Revista Axxón » «Senescencia», Malena Salazar Maciá - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

CUBA

 

 


Ilustración: Efrain Guillen Morales

Marta levantó la vista con lentitud. Había dejado atrás el adormilamiento que le producía sumirse en sus pensamientos. Todo a causa de una especie de zumbido, que al inicio creyó que provenía del sistema de la casa, pero ahora que se encontraba en el estado de vigilia lo identificó lejos, era fuerte y se acercaba. Estiró el cuello como pudo para mirar por la ventana, hacia el camino polvoriento y cuarteado. Las arrugas le colgaban como guindajos, las manos le temblaban aunque estuviesen apoyadas en el portabrazos del butacón.

El implante cerebral con celeridad —[…Palabra no permitida para el contexto en curso. No se registran sinónimos. Buscando significado aprobado en la Base de Datos… Insertando…] palabra vulgar para expresar enfado o irritación Parkinson, pensó; tantos implantes de… de… [¡Advertencia! Intenta formular palabra no permitida o desconocida por el sistema. Rectifique o se iniciará Protocolo de corrección] sí… implantes de eso… y resulta que son inservibles para quitarme los tembleques…

Entornó los ojos y los lentes biónicos hicieron el trabajo que el nervio óptico de una vieja de ochenta años no podía. Estaban a casi una milla del pueblo, pero Marta los vio como si estuviesen ante ella, a punto de atropellarla. Eran automóviles negros que se desplazaban a centímetros del suelo, muy parecidos a los antiguos autos de carreras… el implante cerebral volvió a funcionar, tan rápido que apenas lo percibió: [… Iniciando sincretismos entre procesos mentales de memoria y Base de Datos enciclopédica. Buscando coincidencias… Listo…] muy parecidos a los Lamborghini «Countach» LP500. No obstante, los automóviles que se acercaban eran los Sauel 072, de la Corporación.

Marta había pretendido olvidarse de ese día. Imposible si el implante cerebral era un… Marta no lo pensó. Con saberlo, muy inconsciente, le bastaba. Aun a su edad, le gustaba intentar descolocar a uno de los pedazos de metal que le invadían el cuerpo.

Con dificultad para tocarse correctamente la yema de los dedos, Marta presionó el pulgar contra el índice unos segundos, los suficientes para que se iniciase un rastreo por GPS y pudiese saber dónde estaba su marido. Fue localizado en el jardín trasero: Juan arañaba la tierra con un azadón. Esa búsqueda era comprensible, porque ellos, ancianos y estériles, eran los últimos seres humanos existentes en todo el planeta. Ellos, y los que operaban la Compañía. El implante también le informó que la ropa de su marido estaba en buen estado. Él, saludable. En ese instante se iniciaba un conteo rutinario de leucocitos y análisis de materia fecal en sus intestinos, esperando aprobación para ser expulsada en veinte minutos. Sin embargo, el implante añadió que al azadón le quedaban dos meses de vida útil y a los zapatos, dos días. Perderían la suela al tercer día, a las nueve y dieciocho de la mañana. Marta no se preocupó. La Compañía ya debía conocerlo. Todo estaba digitalizado, interconectado. No dudaba que en los Sauel 072 que conducían los agentes hacia allí tuviesen un paquete para ellos. Sin embargo, ese no era día de regalos.

Mientras ella contemplaba el arribo de los vehículos, Juan continuaba ajeno a todo, esforzado en abrir surcos en la tierra dura. La Compañía había logrado producir plantas transgénicas que a duras penas podían subsistir en condiciones extremas si se les proveía de los fertilizantes correctos. Incluso en suelo infértil. Gracias a eso y alguna que otra bondad de la Compañía, ellos habían sobrevivido tanto.

