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¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

ARGENTINA
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Me encontraba en Panorama, un pintoresco pueblito del planeta Râkhéëêëè, haciendo una involuntaria escala mientras esperaba que los mecánicos de la estación Esion Fotra IV reparasen mi nave, ya que se me había roto el carburador y eso me impedía pasar al hiperespacio psi. Podría haberlo compuesto yo pero, lamentablemente, al huir de Almacararononte perdí mi caja de herramientas, entre otras tantas cosas. Y, de hecho, el carburador se estropeó al querer poner la mayor distancia en el menor tiempo entre ese nefasto planeta y yo.
Todo esto me pasa por ambicioso y calentón. Porque si me hubiese informado bien sobre las almacararononcitas no habría tenido que huir literalmente con el culo entre las manos. Simplemente porque no me habría acercado ni a dos parsecs de Almacararononte. O, por lo menos, no habría contestado el aviso que publicaron en La Gaceta Universal pidiendo un humano como padrillo que las fecundase a todas. Imagínense, un planeta habitado por exuberantes mujeres que pagaban cinco millones de uqs por cabeza para que un humano fornicase con ellas día y noche. Ahora que lo pienso, tendría que haber desconfiado de una oferta tan tentadora, pero, bueno, la carne es débil y el bolsillo fuerte, así que allí estaba, bañadito y perfumado, dispuesto a hacerme la gran fiesta con la colección de tetas más grande de toda la galaxia.
Al principio estaba todo bien. Me alimentaron con todo tipo de manjares afrodisíacos y me alojaron en una enorme cámara nupcial con todos los lujos, incluido un servicio de TV por cable que transmitía el canal erótico de S’rrad G’mamo ¡sin codificar! Lo malo empezó cuando me tuve que poner, je je, a trabajar. En realidad, empezó un poco después, porque mientras no se me ocurrió bajar mi mano hasta la entrepierna de Kharla, la Almacararononcita a la cual estaba sirviendo, todo venía cojonudo. Después todo siguió cojonudo, pero en el mal sentido de la palabra, ya que Kharla tenía en su pubis algo que no debería estar allí, por lo menos en el cuerpo de una mujer y apuntando en esa dirección.
—¡Mierda! —exclamé con horror y repugnancia—. ¡Sos un travesti!
—Claro, pichón, como todas las almacararononcitas. ¿Acaso no lo sabías?
No, no lo sabía. Y mi ignorancia estaba empezando a costarme cara. Porque no sólo eran travestis, cosa que, bueno, ya que estamos en el baile, bailemos, sino que tenían un extraño modo de reproducción: para fecundarlas yo no necesitaba, digamos, inocularles mi semen, sino que ellas lo extraerían de mí con sus enormes penes, penetrando por donde ustedes ya se imaginan y succionándolo de mis testículos. «¡Eso sí que no!» me dije y salí corriendo como nunca lo hice en mi vida, perseguido por Kharla y otras seiscientas almacararononcitas desnudas y erectas.
Subí a mi nave, apreté el acelerador sin importarme que el motor estuviese frío o la escotilla cerrada y le metí pata hasta que el maldito planeta desapareció de mi vista. Lamentablemente, en la huida volaron por la escotilla abierta mi caja de herramientas, mi colección de marquillas de cigarrillos, todos los compacts de Polera de Vanlon, medio kilo de yerba «Flor de Fango» y un hámster !kfffzzz que aseguraba haber sido Franz Kafka en una anterior reencarnación (en realidad, todos los hámsters !kfffzzz aseguran eso, lo sorprendente del mío es que realmente escribía como Kafka y no como sus demás congéneres, que tienen un estilo más parecido al de James Joyce). Por fortuna, las naves almacararononcitas no son muy rápidas, así que no pudieron darme alcance. Lamentablemente, también ignoraba este dato. De haberlo sabido no hubiese hecho mierda el carburador y no estaría en un bar de Panorama, en Râkhéëêëè, bebiendo cerveza mientras espero que los mecánicos de Esion Fotra IV lo arreglen, sino en S’rrad G’mamo, desquitándome con un par de prostitutas Arqanas la calentura que me agarré franeleando con Kharla.
De repente, alguien se sienta a mi mesa. Un zipertako, de unos setecientos treinta y ocho años de edad, vestido como un monje K’uang Yen.
—Buenas tardes —me dice—. Usted es el Capitán Ignatz Niemand, ¿verdad?
—Depende.
—¿Depende de qué?
—De quién sea usted, por ejemplo.
—Yo soy el Morigeror Gutierre de Villena y quería contarle algo que quizás le interese, Capitán.
—Escuchemos y después juzguemos —dije.
