *
—Cuenta la leyenda —empezó a relatar el viejo pescador—, que hace mucho tiempo vivÃa por estos lugares un joven poeta…
El anciano dio una chupada a su pipa y me miró a los ojos para ver si estaba atendiendo a su historia. No me habÃa resultado difÃcil encontrar a alguien que me hablara del peñasco encantado y de su triste ocupante, pues casi todos los lugareños conocÃan esa leyenda desde que eran niños. Y allà estaba yo ahora, escuchándola de labios de un viejo lobo de mar.
—El joven —continuó— ocupaba su tiempo escribiendo poemas y cantándole al amor… Pero el amor no le respondió.
La mirada del pescador se perdió en el vacÃo, como si estuviera viendo con sus propios ojos aquello que estaba relatando.
—él escribÃa versos para las doncellas hermosas y pronto se hizo muy popular en toda la región. Fue entonces cuando una mujer no demasiado bella, y ya entrada en años, le pidió que escribiera un poema para ella. «Lo siento», respondió él, «pero vos no me inspiráis ningún sentimiento de amor. No puedo escribir nada para vos». Y ella, para vengarse, arrojó sobre el joven poeta una maldición: «Poetastro, nunca tendrás el amor de una mujer». Y asà fue: nadie se enamoró nunca de él.
—Es una historia realmente triste —comenté.
—SÃ, lo es —replicó el pescador—, pero no acaba ahÃ. Después de ese suceso, los versos del poeta se volvieron melancólicos, afligidos, igual que él mismo. Ya no escribÃa sobre la belleza humana, sino sobre seres fabulosos, como las sirenas o las ninfas. Pensaba que si no podÃa obtener el amor de una mujer, tal vez pudiera encontrarlo en criaturas de otras razas, pues a ellas no les afectarÃa la maldición. Asà que se pasaba las horas sentado en una peña, contemplando el mar, en espera de una rubia sirena que algún dÃa surgirÃa de las aguas y le entregarÃa todo su amor. Sin embargo, aquella sirena nunca apareció, y él se quedó petrificado esperando.
Al atardecer, regresé a la playa y me senté a mirar el misterioso peñasco. Los rayos del sol resbalaban sobre su superficie y las olas formaban un lecho de espuma blanquecina a sus pies. Y allÃ, atrapado en la piedra, estaba él, el joven poeta al cual nadie amó. Dormido en su eterna melancolÃa de siglos, consumido por la tristeza, aún parecÃa estar aguardando a su rubia sirena.
Los lugareños, que todavÃa daban crédito a la leyenda, aseguraban que algunas noches se podÃan oÃr sus lamentos. Y yo, por un momento, también creà escucharlos. Pero en seguida comprendà que, sin duda, debÃa ser el gemido del viento lo que se oÃa.
El sol seguÃa declinando y pronto anochecerÃa.
De repente, apareció la joven. HabÃa llegado andando y se habÃa situado a mi lado en silencio, con la mirada fija en el peñasco.
—Parece como si estuviese aguardando a que alguien lo sacara de su triste letargo, ¿verdad? —comentó de pronto.
—Ehh, sÃ, supongo que sà —titubeé, sin saber muy bien qué responder.
Durante casi un minuto se hizo un silencio absoluto, roto finalmente por ella:
—A veces pienso que, si consiguiera abrazarle, el conjuro se romperÃa y él volverÃa a ser humano.
No podÃa dar crédito a lo que estaba oyendo. Ella también daba por cierta aquella absurda leyenda, aquella historia propia de una imaginación enfebrecida. Hablaba de romper un hechizo maléfico inexistente con el fin de que una roca se convirtiera en hombre. Era algo ridÃculo.
Empecé a pensar que todos en aquel pueblo estaban locos, incluida ella. Traté de hacerle entender la realidad, pero mi maravillosa diosa de la belleza no quiso escuchar mis palabras.
—Tú no lo comprendes —me dijo—. él me necesita… Yo puedo salvarle.