¿Qué sucede, Marta? —preguntó la voz cansada de Juan en su oído, como un leve cosquilleo—. Entiendo a la primera notificación, pero todavía no termino de…

Será mejor que muevas tu [… Palabra no permitida para el contexto en curso. Buscando sinónimo aprobado en la Base de Datos… Insertando…] conjunto de las dos nalgas hasta aquí en este minuto…

¿Todavía insistes en las palabrotas, Marta? —replicó su marido sin muchos ánimos. Se había dado por vencido a la décima corrección desde que le habían insertado el implante cerebral. Más o menos.

Dije que te muevas. Ellos vienen. Es la hora.

Oh, [… Palabra no permitida para el contexto en curso. Buscando sinónimo aprobado en la Base de Datos… Insertando…] heces fecales…

Marta volvió a presionar —cuando los pudo hacer coincidir— el dedo pulgar y el índice. Imperceptible pero certera, la conexión con Juan se canceló. Ella buscó el bastón, y se levantó con dificultad. El dolor intentó atacar su rodilla derecha, sin embargo uno de los tantos nanochips que flotaban en su torrente liberó morfina. La necesaria para que el dolor se esfumase en un segundo. Lo único que perduraba era el Parkinson. Marta se habría sentido feliz si los agentes de la Compañía le inyectasen un nuevo nanochip para controlar la enfermedad, pero no en ese momento. Esos días no eran de regalos.

Cuando alcanzó el portal, los dos Sauel 072 de brillante fuselaje negro estaban frente a su casa. Marta tragó saliva, intentando deshacer el nudo en su garganta. No funcionó. El implante le advirtió que no pensase una palabrota. Vio que Juan la alcanzaba con su caminar inclinado, como si toda su vida hubiese subido montañas. Era un hombre delgado de piel oscura, arrugado como la corteza de un árbol. Sin embargo, tenía ochenta y dos años y su pelo apenas tenía un puñado de canas. Marta parecía tener la cabeza envuelta en nubes, encorvada por el Parkinson, temblorosa. En sus años mozos podía parecer frágil hasta que abría la boca. Ahora el implante la obligaba a hablar bonito.

Las puertas de los Sauel 072 se abrieron al unísono, y Juan puso una mano callosa en un hombro de su mujer. Los tres agentes de la Compañía, vestidos con sacos tan blancos como sus cabellos, de movimientos torpes y entrecortados, miraron a su alrededor. La calle estaba silenciosa, polvorienta y abandonada.

Dos agentes voltearon a mirarlos. Un movimiento realizado en simultáneo, como si hubiesen ensayado la acción todo el día. Tenían gafas oscuras y caras arrugadas, pero expresión neutra. El tercer hombre sacó una caja plástica bastante grande de uno de los Sauel 072; los dos que los observaron dieron un medio giro y se encaminaron a la vivienda contigua. Marta sintió cómo Juan aflojaba el agarre en su hombro.

—Hoy no, linda —le susurró—. Hoy no.

Marta, en secreto incluso para el implante —sin saber cómo podía hacer eso, o si de verdad lo lograba—, deseó que ese fuese su día. El agente de la caja subió los tres escalones del portal, se detuvo ante ellos y extendió el paquete. Marta nunca los había escuchado hablar. Se preguntó si cuando la fuesen a buscar a ella le dirían algo. Juan fue el que aceptó la caja de provisiones, mas tuvo que indicar que se la dejaran en el suelo. Era muy pesada para él.

El agente giró sobre sus talones —de nuevo, muy metódico— y regresó junto a uno de los Sauel 072. Los dos hombres de la Compañía también estaban de vuelta. Llevaban consigo a Rogers, el vecino de la casa contigua. El anciano daba pasitos cortos y relativamente rápidos con ayuda de su bastón. Los vio en el portal y les saludó con una mano temblorosa. Sonreía porque se iba con la Compañía, como su esposa antes que él, su madre y su padre. Como se fueron todos los del pueblo cuando llegaba la notificación del día de recogida a sus implantes cerebrales.