Entonces el Morigeror Gutierre de Villena, luego de ordenar otra ronda, se acodó en la mesa, me miró fijo y comenzó a hablar:
—Supongo que usted sabe lo que es el Big Bang. Pues bien, Capitán, creo tener la clave para obtener pruebas irrefutables, sí, oyó bien, pruebas i—rre—fu—ta—bles que confirmen la veracidad ab—so—lu—ta de esta teoría. Y lo único que le pido es que se asocie conmigo para ir hasta los restos del Big Bang.
—Gracias, pero no compro.
—Por favor, Capitán, espere y verá.
Puso una computadora holográfica portátil sobre la mesa, apretó velozmente unas teclas y apareció una representación tridimensional del Cosmos.
—Como usted bien sabe, el Big Bang fue la explosión primigenia que dio origen al Universo. Y, como usted también sabe, las galaxias se alejan y el Universo se expande. Pues bien, tras largos años y complicadísimos cálculos, creo haber hallado un punto en el espacio del cual parece divergir toda la materia del Universo. Y ese punto essss… ¡aquí! —dijo, y con grandes aspavientos introdujo su larga y sucia uña en la pantalla holográfica.
Lo que señaló no me gustó nada. El centro exacto del cuadrante χπ. O, como lo llaman los Yüeh, «La Loma Del Orto». Mínimo, tres mil quinientos años entre ida y vuelta, y eso si se va todo el tiempo a warp 69 por el hiperespacio no unificado, cosa que ni el Gadolinita más insensato haría sin dudar al menos una vez. Vacié mi quinto chop, comí un puñado de maníes y le dije:
—Váyase a cagar, quiere.
—¿No lo comprende, Capitán? Le estoy dando la oportunidad de entrar por la Puerta Grande a los Anales de la Ciencia. La Gloria, Capitán, Gloria y Loor, Honra sin Par.
—Repito, váyase a cagar.
—¿Me lo dice porque hay que ir hasta el cuadrante χπ, verdad? Pero ése no es problema, porque, sabe, tengo un Desenrollador Universal de Dimensiones Enrolladas Sobre Sí Mismas que…
¡Un Desenrollador Universal de Dimensiones Enrolladas Sobre Sí Mismas! Máquina infernal si las hay, inventada por el líder de la organización criminal La Ecualizada, el satánico Dr. Roderic Graues, y que se basa en la teoría de Kalusa—Klein, la cual dice que el universo tiene once dimensiones: las tres espaciales que todos conocemos, el tiempo y siete más que están como enrolladas en sí mismas, formando una heptaesfera de tamaño diminuto, imposibles de percibir si no se cuenta con un acelerador de partículas del tamaño de la Vía Láctea. Lo que hace este aparato es, ni más ni menos, lo que indica su nombre: desenrollarle las dimensiones enrolladas sobre sí mismas a quien se someta a sus efectos. Alguien así tratado podría, en teoría, viajar en el tiempo, entrar y salir de un recinto cerrado con la misma facilidad que uno entra y sale de un círculo dibujado en la arena, ir de una punta a la otra del universo en un abrir y cerrar de ojos, entre otras tantas cosas. Lamentablemente en la práctica no es tan así, porque, sí, es verdad, uno puede hacer todo lo que ya dije, pero lo que no puede hacer es controlarlo y allí andan Roderic Graues y su fiel lugarteniente, la gorda ádega Lamachega Viosbarda, en todas partes y en ninguna a la vez, perdidos en el espacio y en el tiempo, sin poder parar siquiera a hacer pis.
—¡Ni lo sueñe, Morigeror! —lo interrumpí—. ¡Mis dimensiones enrolladas no me las toca nadie!
—No, no, Capitán, no se asuste. Mi Desenrollador Universal de Dimensiones Enrolladas Sobre Sí Mismas ha sido modificado para actuar sobre el continuum espacio—tiempo creando un agujero negro virtual que nos permitirá llegar hasta el Big Bang en unos dos o tres días, dependiendo de la cantidad de cuerdas cósmicas que tengamos que esquivar en el camino.
—Sigue sin convencerme. No me voy a arriesgar a quedar atrapado en una burbuja de metaespacio por cortar uno de esos putos piolines cuánticos.
—¿Le dije que varios de los más acaudalados coleccionistas de rarezas científicas están dispuestos a pagar lo que sea con tal de tener un pedazo de Big Bang en sus museos?
—No, no me lo dijo.
—Pues es así, mi amigo. Ya tengo pedidos del Regente de Nosredna XLVI, del Camarada Superior de Geh, del Pornógrafo de Ludmis, del Archón Calapaturoth que está sobre el Skemmuth, del Pie de Jeü, del Garc…
—¡Mañana a la tarde salimos, Gutierre! —dije, sabiendo que, otra vez, me estaba metiendo en líos por culpa de mi ambición. Es que con el sueldo que me pagan por ser el primer astronauta de la ciudad de Santa Gregoria de los Cardales no me alcanza ni para cigarrillos, y eso que no fumo.

