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Ficción Breve (setenta y dos)

La literatura fantástica no necesita de bordes y líneas que delimiten sus fronteras. Sus ideas y experimentos rozan a veces el sano delirio de los juegos metaliterarios y se filtran hacia universos aledaños —o, incluso, al nuestro— sin ningún tipo de inconveniente o tapujo. ¿No es acaso la ficción literaria un continuo juego de inventar universos?

Las nueve brevísimas historias que siguen tiran anzuelos hacia otros mundos —reales o imaginados—, jugando a ese juego que, por suerte, parece no acabarse.

 

Dany Vázquez

 

 

LA HISTORIA MÁS GRACIOSA CONTRA LA HISTORIA MÁS TRISTE DEL MUNDO – Pé de J. Pauner
MÉXICO

 

Había una guerra contra los turcos, como dijo Calvino. El caso es que esta guerra no se pelearía con vizcondes demediados, barones rampantes o caballeros inexistentes. Al general cristiano se le ocurrió enviar, debidamente caracterizado de turco, al mejor cuenta chistes del país a las tropas enemigas en un claro homenaje a los Monty Phyton.

Las tropas turcas comenzaron a caer como moscas en cuanto el mejor cuenta chistes comenzó a contar su mejor historia y cada guerrero lo contaba de boca a oreja antes de caer muerto de risa.

El general turco decidió contraatacar enviando al mejor contador de historias tristes a las tropas cristianas, antes de que sus propias tropas fueran por completo diezmadas. La treta dio resultado: los guerreros cristianos comenzaron a morir en un océano interminable de lágrimas.

Entonces el general cristiano, que recorría las filas de sus soldados ahogados en llanto (los cadáveres flotaban bocabajo y las lágrimas no paraban de manar de sus ojos abiertos y vidriosos, aún después de muertos), encontró al contador de chistes muriendo de tristeza.

—¡Vamos, vamos, no tienes por qué morir! —Le aseguró el general—. A ver, recuerda tu mejor chiste y cuéntalo. Verás que así te sentirás mejor.

Poco a poco el contador de chistes desmadejó una historia tan graciosa que el general agonizó entre estertores de risa. El contador de historias graciosas al ver esto, dejó de reír ante su propio e inspirado chiste y murió en medio de un llanto incontenible al darse cuenta que nadie había ganado la guerra.

 

 

 

 

EL TRANSFERENCIADOR – Jack H. Vaughanf
ARGENTINA

 

Había llegado el momento de poner el transferenciador a prueba, y fue el mismo inventor de aquel sistema quien se ofreció como voluntario para el experimento.

Los ayudantes le colocaron el casco periférico, el cual lo mantenía enlazado con la computadora que estaría encargada de llevar a cabo todo el proceso. Del otro lado de la habitación se encontraba recostado el nuevo recipiente para su conciencia: Una réplica artificial de su propio cuerpo que yacía inmóvil y sin pulso sobre una camilla, y al igual que él, estaba conectada a la computadora por un casco que traía en la cabeza.

El inventor cerró los ojos por última vez antes de que el operador de la computadora pusiera en marcha la transferencia. Los ayudantes retrocedieron, colocándose en un extremo de la habitación en donde pudieran contemplar el experimento en todo su esplendor.

Kuegi de iniciar el proceso, un leve zumbido comenzó a invadir la sala mientras una vibración se apoderaba de la cabeza del inventor hasta que de golpe, su cuerpo entero convulsionó electrizante para luego permanecer completamente relajado, como si toda su estructura física fuera liberada de una enorme tensión. El operador contempló la pantalla del monitor atendiendo a las dos líneas cardiacas que se agitaban frente a él: La que marcaba los pulsos del inventor se reducía hasta casi apagarse, y el movimiento que mermaba parecía estar apoderándose de la otra, que hasta ese momento no había sido más que una línea constante. Todos los presentes miraron a la vez hacia la réplica que descansaba del otro lado, esperando en silencio algún tipo de respuesta.

Tras unos momentos, la réplica elevó la cabeza y se dobló a la mitad, levantándose de golpe de la camilla. Los ayudantes se arrimaron rápidamente, para evitar que cayera, pero la réplica se apresuró a apoyar ambos pies sobre el frío suelo de cerámica. Tenía los ojos abiertos y crispados hasta que una chispa de conciencia apareció en estos, tomando la forma de una mirada serena que todos detectaron como familiar. Adoptó una postura impávida mientras contemplaba los rostros boquiabiertos de los ayudantes que lo estudiaban con curiosidad.

