Revista Axxón » La canción de Maguerra, Alejandro Alonso (Novela, parte 4) - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

 

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Johnsonsbaby

 

3. La serpiente de talco

 

En rigor, tenemos tanta posibilidad de entender el universo de los ciegos como el de los gatos o serpientes. Decimos: los gatos son independientes, son aristocráticos y traicioneros, son inseguros; pero en realidad todos estos conceptos tienen un valor relativo, pues estamos aplicando conceptos y valoraciones humanas a entes inconmensurables con nosotros: del mismo modo que es imposible a los hombres imaginar dioses que no tengan ciertos caracteres humanos, hasta el punto grotesco de que los dioses griegos se metían los cuernos.

—Ernesto Sábato, «Informe sobre ciegos», en Sobre héroes y tumbas

 

Maguerra-uh, Maguerra-uh, Maguerra-uh…

Si Charles Johnson tuviera diafragma, pulmones y laringe, el tiempo sería un eterno ataque de hipo. La Canción penetraba en su cuerpo, marcando el ritmo de las acciones: estirarse, contraerse, emitir, recibir, corregir el rumbo.

Maguerra-uh, Maguerra-uh, Maguerra-uh…

Charles Johnson había vuelto.

No tenía órganos internos al estilo humano. Ni brazos, ni ojos, ni oídos. Buceaba a ciegas en el Mar de Scholl, hacia el Norte, siguiendo la submelodía de navegación que los legos, simbióticamente adheridos a los extremos de su cuerpo, enviaban al ateté frontal.

Los legos se encastraban unos en otros como falanges de un dedo-antena infinitamente ramificado. Cada tres maguerra-uhs, los legos expresaban mecánicamente la submelodía de avance de Charles. Funcionaban como altavoces vivientes, que vibraban al son de la submelodía de avance. Luego se silenciaban y actuaban como los receptores de un sonar, captando e interpretando los ecos resultantes, y transformándolos en una submelodía de navegación.

Para Charles Johnson, era como hablarle al Mar de Scholl. Cada objeto respondía por turnos, señalando su precisa ubicación espacial y su morfología. Los doctores del espacio tenían una frase: «Darle voz al mar». Charles le dio voz al mar y el mar respondió que el camino estaba despejado. También decía otras cosas. El nido estaba cerca.

Johnsonsbaby era el satélite natural de Crandall, uno de los dos jovianos que orbitaban alrededor de Lux. En Johnsonsbaby, cada zona tenía su música. O, mejor dicho, la música sonaba diferente en cada región. Las líneas magnéticas que recorrían la topología del satélite de norte a sur, las diferencias geológicas de la corteza, la concentración metálica de los océanos, las diferencias estacionales e incluso las submelodías emitidas por otros johnsons o por los bosques de linoides —interrogando permanentemente a los potenciales visitantes—, hacían que en cada región de Johnsonsbaby el eco del púlsar Maguerra sonara distinto.

Pero no había armonía más deseada que la del nido. La submelodía interrogativa linoide que indicaba la proximidad del eveready familiar.

Charles Johnson penetró en el bosque de linoides. Se dejó enredar por aquellas cintas, que se extendían desde la corteza hasta la superficie del Mar de Scholl. Sólo en ese momento cantó el santoyseña.

Las cintas cedieron, permitiéndole el paso. Si hubiera ignorado ese pedido, o si hubiese cantado un santoyseña diferente, los linoides lo habrían mantenido paralizado hasta agotar la energía vital. Sin energía, su cuerpo se habría desintegrado para terminar regresando al Mar de Scholl en la forma de simples silicatos. Una química caótica, incapaz de percibir la canción de Maguerra.

Charles Johnson recordaba el momento en que había sintonizado el primer bosque de linoides, ciento tres generaciones antes. Sus más lejanos antepasados creían que los linoides eran una amenaza: un parásito que rodeaba inexorablemente el eveready familiar y drenaba su energía. Sin embargo, René Johnson entendió el ciclo completo y sacó provecho de él.

Los linoides eran formidables generadores de energía eléctrica. La temperatura de Johnsonsbaby era más alta en la corteza —a causa de la actividad volcánica y el calor del núcleo del satélite— y más baja en la superficie. Los linoides aprovechaban el gradiente térmico para generar energía. Sólo drenaban energía del eveready en las dos estaciones calientes, cuando la diferencia entre corteza y superficie disminuía. El resto del tiempo aportaban carga.

Incluso los evereadys duraban más.

Cuando los Johnson dejaron de combatir a los linoides, éstos se desarrollaron alrededor de los territorios del clan. El clan aprovechó esa eventualidad y aprendió a sintonizarlos con las submelodías familiares. De esta forma, los bosques de linoides podían defender los nidos y los evereadys contra cualquier intruso.

Gracias a este conocimiento, el clan Johnson se había mantenido cerrado. Los atetés de Charles cargaban con las identidades familiares de más de ciento treinta generaciones de Johnson. él eraRené Johnson, y también era el progenitor de René, y así hasta el principio del clan, y aun hasta el insondable comienzo de la especie johnson.