ii
A la tarde siguiente me encontré en Esion Fotra IV con el Morigeror. Todavía me estaba preguntando cómo me involucraba así como así con un ser tan despreciable y siempre llegaba a la misma respuesta: «Bien, gracias». Que esta respuesta no se relacionase directamente con la pregunta me molestaba bastante y no me dejaba disfrutar del último compact de la Billy Rubina’s Orchestra que me había prestado Bep Kororoti, un simpático mecánico robot de la estación del cual se rumoreaba que era maricón pero a mí no me consta.
Sumido en esta contrariedad estaba cuando llegó Gutierre de Villena. Su sonrisa sobradora e irónica me hizo tomarle más rabia, tanta que lo hubiera desintegrado allí mismo con mi pistola láser. Afortunadamente para él recordé a último momento que una sonrisa sobradora e irónica es el saludo más amable y caballeroso de los Zipertakos, que si no otra hubiera sido la historia. Respondí con la fórmula habitual, es decir, agarrar firmemente mis testículos con la mano derecha mientras se levanta el puño izquierdo con el dedo medio extendido, y procedimos a instalar el Desenrollador Universal de Dimensiones Enrolladas Sobre Sí Mismas Modificado en mi nave. Cargamos el resto del equipaje, le devolví el compact a Bep, pagué lo que debía en Esion Fotra IV y partimos.
El viaje hasta el cuadrante χπ no tuvo mayores contratiempos. El Desenrollador Universal de Dimensiones Enrolladas Sobre Sí Mismas Modificado funcionaba casi a la perfección. Digo casi porque, de cuando en cuando se nos aparecían el Dr. Graues y la Viosbarda, o lo que quedaba de ellos, diciendo cosas tales como «Lo feminado, habiendo sido feminado, presiona el límite delantero; los que presionan se humedecen; están cargados de venas; serán rotos; son disminuidos», «Una fuerte larva perteneciente al hombre mismo, o que proviene del mundo exterior, puede también unirse al astrosoma del hombre», o «Nunca le hagas caso a un camello que habla mientras cruzas el desierto, así como no elijas la muerte cuando te atrape una tribu de caníbales», pero no le dábamos ninguna importancia. Al fin y al cabo, podrían estar tanto hablando con nosotros como con cualquier otro ser viviente de cualquier época y de cualquier lugar del Universo. El Morigeror se la pasaba mirando holotelevisión en su camarote y yo batí mi propio récord en el Tetris. Las cuerdas cósmicas brillaban por su ausencia y las distorsiones metaespaciales se opacaban por su presencia. Realmente, un tranquilo viaje hacia el Big Bang.
Cuando llegamos a destino nos encontramos con un espectáculo sobrecogedor, que excedía en mucho nuestras expectativas sobre los restos del Big Bang. Frente a nuestros ojos se desplegaban tres años luz cúbicos de espacio completamente chamuscado y cuarteado por la explosión. Nos quedamos admirando semejante maravilla de la naturaleza por más de diez o quince segundos y luego pusimos manos a la obra.
Cortar el espacio no fue tarea fácil pero tampoco algo imposible, ya que el Desenrollador Universal de Dimensiones Enrolladas Sobre Sí Mismas modificado tenía la posibilidad de ser usado además como cortaplumas y compactador de dimensiones si se lo ponía en reversa.