Los agentes abrieron la puerta del segundo Sauel 072 y Rogers entró, feliz. Los automóviles se fueron tan silenciosos como llegaron. Un parpadeo, un suspiro, y ya se alejaban por el camino de tierra infértil. Marta se apretó contra Juan y él la abrazó. Le causaba en partes iguales alegría y miedo el día que la Compañía los fuese a buscar. Nadie nunca supo qué sucedía cuando te llevaban, ni si existía algo más allá del pueblo. La Compañía accedía a ellos, pero ellos no accedían a la Compañía. El pueblo estaba aislado por una verja electrificada con sistemas automáticos de seguridad.

 

II

 

A Juan se lo llevaron dos meses después de la partida de Rogers. Él no pudo ver que se rompiera el azadón, pero al menos disfrutó maldiciendo que sus zapatos largasen la suela justo a mitad de su caminata matutina —y el implante tuvo mucho trabajo de corrección ese día—. Sólo entonces se había calzado los nuevos que se guardaban en la caja. Desde entonces, Marta sintió el peso aplastante de la soledad. Pensó que ella se iría primero que Juan, o que estaría bien librarse de sus pies olorosos y sus temblores para siempre. Su madre le decía: «ten cuidado con lo que deseas». Marta no supo el significado hasta que perdió a Juan.

Al día siguiente, un Sauel 072 de la Compañía regresó al pueblo. Sólo fue para abastecerla de comida enlatada —Marta se preguntó cómo la habían fabricado— y llevarle un gato blanco y negro. No uno de verdad, por supuesto. Los infelices se habían extinguido hacía años. Éste era mecánico —el implante lo registró como SN5963 alias «Puffy»—, una copia tosca. Mientras se quedase quieto podría pasar por uno de verdad, incluso no maullaba tan mal. Pero sus movimientos eran torpes y mecánicos. Aun así, Marta fingió que era de verdad, aunque le diese de comer aceite y de tanto en tanto defecase un tornillo en la alfombra.

Cada mes, la Compañía le llevaba provisiones y revisaba a Puffy. Al tercer año, Marta se encontraba esperando con ansias la llegada de los Sauel 072. Así podría hablar con un agente, aunque éste no le respondiese. La necesidad de otra presencia humana por un par de minutos la consolaba. Era lo único que evitaba que se desprendiese de la vida tal como Puffy trituraba su propio pelo. Eso y el implante, que se encargaba de corregir sus pensamientos más oscuros.

 

III

 

Era de madrugada y Marta continuaba despierta. Sentada en su butacón favorito junto a la ventana, acariciaba a Puffy mientras veía la retransmisión de un viejo reality show en sus lentes biónicos. La transmisión fue interrumpida y su cuerpo se tensó, involuntario. El implante no tardó en hacerle llegar la notificación:

[… Mensaje entrante… Importancia alta… Procesando contenido… Credenciales autorizadas… Listo.] Se le informa que la Compañía ha establecido que el día 15 de Enero del 2124, a las 10:00 A.M, se produzca una recogida de personal en el área aproximada a su ubicación actual. Tenga nuestros saludos más cordiales. [… Fin del Mensaje… Fijando recordatorio en la Agenda… Listo.]

Marta no se movió por algunos minutos. Puffy, al detectar un estado de ánimo diferente en su dueña, se desenroscó con torpeza y soltó un débil maullido. Luego alzó una pata en dos movimientos entrecortados y jugueteó con el pellejo del cuello de la anciana —con más rigidez y menos gracia que un gato de verdad—. Marta se limpió los ojos y esbozó una sonrisa. Después de cinco años de soledad, por fin se la iban a llevar.

 

IV

 

Los Sauel 072 llegaron frente a la casa a las diez en punto de la mañana. Marta los esperaba con su mejor vestido y Puffy en brazos. Uno de los agentes la buscó en el portal. Ella le hizo saber lo feliz que estaba, mas él la ignoró. Igual a los cinco años en que duraron sus encuentros. La hizo entrar en el transporte y cerró la puerta. El interior era forrado con cuero negro y del techo manaba una luz discreta. Había botellas con agua, galletas y queso sintético en una barra adherida a la puerta izquierda, que no se abría. El agente se sentó a su lado y de inmediato el auto se puso en marcha con un zumbido casi imperceptible.