Paradójicamente, lo que lo traía de regreso al nido era una nueva generación. Mejor dicho, lo contrario: una degeneración.

La escisión comenzaría pronto: Charles había caído en una trampa del clan Jensen y pronto dejaría de ser Charles Johnson para dividirse en dos vástagos. Pero para terminar con éxito esa división y el posterior desarrollo de los nuevos atetés, necesitaba la protección del nido y la energía del eveready familiar.

Una nueva generación estaba en camino, pero sería distinta, conflictiva.

La reproducción de los johnsons era por escisión. Durante la Danza, dos johnsons ponían en contacto sus partes sensibles, en la mitad del cuerpo, y cruzaban vectores reproductivos. Estos vectores llevaban un ateté embrionario del progenitor, que incluía un extraordinario bagaje de memorias ancestrales. El vector no sólo provocaba la acelerada duplicación de las organelas y la posterior segmentación —precisamente en la zona media—, sino que daba origen a un nuevo ateté embrionario que crecía en el muñón sensible del vástago. Así, cada uno de los cuatro vástagos «nacía» con un ateté ya formado y un ateté incipiente que tenía que aprenderlo todo, pero que traía jugosa información del otro progenitor.

Los miembros del clan Johnson se cruzaban sólo con otros del mismo clan. De esa cruza emergían cuatro nuevos vástagos. Al no haber transferencia de memorias a extraños, las submelodías familiares quedaban a salvo.

Los Jensen se reproducían por el método tradicional, pero también dominaban el arte de crear campos minados: sabían encapsular los vectores reproductivos para que vagaran libremente y se adhirieran a la zona sensible de cualquier johnson que cayera en la trampa, aun fuera de la estación de reproducción. En esas acciones bélicas, los Jensen no necesitaban estar ahí, y por lo tanto no eran inseminados ni se dividían. Sin embargo, inseminaban y producían la escisión de otros, introduciendo atetés Jensen en otros clanes.

Los dos vástagos resultantes de la cruza quedaban con el viejo ateté familiar en un extremo y un ateté incipiente y extraño en el otro. Con el tiempo, ambos atetés terminaban adoptando una identidad mixta y compartiendo conocimientos, submelodías, secretos tecnológicos, códigos, territorios, acceso a los recursos. Pero los atetés Jensen tenían un nuevo truco bajo las escamas: estaban condicionados para ser dominantes. Sutil pero inevitablemente, sembraban en la identidad del nuevo vástago una indeleble fidelidad al clan Jensen.

En las Guerras de Conocimiento entre clanes, los Jensen habían logrado una portentosa ventaja táctica. Eran los exogámicos, los asimiladores. Ahora se atrevían a ir más allá. A enfrentar al clan más antiguo: los Johnson. Tan antiguo que daba nombre a la especie.

Charles Johnson se había preguntado quiénes se beneficiarían más: ¿exogámicos oportunistas o endogámicos conservadores?

Ahora sabía la respuesta. En las Guerras de Conocimiento, el límite entre conquistadores y conquistados era tenue. Eran guerras de asimilación donde los supuestos perdedores terminaban en mejores condiciones que los supuestos ganadores. Lo que nacía era nuevo y viejo a la vez. Los vástagos de Charles se volverían contra su propio pabellón. Los Johnson-Jensen podrían tomar el control y, a la larga, suprimir la diferencia entre Jensen y Johnson. Conocerían todo lo que habría que conocer de ambos clanes.

El desarrollo de los acontecimientos, una vez burlada la endogamia, era previsible.

Ahora Charles sabía que él era el orificio por donde se introducirían todos estos cambios radicales, y no podía evitarlo.

Se abrazó al eveready familiar y se cargó de energía.

Por última vez.

 

 

La música aturdía. ¿Cómo lograr la integración armoniosa de dos melodías tan disímiles? ¿Cómo conciliar una identidad nueva y compartida, si el único patrimonio común es el metrónomo de Maguerra?

Charles recuperó el control de los atetés, pero ya no era Charles sino Jotajota Johnson: uno de los vástagos escindidos luego de la penetración oportunista de Becé Jensen en el cuerpo de Charles Johnson. Ahora también conocía la identidad del progenitor Jensen. Jotajota eraCharles Johnson, pero también era Becé Jensen, o por lo menos así lo sentía cada vez con mayor fuerza.

El otro semijohnson, el que se había quedado con el ateté más viejo de Charles, se retorcía en el bosque de linoides, incapaz de emitir el santoyseña liberador.

Landrú se fue a Maguerra, qué dolor, qué dolor, qué pena…—pulsaban los linoides.

La respuesta era «Landrú se fue a Maguerra y no sé cuando vendrá», pero el viejo ateté no acertaba a transmitirla correctamente. Por su naturaleza, los johnsons adultos siempre tenían un ateté más viejo —el ateté que originalmente pertenecía al cuerpo del progenitor segmentado— y uno más joven —el originado por el vector—. Jotajota tenía el ateté más joven de Charles, afortunadamente.