Ya habíamos logrado un interesante botín (más de quinientos kilómetros cúbicos de Big Bang) y estábamos por emprender la retirada cuando, del hueco que habíamos hecho en el Universo sale una gigantesca mano y, como si de una mosca se tratase, atrapa nuestra nave y nos mete dentro del boquete. Una brillante y enceguecedora luz blanca invadió todo. Cuando nuestros ojos se acostumbraron al reflejo pudimos ver que la gigantesca mano se continuaba en un gigantesco brazo que estaba unido a un gigantesco ser de horripilante aspecto.
—¡Mi Dios! —exclamé, aterrado.
—No precisamente —dijo el gigante—. Yo vengo a ser el Dios de los Aldfaam, los Gehonitas y los Jaopertxanabahatxegozigurtzimakiltxartelmakiliragarkiatanboratan galokaizozpiportuerenmuskerbatzuekgelditunegaitasungetukakalardos. Tu Dios creo que es él —y señaló a otro gigante, aún más horrendo que se acercaba, para luego dirigirse a él—. Che, Carlos, éstos son de los tuyos, ¿no?
El otro gigante nos observó atentamente y dijo:
—Bueno, éste —éste era yo— se parece bastante a las cosas que hacía cuando era chico, reconozco algo de mi estilo. En cuanto al otro, se me ocurre que es uno de los de Angelina, pero la muy puta no lo va a querer reconocer. ¿Qué hacen acá estos mortales?
—Los agarré justo cuando se estaban afanando mi televisor.
—Perdón —interrumpí—, pero nosotros no nos llevábamos ningún televisor. Solamente tomamos un buen pedazo de espacio chamuscado.
—Lo que quieras, macho, pero de este lado es mi tele y me la estabas afanando.
—Disculpá, no era mi intención…
—Sí, sí, es fácil decirlo, «Perdónanos, Dios, por nuestros pecados, ñañañañañá…». Como si no lo escuchásemos todo el santo día. ¿No es cierto, Carlos?
—Día y noche. Ustedes se mandan las cagadas y después uno tiene que andar absolviéndolos como si nada. ¿Quién carajo se creen que son ustedes?
—Eso nos pasa por andar creando Universos. ¡Por qué no me habré dedicado al bordado como quería mamá!
—La verdad que no lo sé. Y eso que soy omnisapiente.
—En fin…
—En fin…
—Este… —interrumpí—. ¿Podemos irnos?
—¡¿Irse?! ¡Así que el señoritingo quiere irse! No, pibe, vos no te vas hasta que me pongan la tele de vuelta en su lugar. ¡Y guay que se me haga tarde para ver «Impotente Soledad»!
—¡Pero, Enrique! ¿A ti te parece que estos palmitos sabrán armar de vuelta el televisor?
—Tienes razón, Carlos —y mirándonos a nosotros—: Están de suerte, turritos. Aprovechen y rajen ahora antes de que me arrepienta y me agarre la calentura.
No lo pensamos dos veces. Largamos ahí mismo todo nuestro cargamento y le metimos pata a la nave. «Otra vez voy a hacer mierda el carburador», pensé, «pero, bueno, me lo merezco por meterme donde no me llaman».
Si el viaje de ida fue tranquilo, el de vuelta resultó todo lo contrario. Jamás vi tantas cuerdas cósmicas juntas. Esquivé las más que pude hasta que no vi a una y ¡zas!, al mismísimo carajo metacósmico. Afortunadamente no fue un golpe tan grave como me lo temía, por lo menos no fue grave para mí, ya que en la rodada perdí al Morigeror en un remolino temporal que lo mandó a la época de Tobías el Grande.
Cuando recuperé el conocimiento era una semana antes de nuestra partida.