Era increÃble. Ella estaba enamorada de un mÃtico poeta de piedra e insistÃa en reunirse con él para devolverlo a la vida.
Aquello era demasiado para mÃ, asà que decidà marcharme y dejarla a solas con sus sueños imposibles. Allà quedó ella, bajo las estrellas, contemplando un fantasma de la imaginación.
ésa fue la última vez que la vi, al menos en persona. Sin embargo, su imagen se me apareció en sueños esa misma noche. Como siempre, la vi frente a la peña… Al instante, supe que algo iba a ocurrir. Era evidente que ella deseaba abrazar a su amante de piedra, querÃa consolarlo y decirle que su amor al fin habÃa llegado. No pudiendo reprimir por más tiempo la angustia de su corazón, se introdujo en el agua y nadó hacia el peñasco. Al momento, las olas se agitaron y la joven pudo sentir la presencia de un misterioso poder. Una fuerza extraña y poderosa pretendÃa lanzar su cuerpo fuera del agua y estrellarlo contra las rocas. ¡El maleficio aún estaba activo!
Ella trató de ahuyentar el pánico pensando únicamente en el deseo de abrazar al poeta de piedra. SabÃa que tenÃa que ser fuerte o perecerÃa. Y si ella morÃa, ya nadie salvarÃa a aquel pobre desdichado.
Nadó hasta el lÃmite de sus fuerzas, con esa única idea en la mente. Y su voluntad fue más poderosa que el oleaje, pues consiguió alcanzar la roca. Alà se detuvo unos segundos, de rodillas sobre la piedra, exhausta por el esfuerzo que habÃa realizado.
Respiró profundamente varias veces y, cuando se hubo recuperado un poco, levantó los brazos para rodear con ellos a la inmóvil figura. Pero sus brazos eran muy pesados, sin duda a causa del cansancio. Al menos eso pensó ella al principio, antes de darse cuenta de que se le habÃan convertido en piedra…
* * *
Desperté sobresaltado, como si presintiera que algo terrible habÃa ocurrido mientras dormÃa. Salté de la cama, me vestà a toda prisa y corrà hacia la playa. Cuando llegué ante el peñasco, estuve a punto de desmayarme: lo imposible se habÃa hecho realidad. AllÃ, junto a la figura del poeta de piedra, se podÃa distinguir claramente ahora una forma femenina, con los brazos levantados, en actitud de intentar abrazar a la otra figura. Y yo sabÃa que ella habÃa tratado de llegar hasta él, pero habÃa quedado petrificada antes de poder abrazarle. Ahora, ambos iban a estar eternamente juntos, pero sin poder llegar a tocarse nunca.
Los lugareños no tardaron en descubrir lo sucedido y comprendieron, abrumados, que la maldición todavÃa actuaba sobre el joven de piedra, una maldición más fuerte que el amor…
Yo, por mi parte, acabé regresando a Madrid y volvà a mi aburrida vida cotidiana. Sin embargo, aún pienso mucho en aquella joven. En mis noches solitarias todavÃa la deseo y me siento atraÃdo por la figura de piedra que ella es ahora. A veces creo escuchar su voz llamándome desde la distancia. Es entonces cuando más pienso en regresar al pueblecito costero donde todo ocurrió, para tratar de encontrar la forma de unirme a ella.
SÃ, ella me necesita. Y sé que yo puedo salvarla…
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Rubén Serrano Calvo es un escritor y periodista español, autor de libros y relatos de género fantástico, ciencia ficción, terror y aventuras. Es miembro de la Asociación Española de FantasÃa, Ciencia Ficción y Terror (que, entre otras cosas, otorga los Premios Ignotus) y de la Asociación Española de Escritores de Terror (Nocte).
Este cuento se vincula temáticamente con CLUB GRICEL, de Luis Astolfi, EL RECUERDO INMÓVIL, de LuÃs Filipe Silva y ÉXTASIS, de Carlos Gardini
Axxón 198 – julio de 2009
Cuento de autor europeo (Cuento : Fantástico : FantasÃa : Leyendas : Obsesión : Español : España).