El operador que había activado el transferenciador tomó su pequeña linterna y alumbró los ojos del cuerpo que acababa de animarse. Éste siguió la luz con la mirada.

—¿Señor? —preguntó el operador—. ¿Es usted?

Pero enseguida la atención fue dirigida hacia el cuerpo original que se encontraba en el otro extremo de la habitación. Este convulsionó nuevamente y se elevó de un salto, junto con las voces de todos los ayudantes que exclamaron horrorizados al unísono.

Se bajó de la camilla y ambos cuerpos iguales quedaron enfrentados. Uno parecía ser el espejo del otro, y viceversa; solamente separados por el operador y los ayudantes que alternaban la mirada entre uno y otro.

Agitado e incrédulo, el ayudante esta vez se dirigió al inventor que acababa de despertarse:

—Pero señor… ¿Qué ha sucedido?

—El experimento… —comenzó a decir éste, pero enseguida fue interrumpido por la réplica que con su misma voz exclamó: ¡Fue un completo fracaso!

 

 

 

 

EL AMANUENSE – Pé de J. Pauner
MÉXICO

 

Emocionado por la historia que acababa de pergeñar, se volvió hacia su amigo y le pidió que fuera escribiéndola mientras él la dictaba.

—Preferiría no hacerlo— fue la seca respuesta que obtuvo.

Decidió, pues, escribir la historia de la Ballena Blanca él mismo, pero guardó el episodio en la memoria para, en venganza, narrar la historia del amanuense en Bartleby, el Escribiente.

 

 

 

 

ASTERIÓN – Enrique Decarli
ARGENTINA

Alguna vez tuve otro nombre. Al menos la gente me llamaba de otra manera. No me extraña. Como todo lo que fue verdad en mi vida (las facciones de la cara, la firmeza de la carne, los instintos, hasta mi naturaleza), también mi nombre fue velado por efecto de los espejos.

No sé cuándo ni cómo llegué. A veces pienso que el laberinto no existía, que fue edificado en un instante. Un día desperté acá, eso es todo. No recuerdo, tampoco importa; ni siquiera los recuerdos me son fieles.

Después de recorrer el lugar catorce veces, entendí. Estaba encarcelado. Comprender trajo dos atributos. La sabia resignación, primero; un nombre, después. Ahora me llamo Asterión. Y Asterión no busca la salida. Asterión espera.

En las excursiones que emprendí de joven clasifiqué miles de espejos. Cada espejo me devolvía una imagen diferente. Para reconocerlos tracé marcas, les di nombres, los que tenía a mano, mis padres, hermanos, amigos, maestros. En cada excursión descubría galerías nuevas; en cada galería, centenares de espejos, que también marcaba, pero no tenía nombres nuevos, entonces volvía a empezar, maestros, amigos, hermanos, padres.

Tantas imágenes distintas responden al mismo nombre. Quién no se hubiera perdido. Quién no hubiera enloquecido.

Hace tiempo renuncié. Las excursiones me desmoralizan. Lejos de mostrarme la mayor amplitud y comodidad de mi casa, revelan que mi celda es cada vez más chica. Pero un sueño se repite:

Nueve hombres entran en el laberinto. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías y corro alegremente a buscarlos. Uno tras otro caen. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quienes son, pero uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor.

Asterión espera.

 

 

 

 

REFERENCIAS CRUZADAS – Pé de J. Pauner
MÉXICO

 

Los periodistas abordaron a Madame du Deffand para peguntarle:

—¿Cree en los fantasmas?

Desde la cama de sus amantes, Voltaire gritó por la ventana:

—Yo no soy un cándido… ¡tú tampoco debes creer!

De dentro del ropero Horace Walpole exclamó:

—¡Eso me da una idea!

Sainte-Beuve se apresuró a decir:

—Para mí que cada escritor tiene un esqueleto en el armario…

Madame se impacientó para agregar:

—No… pero les tengo miedo.

Una voz brotó de debajo del colchón, era Henry James:

—Lo peor es cuando no pretenden pagar alquiler —y volvió a meter la cabeza bajo la cama.

 

 

 

 

CANÍBALES AL MENUDEO – Ricardo Gabriel Zanelli
ARGENTINA

 

Informe

 

La civilización que visitamos se había destruido hacía mucho. ¿Catástrofe cósmica? ¿Holocausto nuclear? ¿Decadencia al estilo de nuestros imperios? No, señores. Ninguna de estas causas. Entonces, ¿Cómo se autodestruyeron? Es un poco cruel y absurdo pero vamos a tratar de explicarlo.