En una fertilización endogámica —las que sucedían en la estación de reproducción y que, naturalmente, originaban cuatro vástagos, todos del mismo clan—, el viejo ateté de Charles habría resistido. La dislocación entre estados melódicos habría sido menor. Pero aquella exogamia forzada lo había desequilibrado al punto de que no podía percibir la canción de Maguerra. Ni siquiera podía salir de su propio bosque de linoides.

Tarde o temprano consumiría toda la energía y quedaría inerte.

Jotajota era único, aunque todavía sintiera aquella cacofonía atronadora y paralizante. El ateté proveniente del vector Jensen crecía rápidamente en el otro extremo del cuerpo con una efervescencia de silicatos. A medida que se desarrollaba, recibía las melodías del clan Johnson por el recién abierto canal de backup. Conforme crecía, el nuevo ateté también recitaba las arias de conocimientos de su propio clan.

Jotajota decidió ensayar algunos movimientos. Inició el retroceso, para lo cual tenía que conmutar de ateté: Maniobra.

El nuevo ateténo respondía, recuperó el control. Había que darle tiempo.

Los legos de Jotajota migraban desde el frente hacia el muñón efervescente, en el otro extremo del cuerpo.

Maniobra.

Jotajota percibió la llegada de los legos. Emitió los protocolos de comunicación y permiso, y les indicó dónde debían adherirse. Los legos respondieron con una submelodía mixta, acorde con el estado musical del vástago. Los legos eran máquinas simples, obedecían ciegamente. Prerrogativa de simbionte.

Luego de instalarse, los legos comenzaron la construcción de una cobertura de escamas alrededor del muñón, a fin de hacer menos sensible la que hasta no hacía mucho había sido la zona sensible de Charles. Cuando Jotajota madurara, una nueva zona sensible brotaría en la mitad de su cuerpo.

El ateté Jensen de Jotajota sondeó el nido Johnson, que ahora sentía como propio. Las submelodías interrogativas de los linoides —que su clan percibía como un crescendo estridente y desarticulado—, ahora ganaban en armonía. Las melodías eran las mismas, claro, pero ahora había más recursos mnemónicos a disposición que permitían mejorar la comprensión.

Decidió darse un descanso: las submelodías linoides eran todavía un manjar indigesto.

Maniobra.

Charles Johnsonse empapaba en la tormenta de melodías Jensen. Sentía que la identidad se fragmentaba. Como esas rocas cercanas a la superficie, que después de centenares de ciclos expuestas al frío y al calor, terminaban transformándose en polvo. Solía ser un proceso lento, pero inexorable.

Maniobra.

Un proceso demasiado lento. Becé Jensense desmembraba en la explosión sinfónica de los Johnson. La Guerra de Conocimiento entre los clanes ardía en el canal de backup de Jotajota. Los atetés se ametrallaban mutuamente con sincrónicos fogonazos de significado. Los prisioneros se medían en intenciones, recuerdos, secretos…

Maniobra.

Maniobra.

Maniobra.

Después de varios pedígitus, la batalla fue perdiendo intensidad. Fue como si el polvo se compactara nuevamente para formar la roca. Una roca distinta.

Jotajota avanzó hasta el borde del bosque, (Maniobra) y luego regresó al eveready familiar.

Maniobra.

Landrú se fue a Maguerra…

Jotajota penetró en el bosque. Los linoides reconocieron el santoyseña Johnson cantado por el ateté Jensen. Se apartaron, formando un túnel por el que Jotajota salió del nido.

El nuevo johnson se internó en lo profundo del Mar de Scholl sabiendo que, después de centenares de maniobras, la conmutación entre ateté y ateté no supondría ninguna diferencia.

 

 

—Landrú se fue a Maguerra, qué dolor, qué dolor, qué pena.

—Landrú se fue a Maguerra y no sé cuando vendrá.

—Obladí, obladá.

—No sé cuándo vendrá.

Triste Johnson entró en el nido. La canción de navegación le mostró que había otro johnson en el bosque de linoides. Un intruso. Casi inerte.

Al parecer, hacía varios ciclos que el intruso estaba ahí.

Se acercó describiendo una trayectoria paralela a la del intruso. Medio intruso, en realidad: un vástago. La canción era débil en él, confusa, sin cadencia. Triste reconoció arias del clan Johnson, pero había más.

Triste Johnson encastró sus legos en los del vástago atrapado. La corriente eléctrica fluyó de uno a otro. Transfirió sólo lo necesario como para comunicarse con el prisionero.

Los legos del vástago le dijeron que el ateté más viejo era Johnson, que era uno de los más antiguos: un troncal. El ateté en formación era Jensen.

No le hizo falta llegar al eveready familiar para saber su estado. La intensidad del canto linoide indicaba que estaban en pleno proceso de recarga del eveready.

Necesitaba saber más.

