Revista Axxón » «Los enviados de Narhitorek», Juan Manuel Valitutti - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

ARGENTINA

 

Narhitorek, el nigromante, estudiaba.

No era leer, no. Era estudio firme y sostenido.

Por eso, la turba lo molestaba. Los habitantes del pueblo se habían concentrado a los pies de su torre ladeada. Portaban antorchas en las manos y sus rostros aparecían deformados por el miedo y el odio.

Odiaban a Narhitorek.

¿Narhitorek?

No, él no los odiaba… En otros tiempos, tal vez, durante su juventud: en aquellos días se habría apartado de su atril para asomarse a la tronera y barajar posibilidades… pero, ¿ahora?

Ahora estaba embarcado en un experimento: cómo brindarle la chispa de la inteligencia a los moradores del cementerio. La resurrección de la carne —incluso la carne putrefacta o purulenta— había resultado exitosa; pero los muertos redivivos caminaban embrutecidos por una nada que los horadaba con el tesón de un gusano victorioso: la estupidez asomaba a sus ojos y una baba pastosa embadurnaba sus bocas.

¡Y a Narhitorek lo enfermaba semejante falta de estética!

Pero, claro, estaba la turba…

¿Y cómo puede trabajar un genio si vive rodeado por una caterva de escandalosos micos?

Narhitorek pasó la página de su enorme y crujiente libro y pensó: “Debería hacer algo.”

Se apartó del atril, se rascó la panza y se aproximó a un espejo de cuerpo entero apostado junto a su jergón. Se miró en él y no se gustó… de manera que tomó del perchero su sombrero de ala ancha, su espada y su capa. Una vez guarnecido con tales aparejos volvió a contemplarse en la superficie espejada: “¡Mucho mejor!”, concluyó. Encaró entonces a su doble especular y le dijo:

—Sal de ahí, ¿quieres?

Una copia exacta del orador atravesó el marco fluctuante.

—Sígueme —continuó Narhitorek. Condujo al espurio hasta el canto de la tronera. Contemplaron a la muchedumbre que, entre improperios y gritos de “¡No queremos más brujerías!”, ultimaba detalles para derribar la pesada puerta del nigromante—. Tengo mucho trabajo por delante y no puedo concentrarme con tanto ruido. —Narhitorek tomó del brazo a Narhitorek—. Quiero que te encargues de ellos, ¿de acuerdo?

—Son muchos —observó el imago, y esperó.

—¡Tal vez! —resopló contrariado Narhitorek. Se plantó de nuevo frente al espejo y ordenó—: ¡Salgan!


Ilustración: Guillermo Vidal

Noventa y nueve “Narhitoreks” —sombreros de ala ancha, espadas y capas— atravesaron el marco de destellos sublunares.

Se sumaron al que ya esperaba al pie de la escalera.

—¡Bien! —aprobó el mago, volviendo a la serenidad de sus estudios—. ¡Vayan, hijos míos! ¡Es justo y necesario!

—¡Realmente es justo y necesario! —corearon al unísono las cien copias del nigromante, y comenzaron el descenso escaleras abajo, rumbo a la salida que los depositaría ante el tumultuoso gentío—. ¡Es nuestro deber…

…para mi salvación! —redondeó Narhitorek, enseñando los dientes. Tomó entonces la pluma y se concentró en la anotación de una sesuda marginalia.

Entretanto, los espéculos descendían los peldaños con isócrona precisión. Su desplazamiento secuencial no parecía desprovisto de gracia, mientras la torva y arrobada mirada del original, multiplicada hasta el hastío, asomaba vertiginosamente bajo la procesión de sombreros de ala ancha. Con un tempo perfecto atacaron la aldaba de la puerta y salieron al exterior. Los habitantes del pueblo vieron avanzar a los macabros acólitos e interpusieron valerosamente la curvatura de sus hoces; pero el centenar de dobles infernales los rodeó, y el círculo de capa y espada comenzó a cerrarse sobre ellos…

A todo esto, en el ápice de la torre, Narhitorek daba con la clave de la inteligencia. “¡Al fin!”, pensó. Se apartó de sus apuntes, y se dirigió con paso remilgado a la tronera. A esa altura sus esbirros destellantes habrían acabado con la multitud. El docto exégeta del mal espió por entre las miasmas que reptaban torre abajo y descubrió los restos de la cruenta batalla: trozos de espejo, rutilantes bajo el henchido globo de la luna, aparecían esparcidos junto a los cuerpos mutilados de innúmeros campesinos. Feliz, el oscuro hechicero se encaminó a la salida. Pero tan pronto abrió la puerta…

Narhitorek clavó boquiabierto la vista en el filo del machete que atravesaba su pecho. No terminó de proferir un grito cuando sintió que una daga tenaz describía un arco a la altura de su cuello. La diestra del mago tanteó instintivamente bajo la barbilla, al tiempo que sus ojos desorbitados se fundían con los del anónimo muchacho, que, fortalecido por una furia ciega, penetraba triunfante en sus dominios.