Desde hacía muchos años (de los de ellos) la medicina había desarrollado la técnica de trasplantar órganos. Primero, muy tímidamente, con muchísimos fracasos y tal vez con demasiadas muertes. Claro que antes habían experimentado con especímenes de su fauna local, como si los pobres no sufrieran también. En seres de inteligencia superior (como ellos se consideraban) los primeros trasplantes fueron en la bomba motora que mueve sus organismos: lo llamaban corazón. Posteriormente siguieron otros órganos, incluso de menor tamaño pero más complejos que el mencionado. Eventualmente, esta práctica se volvió cosa de todos los días. Hasta aquí no habría más que un avance científico. Pero ocurrió que, en algunos casos, la demanda era mayor que la oferta. En consecuencia en todo el orbe se dictaron leyes y decretos que establecían que, salvo declaración expresa, se consideraban de propiedad pública todos los órganos a la muerte de cada individuo. En general las legislaciones apuntaban sobre todo a los casos de accidentes fatales.

Por otra parte, las guerrillas habían perdido sus hipótesis de conflicto, dado que los estados soberanos, por lo general, proveían a las necesidades de la población. Pero, al mismo tiempo, no podían satisfacer la demanda de ciertos órganos, naturalmente por el carácter aleatorio de las muertes. Luego de tantos años de vivir fuera de las leyes, los terroristas carecían ahora de ocupación. Constituyeron entonces verdaderas organizaciones criminales dedicadas al tráfico de órganos para colmar, sobre todo, las exigencias de los particulares ricos, cuyos organismos estaban mayormente dañados por el abuso de las drogas, las cuales eran legales en todas partes, quitando de esa manera otra fuente de ingresos a terroristas y traficantes. En consecuencia, comenzaron a desaparecer de las calles, pordioseros, niños y, en algunos casos, prostitutas (Por dudas sobre la terminología, consultar Anexo adjunto).

La ciencia había desarrollado, también, medios domésticos para conservar órganos, los cuales fueron aprovechados por los ricos para ir almacenando para el futuro. Llegó a existir una verdadera red de bancos con específicas cuentas corrientes y cajas de ahorro de vísceras humanas (Así se denominan a sí mismos). Se dio el caso de un millonario que guardaba setenta y siete hígados (ver Anexo) en congeladores. Así, podía continuar su riguroso régimen de borracheras sin preocupaciones. Mientras, en los hospitales públicos, modelos de eficiencia poco tiempo atrás, las pobres gentes morían desahuciadas luego de haber esperado años un trasplante que nunca llegaría.

Los gobiernos estatales, que habían desmantelado sus ejércitos por ausencia de hipótesis de guerra (y, de paso, para poder desviar fondos a satisfacer la demanda de órganos frescos), no podían hacer frente a los criminales: las fuerzas policiales eran sobrepasadas con suma facilidad (muchos en sus filas cambiaban de bando, tentados por los mejores salarios y las armas superiores). Impotentes, los gobiernos contraatacaron, pero de manera errónea: legiones de ingenieros genéticos comenzaron a reproducir copias orgánicas de las vísceras requeridas, pero pronto se comprobó que los donatarios rechazaban los órganos copia. El resultado fue que la demanda por los originales se duplicó, recrudeciendo la guerra criminal.

Al final, todos, absolutamente todos los órganos de un ser vivo llegaron a ser trasplantables, incluido el más importante, el llamado cerebro. Cualquiera —si poseía suficiente fortuna— podía renovarse por completo: casi se había vuelto un asunto de estética (consultar Anexo).

La pobreza resurgió debido a las grandes sumas destinadas a la fabricación de los pseudo órganos. Los gobiernos, debilitados, no tuvieron tiempo de reorganizar los ejércitos. Los guerrilleros y terroristas, en cambio, crecían en número y sus arcas estaban repletas. La demanda de órganos por las minorías ricas aumentaba exponencialmente, debido a la incertidumbre sobre el futuro. Al mismo tiempo, la desaparición de los habitantes era cada vez mayor, sobre todo los niños, cuyos órganos prístinos eran pagados el doble o el triple, en especial si se trataba de «bienes» muy preciados, como era el caso de los ojos celestes, dorados o bien rojizos.

La llamada (por ellos) cohesión social se resquebrajó y, finalmente, los guerrilleros llegaron al poder en casi todas partes. Empero, como tristemente sabemos nosotros mismos, los terroristas no saben qué hacer con el gobierno una vez que la revolución triunfa. Y devino el fin. Las hordas de marginados hambrientos asaltaron a los opulentos que amasaban fortunas de millones en órganos pero que ya habían olvidado las interminables listas de espera de receptores. El instinto primario del hambre obnubiló a esas masas desquiciadas. Luego, naturalmente, se cebaron. Del derrumbe total sólo los separaba un paso.

