Revista Axxón » «El gato de Schrödinger», Juan Pablo Patiño - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

MÉXICO

Debía saltar la cerca armada. Todas las luces estaban apagadas y no observaba movimiento alguno. Se le presentó la oportunidad poco frecuente de entrar cubierto por la noche y estar a sus anchas, de hurgar y esculcar sin molestia alguna, y por qué no, de hacer algo fuera de lo común con cualquier cosa que encontrara dentro. Empezó a subir por el roble. A través de una de sus ramas franquearía la pretendida trampa llena de amenazantes y puntiagudas lanzas. En la inagotable negritud sólo lo guiaba el deleite del deseado botín.

Al trepar notó la languidez del árbol. La corteza se desprendía con una facilidad sorprendente, dificultando su labor. Era impelido a apurarse. La opaca calle era transitada y no quería toparse con algún ser extraño que le hiciera fracasar en su hazaña. Nadie debía verlo. Subiendo poco a poco, aferrándose al tronco, llegó a la altura necesaria para ser conducido al otro lado. Al comenzar a cruzar sobre la rama se acentuó la agónica debilidad de la estructura del árbol. Estrangulado quizás por el tiempo, parecía desquebrajarse. Dio unos pequeños pasos de acróbata sólo para comprobar lo endeble del puente. No soportaría su peso mucho tiempo y se derrumbaría al abismo. Por ello decidió, de un dos por tres, con un par de largas zancadas, atravesar brincando sobre el confuso montículo el cual lo esperaba más allá de aquella insignificante división. Al dar el primer paso y al quedar a medio metro del centro sustentador de ese brazo escuchó y sintió su tenebrosa fractura. Sólo alcanzó a dar un salto desesperado hacia las sombras. A pesar de su ligereza el esfuerzo fue insuficiente. La azarosa falta de equilibrio provocada por la prisa de salvar su pellejo no le permitió salir ileso. No obstante su agilidad, una vara traicionera y mordaz le desgarró una extremidad. Tendido en el pasto se revisó. Un rasguño doloroso le dilaceraba. No hizo ruido alguno ni interpeló a su suerte. Era una experiencia infortunada y nada más. La herida no era ni importante, ni profunda, ni definitiva. Pudo pararse sin mucha dificultad. Ello significaba poco, sólo un pequeño inconveniente en su tarea. Un par de días y se recuperaría. La posible recompensa lo instigó a seguir. Seguro sería buena. La vastedad de la casa lo prometía.

Una vez levantado se percató del daño sufrido por la rama a pesar de que ésta no estaba del todo rota. Ello representaría, unido a la herida, un serio problema al momento de huir subiendo el soporte de los juegos del patio hacia ella. Su ruta de escape pendía peligrosamente encima del ejército de lanzas. Las opciones eran o arriesgarse y confiar en su instinto, destreza y suerte para sortear la serie de armas de la cerca o intentar una escurridiza huida, quién sabe cómo, por alguna puerta. Cada opción implicaba un cierto riesgo. Ya tomaría una decisión más tarde. Ahora la concentración debía ser orientada a su oscura labor. Enfocó su atención en la magnífica oportunidad frente a sí. En esos lóbregos instantes la mansión estaría en plácida y gozosa soledad.

 

Empezó a cruzar por las tinieblas hacia el jardín trasero el cual se descubría a cada paso. Caminó paralelo a la ambigua geometría de la casa de un solo piso. Las formas se fundían con la hondura del ambiente. Siguió descendiendo hacia las sombras. Al avanzar sintió una punzada en la herida alargándose. No era suficiente el dolor para disminuir su esmero, sin embargo. Cojeaba, pero ya se recuperaría. Se acercó a la nebulosa ventana de la habitación principal no sin haber notado, a pesar de la atezada distancia, el críptico estudio junto a ésta y sus innumerables máscaras. Todas ellas parecían vigilarlo. Una inagotable repetición de imágenes lo observaba. Una infinitud de reflejos daba la impresión de examinarlo. No se inmutó y comenzó a intuir cuál sería la mejor forma de entrar. De súbito escuchó el estruendo de alguna puerta cerrándose. Saltó detrás de un arbusto desde donde podría, oculto, ver qué sucedía. Dio cuenta de un haz de luz proveniente de la ventana principal rompiendo la aleatoria oscuridad. El escondite de su ser estaba a escasos metros de la ventana, aunque era lo suficiente denso y fusco. Era el lugar perfecto para espiar. Su parda apariencia estaba cubierta del todo. Se quedó en dilatada quietud aunque se sintió trastornado por la repentina invasión a su andar. Tendría que aguardar. La tranquila noche había sido perturbada.