Instruyó a los legos para que emitieran una submelodía de penetración de muy alta frecuencia, a fin de poder localizar el canal de backup dentro del vástago prisionero. Una vez completado el sondeo, los legos ventrales de Triste se trasladaron hacia una de las organelas, en el primer tercio del cuerpo de Triste, y extrajeron varias herramientas. Desmontaron una parte del caparazón del vástago atrapado, escama por escama, con filosas gillettes de piedra y bahcos de fundición de hierro.

Al parecer, el troncal era consciente del peligro. No había dolor, no podía haberlo, sólo existía una primitiva urgencia por evitar la desintegración y el Gran Silencio. Y esa urgencia se traducía en pedidos de auxilio radiados en todas las armónicas de la Canción, ahora con más potencia gracias a la energía extra que Triste le había proporcionado.

Y espasmos. Y actos desesperados.

Si no hubiera sido por los linoides, siempre prestos a drenar cualquier fuente de energía, el troncal habría electrocutado con las últimas fuerzas a Triste Johnson.

Los legos ventrales llegaron hasta el canal de backup, una gruesa fibra de vidrio flexible que comunicaba los atetés del vástago. Luego de mucho serrar con las gillettes, los legos partieron la fibra. El Mar de Scholl se iluminó con ráfagas intermitentes que Triste Johnson no podía ver.

Los legos emparejaron el perfil de la fibra de vidrio y lo alinearon con el abortado canal de backup de una spica: un ateté embrionario que era criado sólo para ser usado como intérprete. Gracias a la spica, los legos pudieron convertir la señal lumínica en ondas electromagnéticas.

Después de varios pedígitus de análisis, las cosas estaban más o menos claras. Un campo minado. Un nuevo vástago mixto.

Triste Johnson se daba cuenta de las consecuencias, tanto o más que Charles. Después de todo, compartían una buena cantidad de memorias del clan.

Tenía que avisar a los otros.

Al pretender desencastrar los legos, se quedó con todo el paquete. Los simbiontes del troncal se habían encastrado a los de Triste con tal fuerza que era imposible distinguir unos de otros. No le debían pleitesía al vástago inerte, sólo los movía la propia subsistencia. Prerrogativa de simbionte.

Triste Johnson emitió los protocolos de comunicación y permiso, y les indicó dónde debían instalarse. Los legos del troncal se trasladaron al segmento sensible de Triste, en la mitad del cuerpo, y comenzaron a trenzar metales y silicatos para crear un práctico cinturón de castidad.

 

 

Jotajota, el vástago de Charles Johnson, se alejó del nido. Sabía lo suficiente como para darse cuenta de que el clan Johnson querría eliminarlo. ¿Cuántos ciclos tardarían en cambiar los santoyseñas y comunicarlos a los otros miembros del clan? Pocos. Los Johnson habían creado la pulvicultura de linoides ciento tres generaciones antes, y eran expertos en submelodías linoides. Además, tenían todos los telégrafos fluviales que necesitaban para comunicar las novedades.

La ruptura con su pabellón era inevitable. No quería permanecer mucho tiempo en territorio Johnson. Era riesgoso para su integridad física.

Cuando cambiaran el santoyseña, el nido dejaría de ser sunido. Probablemente las submelodías interrogativas serían las mismas pero, una vez dentro del bosque de linoides, la respuesta sería otra. Quedaría atrapado, como el otro semiCharlesJohnson.

Tendría que fabricar un nuevo nido, un nuevo eveready, armas, herramientas, submelodías y, una vez maduro —un estado musical que los johnsons sólo alcanzaban después de varios viajes redondos—, tendría que viajar a los campos minados del clan Jensen para inseminarse. Quería reproducirse, pero manteniéndose independiente de los otros clanes.

Jotajota intuía que los Jensen se habían equivocado: el nuevo vástago, cruza de un Johnson y un Jensen, no respondía al clan Jensen. No lo sentía como propio. Había una insondable continuidad de la Canción que reforzaba la identidad de los Johnson. La continuidad era tangible, estremecedora. La canción de Maguerra era la misma desde hacía más de cien generaciones: profunda, palpitante, idéntica a sí misma en cada escisión. Y nunca se había interrumpido. Nunca.

Jotajota sabía que el clan Jensen era relativamente nuevo, demasiado exogámico. Las cruzas eran disruptivas. Llegaría el tiempo en que ni siquiera percibirían la canción de Maguerra.

Pero al menos habían logrado algo: los Johnson estaban divididos y él ya no formaba parte del clan.

¿Dónde establecería el nido?

De todas las opciones sondeadas, una sola parecía accesible: el extremo sur del Mar de Scholl. Allí comenzaban los cálidos macizos de Gruyère. No conocía la región. Sólo tenía escuálidas submelodías mnemónicas de miembros del clan Jackson —a través de alguna cruza con el clan Jensen, suponía— que habían desarrollado nidos en esa región durante decenas de estaciones, para luego abandonarlos.

¿Cómo se llamaría a sí mismo? Tenía que crear una nueva estirpe y una submelodía que la identificara. «JohnsonJensen» estaba descartado. La submelodía no podía ser una mezcla de los clanes progenitores, lo delataría. «Jotajota» era un buen nombre y podía servir como identificador. Dado que era el segundo de este nuevo clan —el primero languidecía rápidamente en el bosque de linoides, con el canal de backup partido en dos, y sin legos que lo ayudaran a reconstruirse—, se llamaría Segundo Jotajota.