Narhitorek cayó. Estaba vencido, lo sabía, y nada podía hacer al respecto: se sacudió violentamente, rendido ante la locura de su propia impotencia, ¡y murió!

El muchacho pasó por encima del cuerpo yerto y paseó la mirada por el sacrílego aposento. Descubrió el cabo de una vela que aún brillaba sobre un atril, lo tomó y lo blandió con claras intenciones de iniciar una hoguera. Así vengaría la desaparición de su pueblo: no quedaría piedra sobre piedra. Se disponía a iniciar la quema cuando una voz colmó el recinto:

—Yo no haría eso si fuera tú…

El muchacho, alarmado, se volvió.

En el cuarto no había nadie… ¡Nadie!

Y sin embargo…

Se adelantó, aguzando la vista.

Había un espejo, y había algo en el espejo. Justo en el centro. Una imagen…

¡La imagen de un hombre de espaldas, inclinado sobre un atril, en posición de lectura!

El muchacho se detuvo ante el espejo, y esperó, boquiabierto.

Vio que el hombre se volvía y miraba por sobre su hombro. Y vio que el hombre era idéntico al que yacía muerto en el centro de la sala. Y vio, después, que el hombre dejaba su asiento y se acercaba, espada en mano, hasta tomar posición frente a él.

Sólo la superficie espejada separaba a los antagonistas con un tremor latente.

El muchacho abrió la boca, y cuando ya estaba a punto de soltar la primera palabra de asombro, sintió el frío del acero lacerándole el abdomen.

Estupefacto, mudo, aún con la boca abierta, no tanto por el dolor sino por la sorpresa, el joven bajó la vista y la clavó en la espada que desaparecía tramo a tramo en su estómago.

Para cuando el malogrado vengador miró nuevamente al espejo, la imagen de Narhitorek ya había cruzado el umbral.

—¿Cómo te va? —lo saludó el doble del mago. Retiró la espada, con un limpio vaivén, y la víctima se desplomó en medio de poderosas convulsiones.

Entonces el espéculo concentró su atención en el mago abatido. Se inclinó sobre el cuerpo exánime, lo auscultó y volvió a incorporarse. “No te ves muy bien, ¿eh?”, meditó. Se dirigió hacia el atril. Descubrió el gran libro de Narhitorek, y estudió las notas marginales. “¡Ajá!”, aplaudió. Tomó una ampolla que halló cerca de una báscula, entre folios esparcidos por doquier, y regresó al centro de la sala. Se inclinó sobre el cadáver del hechicero, y, separando las paredes de los labios, vació el contenido de la redoma en la boca rígida. Pronto el color invadió las mejillas, y el redivivo abrió los ojos. Pero algo andaba mal… La chispa del raciocinio no refulgía en el horizonte de aquellos ojos. El duplo especular acudió nuevamente al atril y repasó las anotaciones del nigromante. “¡Bien!”, dijo. Retornó a su paciente y le susurró algo al oído… ¡Y Narhitorek, el oscuro mago de la torre ladeada, sorteó por fin los muros de su mente ida!

Se puso de pie con un gran esfuerzo, sosteniéndose del respaldo de una silla.

—¡Has hecho un buen trabajo, hijo mío! —le dijo a su gemelo—. ¡Regresa ahora a tu mundo!

El falso Narhitorek ladeó la cabeza, lacónicamente, y le respondió al original:

—No.

El nigromante pestañeó azorado, como si no comprendiera el alcance de la palabra que acababa de oír.

—¿Qué has dicho? —preguntó—. ¿Has dicho que… no?

Pero la imagen duplicada de Narhitorek ya se encaminaba a la salida. Abrió la puerta, y, antes de abandonar el aposento, se volvió:

—He dicho que no quiero volver al espejo, compañero. ¿Qué quieres que te diga? ¡Me ha ganado la curiosidad! —Acto seguido, se limitó a bajar las escaleras.

Narhitorek trató de sentarse, pero se desplomó con todo y silla. Lucía furioso, desencajado, aunque irremisiblemente vencido luego del tránsito por el Valle de las Sombras.

La voz de su imitador, peldaños abajo, volvió a cobrar vida:

—De nada te servirá seguirme, compañero: estás muy débil. ¡Vamos, relájate! ¡Será divertido!

—¿Divertido? ¿Relajarme? —El nigromante luchaba por ponerse de pie, aferrándose a las patas leonadas de un bastidor—. ¡Vuelve aquí, maldito engendro del averno!