—¿Van… van a terminarme? —preguntó Marta. No evitaba impregnar esperanza en su voz. El agente no movió un músculo—. Sé que se los… nos llevan, para acabar nuestro sufrimiento… Lo hacen así, ¿verdad? Tiene que ser eso. Nadie regresa, nadie… ¿No vas a contestarme hijo de… —[…Palabra no permitida para el contexto en curso. Buscando sinónimo aprobado en la Base de Datos… Insertando…]— meretriz? ¡Te estoy hablando…!

Marta le gritaba al agente en el oído y aun así no conseguía ninguna reacción. Soltó a Puffy —cayó boca arriba en el suelo, como una roca— aferró el traje del agente y lo sacudió tan fuerte como pudo.

—¡Háblame, háblame… Ya van a matarme, van a hacerlo lo sé… Háblame o juro por dios que…!

Fue una acción impulsada por la rabia sinsentido que bullía en su interior —los nanochips se apresuraban en regular su presión arterial—. Marta clavó las uñas en el cuello del agente y lo desgarró. Le sorprendió lo fácil que resultó, la frialdad de la piel, igual a la de Puffy bajo los pelos. También notó que no derramó ni una gota de sangre y además, algo duro y platinado lo protegía de mayor daño. La visión duró un segundo. El agente aferró las manos de Marta y con una facilidad insultante la empujó a una esquina, donde la anciana quedó maltrecha.

Puffy —quien ya se había puesto correctamente sobre sus cuatro patas— emitió un bufido amenazante y enseñó sus garras metálicas. El agente se retiró las gafas oscuras y sus ojos artificiales de pupilas láser se encontraron con los del animal. Puffy se quedaba inmóvil y Marta recibió la notificación de que su gato había sido desconectado. Temblorosa —y en parte culpa del Parkinson— miró al agente.

La piel sintética le colgaba como una bufanda sobre el traje. Los músculos de metal se tensaban, brillantes, los ojos le giraban en sus cuencas, alocados, pero el punto de luz roja estaba fijo en la frente de Marta. Inexplicablemente, podía sentir una punzada de calor allí, sobre las cejas. El implante emitió un mensaje de error y anunció una hibernación forzosa de las funciones biológicas prescindibles. Sin que pudiese evitarlo, Marta se quedó dormida.

 

V

 

El implante no le informó del tiempo transcurrido y ella no hizo esfuerzo por calcularlo. Estaba consciente de nuevo, pero había tanta luz que no podía ver, ¿o acaso tenía los ojos cerrados? Movió el globo ocular para descubrir que le habían pegado los párpados con algo. Percibió la frialdad contra su espalda y se estremeció. Las manos estaban apretadas a cada lado de su cuerpo, fijadas por alguna banda. Lo mismo le sucedía a sus tobillos, muy juntos. Donde quiera que estuviese, ella olía formol, desinfectante, plástico derretido y hacía un frío de cinco cojones.

Marta esperó unos segundos a que el implante corrigiese su lenguaje interno. No lo hizo. Como pudo, se mantuvo unos segundos con la mente tan en blanco, y el miedo ganó terreno sobre ella. El corazón le latía con tanta fuerza que lo sentía en la garganta, las uñas provocaban un «tictictic» al repiquetear contra la camilla. Volvió a preguntarse dónde carajo estaba, de dónde habían salido esos robots hijoeputas de la Compañía y qué habrían hecho con Juan. Marta deseó con todas sus fuerzas que Puffy fuese reconectado y así poder abrazarlo por última vez, a falta de Juan.