Los legos tomaron nota del cambio.

El ateté frontal almacenó la cuenta del tiempo, y luego reseteó los ábacos personales.

Viajes redondos = cero.

Estaciones = cero.

Temporadas = cero.

Ciclos = cero.

Corpus = cero.

Dentis = cero.

Pedígitus = cero.

Manus = cero.

Maguerra-uhs = cuatro y contando…

 

Segundo Jotajota avanzó hacia el sur por el Mar de Scholl, sondeando la distancia.

 

 

Los pabellones del clan estaban dispuestos más o menos radialmente respecto del nido. Eran más numerosos hacia el Sur: habílegos, pulvialquimistas, domadores de legos, pulvicultores, magos ritmosonantes y TEGidos.

Triste Johnson avanzó hacia el Sudoeste, siguiendo la senda contrainductiva de los Adoctrinadores. Era un camino bastante transitado y homogéneo, que soportaba hasta veinte cotas de navegación.

Cinco corpus después, Triste arribó al nacimiento de un lecho ferroso o «río» que llegaba hasta el pabellón de los domadores, su propio pabellón. El nombre del pabellón era Antioquía.

Los ríos tenían varias aplicaciones. Gracias al contenido ferroso, se comportaban como vastos conductores de electricidad. Se habían formado a lo largo de millones de viajes redondos de Crandall alrededor de Lux, y seguían las líneas magnéticas de Johnsonsbaby. La canción de Maguerra inducía corrientes eléctricas, por lo que permitían cargar energía durante las estaciones altas. Pero los johnsons también los usaban para radiar mensajes a grandes distancias. La técnica de la telegrafía fluvial.

Triste telegrafió la nueva submelodía interrogativa linoide y el santoyseña. Eran variantes de los anteriores y, como todas las submelodías de paso, no tenían ningún sentido aparente. El fraseo electromagnético estaba pensado sólo como un sonsonete indescifrable.

Partió de Buenos Aires.

Qué dolor, qué dolor, qué pena.

Partió de Buenos Aires, que ya no existe más.

Obladí, obladá.

Que ya no existe más.

 

Los domadores preguntaron el porqué de los cambios. Triste les contó sobre el campo minado, el troncal atrapado en el nido y el vástago mixto que, seguramente, estaría buceando en algún lugar del Mar de Scholl. Puso especial acento en el riesgo que ello implicaba.

Le respondieron que era necesario reunir los pabellones, y Triste estuvo de acuerdo. Benjamín Johnson asistiría representando a los domadores. Además, Benjamín tenía un talento intransferible para organizar los tolkienrings.

Cuando la línea telegráfica estuvo libre, los domadores enviaron las nuevas submelodías de paso de su propio pabellón.

La brújula engañosa

(¡qué dolor, qué dolor, qué pena!)

marcaba al sur el norte, y el norte ¿dónde está?

Obladí, obladá.

¿El norte dónde está?

 

Triste partió hacia el oeste, aprovechando una lubricada ruta interférrica que lo llevaría hasta el telégrafo fluvial de los pulvicultores alejandrinos: el pabellón al que había pertenecido el escindido Charles Johnson.

Al llegar, repitió el protocolo y contó las novedades, incluyendo las nuevas canciones de paso.

—Charles es uno de los nuestros —indujo el telégrafo.

Triste lo percibió como un estremecimiento seco y urgente, como si los pulvicultores quisieran acelerar el tempo de la Canción para enviar aquella submelodía de oposición.

—Ya no lo es —cantó Triste—. Es Jensen.

Se produjo una pausa.

Los pulvicultores respondieron que entendían la aproximación que Triste proponía al problema del nuevo vástago, pero que disentían. Informaron que Johannes Johnson asistiría al tolkienring y argumentaría.

Al final del aria, enviaron la nueva submelodía interrogativa y el santoyseña del pabellón.

Peleó contra los yanquis.

Qué dolor, qué dolor, qué pena.

Peleó contra los yanquis en Puerto San Julián.

Obladí, obladá.

En Puerto San Julián.

 

Triste abandonó el telégrafo y buceó hacia el sur, hacia el repelente territorio de los TEGidos y los ritmosonantes que llamaban Lejano Oriente, por su posición relativa respecto del antiguo nido Johnson. Los TEGidos eran los estrategas del clan, expertos en el arte de la guerra y en acciones sociales cuyos resultados sólo podían medirse después de varias temporadas o estaciones. Los magos ritmosonantes eran los señores de la Canción, los que tenían el poder de interpretar las variaciones de Maguerra a través de miles o decenas de miles de viajes redondos. Los ritmosonantes también dominaban el arte de generar canciones menores: un arte que los emparentaba con los pulvicultores y los domadores de legos.