Ilustración: Ferrán Clavero
No había rastros del Desenrollador Universal de Dimensiones Enrolladas Sobre Sí Mismas Modificado y el carburador era el original de mi nave. Además, allí estaban mi caja de herramientas, mi colección de marquillas de cigarrillos, todos los compacts de Polera de Vanlon, medio kilo de yerba «Flor de Fango» y un hámster !kfffzzz que aseguraba haber sido Franz Kafka en una anterior reencarnación (en realidad, todos los hámsters !kfffzzz aseguran eso, lo sorprendente del mío es que realmente escribía como Kafka y no como sus demás congéneres, que tienen un estilo más parecido al de James Joyce). Decidí que, luego de tantas aventuras era hora de tomarme unas merecidas vacaciones. Encendí la computadora y me conecté con La Gaceta Universal, en busca de una buena oferta de diversión.
Un aviso en la página 475 atrajo mi atención:

Se busca un
padrillo humano
para fecundar
a todas las habitantes del planeta Almacararononte.
Placeres inimaginables, cuerpos ardientes
y una excelente paga
(5.000.000 uqs por cada contacto sexual).
Adjuntamos fotos para que compruebes
la sensualidad que te espera, papito.

¡Cinco millones de uqs por cada mina que me coja! ¡Y qué minas! ¡Guau!
¡Esto es mejor que lo que buscaba!
¡Almacararononcitas, ábranse de piernas que allá va el Capitán Ignatz Niemand!

Saurio nació en Buenos Aires en 1965. Dice estar preocupado por su futura muerte, lo que estimula en él la necesidad de aprovechar el poco tiempo que le queda dedicándose a cuanta arte, ciencia o religión se le cruza en el camino. Ha escrito dos novelas, El vacío del bostezo y La indiferencia de los peces, dos libros de poemas y no de humor, Un libro al pedo y sostiene sitios de Internet: La Idea Fija (donde entre otras muchas cosas desarrolla su historieta Los cartoneros del espacio) y El Maravilloso Mundo de Saurio.

Hemos publicado en Axxón sus ficciones: NO ME PIDAS UN MILAGRO (147), LAS FRONTERAS SE HAN HECHO PARA SER CRUZADAS (149), BACH HA MUERTO (151), ¿QUé ES EL «SECRETARIADO CUáNTICO»? (152), ¿QUé ES EL DOLFISMO ORTODOXO? (155), EL CAMINO DE WEESCOSA (155), LA PSICOSTASIA ENTRE LOS GRIEGOS (155), ¿DóNDE QUEDARON LOS BUENOS MODALES? (157), ¿QUé ES LO QUE ESTá CONSTRUYENDO? (157), SER DE LUCES (158), (NO ALIMENTEN A LA) OSTRA, en co-autoría con Inmaculada Rumbau (162), PULPIFIXIóN (168), NO ES PALABRAS (171), PELIGROS DE LOS REFRANES II (174), PELIGROS DE LOS REFRANES I (180), VAMOS AL BOSQUE, NENA (181)

Hemos publicado en Axxón sus artículos: ¿DóNDE NADIE HA IDO ANTES? (157), NO ES LO MISMO SER OSCURO QUE ESTAR PINTADO DE NEGRO (159)

Hemos publicado en Axxón sus traducciones: LA INTELECTUALIDAD LIBERAL, de Luke Jackson (Estados Unidos) (168)


Este cuento se vincula temáticamente con EL OBSERVADOR, de Ángel Aliaga (167), LA CUMBRE DE LA RESPUESTA, de Yoss (150) y LOS FESTEJOS DEL FIN DEL MUNDO, de Pablo Dobrinin (164)

Axxón 198 — julio de 2009
Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia ficción : Humor : Mecánica cuántica : Argentino : Argentina).

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