—¡Oh, por favor, no seas tan duro! —La voz, ya lejana, reflejaba ironía—. ¡Después de todo, no me negarás que te he otorgado la vida!

—¿Tú me otorgaste la vida a ? —El mago avanzó dos pasos, espada en mano, y cayó con el estruendo de un alud—. ¡Vuelve, demonio, vuelve!

Pero ya no quedaban rastros del espurio hechicero…

Narhitorek llevó a cabo un nuevo intento: se incorporó escupiendo maldiciones a boca de jarro, y, dirigiéndose a la escalera, inició el descenso de la torre. Avanzó a trompicones, falto de aliento, hasta que se apoyó exhausto en la puerta que se abría al llano ensombrecido. Salió al exterior. La noche de luna se derramaba sobre el flanco ladeado de su morada y sobre las lápidas del cementerio. Vio con sorpresa que se acercaban dos siluetas por el camino. Pensó en los aldeanos y su misión de venganza, y se maldijo por su mala suerte: estaba demasiado débil, y no podría defenderse. Pero se dio cuenta de que las dos siluetas no eran de los pobladores, sino de los habitantes redivivos del cementerio: las bocas babeantes y los ojos vidriosos, sumados a los jirones de sus prendas, no dejaban lugar a dudas.

—¿Y ustedes qué diablos quieren? —rugió Narhitorek.

Los resurrectos detuvieron su precario desplazamiento y olisquearon al mago.

—Nos envía Narhitorek —barbotaron al unísono—, ¡para devorarte a discreción!

¡¿Qué?! —El nigromante corrió a refugiarse en su torre. Cerró la puerta tras de sí, y remontó furioso los peldaños, con el corazón asomándole a la boca.

La decrépita pareja de enviados permaneció clavada en el sendero. Uno se rascó la cabeza; el otro, la barbilla… Y, cuando vieron que una luz se encendía en lo alto de la cúpula, tras la cual se refugiaba el apetitoso mortal, se relamieron gustosos, restregándose las bocas anhelantes y torcidas.

Mientras tanto, la luna ascendía lenta en el cielo ventoso, derramando su presencia cadavérica sobre una noche que prometía ser larga…

¡Muy, muy larga!

 

Juan Manuel Valitutti (1971) es docente y escritor. Ha publicado cuentos en Libro Andrómeda, Aurora Bitzine, Axxón, NGC 3660, Cosmocápsula, Alfa Eridiani, miNatura, Exégesis, NM, Planetas Prohibidos, Red de CF, Portal de CF, Nanoediciones, Necronomicón, Breves no tan breves, Químicamente impuro, Ráfagas y parpadeos, Próxima, Sensación!, Acción y fantasía, Cineficción y Aventurama. Ha resultado finalista en el concurso “Mundos en tinieblas” en sus ediciones 2009 y 2010. Ha sido seleccionado en el contexto de la primera Convocatoria de Relatos de Horror y Ciencia Ficción, organizada por Exégesis/Nocte. Algunos de sus cuentos han sido traducidos al catalán para su aparición en la revista Catarsi. Puede consultar su blog en: Crónicas del Caminante

Hemos publicado en Axxón: EL SALUDO, EL HOLOCAUSTO DEL BÁRBARO, AL FINAL DE LA TARDE, NARHITOREK, EL NIGROMANTE.


Este cuento se vincula temáticamente con NARHITOREK, EL NIGROMANTE, de Juan Manuel Valitutti; TOPACIO, de Graciela Lorenzo Tillard y Fabio Ferreras; DE ALQUIMIA, de Juan Manuel Sánchez; EL DOBLE, de Carlos Almira Picazo.


Axxón 232 – julio de 2012

Cuento de autor latinoamericano (Cuento: Fantástico : Fantasía : Magia : Dobles : Zombies : Argentina : Argentino).

6 Respuestas a “«Los enviados de Narhitorek», Juan Manuel Valitutti”
  1. M. C. Carper dice:

    Como siempre, una lectura que llena de placer. Con cada cuento más me gusta este escritor. ¿Quizá haya una trilogía con Narhitorek?

  2. Hola, MC: primero que nada, gracias por tu mensaje y constante atención. De Narhitorek hay tres cuentos publicados hasta la fecha (dos en Axxón, uno, el primero, en el Portal), y estoy terminando dos más: veremos, ¿vio? Saludos :-)

  3. M. C. Carper dice:

    Estaremos atentos, entonces. ¡¡¡Un abrazo!!!

  4. Norma dice:

    Me encantan tus escritos. Adelante!

  5. Germán dice:

    Aunque esta no es precisamente la temática que más me agrada, me gustó mucho el estilo narrativo.

  6. JMV dice:

    Gracias Mario, Norma y Germán ;-)

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