Después de varios dentis de lento y cansino avance, la Canción cambió súbitamente. Triste sabía que había un río a unos cien peldaños por encima de la cota de navegación. Y también sabía que ese sustrato era más denso que los otros y más rico en metales. Cualquiera que pasara por debajo percibiría la canción más atenuada.

ése era el territorio que los TEGidos y los magos ritmosonantes habían elegido para vivir y trabajar. Y no se habían conformado con el río ferroso. Habían modificado la naturaleza del paraje para que funcionara como jaula de Faraday.

A medida que se internaba en aquel territorio, la ausencia de la Canción pesaba cada vez más en Triste. Era lo más parecido a estar inerte.

Los legos sondearon el camino por delante: despejado.

Triste no tenía las sensibilidad de los TEGidos y los ritmosonantes para percibir la canción debajo del sustrato férrico. Pero lo ignoraba, era la primera vez que visitaba aquellos parajes y no tenía memoria de visitas anteriores. Eso también era nuevo para él: en cien generaciones, debería poder recordar alguna visita a los TEGidos.

La marcha perdió el ritmo y el ábaco personal de Triste se detuvo. Triste sabía que esto podía pasar, pero siguió adelante. No quería telegrafiar. El extenso lecho ferroso, que ahora ahogaba la Canción hasta hacerla imperceptible, era un punto débil en las comunicaciones del clan. Estaba ubicado peligrosamente cerca de la frontera. El vástago de Charles podría pinchar la línea y enterarse de las nuevas submelodías.

Triste comenzó a retroceder. Todo su cuerpo avanzaba en sentido contrario. Intentó una nueva maniobra, pero no resultó como esperaba.

Probó girar en redondo: un movimiento al que los johnsons no estaban acostumbrados. Para eso tenían dos atetés.

Sondeó otro johnson a unos pocos peldaños por delante de sus legos frontales. Cantó un saludo disrítmico, enfermizo. El otro le respondió con idéntica apatía.

Alguien lo estaba saludando en el extremo opuesto de su cuerpo.

Dos johnsons, entonces. Estaba rodeado.

—¡Ayuda! —cantó Triste.

—¡Ayuda! —dijo el otro.

Triste se vio en la situación inédita de estar hablando con su ateté trasero.

—¿No deberías estar apagado?

—¿No deberías estar apagado?

—No.

—No.

—Vamos hacia el oeste.

—Vamos hacia…

Triste se sentía incapaz de sincronizar las maniobras. Las órdenes iban y venían por el canal de backup, realimentándose, contradiciéndose, repitiéndose sin cadencia ni concierto. Los atetés se dieron cuenta de que estaban flipando hacia Oblivion y no podían hacer nada por evitarlo.

Los legos en la zona sensible percibieron que algo atravesaba el anillo en que Triste se había convertido. Dieron la alarma.

El intruso trató de penetrar la zona sensible, pero no lo logró: el cinturón de castidad hacía de escudo.

O tal vez no buscara penetrarlo.

Los legos ventrales de Triste recibieron un objeto de legos del extraño. Triste reconoció el objeto o, mejor dicho, reconoció una canción menor que el objeto emitía.

Maguerra-Maguerra uh-uh, Maguerra-Maguerra uh-uh…

El extraño era un mago ritmosonante, que le informó qué era aquel objeto y cómo se usaba.

Los legos ventrales activaron el marcapasos y Triste bebió ávidamente aquella canción artificial para no perder la cordura.

 

 

4. Interludio intestinal

 

El Imperio nunca tuvo fin, citó Fat para sí. Esa sentencia aparecía una y otra vez en su exégesis; se había convertido en su característica distintiva. Originalmente la frase se le había revelado en un gran sueño. En él era nuevamente un niño que
recorría viejas librerías polvorientas en busca de revistas de ciencia-ficción raras, en particular Astounding. En el sueño había examinado incontables ejemplares ajados, montón tras montón, en busca de la inestimable serie titulada El Imperio
nunca tuvo fin
. Si la encontraba y la leía, lo sabría todo; ésa era la carga que le imponía el sueño.

Antes de eso, en la ocasión en que había tenido la experiencia de los dos mundos superpuestos, California, E. U. A. en el año 1974 y la antigua Roma, había discernido en la superposición una Gestaltcompartida por ambos continuos espaciotemporales,
su elemento común: una Negra Prisión de Acero. A esto aludía el sueño con el nombre de «el Imperio». Lo sabía porque cuando vio la Negra Prisión de Acero la había reconocido. Todos vivían en ella sin advertirlo. La Negra Prisión de Acero era su mundo.

—Philip K, Dick, VALIS

 

—Damos por abierto el debate —dijo Becé.

—Maldita la gracia que me hace —masculló Lucio mientras se bajaba los pantalones y se sentaba en el inodoro.

La diarrea parecía incontenible. Lucio sospechaba que Becé, Favaloro y Tiresias se habían confabulado para poner alguna sustancia en las verduras de la cena. Los porteros los habían mandado al baño que estaba en el martillo del pabellón tres, a pasos de la enfermería. Favaloro no estaba con ellos, pero un negro alto que se hacía llamar Benjamín Cisco, otro socio del Club, se les había unido en el baño… forzosamente.