 

Adaptación y traducción: Ç

 

 

 

 

EL NO DE LAS NIÑAS (UN SUCESO CUALQUIERA EN TIERRA 2) – Pé de J. Pauner
MÉXICO

 

—Imagino un mundo —dijo Federico—. A una mujer… varias mujeres…

La Poncia: (En la puerta.) ¡Abre!

Bernarda: Abre. No creas que los muros defienden de la vergüenza.

Criada: (Entrando.) ¡Se han levantado los vecinos!

Bernarda: (En voz baja, como un rugido.) ¡Abre, porque echaré abajo la puerta! (Pausa. Todo queda en silencio) ¡Adela! (Se retira de la puerta.) ¡Trae un martillo! (La Poncia da un empujón y entra. Al entrar da un grito y sale.) ¿Qué?

—En ese mundo la virginidad es una desgracia.

La Poncia: (Se lleva las manos al cuello.) ¡Nunca tengamos ese fin!

(Las hermanas se echan hacia atrás. La Criada se santigua. Bernarda da un grito y avanza.)

La Poncia: ¡No entres!

Bernarda: No. ¡Yo no! Pepe: irás corriendo vivo por lo oscuro de las alamedas, pero otro día caerás. ¡Descolgarla! ¡Mi hija ha muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestirla como si fuera doncella. ¡Nadie dirá nada! ¡Ella ha muerto virgen! Avisad que al amanecer den dos clamores las campanas.

Martirio: Dichosa ella mil veces que lo pudo tener.

—Veo a Bernarda… se apellidará Alba, gritando:

Bernarda: Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio! (A otra hija.) ¡A callar he dicho! (A otra hija.) Las lágrimas cuando estés sola. ¡Nos hundiremos todas en un mar de luto! Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!

—Porque su hija no ha conocido varón…

 

 

 

 

EL LATIGAZO – Miguel Ángel Di Giovanni
ARGENTINA

 

Soy un tipo normal. Qué sé yo, uno como todos. Tampoco creo que, a casi medio siglo de vida, pueda decir que con pocas luces. Común y corriente, bah.

Pero hoy a la mañana pasó algo raro. Rarísimo.

La radio me despertó igual que siempre. Con sueño y con hambre, fui al baño, meé, me lavé. Y después, en la cocina, preparé mate cocido. Regué el jardín y volví a mi pieza.

Marce, mi hijo mayor —con quien comparto este departamento de Palermo—, se ha vestido apurado en el pasillo, y ahora se lava los dientes, saluda rápido… y al darse vuelta se detiene. Queda como congelado, y enseguida lanza un manotazo fulminante contra el marco de la puerta del baño. Larga su risotada y, con los dedos en pinza, despega del marco lo que fuese que ha quedado estampado allí.

Después de saludarnos, quedo solo. Y voy a ver.

Lo que ha tirado Marce en la piletita del baño es nada más y nada menos que el cadáver de un mosquito.

Acomodo algunas cosas para llevar al laburo, y antes de salir vuelvo al baño a lavarme los dientes.

Mientras me cepillo, miro el cuerpito del bicho. Ni con asco ni con pena. Solo lo miro.

Me enjuago la boca y me inclino para escupir.

El remolino de agua y espuma arrastra al mosquito aplastado hacia un inexorable destino de cañerías. En ese instante y en la última vuelta, al borde del abismo, de mi boca sale una lengua larga y finita, un latigazo certero que impacta en el mosquito muerto. Y me lo trago.

 

 

 

 

CUANDO ENCARNAN LOS DEMONIOS – Pé de J. Pauner
MÉXICO

 

En aquel país, de vez en cuando, los demonios tomaban forma humana suplantando el cuerpo de varios ciudadanos eminentes. El sacerdote del lugar —muy versado en identificar esta clase de avatares demoníacos— daba cada tanto tiempo en organizar, con un grupo de élite escogido para estos casos, carniceras cacerías y afilados linchamientos de estos seres. Se decía que, debido a la vergüenza de que le suplanten a uno la forma del cuerpo, los ciudadanos afectados por estas encarnaciones cambiaban de residencia y de país porque jamás se volvía a saber de ellos.

Me enteré hace poco —el viejo sacerdote no me dejará mentir— que una de estas encarnaciones suplantó a un conocido escritor de historias de horror llamado Ambrose Bierce. El error de esta entidad diabólica fue entrar a México, país piadoso dónde se le identificó de inmediato como un gringo, es decir, un demonio.