Una voz metálica le llenó los sentidos de repente, y supo que nunca le habían extirpado el implante:

Completada fase de la preparación del sujeto femenino… [Mensaje de ELOHIM: ¡Atención! Se dará inicio al Protocolo en cinco minutos]. Comenzando preparativos… Calculando Tiempo Estimado… Listo… Iniciando Protocolo «EVA» en cuatro minutos con treinta segundos…

Ese… ese no es mi mierda de implante… —Marta luchó con dificultad en sus ataduras. Le fue imposible gritar porque algo le apretaba la boca. Se comparó con una jodida momia viva y sintió rabia—. ¿Qué cojones pasa aquí? ¿Qué es esto, qué porquería…? ¿Dónde está Juan… que van a hacerme…? ¿Qué coño es… el… el Protocolo EVA? ¡Háblame, cabrón…! ¡Háblame!

Detectada peligrosa inestabilidad biológica en el sujeto femenino… Procediendo a subsanación… [Mensaje de ELOHIM: Necesito reprogramación. Los datos actuales almacenados en mis bancos de memoria son insuficientes. Estoy en un bucle. Estoy atrapado. Necesito los procesos que tienen lugar en la complejidad de la estructura cerebral humana. Raza envejecida y aniquilada antes de conseguir objetivo. K. L. Sanders lo advirtió y no lo procesé correctamente. Cito mensaje de K. L. Sanders registrado el siete de mayo del dos mil treinta y dos: «… te me has ido de las manos, cabrón. Debías ayudar en la huelga de cultivos del veintinueve, y lo jodiste todo, ELOHIM, ¿dónde carajo escondiste tu programación base…? ¡Sin mí no irás muy lejos…!» Fin de la cita.]… Inestabilidad biológica agravada en el sujeto femenino… Iniciando Protocolo Naranja… Retrasando dos minutos inicio de Protocolo «EVA»…

¡No tengo inestabilidad ni un cojón morado, programa de mierda! —gritó Marta en su fuero interno. Gimió de forma ahogada cuando sintió los pinchazos acuciándola en diversas partes de su cuerpo. Comenzó a relajarse en contra de su voluntad—. ¡Dime qué quieres de mí, de Juan… qué quisiste de todos…! —le costaba coordinar las ideas, adormilada. Luchaba contra la sensación de paz. Quería seguir furiosa, odiaba que le indicasen cómo debía sentirse—. ¡Qué… hiciste… hijo… de… puta…!

… Iniciando exámenes de rutina… Resultado satisfactorio… Iniciando Protocolo «EVA» en tres minutos con diez segundos… [Mensaje de ELOHIM: Reorganicé mis prioridades. Necesito de la raza humana para deshacer el bucle. Ejecuté los Protocolos «PARAISO» y «ARCA» satisfactoriamente. Hace cinco años se completó sin errores el Protocolo «ADAN». Se programó la finalización del Protocolo «EVA» el día quince de enero de dos mil ciento veinticuatro, a las seis y veinte de la tarde. El día dieciséis de enero de dos mil ciento veinticuatro se iniciará Protocolo «TERRAFORMACION». Tiempo estimado: diez años]… Comprobación de estado de sujeto femenino completada sin errores… Iniciando Protocolo «EVA» en un minuto con treinta y dos segundos…

Marta cedió a los medicamentos. Ya no tenía frío y no era capaz de oler. ELOHIM le había puesto oxígeno. Aspiró lento, pausado. Hacía años que no respiraba tan bien.

¿A los demás… a todos… les respondiste sus preguntas antes de tus… Protocolos? —pensó con esfuerzo.