Los cubículos no tenían puerta. Tal vez nunca tuvieron. Lucio podía ver la cara de satisfacción de Becé y también podía oler sus evacuaciones.

—¿Cuál es el orden del día? —preguntó Kepler.

—¡Por Zeus! —dijo Borges—. Nunca pensé que podía cagar tanto.

Juan Kepler pasó con los pantalones bajos por delante de los cubículos de Becé y Lucio, en dirección al de Borges.

—¡Qué colores, viejo! —dijo el astrónomo—. ¿Estás seguro de que comiste lo mismo que nosotros?

—¡Orden! —gritó Becé.

Kepler regresó cansinamente a su asiento.

—El orden del día es variado —dijo Borges—. Unidades de medida y tiempo, los tolkienrings, enemigos naturales de los johnsons… Yo propuse analizar las motivaciones profundas de los legos, pero nadie qui… ¡Ah!

Lucio escuchó la catarata intestinal del viejo.

—Muy bien —dijo Kepler—. Con Vattuone estuvimos definiendo las unidades de tiempo. Usamos las experiencias de Vattuone en el agujero. Explicáles, Vattuone.

—Un maguerra-uh son dos latidos del púlsar: un segundo, más o menos —dijo Vattuone—. Podemos contar maguerra-uhs con la mano derecha, flexionando los dedos, como les mostré la vez pasada.

—¿Qué es un pedígitus? —preguntó el cocinero Tiresias, que al parecer había caído voluntariamente en su propia trampa diarreica.

—¡Esto! —contestó Triste Miliki y lanzó una tronadora flatulencia.

—¡Qué asco! —dijo Borges—. ¡Orden! ¡Orden!

Pero el esfuerzo por imponerse a las risas resultó en nuevas flatulencias y más risas.

—Un pedígitus es un dedo del pie —retomó Lucio cuando las risas menguaron—. Empecemos de nuevo: Diez maguerra-uhs son un manus. Una mano. Diez manus, un pedígitus: equivale a cien cuasisegundos. Después vienen los dentis, contamos con los dientes. Así que diez pedígitus son un dentis.

La última parte de la frase la dijo señalándose con la lengua el primer molar del maxilar superior, al fondo de la boca, como si alguien pudiera verlo. Los demás le reclamaron que repitiera la idea.

—Diez pedígitus son un dentis —repitió Lucio—. Y treinta y dos dentis son un corpus. ése es el límite del ábaco corporal, no podemos contar más allá de un corpus.

Kepler se levantó para llamar la atención, pero el único que podía verlo era Benjamín Cisco. Se volvió a sentar.

—Tuvimos que armonizar el ábaco corporal con lo que yo sabía de Maguerra, Lux y los planetas de ese sistema —dijo—. Creo que hicimos un buen trabajo.

—Abreviála, Juan —dijo Becé.

—No está René Favaloro para apurarme y venís vos. En fin… Siete corpus son aproximadamente un ciclo. Es una traslación de Johnsonsbaby alrededor de Crandall y también es una rotación sobre el eje. Cuando hablamos de ciclo, hablamos de un día de Johnsonsbaby que, en realidad, duraría 62 horas, 13 minutos. O sea, 2,59 días terrestres.

—Por eso le pusimos «ciclo», para no confundir —aclaró Lucio.

—Ahora vienen una serie de medidas intermedias, que definen unidades menores al año de Johnsonsbaby. Cuarenta y nueve ciclos son una temporada. Siete temporadas son una estación. Para que se den una idea, cada estación tiene casi dos años y medio terrestres. Siete estaciones son un viaje redondo. Equivale a una traslación del planeta Crandall alrededor de Lux. Son diecisiete años terrestres, y podemos imaginarlo como un año de Johnsonsbaby. Este dato es real, lo saqué de los documentos que pude leer en el array. Hay estaciones más calientes, o estaciones en las que la Canción se percibe con más fuerza, y eso determina los ciclos naturales de vida y reproducción de los habitantes del satélite.

—¡Muy bien! —sonrió Becé—. Buen trabajo. Como éste no es un tema arbitrario, y los expertos estuvieron trabajando muy bien, lo aprobamos automáticamente.

Hubo gruñidos. Becé no les hizo caso.

—¿Y las longitudes? —dijo.

—La única medida que pudimos establecer son los peldaños —dijo Lucio—. Unos veinticinco centímetros.

—Muy original —dijo Benjamín Cisco sarcásticamente—. Me gustaría aportar algo, pero todavía lo estoy pensando. Medidas más largas. Tendrían que ser proporciones del largo de los johnsons, pero no tenemos longitudes estándares. Sabemos solamente que un johnson mide entre cuarenta y trescientos metros. Todavía no estoy seguro de cómo tratarlo…

—Moción para delegarle las medidas a Benjamín.

Lucio levantó la mano, pero pronto se hizo evidente que no había nadie que pudiera ver todas las manos alzadas.