Su cadáver mefistófilo fue debidamente quemado e incinerado en medio del fragor de una batalla revolucionaria. Del pobre escritor avergonzado jamás se volvió a saber.

 

 


AUTORES:
 

Enrique Decarli nació en Buenos Aires en 1973. Es abogado y músico. Vive en Rafael Calzada.

Su último libro de relatos, Jauría, publicado por la editorial Eloísa Cartonera, fue uno de los ganadores del Concurso “Sudaca Border” 2013. Su primer libro de cuentos, Desde la habitación del sur (Libresa, 2009), fue finalista del Concurso Internacional de Literatura Juvenil Libresa, de Ecuador, y lectura recomendada para la Escuela Media en el marco del Plan de Lectura Nacional 2010 por el Ministerio de Educación y Cultura de la Nación Argentina, y Big Bang, su segundo volumen de relatos, fue publicado recientemente por La editorial Textos Intrusos. Finalista de la tercera edición del Concurso Literario “Eugenio Cambaceres, 2013” que organiza la Biblioteca Nacional junto al Museo de la Lengua por su colección de cuentos Vía Láctea, en la actualidad se desempeña como coordinador de talleres literarios.

Algunos de sus textos fueron publicados en Escrituras Indie, Revista Axxón y La Balandra (otra narrativa); también en Uruguay, en la revista Literatosis, y en España: El Coloquio de los Perros, Babab.com y Narrativas.

En Axxón, además de numerosas ficciones breves, hemos publicado: LOS DESPOJADOS, PALOMAR, LAS OPORTUNIDADES PERDIDAS, DESDE LA HABITACIÓN DEL SUR y REENCUENTRO.

 


 

Miguel Ángel Di Giovanni se presenta como: «Técnico mecánico, técnico de sonido, artesano, músico amateur, motociclista y sufrido hincha de River. Escribo desde siempre y actualmente participo del Taller de Corte y Corrección de Marcelo Di Marco».

Titulado como «LA SORPRESA FUE TAN GRANDE QUE NO SE ME OCURRE NINGÚN TÍTULO PARA EL RELATO», el relato corto que hoy les presentamos (y con el que aparece por primera vez en Axxón) fue finalista del concurso Ruinas Circulares del año 2013.

 


 

Pé de J. Pauner es un narrador, ensayista, crítico de cine y biólogo mexicano que ha hecho activismo y performance. Ha publicado novela erótica y ha sido antalogado en latinoamérica, Australia y España. En el género de la Ciencia Ficción ha publicado el ensayo “Las cinco grandes utopías del Siglo XX” en la web española Alfa Eridiani.

En Axxón hemos publicado, además de varias ficciones breves: EL HOMBRE EQUIVOCADO, EL OTRO MESÍAS, NOCHES DE BANTIAN, LA NOCHE DE TEMPOAL, AHÍ FUERA, LA BÚSQUEDA DE AUSENCIA, DESPOJOS, ASÍ PERMANECE HERMOSA LISA MARIE (ANTICUADA CANCIÓN PARA SONÁMBULOS), UNA MUERTE EN CASA, UNA PEQUEÑA MENTIRA, LAS ENSEÑANZAS DE GAN BAO, LA IMPRONTA, EL HOMBRE DEL SIGILO, UN FAQUIR DE ESNAPUR, MEDIODÍA, CÁNTICO DE UN AMANTE QUE GIRA BAJO GIRASOLES UNA MAÑANA DE PRIMAVERA y EL PAISAJE DESDE EL PARAPETO.

 


 

Jack H. Vaughanf nació en Buenos Aires en 1993. Es estudiante de Psicología en la Universidad de Buenos Aires. Desde muy joven le gusta escribir, principalmente poesía, cuentos cortos y guiones.

Ha publicado en Axxón LA MÁQUINA DE SANGRE.

 


 

Ricardo Gabriel Zanelli nació en la Argentina en 1962. Es autor de LA RULETA RUSA DEL TIEMPO (Cuentos), 2004, Editorial Argenta (ISBN 950-887-267-5). Ha publicado varios cuentos y ensayos breves en diarios (La Voz del Interior) y revistas (Revista Cuásar y Axxón) de Argentina.

Hemos publicado en Axxón sus obras VEINTE AÑOS, EL PORTAL DE LAS MANTÍCORAS, EL PRINCIPIO DE INCERTIDUMBRE, EL MARTINCITO, LA GUERRA DEL AIRE, EL PRÍNCIPE, TESTIGO UNIVERSAL y EL NUEVO ORDEN.

 

 

Axxón 257 – agosto de 2014
Cuentos de autores varios (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Fantasía : Temas diversos : Internacional).

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