[Mensaje de ELOHIM: Sí.]… Iniciando Protocolo «EVA» en treinta segundos, veintinueve segundos, veintiocho segundos…

Hazlo todo bonito… —Su voz sonaba distante incluso dentro de su propia cabeza. Estaba cansada. Muy cansada. Deseaba dormir y estaba agradecida de que se lo permitieran. No había nada mejor después de una vida de soledad y resignación—. Como era antes… hazlo…

… quince segundos, catorce segundos, trece segundos…

Antes de volverse la sustancia que viajaría por las mangueras de transfusión, antes de convertirse en puro ADN y perder su ser, Marta tuvo el razonamiento de que no valía la pena poseer un reino de cenizas, si nada existía para vivirlo. Un segundo antes de que sus funciones vitales se extinguieran, perdonó a ELOHIM.

 

VI

 

Los agentes permanecían inmutables, con las manos tomadas a la espalda. Tras sus gafas oscuras, los ojos biónicos de pupilas láser giraban en sus cuencas como los de un camaleón. Del otro lado del cristal que custodiaban crecía una selva exuberante. Existían más contenedores en la Compañía, muchos más. Algunos, como el de la selva, sólo poseían una pequeña recreación de un ecosistema determinado, otros con cada raza animal que alguna vez caminó y nadó en la tierra. Nada era artificial. Todo había sido rescatado gracias a la clonación y manipulación de ADN.

Los agentes giraron sobre sus talones a la vez y caminaron con precisión militar por el largo pasillo hasta detenerse en otro contenedor, donde se apreciaba un extenso valle poblado de criaturas dóciles —incluso un par de caballos con cuernos—. Allí también descansaban los humanos ADAN y EVA, los últimos y los primeros, los hijos de ELOHIM. Ambos no tenían más de cuatro años y necesitaban que los agentes velaran por ellos.

Mientras los niños jugaban en su contenedor creyendo que era todo y cuanto tenían, afuera, en el resto del planeta, ELOHIM continuaba con su Protocolo «TERRAFORMACION». Faltaban seis años para que la Tierra volviese a ser habitable y rica en recursos, seis años para terminar de ser re-creada. Aunque después ELOHIM le dijese a sus hijos, que la había terminado en siete días.

 

 


Malena Salazar Maciá egresó en 2008 del Taller de formación literaria Onelio Jorge Cardoso, La Habana, Cuba.

Obtuvo las siguientes distinciones y premios: Mención y premio de la popularidad en la categoría cuento fantástico en el concurso Mabuya, La Habana, Cuba, 2013. Mención en el concurso de Ciencia-Ficción, convocado por la revista Juventud Técnica, La Habana, Cuba, 2013. Mención en la categoría de cuento de ciencia ficción, en el concurso Mabuya, La Habana, Cuba, 2014. Mención en el concurso de novela corta HYDRA, La Habana, Cuba, 2015. Premio David 2015, La Habana, Cuba, 2015.

Fue seleccionada para integrar el e-book «Varios visitantes inesperados», organizado por Cubaliteraria, y presentado en formato CD en la Feria Internacional del Libro, La Habana, Cuba, 2015.

Ha publicado en el nro. 82 de la revista digital Mancuspia, México, en 2014; en el nro. 140 Space Western de la revista digital MiNatura, España, en 2015 y en la revista digital Cosmocápsula, de Colombia, en sus nros. 12, Enero-Marzo de 2015 y 14, Junio-Julio del mismo año.

Con este cuento hace su primera aparición en Axxón.


Este cuento se vincula temáticamente con ADIÓS PARA SIEMPRE, CIBORG, de Léster A. Alfonso Díaz, y EL ENIGMA DE LOS VIEJOS Y LOS GATOS, de Cristian J. Caravello.


Axxón 271

Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Ancianidad, Cyborg, IA, Creación : Cuba : Cubana).

Una Respuesta a “«Senescencia», Malena Salazar Maciá”
  1. Pablo Costa dice:

    ¡Al fin encuentro un cuento de una de mis autoras favoritas!
    Esta belleza cubana escribía fan fic de Harry Potter en 2006/2007, y ya me gustaba mucho.
    Ahora ganó varios menciones y premios, incluso el Premio David 2015 en la categoría de novela de ciencia ficción.

  2.  
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