—Yo los cuento —dijo Kepler.

Pasó por delante de los retretes con los pantalones bajos y la mano derecha en alto. No había llegado a la mitad cuando se llevó la mano al estómago y corrió hacia el inodoro.

—¡Son mayoría! —gritó—. No los pude contar todos, pero son mayoría.

—Aprobado —dijo Becé.

—Pasemos al tema de los tolkienrings —dijo Borges—. Creo que me bajó la presión.

Becé se limpió y fue a abrir una ventana.

El frío renovó el aire viciado.

—¿Estás mejor, hermano?

—Sí —dijo el viejo—. Gracias. La próxima vez, ¿podemos reunirnos en la cocina? De paso picamos algo.

—Moción aceptada —dijo Becé y se sentó en su taza.

Benjamín Cisco tomó la palabra. El negro era tequi, como Becé, pero se especializaba en redes de computadoras. Lucio no recordaba qué era una red de computadoras, pero no se preocupó por ese detalle: tampoco podía recordar el rostro de su madre, ni la dirección del café donde pasaba las tardes con el gordo Sábato.

—Un tolkienring es una reunión plenaria de pabellones —comenzó Benjamín.

—Falté el día que definieron los pabellones —dijo Kepler.

—¿Fue el día del coro? —preguntó Becé—. Los porteros me dijeron que desafinabas demasiado. No se me ocurrió ninguna excusa para tener un astrónomo como asesor musical.

—A Kepler le gustaba relacionar la música con los movimientos de los planetas —dijo el astrónomo.

—El único Kepler que conozco sos vos. Si la mecánica celeste dependiera de tu afinación…

—Un tolkienring es una reunión plenaria de pabellones —repitió Benjamín levantando la voz—. Los pabellones del clan Johnson son: pulvicultores, domadores de legos, TEGidos, despejadores y cazadores, habílegos, doctores del espacio, doctores del tempo, pulvialquimistas, evereadistas y embajadores, y los magos ritmosonantes.

—Que alguien te lo explique más tarde —dijo Becé, dirigiéndose a Kepler—. Ahora tenemos que pasar a los tolkienrings.

—Está bien —dijo Kepler de mala gana.

—Estas reuniones se hacen en el nido —siguió Benjamín—, bajo la protección de los linoides. El coordinador johnson une sus atetés para formar un anillo, y los representantes de cada pabellón se conectan a través de legos repartidos a lo largo de esa circunferencia. Ese johnson tiene que ser necesariamente domador, se necesitan muchos legos para conectar a todo el mundo. De esa forma, la información circula por el circuito cerrado formado por el canal de backup y los atetés del coordinador, fuera del alcance de los curiosos.

—Es interesante —dijo Kepler—. ¿Cómo se ordenan para hablar?

—ésta es la mejor parte —dijo Benjamín—: hay un «tolkien», que es un segmento de información que va pasando por todo el anillo secuencialmente. Cuando un johnson del tolkienring tiene algo que decir, se apropia del «tolkien», lo activa y agrega en él la información. Cuando termina de hablar o cuando no tiene nada que decir, el tolkien es desactivado y sólo sirve para asignar los turnos rotativos en la conversación.

—A mí me suena a «Teléfono descompuesto» —dijo Kepler.

—¿Cómo hacen para no monopolizar la palabra? —preguntó Triste.

Benjamín Cisco frunció el ceño.

—Hay que limitar el tiempo de transmisión —dijo, como si hasta ese momento no hubiera tenido en cuenta esa cuestión—. Tienen que usar una señal de sincronismo.

—Podrían sincronizarse con un marcapasos —interrumpió Becé—. El mago ritmosonante lleva su propio marcapasos y transmite una señal artificial de sincronismo.

—Es una buena idea —dijo Benjamín—. De esa forma, tienen un sincronismo distinto y secreto.

—¿Qué son los marcapasos? —preguntó Lucio.

—Piezoeléctricos —aclaró Becé—. Pueden emitir pulsos en una frecuencia específica. Funciona como una canción de Maguerra portátil.

—Habría que buscar la forma de marcapasear los telégrafos —reflexionó Benjamín—. Me sigue pareciendo un sistema vulnerable. Cuando Triste transmite las nuevas melodías linoides a través de los telégrafos está corriendo un riesgo grande.

—Las canciones linoides son arbitrarias, propias del clan —intervino Borges—. Nadie más las comprende. No veo motivo para preocuparse.

—Nunca más, hermanito —dijo Becé—. Ahora hay un vástago que conoce las canciones y pertenece a un nuevo clan. Será una de las cuestiones a discutir en el tolkienring.

—No, mejor no —dijo Lucio—. Mejor ir con una solución armada. Creo que Triste tendría que visitar a los TEGidos y a los ritmosonantes para discutir reservadamente esa cuestión.

—¿Y yo por qué? —preguntó Triste Miliki—. Ya bastante tengo con hacer de mensajero…

—Moción para aprobar esa idea —interrumpió Becé.

Kepler se paseó con los pantalones bajos, contando las manos levantadas.

 

 

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