Ilustración: Guillermo Vidal

Vio cómo una mujer joven entraba apresurada a la habitación. Se sentó en el tocador con el rostro angustiado. Un cierto jadeo la poseía. Se miró en el espejo y después de uno o dos minutos comenzó a desmaquillarse y a quitarse las joyas. De pronto en el fondo se apreció un sujeto que se había quedado sin cruzar la puerta. Con la cara desaliñadase paseaba como si estuviera a punto de dar un paso al vacío. Con gestos ofuscados en intervalos movía los labios y agitaba las manos. De manera intempestiva interrumpía por unos segundos su espectáculo para acariciarse la nuca. Daba la impresión de no decidirse a dónde entrar. Alternaba su visión entre el aposento y la estancia contigua en la cual la multiplicidad de máscaras aguardaba. Inició un felino andar de un lado a otro. Desde la ventana sólo se podía ver cómo aparecía al borde del cuarto para de inmediato regresar al del estudio. Se asomaba al umbral de una pieza y en el siguiente instante al de la otra, y así alternativamente. De repente observó hacia donde estaba la mujer y entró. Ella continuó apreciándose a sí misma mientras el hombre tomaba un bate. Con suavidad pero de manera firme lo alzó, caminando en dirección hacia ella. Con lentitud se fue acercando, rompiendo la distancia, acechándola.

Al ver el delirante drama entre la pareja quiso correr y perderse en la penumbra. Sin embargo algo se lo impidió. Deseó escapar, no obstante una fuerza física interna lo contuvo. Cerró los ojos para tomar una resolución. Se sintió huir y escabullirse de lo inevitable, decidió quedarse empero. La lúgubre representaciónlo habría de seducir sin duda. Al abrir los ojos siguió atento. Pasaron eternos instantes. Cada paso del sujetoera de terrible premonición. De pronto se detuvo. Después de unos segundos —quizás minutos— en los que la escena quedó en suspenso, contempló el vertiginoso golpe, presagio de la aniquilación. Aquel ruido le atravesó y le desgarró las entrañas. Su dolor fue tan real que lo desquició. Debido a la nitidez del grito escuchado tuvo la impresión de percibir el chillar surgido de sí mismo. Enseguida continuó apreciando el resultado estridente del espectáculo. La mujer yacía en el taburete con su reflejo aún fiel. El hombre con la mirada clavada en el suelo permaneció inmóvil.

 

Descansó en el sombrío pasto ahíto de la función recién admirada. Nada le atravesaba el cerebro ya. Nunca olvidaría lo visto. Ahora debía irse. No podía estar más ahí. Al pararse y volver la cabeza hacia la casa sus músculos se paralizaron y cada pelo de su cuerpo se erizó ante esa nueva imagen. Se percató a través de la ventana del cuarto principal y la del estudio una indescriptible realidad simultánea, duplicada. No lo pudo creer. Siguió viendo al asesino y a la vez observaba al mismo individuo en la habitación contigua. Una suerte de desdoblamiento había acaecido en el momento de tomar la decisión en la divergencia creada por las dos puertas que daban a las piezas. El segundo sujeto se encontraba tendido en el sillón rodeado de un sin fin de reflejos. Las manos le cubrían la cara mientras era acogido por las máscaras. Regresó de nuevo la vista al cuarto y la escena primera continuaba. Se sintió desfallecer ante la desbordante verdad. La incertidumbre lo abordó. La efigie impávida se abandonó al inextricable caos. De repente notó cómo entraba al estudio por la puerta de ese nuevo universo la amada recién muerta. Paso a paso caminó hasta el hombre y se inclinó ante él para murmurarle algo. La negación de la cabeza fue la única respuesta. Repartió su visión entre las dos realidades sólo para darse cuenta del inicio de la catástrofe. El asesino comenzó a huir mientras el otro con vehemencia empujó a la mujer para correr también. El encuentro fuera de las puertas era irremediable. Él, en su nocturno escondite, intuyó que la convergencia de los dos mundos separados hacía unos instantes conduciría a una peor e incierta desgracia. No pudo más ser testigo de aquella incoherencia total. Un doloroso terror le recorrió el cuerpo y decidió entonces fugarse como ellos. Cruzó apresurado el turbio jardín en dirección la calle. Se detuvo al ver la rama rota del todo. El vértigo lo invadió. Inclinó la cabeza con la mirada clavada en el suelo y permaneció inmóvil frente a la infausta silueta del ser que en su huida, minutos antes, había sido atravesado por las inexorables lanzas de la cerca.

 

Juan Pablo Patiño Káram nació en la ciudad de México el 22 de septiembre de 1973. Realizó estudios en Ingeniería, una Maestría en Letras Iberoamericanas en la Universidad Iberoamericana de la ciudad de Puebla, México y un Doctorado sobre Estudios de Lenguas y Literaturas en el Ámbito Románico en la Universidad de Barcelona. Ha publicado artículos de crítica y cuentos en distintas revistas, como en la publicación on line ESPÉCULO de la Universidad Complutense de Madrid, en la revista CRÍTICA y otras. También ha participado en distintos talleres de creación, por ejemplo el de escritor Ricardo Bernal y el del poeta Alejandro Palma. Hemos publicado en Axxón: MANUSCRITO OLVIDADO EN UNA MESA DE UN CAFÉ (181)

 


Este cuento se vincula temáticamente con ¿QUÉ ES EL «SECRETARIADO CUÁNTICO»?, de Saurio, LA BALA, de Georges Bormand, EN ALAS DE MARIPOSA, de Ricardo Castrilli, Espejos que se multiplican, Zapping por Eduardo J. Carletti

 

Axxón 206 – marzo de 2010
Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Física cuántica : Probabilidad : Experimentos : México : Mexicano).